Las Historias convoca a su concurso #132 de minificción o microrrelato. Las personas interesadas en participar pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes (o no), qué están haciendo. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
Quienes ganen el concurso recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.
La fecha límite para participar es el 29 de noviembre de 2017. La invitación queda abierta.
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Las muletas.
Nunca fueron usadas.
No busqué un milagro, nunca. Pero fumar ahí era imposible, y el espejo me invitó a salir.
Decidió partir dejándo atrás los objetos de su esclavitud.
Dos cigarrillos.
——————
Llevaba cuatro días en el hospital con la pierna rota. La pierna apenas le molestaba, sin embargo se moría de ganas de fumar. Él entendía que una «smoking room» en un hospital no era lo más apropiado, si bien en un edificio moderno, un muro de cristal de arriba abajo sin posibilidad de abrir una mísera ventana, alguna justificación había. Pero lo que desde luego era surrealista era no poder salir afuera a fumar con las muletas. Cada día la misma discusión con el guardia de seguridad de la puerta, que además era el mismo siempre:
– No puede salir con material del hospital.
– ¿Pero es que piensa usted que voy a robar la muleta?
– Lo siento caballero, son las normas del hospital.
Y se quedaba parado bajo el cartelito de “Prohibido Fumar” en muda protesta, mirando al resto de afortunados fumadores en la puerta. Por cierto, la mayoría médicos del hospital, lo que le hacía pensar si fumar sería malo realmente ¿O había que dudar del buen juicio del personal médico si no?
El quinto día bajó sin demasiadas esperanzas de que hubieran cambiado al guardia, y en efecto seguía el mismo, pero algo había cambiado. Parada bajo el cartelito había una joven, que incluso con el pijama del hospital le pareció guapísima. El paquete de tabaco en la mano izquierda y la muleta en la derecha, delataban lo que le acababa de pasar. Se puso a su lado, uno junto al otro se miraron de arriba abajo, y al punto se echaron a reír de manera cómplice. En efecto, ella estaba renga de la pierna izquierda, él de la derecha. Dejando las muletas, y abrazados por los hombros, salieron pasando frente al guardia en una especie de desfile triunfal a contrapaso a fumarse un cigarrillo que les supo a Gloria.
Sonríe recordando todo aquello. Han pasado dos años desde entonces, aquella joven es ahora su mujer, acaban de tener su primer hijo, así que están de nuevo en el hospital. Todo ha salido bien, la madre y el niño están durmiendo en la habitación y él ha salido a fumar afuera para sacarse un poco los nervios acumulados. Ella dejó de fumar al quedarse encinta, y dentro de poco tendrá que dejarlo él también. Con el bebe en casa no es plan de continuar con el vicio, y dejarle toda la ropita apestada. Al entrar se fija y ve que el guardia de la puerta es el mismo de siempre, no lo había visto al salir. Entonces nota algo como rompérsele por dentro, algún nudo de nervios que no había desatado el cigarrillo, rompe a llorar de alegría y se abraza al guardia con fuerza, que sorprendido le sostiene el abrazo, extrañado, sin saber si felicitarlo o consolarlo.
Los médicos rompen a aplaudir.
Me hubiera gustado hasta donde salen juntos a fumar.
«A grandes males»
El auto no bastó. Hubo que jalar fuerte. Al fin que siempre anduvo en malos pasos. ¡Cabrón!
La fundación otorgaba una beca anual para que gente «especial» como él estudiaran alpinismo. Cuando leyó la convocatoria, nunca imaginó la magnitud del examen. En el piso 25, en el escalón trescientos y tantos, se detuvo a recuperar aire. Recordó entonces aquella frase, sobre la grandeza carente de tamaño.
Otro escalón -se dijo-; otro poquito. Esa beca -le temblaban los brazos- me la gano porque me la gano.
A veces es necesario depender de alguien o algo, a veces estoy tan cansada que quiero coger las muletas y que me sostengan por el resto de mi vida, no hacer el menor esfuerzo, ser una especie de paralítica que depende de alguien o algo por una vez en su vida sin importar que mi cadera se atrofie, que mi todo se vaya al carajo, que mi vida sea nada.
-Señorita, las dejé aquí, nomas en lo que entraba al baño, segura que no las vio?
-Ya le dije, no he visto ningunas muletas ni nadie que usara ha entrado o salido después de usted.
-Son mi herramienta de trabajo, señorita, fíjese en las cámaras de seguridad.
-Lo siento señor pero hay que hablar con el de sistemas en horario de oficina.
-Donde dejé mis chingadas muletas?
