Concurso #121
Las Historias convoca a su concurso #121 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.
La fecha límite para participar es el 29 de julio de 2016. Quedan invitados.
Etiquetas: Concurso, microrrelato, Minificción
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Para saciar su sed después del extenuante viaje en el tiempo, el vikingo se lanzó en persecución de un camión de cerveza.
No había de otra
Con el ronroneo de la moto, los pensamientos obtusos comienzan por disiparse; atrás, una memoria, queda un charco de sangre, un martillo, un cráneo destrozado. Mientras, él piensa: no había de otra, cabrón. Después de dejar que el odio llenara mi cabeza, (sigue rumiando, las llantas de la motocicleta atraviesan un bache, un camión se le mete), y hacer lo que hice… nomás no había de otra. Pero ella, cabrón con su falsedad, con su egoísmo, tuvo la culpa.
Había recolectado todo lo necesario de antes, ahora sólo había una última parada: el futuro.
Que mal padre eres
Apenas lograba disimular los cuernos con la cacerola que se embrocó en la cabeza, pero era su cumpleaños numero dieciocho y su padre lo dejo salir a probar su nueva motocicleta. Un paso a desnivel fue el lugar mas indicado para poder salir sin propiciar sospecha alguna. Lo vio alearse y se dijo satisfecho para sí, «mi muchacho está creciendo».
-Que mal padre eres satán- le dijo Dios al diablo que monitoreaba a su hijo mientras el muchacho deambulaba por las calles de la ciudad.
-¿Porque?- preguntó el diablo con disgusto en su rostro.
-Porque es la primera vez que dejas salir a tu hijo al mundo, y lo mandas a CDMX- le contestó Dios con un evidente tono de decepción. El diablo, con remarcada desesperación en su rostro y su voz, solo pudo preguntar -¿es México?-.
Highway to hell
Llegué a casa demasiado temprano, lo sé yo, todos lo saben. Nunca hay que llegar a casa demasiado temprano.
No quise ver la escena, me bastó encontrar la ropa tirada por el pasillo, los pequeños quejidos de ella, la voz de un hombre que no reconocí.
Recordé cuando yi era sólo un niño y vi a mi madre cuando no debí haberla visto. Un dedo sobre los labios fue la imagen que me quedó de ella.
Salí corriendo de casa, cogí la moto sin saber muy bien hasta dónde llegaría.
«Hey, mamá, mírame. Estoy en mi camino a la tierra prometida».
El salto
Los Eternos Susurrantes siempre hemos tenido el conocimiento necesario para utilizar las líneas de salto entre los mundos. Todos sabemos que los túneles, pasos a desnivel, líneas del metro y vías del tren, son las mejores opciones para transitar entre dimensiones sin ningún problema. Todos somos de hábitos nocturnos y maestros del camuflaje. Sin embargo, en ocasiones, los horarios no se ajustan y al escapar de una sangrienta batalla, terminamos en medio del tráfico de alguna ciudad perdida en el mundo más insufrible que conocemos, a plena luz del día y siendo muy llamativos: aún no sabemos por qué, pero México, es el único lugar donde nuestro disfraz incluye cuernos.
Íslendingar
No lo pudo evitar. Al concluir el partido tomó el casco y salió en su drakkar posmoderno al gran océano de la urbe, iba a ganarse la vida como todo buen vikingo fuera de casa.
Alexis
Mientras seguía al camión en el que subió mi novia, tenía una extraña sensación en la cabeza que no me dejaba en paz.
¡por favor que no me la regreseeeee!
y entonces el anciano de la motocicleta reafirmaba su hombria ya decadas hacia perdida vistiendo su yelmo vikingo de barata en tianguis mientras por el paso a desnivel, detras de un trailer buscando la inconciente proteccion que nunca tuvo, mostrandose a si mismo lo que nunca fue, no es y a punto esta de perder toda opcion de que alguna vez sea, ilusion de lo que nunca sera…
Rockstar
El profesor de matemáticas era uno de los peores de toda la escuela, siempre serio, cansado y sin nada que contarnos sobre sus fines de semana o al menos hasta verlo en una tremenda Harley-Davidson eso creí.