PERIPETEIA
Nos reunimos cada lustro. A veces hay juntas de emergencia, claro, hay desastres o maravillas que nos obligan a un breve repaso. Pero lo que es la reunión cada cinco años: Esa nunca se cancela y rara vez falta alguien. Cuando lo hacen, es señal de que se han hartado y se han ido. Como tantos. Todavía menos común es que alguien llegue a suplir a los que se han lanzado al olvido. De todos modos somos un grupo abundante. Es curioso, pero para ninguno es necesariamente un alivio dejar en la entrada las ropas andrajosas ni los implementos con que nos ayudamos (bastones, muletas, gafas oscuras…). Es que uno se acostumbra a todo. Eso sí, entrar a la sala de reuniones y brillar de nuevo con esa luz interna que nos caracteriza sí que llega a ser placentero. Es como quitarse el cinturón y el brassiere al final del día; quizá un poco más liberador en nuestro caso. Siempre compartimos historias de cuanto hemos vivido en el mundo en esos cinco años. A decir verdad, no cambian mucho esas historias: Con estas apariencias que nos maquillan resultamos invisibles para el grueso de la gente. Muchos nos compadecen, nos desprecian y en los peores tiempos incluso nos odian. Raras son las historias de gente que nos confiere la natural dignidad de todo ser humano. Pero las hay. A veces nos contamos inclusive historias de amor o de pasión que nos han tocado vivir o presenciar de cerca. En la reunión de hoy resulta evidente que de nuevo la humanidad pasa por una época terrible y que como demasiadas veces, su primer instinto es culpar a los menos afortunados de la desgracia individual. Creo que varios de nosotros no vendrán a la siguiente reunión. Aun y así, yo sigo convencida de que el nuestro no es mal plan. Viviendo como los humanos menos afortunados podemos comprender cómo se sienten ellos cuando somos nosotros quienes los juzgamos y castigamos por sus faltas. Pecados, hibris, transgresiones… no creo que sean razones más válidas que tildar a alguien de improductivo, de insalubre, de horrendo… De lo que no estoy segura es cuanto más tiempo tendremos hasta que absolutamente todos abandonemos éste proyecto y descendamos de nuevo sobre el mundo, barriendo a la humanidad para que comience la nueva era (creo que ésta vez se le otorgará la consciencia a los insectos). En verdad quisiera creer que eso nunca ocurrirá, que por el contrario más y más de nosotros perdonaremos a la humanidad, que podremos ayudarles en algo.
Los 55 centímetros de la caja torácica de Alejandro, es lo que las ha separado la mayor parte del día, pero ahora, están juntas otra vez, y se funden en un beso hermético, uno lleno de pasión y electricidad, un beso que es capaz de llenar sus cavidades metálicas y frías con algo más que la nada que habita en sus cuerpos, y eso las pone a soñar con que no son muletas, sueñan que caminan por la calle, solas, sin un torso humano de por medio, sin ningún obstáculo ya, que dilate su amor, imaginan que son libres de besarse a cada momento, en cada esquina, en cada pared que se cruza por su camino, en las escalera del departamento de una de ellas antes de entrar y seguir. Imaginan también una vida por delante sin cajas torácicas de ninguna medida que las vuelvan a separar
Así yo, que las miro, así todos.
Y ahí estaba ella sentada, mirando de un lado a otro, esperando mi regreso o tal vez el de alguien más.
Buen día, bondadoso caballero. ¿Podría regalarle a este pobre inválido una moneda? —dijo el hombre con muletas que, con movimientos torpes, subía las escaleras de un lujoso edificio.
El bondadosos caballero tomó de su billetera una generosa cantidad de dinero y se la dio al inválido. Después de recibir el dinero, el inválido se fue tan rápido como si huyera de su propia alma que olvidó las muletas en el lujoso edificio.
Querido mío:
La vida ya me ha prohibido demasiado, dejo mis remos como prueba de que acudí a la cita y repto al bar de la esquina a fumar lo que me de la gana.
Tuya
Frida
Reflejos
Un elevador descompuesto nunca es buena señal; menos si costará el doble subir las escaleras a causa de un impedimento físico. En el espejo del piso más solo del edificio, me dejó pasmado la imagen de un ser idéntico a mí, que dejaba las muletas de lado para caminar al frente. Impulsado por una mímica de repetición inexplicable, avancé. La pierna ignoró el yeso que hace unos minutos la limitaba.
El símil se acercaba con la misma valentía y estiró su mano para saludarme. En una abrir y cerrar de ojos me fundí con el espejo, sin encontrar rastros del aparente gemelo. Tenía a la vista la misma imagen que al principio, con la diferencia de que esta vez si se trataba de mí, de mi reflejo; lo sabía porque me reconocía asustado, porque ahora era él quien se veía obligado a seguir mis movimientos, mis manos palpándose a ver si aún existía…o qué pasaría cuando el espejo terminara de desintegrarse. Se iba deshaciendo en líneas de tiempo, mientras vaciaba mis recuerdos. Caían una a una las franjas, con todo y la realidad que reflejaba.
No había marcha atrás. Antes que llegara al sitio donde habitaba mi otro yo asustado, los dos ya nos habíamos vuelto nada.
Examina su imagen multiplicada en los espejos –el breve y ajustado vestido, los labios rojos– y recarga con delicadeza sus muletas en el muro. Después se arrastra y repta hasta el cuarto donde la espera su amante, esbozo nocturno, agitando un collar, una correa y un látigo en la penumbra.
Gracias por escribir
Julian brindó con fervor a una compañía privada de electricidad, en el 2025. Inaugurada bajo un esquema de comprensión hacia el empleado, cual fue la razón que motivo al joven. Julian de 32 años comenzaba su arduo labor como liniero; reparando principalmente los transformadores de las avenidas más concurrentes de Berlín, Alemania.
Durante su hora de descanso, sentado en su camioneta, con la puerta abierta, devoraba un Brötchen, horneado con las cansadas manos de su madre. Aun, vivía con sus padres, llevando su vida al pendiente de estos. Dejo a un lado sus anhelos de formar una familia y dedicarse a cuidar plenamente de su moribundo padre.
Al poco tiempo, mientras digería su delicioso pan, recibió una llamada, vibrando su teléfono en el asiento del copiloto. Se percato del número, le echo un vistazo rápido, se limpio con el dorso de su mano, las migajas de su boca y atendió gentilmente.
—Diga
—Señor Maschwitz… ¿Seria tan amable de restablecer el servicio a la brevedad? Tengo a los clientes demasiado molestos
—Es mi hora de comida—interrumpió Julian, un tanto molesto.
— ¿Le pagamos, no es así? Y creo yo que bastante bien… Hágame el favor de subir de nuevo, arregle por lo que se le esta pagando y despues veremos cómo compensarlo…. ¡Ah! Le doy una hora máxima. No más—colgó con furia.
Julian, encogió sus hombros y tranquilamente dejo el celular en su lugar, sacudió sus manos y volvió a colgarse el equipo de protección. Subió, ajustó algunas cosas, y debajo de el, una voz sucumbió, asustándole.
— ¡Tuve que venir! Parece que le ha importado un carajo. Baje de ahí, traje a la brevedad a Leonhard!
El joven bajo la influencia negativa en su mente, pensaba continuamente, perderé mi trabajo… Lo perderé. ¿Qué le diré a mi madre? No, no. Le restaba conectar un último cable, el cual con su desarmador tocó el extremo, sintiendo como su cuerpo comenzaba a hervir, desde sus manos hasta sus piernas. Estaba pronto a perder su último aliento.
Leonhard subió a toda prisa, y logró salvarle por poco.
Amaneció en el hospital, con la noticia que aquel estruendoso golpe por la corriente eléctrica le había dañado su columna vertebral con la probabilidad de nunca volver a caminar. Lloró en silencio, tendido frente a la penumbra interior.
Su moribundo padre, había venido a visitarle, apenas podía caminar con sus muletas. Pasos titubeantes. A lado de él, su madre lagrimeaba sin cesar.
—Mira hijo, ahora las necesitaras más tú que yo—dijo su padre.
Pocos días despues, le dieron de alta. Su padre esperaba fuera, recostado contra la pared, sentado en las escaleras. Dejo sus muletas. Había fallecido fuera, parecía que lo había deseado, dejar de existir. Por brindarle algo tan sencillo como un soporte para su hijo.
El bazar de las piezas caras
La basura cibernética se vende sin tapujos en la calle Rafael de Nogales, sarcófagos de regeneración defectuosos, ampolletas de nanobots aderezados con adrenalina y demás mercaderías. Se pueden conseguir los artilugios a cambio de algunas piezas propias: ojos telescópicos, lenguas bífidas termoplásticas para el deleite sexual o un torso de seis corazones funcionales para algún triatleta de las dunas marcianas. El dinero corriente no tiene valor, las compras se realizan en secreto, cliente y vendedor intercambian los productos con la ayuda de algún cirujano, la intervención se realiza en un par de horas o algunos minutos, dependiendo de la calidad de la mercancía. Los tratos son de vida o muerte (ya no hay fe en la palabra), si algún órgano sintético falla el cliente yacerá sobre la banqueta y marchantes miserables robarán las refacciones del cadáver. “¡Pásele, pásele! ¡Bara, bara!”, pregonan los vendedores con sus gargantas metálicas
Gracias por escribir
En la segunda planta, sin más ni más, dejé las muletas. Me senté en el peldaño de espaldas al espejo -donde ya no pude verme- encendí mi cigarrillo, subversivo lo hice, porque fue justamente al pie del letrero de prohibido. Jamás pensé que el mentado síndrome del miembro fantasma pudiera invadir otras partes.