Los vikingos nunca usaron cuernos en sus cascos. Mi padre nunca tuvo su moto. Este desnivel nunca vio pasar a alguien tan ridículo y yo nunca supe muy bien cómo sobrellevar el destino. Tal vez alguien más, si el futuro alcanza.
Las vacaciones
-me dijo mi mama ¡ya quítate esa porquería de la cabeza! llevas meses con ella,seguro tienes una colonia de animaluchos haciendo fiesta,desde la cocina puedo oír ¡un hurra por el hombre del casco! ¡otro hurra por que no se lo quite nunca!
-mama llevo viviendo contigo treinta años y aun no me comprendes, esto no es un simple casco, es un cumulo de recuerdos que atesoro de las inolvidables vacaciones de mi vida.
_ ¡por favor¡ yo tengo que tolerar tu cuchicheo con las vecinas cada mañana , mientras comparten recetas según ustedes o tu clásico canto ya duérmete porque es de noche cuando aun son las nueve, que tanto ves en la televisión se te pudrirá el cerebro. .
-y perdón pero te recuerdo que fuiste tu la que no quisiste ir conmigo al infierno, claramente tus palabras fueron ¡hay yo no voy por que es un lugar para pecadores!¡solo los inmorales van ahí!, no sabes de lo que te perdiste, sin duda el infierno es el lugar al que todos deben ir una vez en su vida.
-que te digo, las noches resplandecen mientras auroras boreales de lamentos perfuman la belleza de afrodita, desbordantes amaneceres acuchillan las espaldas de almas que son tragadas por arenas de un mar muerto y no se diga de la embriagadora danza de lagrimas hasta creí ver ahí a papa bailando con una exuberante mujer que se desgarraba de dolor.
-ya extraño los tragos que compartí con aquellas silenciosas sirenas y los tranquilizadores susurros de los santos al ser litigados ,¿Cómo decir no a tan excitante lugar ?cosas inimaginables aparecen y desaparecen entre sus cielos sangrantes,seguro regresare de nuevo !huau¡.
-mientras tanto conservare el casco y al diablo los puritanos y conservadores que se sonrojan al ver mis cuernos, ahora me voy al trabajo y no me esperes para cenar que tu amado hijo hoy se va de fiesta.
Con cabeza de vaca y cuerpo de motocicleta, siguió su viaje al D.F. sin notar que había sido picado por un insecto que más tarde le ocasionaría una muerte súbita por exposición a altos niveles de ozono. El rojo de las luces, eran la señal de peligro. Pero en su carrera contra el tiempo, no se pudo percatar que viajaba hacia su propia asfixia.
La mujer del cuaderno
Cuando el abuelo se jubiló se retiró a Los Almendros y juró que nunca saldría de la finca, pues nada debía ya al mundo exterior. Allí tenía todo lo necesario para pasar lo que le quedara de vida dedicado a sus aficiones: el dibujo y la floricultura.
Los años de reclusión no hicieron mella en su ánimo, a pesar de vivir solo casi todo el año. Toleraba la presencia de Elvira, una mujer del pueblo que un día a la semana acudía a hacer la limpieza de la casa, como un mal necesario para mantener la independencia de su paraíso, constantemente amenazado por su hija, nuestra madre, que había prometido encerrarlo en una residencia a la menor señal de abandono de las normas del orden y la higiene.
A nosotros nos gustaba pasar con él parte de las vacaciones estivales. Asaltábamos Los Almendros y, bajo su escasa vigilancia, disfrutábamos de una libertad impensable en la ciudad. A las correrías con los chicos del pueblo sumábamos sus lecciones de dibujo. Sólo yo había heredado su habilidad para el retrato y pasaba las tardes con él perfeccionando mi técnica.