A la mitad de las escaleras, a la mitad de su vida, decidió dejarlo todo: cigarro, muletas, existencia.
Sonrojado
Abrió la puerta con ella en brazos.
—Julia, ¿en el sillón o en la cama?
—En el sillón Armando.
—Está bien, regreso al lobby por tus muletas.
Armando, esta vez, recorrió ligero y decepcionado las treinta escaleras.
DE GUARDIA
Dicen que el único que lo vio llegar aquella madrugada fue David, el de la panadería. Estaba metiendo una bandeja de bollos de crema en el horno cuando le llamó la atención una sombra que se deslizaba junto al escaparate de su tienda. Salió a la calle y sólo vio a un viejo decrépito que se arrastraba sobre unas muletas.
Por la mañana, Jorge, el portero de la finca, se lo encontró sentado en los escalones del portal. Intentó ahuyentarlo, le amenazó, le insultó, le pegó, pero no se movió ni un centímetro. Los primeros vecinos que se lo encontraron, al salir a trabajar, también le recriminaron su presencia y le dieron empujones y alguna patada, pero él , sin abrir la boca, siguió mirando al frente, como si no ocurriese nada a su alrededor.
Cuando llegó la hora de ir al colegio, los chiquillos se rieron de él, le llamaron piojoso y le quitaron las muletas. Jorge les riñó, las recuperó y se las dejó apoyadas en la pared porque, aunque bruto, era un tipo bondadoso.
Las vecinas salieron, como todos los días, a hacer la compra y le conminaron a cambiar de sitio porque aquella era una casa decente y él olía a mugre mezclada con vino. La señora María, la viuda del abogado, al volver de la panadería, le ofreció un bollo de crema, pero él lo rechazó.
Ahí pasó toda la mañana y toda la tarde, sin que nadie fuera capaz de hacer que se levantara, ni siquiera don Fernando, el profesor, que se sentó junto a él e intentó sin éxito que le contara el porqué de su ocupación de las escaleras de la casa.
A la hora de cenar, Pedrito, el hijo bala perdida de los ancianos del sexto derecha, se paró frente al portal. Regresaba a casa, sin avisar, después de haber pasado cinco años en la cárcel provincial. Pasó junto al mendigo y, sin cruzar ni una palabra con él, subió directamente a la azotea del edificio y se tiró.
Los sanitarios que acudieron a socorrerlo certificaron que había muerto en el acto. Nadie reparó en qué momento el viejo había abandonado el lugar. De él sólo quedaron las muletas, apoyadas en la pared.
Yo fui la única que lo vio todo desde la ventana de la cocina y nadie me creyó cuando conté que el pordiosero se había levantado sin dificultad y, convertido en una sombra, se había ido sin mirar el cuerpo de Pedro.
–Deja las muletas y sube a mi habitación –le dijo Kendall Jenner.
Hola a todos:
Soy incipiente escritora que colabora de vez en cuando en el espacio de Alberto Chimal, me inspiro la imagen de este mes por eso participé en el cuento de este mes, y lo que me encantó de la participación de los que hemos escrito es que hay historias que emocionan.
Muchas gracias por animarte a participar. 🙂
Hola. Agradeceré las especificaciones para poder participar. Extensión, y vía para subirlo o en dónde. Gracias de antemano y reciban un abrazo sincero.
Horacio.
Hola Horacio, la dinámica del cuento es que en base a la foto que se publica tu escribas un cuento corto, puede ser micro o que no sea tan extenso, y lo mandes como mandaste tu pregunta, espero pronto veas tus cuentos, suerte!!!
¡Muchas gracias por la ayuda! 😀
POLLO
habia un pollo lastimado y con palos. NOU PLIS
Regreso
Recorrió de nuevo una por una todas las habitaciones, nada había cambiado desde su partida. Las mismas cosas, en el mismo lugar, Los recuerdos, aun atrapados entre las paredes de los cuartos. Un suspiro de añoranza, interrumpió el silencio. Al bajar las escaleras, se topo con las muletas, sus muletas, amigas y compañeras de siempre. Sonrío y sigue avanzando, en su nuevo ropaje, ya no las necesitaba. traspaso sin dificultad la puerta, y continuo su camino hacia el cementerio.
TIJERAS
Tras más de siete horas, se quitó la mascarilla y dejó el estetoscopio encima de la mesa.
—¿Es grave? –pregunté.
En su rostro se dibujó una mueca de preocupación.
—No le voy a mentir. La cosa es muy seria.
—¡Oh, Dios mío! ¡Haga algo! Se lo suplico —dije entre lágrimas.
Aquel hijo que había engendrado durante los últimos siete meses agonizaba sin remedio.
—No quiero darle falsas esperanzas. Está muy mal. Es cuestión de horas… a no ser que hagamos algo de inmediato. Si lo intentamos… puede que exista una pequeña posibilidad de que sobreviva.
—¡Lo que sea! —dije esperanzado.
—Tu prosa cojea. Necesitas unas muletas con urgencia. Los capítulos que has escrito no están bien asentados en el suelo. ¿Dónde está la coherencia narrativa? ¿Y los personajes? ¡Si no son creíbles, joder! Además, hay un sinfín de erratas. Por no mencionar las faltas de ortografía. Creo que es necesaria una intervención quirúrgica. Hay que amputar o de otra forma… peligra la vida de la novela.
El cirujano de las letras entró en la Unidad de Cuidados Intensivos y yo volví a la sala de espera donde se hallaba mi editor.
—Las próximas correcciones son vitales —le dije mientras cruzaba los dedos y nos poníamos a rezar una oración al Cristo.
Quizás ella está en lo correcto, debería hacerlo rápido y no pensarlo más, quizá deba hacer exactamente eso. El dolor se vuelve crónico, es atroz, no por la intensidad y agudeza con la que sobreviene, sino por que se sabe con certeza que volverá, una y otra vez hasta el final.
Ya no hay más pisos, es la última puerta al cielo, el aire está helado, muramos.
ANTES DE TOMAR LA FOTO
-Alberto: Si pongo las muletas enfrente, éste lugar sirve para la foto del microrrelato del mes, no crees?
(Sentados en la recepción esperando su turno para la entrevista con la editorial)
-Raquel: De hecho se verían mejor a la mitad de esas escaleras, así genera más intriga sobre qué pasó con “el personaje” que las usa…
(Alberto se levanta con esfuerzos, toma las muletas que estaban recargadas en el sillón y camina lentamente diciendo…)
-Alberto: te imaginas un microrrelato de este momento? Que soy el dueño de las muletas, que las uso desde hace dos días porque me duelen las rodillas y que para matar el tiempo de espera tomamos la foto aquí…
(Raquel lo sigue y bromea diciendo: y si mejor nos tomamos una selfie y vemos que historia escriben ? )
CIFRAS DE NEGOCIO
Las cifras de negocio se habían hundido. Me había visto obligado a despedir a casi todos los trabajadores y, si la cosa seguía así, tendría que cerrar la fábrica. Una empresa centenaria y próspera se estaba yendo a la ruina. Y todo por culpa de ese impresentable; debía pararle los pies. Tenía que hacer algo.
Me presenté ante el tribunal y le acusé de blasfemo, de rebelión, de todo lo que se me vino a la cabeza. Desde luego, tuve la precaución de no mencionar que me estaba hundiendo el negocio.
Conseguí mi objetivo. Le detuvieron, le juzgaron, le encontraron culpable y le ejecutaron. Fin del problema.
Ahora, las cifras de ventas han vuelto a repuntar: la gente vuelve a necesitar muletas. He tenido que contratar a más operarios. Desde que Jesús fue crucificado, ha crecido el número de cojos y lisiados en Judea.
Museo apócrifo de los evangelios.
-Aquí están «Las muletas» -anunció el curador a su auditorio.
-Pero en ninguno de los evangelios aparecen muletas -replicó el teólogo con astucia.
-Es una actualización de los relatos -repuso iracundo el curador.
-Entiendo… ¿Pero son las muletas del paralítico de Betesda o las del hombre que bajaron por el techo? La instalación no aclara nada.
-Somos un museo de arte contemporáneo, no una pinche pastorela.
-Sí, sí, ya veo. ¿Y el letrero de no fumar? ¿Acaso es una representación de la dimensión punitiva de la religión que desencadena el acto salvífico del mesías?
-¿Cuál letrero de no fumar?
Hasta ese momento, el curador no se había detenido a mirar la obra. Al notar que la observación del teólogo era cierta, tomó de inmediato su celular y marcó el número del jefe de intendencia.
-Carajo, Luis, te dije que quitaras los letreros.
El Espejo
Estaba tomando un café cuando se acercó aquel hombre. Acompáñeme, me dijo susurrando a mi oído, y no haga escándalo. Pensé que era una mala broma hasta que vi la pistola oculta por su abrigo. Deje el café a media taza y tome mis muletas, esperaba que al notar que salía sin liquidar mi cuenta me detendrían las meseras, pero no fue así. Salimos de la cafetería. Más rápido, me decía empujándome. No ve que tengo un esguince, le dije señalando mi pie vendado. El ignoro mi comentario y siguió empujándome.