Un día descubrí en su estudio un montón de cuadernos repletos de apuntes de un rostro de mujer. Le pregunté quién era y, tras cerrar la puerta del armario con llave, me dijo que sólo era un fantasma y pasamos la tarde dibujando orquídeas, su gran pasión.
Ni las actividades ni el carácter de mi abuelo podían describirse como los de un héroe. Tal vez, por eso, el suceso extraordinario que cambió nuestras vidas no obtuvo el reconocimiento que merecía y sólo provocó incomprensión.
Hacía unos días que habíamos vuelto a la ciudad y él había recuperado la tranquilidad de sus costumbres de ermitaño, que incluían deambular por toda la finca en pijama y no pisar la bañera hasta que la visita semanal de Elvira le obligara.
Aquella noche encendió la televisión a la hora del noticiario y ante sus ojos apareció el rostro que había dibujado tantas veces. Contempló por primera vez sus arrugas, las canas, la expresión sombría, pero no tuvo ninguna duda, era ella. Prestó atención y escuchó que iba a pasar la noche en los calabozos de la comisaría hasta que, por la mañana, la trasladaran a la cárcel provincial.
Hizo un ramo con sus mejores orquídeas y, tal como iba, sacó del cobertizo el ciclomotor que mi padre había regalado a mi hermano aquel verano por haber terminado el bachillerato. Una ráfaga de lucidez le hizo imaginar el escándalo que iba a organizar mi madre cuando se enterara de su salida nocturna y, en aras de la seguridad, se colocó el casco que me había tocado en una rifa del pueblo.
Y así fue como, a lomos de una motocicleta, en pijama y con un casco de vikingo en la cabeza, mi abuelo rompió su juramento y, tras quince años de encierro, salió de Los Almendros.
Condujo toda la noche y llegó frente a la sede de la policía justo cuando aquella mujer estaba siendo escoltada a un furgón blindado. Corrió hacia ella, le entregó el ramo de flores, extendió la mano y ella se la aceptó. Corrieron juntos, ante la estupefacción de los agentes, y escaparon en el ciclomotor.
Mi madre fue la que avisó a las fuerzas del orden, que se personaron en la finca para llevarse a la prófuga.
No hemos vuelto a Los Almendros. Después de que encerraran al abuelo en la residencia, cerraron la casa. Pero sé que, de algún modo, sigue cuidando de sus flores porque siempre tiene un ramo de orquídeas frescas sobre la mesilla, junto al cuaderno en el que sigue dibujando a esa mujer que dicen que se parece tanto a mí.
La abuela.
El día que mi abuelita se mudaba, decidimos acompañarla. Ella siempre había sido una amante de las motocicletass y ese día no iba a ser la excepción, se puso su ropa favorita para esos viajes en su máquina, pero sin olvidar su hermoso suéter tejido que siempre le encantaba llevar puesto a casi todos lados; sin embargo la razón de esta mudanza no era algo que esperáramos: la razón fue que mi abuela abandonó a mi abuelo porque él la encontró con otro. Hubo gritos, hubo cosas lanzadas por el aire y las mismas cosas se volvieron algo roto, mi abuelo le reclamó que él siempre le había sido fiel y que cómo se atrevía a hacerle eso; mi abuela solo le pidió una semana para mudarse a su casa que mantenía en un pueblo cercano a la ciudad y se mantuvo en silencio, hasta hoy. Cuando fuimos hace unas horas a verla para ayudarla con sus cosas y el camión de la mudanza, ella salió con un casco que nunca habíamos visto, bien pulido y cuidado, lo tenía desde el segundo año de matrimonio con mi abuelo y le había dado mantenimiento constante. Al pasar ella a lado de mi abuelo con ese artículo en la cabeza, le dijo: «Espero que te guste mi casco, mira que el adorno de los cuernos ha crecido mucho desde que fuimos a esa fiesta con Mariquita, por cierto, ¿cómo sigue? Espero que esté muy bien, mándale mis saludos y dile que ya puede mudarse para acá; claro, si la Güera o tu secretaria no llegan antes». Mi abuelo se quedó con la boca abierta y ella simplemente dio la orden de irnos mientras subía a su motocicleta y la encendía. Al parecer, siempre esperó la oportunidad perfecta para sacar sus cuernos del clóset y mostrarlos al mundo con todo su esplendor.