Entramos por la puerta de un edificio, pasamos por recepción sin que nadie nos dijera anda. Al fondo estaban unas escaleras, tras algunos escalones un descanso donde una pared de espejos me permitió ver a ese hombre. ¿Por qué hace esto? Le repliqué, soy un simple profesor de universidad, no tengo problemas con nadie. Los tendrá, me dijo, y es mi trabajo evitarlo. Deme su cartera, me dijo. Lo hice reticente. Deje allí las muletas, bajo el letrero que prohíbe fumar, ordeno después, y métase al espejo. No supe que me indignó más, si obligarme a caminar adolorido o su absurda petición. No ve que no puedo sin ellas, le dije enojado. ¡Qué las deje! Me gritó enfurecido. Nadie nos hizo el menor caso.
Tras dejar las muletas subí lentamente los tres escalones restantes, cada paso era un recordatorio de mi caída unos días antes. Curiosamente, no supe quien me empujo, pero poco falto para irme al vacío desde el tercer piso. Mi mente borboteó en pensamientos complotistas. Cuando me paré frente al espejo pase mis manos por su superficie. ¿Ahora como entro? Le pregunte. ¡Con una chingada! Me volvió a gritar. ¡Usted entre! Cerré los ojos, tome un ligero impulso esperando el golpe con mi frente, pero en vez de eso caí de bruces.
.onreifni nu euf asac a onimac le ,ellac al a ílas sosorolod sosap noC .sadagracer satelum sim nabatse on áca euq otpecxe ,ocitnédi se odoT .odal orto etse ed ,olos abatse emratnavel lA .etnemavitnitsni azebac al írbuc em oy ,sazirt ozih es ojepse le y órapsiD .etneirnos ,latsirc led odal orto le edsed abarim em otejus le sojo sol rirba lA
LAS DOCE
Eran las doce del día y se sentía como si hubieran pasado largas horas mientras avanzaba escalón por escalón, los minutos se arrastraban igual como arrastro este cuerpo en descomposición.
Mil pensamientos me invaden, por fin he llegado al consultorio, sin articular palabra pienso para mi mismo: Cómo le explico que tengo miedo de que me diga lo que ya sé; que la gangrena se expandió en ambas piernas, que sé que me las cortarán y que de ahora en adelante seré más inútil que nunca, cómo le digo que no quiero esta vida miserable, llena de miradas de lástima, burla, asco, morbo y a veces compasión. Remuevo esta estúpida bata y veo mis piernas moradas, empiezo a rascar con desesperación y un pedazo se desprende seguido de un olor pestilente que invade la habitación, lloro de rabia y comienzo a arrancarme la carne con fuerza… veo al doctor y sus ojos son un espiral infinito, sus manos son garfios que se aproximan a desgarrar lo que me queda de piernas, cuando hemos llegado hasta la tibia y peroné nos reímos a carcajadas y mi risa me ha despertado de este extraño sueño, veo la hora y siguen siendo las doce, sigo ahí arrastrando mi cuerpo por las escaleras…
Muletas
Subía las escaleras arrastrando sus muletas que cada año pesaban más. A mitad camino, mientras descansaba, su mirada voló hacia el enorme espejo del hall que le era tan familiar. De repente, le fue dado a entender aquello de la verdad y dejando las muletas a un lado, con paso firme, atravesó el espejo.
El comienzo y el final.
Están ahí, detenidas en el tiempo. Las observan. Cuatro escalones y dos metros cuadrados las apartan. El tiempo las une, el espacio se reflecta y las separa. Parecieran tocarse, como si a través del espejo se miraran. Asimétricas, inmóviles, olvidadas.
Alguien se acerca. No pasa junto a ellas, pero las mira de reojo mientras sale por la puerta, al momento, un auto se estaciona frente a la entrada y el conductor lo mira como si lo conociera. El otro sigue su camino. Dos transeúntes que caminan sobre la acera voltean a verlas, también ven el auto estacionado, al fondo del edificio una pareja se besa y cuando ella abre los ojos las observa, paradas e inmóviles, cierra los ojos y se pierde. Mientras esto sucede, alguien observa el auto estacionado, a los transeúntes pasando y de la pareja solo alcanza a ver una silueta de forma oscura.
El hombre que besa a la chica es de barba tupida, los gestos y susurros de ella son incontenibles, el rose la hace estremecer, y ellas, ahí como están, dan la impresión de mirarse, de mirar a través del espejo, como ciertas cómplices del secreto. La chica pareciera recordar que hay una cámara de vídeo, voltea lentamente hacía la lente, la mira fijo y jadea mientras recarga su cuerpo en la pared, con los vaivenes del esfuerzo pareciera morir en un suspiro, pero es solo un momento, recobra el aliento y con un gesto de placer se despide de la cámara.