La persecución no se detenía, toda vez que había descubierto lo que traía en la caja del trailer este abyecto chofer, ya no podía detenerme. Le gritaba como loco desesperado, me hervía la sangre pero la adrenalina del camino y el peligro de la velocidad todavía me mantenían cuerdo.
Me seguía preguntando, ¿ de dónde proviene tanta maldad ? Las criaturas indefensas que había visto de reojo seguramente no verían más a sus familias si yo no hacía algo, pero quizás también yo me arriesgaba no ver nunca más a mi hija si esto se decantaba en algo tan peligroso.
En ese momento ya estaba pensando en volver, en abrigarme en mis miedos para ser indiferente pero el ímpetu que me hacía acelerar era cada vez más fuerte, más real que todos los miedos sobre mi asqueroso empleo y sobre el destino que tendría mi hija con mi exesposa y su nuevo galán.
Fue cuanco decidí arriesgar el todo por el todo, mi vida frente a la de esas criaturas llorosas y angustiadas.
El funeral del gran jefe había empezado. La lluvia había sido invocada y ya cubría toda la avenida. El cuerpo yacía en la caja, ataviado con joyas y rodeado de ídolos. La pira estaba lista. La tribu, subida en sus autos, cantaba a los dioses mientras esperaba la señal.
Pero Eric no llegaba. Y sin antorcha no podían seguir.
—–
Mientras tanto, en el desnivel de Tlalpan y Miguel Ángel de Quevedo, un jovencillo greñudo con apenas un atisbo de barba y vestido con los ropajes y casco ceremoniales (como lo ameritaba la ocasión) aceleraba a fondo, tratando de rebasar a un camionero y recordar la ruta más rápida para llegar a Alta Tensión; todo esto sin perder el equilibro en la moto ni tirar el galón de gasolina que detenía con las piernas.
“Maldito tráfico. Maldito taxi que no me quiso hacer la parada. Maldita ciudad caótica en la que llueve de un lado y del otro no. ¿Por qué todo mundo se ataranta cuando llueve? Si aquí ni chispeando está. Mal rayo me parta, ¿por qué se me ocurrió irme de jarra ayer? Crudo y toda la cosa, pero según yo salí con tiempo suficiente… y para colmo no tengo señal para avisar. ¡Por el ojo de Odín, qué tarde voy!”
Eric estaba seguro: esta vez sí lo iban a colgar.
—–
No podían esperar más: los otros automovilistas comenzaban a darse cuenta del ritual y a tomar fotos, seguro para hacerles burla en internet. Con fuego o sin él la ceremonia debía continuar.
La vieja Brunilda canturreaba sus plegarias mientras veía al ataúd del gran jefe flotar lentamente sobre el carril de baja velocidad hacia un rumbo desconocido, una barranca o una coladera destapada, lo que llegara primero.
“En esta ciudad hasta llegar al Valhalla es toda una hazaña”, suspiró.
El llanto de Dédalo.
Y entonces comprendió que ningún laberinto es complejo si se tiene una Harley-Davidson.
Pequeño bonito y divertido, es el que más me ha gustado.
Lo incómodo de ser motociclista en la ciudad no era el tráfico ni conducir usando su casco de vikingo, sino que su pelaje lo hacía sudar más y sus pezuñas no le dejaban agarrar bien el manubrio.