El reloj en la pared marca las doce. Sigue la oscuridad, pero ya no hay amantes, ni autos, ya no hay nadie más, sólo aquellos tubos de aluminio que simulan ser las extremidades de alguien.
Ellas son testigos de aquellos encuentros furtivos, siguen inmóviles, olvidadas y reflejadas, encima de ellas, un letrero, <>
Mis padres estaban sincronizados, se sucedían uno al otro y pareciera que una extraña y ridícula sincronía los perseguía, tenían los mismos gestos, vestían iguales y cuestionaban las mismas cosas. Ambos perdieron las piernas progresivamente, no sin antes perder los ojos y desarrollar los otros sentidos. Me volví presente e indispensable, de no haber sido testigo, no creería la ceguera, ni la firmeza para llamar a las emociones por sus nombre y que, al acostar lo pensaba como una salida. Al día siguiente, ante la decepción de sus oscuras miradas, comenzaba la rutina de mis días. No así los días de consulta o paseo, subir y bajar con una persona imposibilitada en brazos es un peso cuestionable. Primero Mamá que se negó a usar muletas, prefería alas, como solía llamar a su silla de ruedas. Pero mi padre decía que las muletas fortalecían el brazo y mientras fumaba en la zona prohibida, disertaba las mismas palabras sobre la inutilidad. Lo cierto es que sentían fascinación por el aire contaminado de la ciudad. Papá y mamá murieron de un paro respiratorio, uno después del otro, como solían hacerlo. Esa mañana habíamos planeado caminar la plancha del zócalo, recordar cuando era niño y ellos procuraban el menor de los daños posible. En medio de la plancha del zócalo respire profundo, cerré los ojos y pregunté si en verdad el karma es como un espejo que veré todos los días.
Los científicos buscan la manera de hacerse infelices. Fue el último en salir de la sala de conferencias, el premio de segundo lugar no le había alcanzado para que le pidieran alguna entrevista para las revistas de interés científico.
El pasillo vacío y un par de muletas olvidadas, solitarias. Se sentó en los escalones. Dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo, el proyecto desplazó a Mónica por meses. Se preguntó qué estaría haciendo con sus hermosos 52 kg, quizás sentada en las rocas viendo las olas romper, a 2 620 000 metros de él y sus 74 kg. Deseaba resolver mediante una ecuación la incertidumbre de si había todavía alguna fuerza de atracción para que Mónica quisiera volver a estar a su lado. Estaba a punto de decidir quedarse en la indecisión (para variar) pero tenía un boleto abierto de avión en el portafolio. No creía en el destino y lanzar una moneda al aire es para pendejos que no saben sobre leyes de probabilidad, decía siempre. Mejor dejarlo en las manos de Newton.
Recordó: F= G (m1 x m2)/d2
La fuerza de atracción es igual a la constante de gravitación universal por la masa del cuerpo uno por la masa del cuerpo dos. Todo entre la distancia entre los cuerpos al cuadrado.
Sustituyó:
F= (6.67 x 10-11 Nm2/kg2 x 52 kg x 74 kg) / (2,620,000 m)2
Calculó: F= 3.74 x10-20 Newtons
Inspiró un gran volumen de aire subterráneo y levantó la vista. En su mirada periférica miles él, su decisión multiplicada hasta el infinito, y la manifestación de una disminución de Mónica alejándose a una distancia interminable, una relación desestructurándose hasta el abismo.
Santiago se arrastraba sobre el grumoso y frío piso, de las oficinas centrales de correo, dejando detrás un camino ennegrecido de viseras que se iban desprendiendo en cada tirón de fuerza, no habían pasado más de 10 segundos en que la mujer que lo ayudo a subir las escalera, la misma que desde el angulo perfecto de visión proyectaba una sonrisa tierna y ojos dulces. Fue misma que al enfrente del espejo le quito las muletas y lo lanzó escalera abajo con una carcajada diabólica. Cuando abrió los ojos, pensando que todo era un sueño o algún error de la vida vio su vientre abierto de par en par y enfrente suyo aquel engendro con el rostro ensangrentado llevándose a la boca pequeños trozos de algo que parecían tripas. Sin pensarlo mando un golpe y con las fuerzas que le quedaban decidió salir corriendo, pero recordó que era parapléjico.
Chanel #6
Aún resonaba en su memoria el eco de una persistente fragancia, aquélla en la que Lidia continuaba trabajando para casa Chanel; era algo triste y lejana, envuelta en la niebla de un sueño.
– Has leído a Hesse?- titubeó el doctor Woolf. Lidia giró la vista hacia una pared forrada por espejos organizados al estilo de las persianas clásicas.
– Demian tal vez?- insistió el joven- un desbordado, y aunque es obvio, jamás hubiese creído fuera parte de la…
– No, nunca- interrumpió Lidia al mismo tiempo que se adelantaba hacia la escalera. El Dr. Woolf observó con disimulado asombro lo orgánico de sus pasos, la naturalidad en su movimiento; y su cuerpo mismo no pudo evitar una espontánea respuesta. El asombro suele sazonarse hasta el horror.
– Mi diagnóstico – exclamó el joven- percibo amplias posibilidades…
– La percepción es insensata y a la vez hermosa- concluyó Lidia mientras abandonaba sus muletas para atravesar la frágil pared de espejos, mucho más frágil que su cuerpo ahora fragmentado en 6 partes asimétricas, como las notas aromáticas que tanto amaba.
– ¿Nada más Dios vas a mostrar tu omnipotencia, fumando bajo ese cartelito?
– Está bien, deja tus muletas y anda.
Añoranza
Las primeras pruebas resultaron un completo fracaso, las imágenes tendían a desparecer después de pocos minutos, sólo algunos pequeños fragmentos permanecían por más tiempo, pero inevitablemente, por el calentamiento de los proyectores, empezaban a pixelearse hasta convertirse en figuras grotescas y borrosas. Todos los recursos del procesador central estaban siendo utilizados, con millones de fotografías y videos, para crear el ambiente navideño perfecto. El proyecto resultaba ambicioso porque sería el mayor parque de diversiones holográfico del mundo. Cualquier persona podría pasearse virtualmente por las ciudades más emblemáticas de esta temporada. Visitarían Nueva York, Londres, Madrid, Paris, pero sin aglomeraciones ni empujones ni robos. Pasearían por calles bellamente iluminadas, sentirían la nieve resbalar por el rostro en un ambiente helado y controlado, gracias a la tecnología mejorada 6DX. Las compras las realizarían con sólo tocar las imágenes y los regalos estarían colocados en el árbol cuando felizmente la familia regresará a casa. Sin embargo, todo estaba saliendo mal, la nieve caía en grandes proporciones enterrando las ilusiones navideñas y alguno que otro niño, las compras eran cargadas hasta cinco veces y Santa Claus resultó ser un hábil hacker que logró evadir los sistemas de seguridad. A pesar de las perdidas la compañía VIRTUAL CHRISTMAS seguía trabajando a marchas forzadas, pues con las constantes guerras no quedaban más que cenizas de las viejas ciudades y tras un exhaustivo trabajo de mercadeo habían detectado que la gente pagaría lo que fuera para vivir, por una hora, la extinta festividad de la Navidad.
Lucho había recuperado la movilidad de ambas piernas, no se explicaba como había ocurrido, era su primera noche en aquel museo, el guardia encargado de hacer el rondín se había ausentado y le había tocado hacer la ronda de rutina. No se negó, estar siempre sentado en el escritorio le fastidiaba, aunque casi siempre pensaba que era un trabajo que favorecía su condición.
Lucho el hijo de Juan y Laura. Pudo caminar hasta los 6 años, hasta que la poliomielitis se comió una de sus piernas y lo obligó a usar aquellas muletas de por vida. Ancladas en su memoria estaban las voces de los médicos que le decían: “Lo sentimos hasta el día de hoy, no hay cura”.
Esa noche Lucho había podido dejar las muletas, revivían en su alma las emociones que la enfermedad sepultó en las simientes de su cuerpo. Hacía mucho que había perdido la fe, y su esperanza era un jardín marchito donde el ánimo de los demás no servía para revivir sus flores muertas.
No notó el pequeño detalle del espejo, simplemente había cogido su muleta y comenzó a dar pequeños tumbos, algo dentro de sí mismo lo alentó a apoyar su averiada pierna con fuerza. Era una sensación retórica y familiar, que le había costado incontables caídas y suficiente llanto a lo largo de los años.
Sin embargo, esta vez fue diferente…
Al sentir la firmeza de sus pasos quiso correr al escritorio, donde había dejado el teléfono, le urgía contar la nueva noticia. No logró encontrar el camino de vuelta, parecía que daba vueltas en un escenario de caricatura de bajo presupuesto que se repetía una y otra vez, sin fin.
Después de un rato reparó en el espejo, vio a través de este las muletas, con la euforia no supo cuando prescindió de ellas, se acercó cauteloso. Del otro lado un par de hombres tomaban las muletas y se las llevaban murmurando algo que no alcanzaba a oír.
Una punzada le invadió el pecho, se acababa de dar cuenta que nunca iba poder contarle a nadie la buena nueva.
[…] el premio “De guardia” de Patricia Richmond, que presenta una historia inquietante y misteriosa resulta con […]