Demonio
El demonio vio el objetivo, persiguiéndole por el periférico, lo centró, como el tirador acomoda la flecha y le cuenta su suerte con el roce del aliento. Se dirigió al blanco, el del camión de lento avance. Saliendo de túnel, el motociclista fue la calcomanía en las puertas del móvil de carga.
? Si hubiera sido más creativo, alejándose de la maldita imagen que tiene de mí el imaginario colectivo ? yo que solo soy un simple conductor de microbús.
A la caza
Y yo , que por mis cuernos me conocen voy de incógnito. sin prisas y a la caza advierto :» Sigue mi luz escarlata y sube » Nadie nos mira, delante nuestra siempre habrá quien nos oculte.
La última vez que tuve tanto miedo me di cuenta de que estaba bajo el puente y detrás del camión y que no debí gastarme la quincena en un casco con cuernos que atraería a las chicas, porque si de seguridad se trababa, mejor habría pagado para que revisaran (como aconsejó mamá) el aceite y reparasen el sistema de frenos de la motocicleta.
Heroína
Lunes de cualquier día por la mañana.
Rodrigo no quiere desayunar otra cosa que no sean donas del Walmart. Le digo:
– Espérame aquí. No tardo. Voy por ellas –francamente ahora no quiero contradecirlo.
Enciendo la televisión; le dejo un programa de caricaturas.
Veo mi reloj: apenas tengo tiempo…
En el trayecto pienso que su madre, de quien estoy separado, ni siquiera llamó el fin de semana. Es la segunda vez en el mes que lo deja plantado. Seguramente hoy querrá resarcir el daño y pondrá por excusa una tontería: que tuvo complicaciones con las autoridades. Siempre lo mismo: haciéndole a la heroína.
Pero ahora el niño se ha dado cuenta de que algo no va bien. “¿No vendrá mamá, o sí?”, preguntó con el semblante triste el domingo por la tarde. No supe qué contestar.
Tomo las donas en el súper y compro alguna cosa más.
De regreso a casa, mientras conduzco, el enfado aumenta. Estoy decidido a mudarnos. Acelero.
Apago el motor de la motocicleta y me saco el casco.
Meto la llave en la cerradura y antes de abrir, escucho detrás de la puerta sus risas: ¡la heroína!
Han secuestrado a la esposa del diablo.
Él persigue a los secuestradores por las calles de la ciudad mas peligrosa del mundo, su motocicleta va dejando el eco de un sonido espantoso, hasta que alcanza el camión. Usando sus poderes abre las puertas done supone que esta encerrada su amada, pero en su lugar encuentra a su madre, el resto es historia. 🙁
«¿Quién te escribía a ti versos, dime niña, quién era?
Quién te mandaba flores por primavera…»
Los vikingos usaban cascos pero no con cuernos. Casi nadie lo sabe. Los vikingos y yo lo sabemos.
«Y cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta…»
Me critican por mi música, dicen que es anticuada. Ellos sólo escuchan basura como El Komander. Esa canción la escuché en un disco llamado «Sonidos del ayer». Brutos: no saben que toda la música es de ayer, desde Bach, pasando por The Beatles, hasta Shakira.
Pero debo dejar de desvariar. El camión está puesto. Es el lugar. En cualquier momento soltarán la carga.
Circulaba por la avenida de la Independencia en mi flamante Honda Integra, camino del trabajo, cuando me adelantó un Versa plateado. Inopinadamente, el conductor comenzó a pitarme. ¡Idiota! Estuve por darle más gas a la motocicleta y dejarlo atrás, pero decidí no hacerlo: no tenía ninguna prisa por llegar al almacén.
Unos metros más adelante, los ocupantes de un Volkswagen Vento marrón cieno se pegaron a las ventanas y comenzaron a hacerme gestos cuando el auto se colocó a mi izquierda. No paraban de tocarse la cabeza y sonreír. Uno de ellos, incluso, me hizo un gesto obsceno con los dedos índice y meñique de la mano derecha. ¡Qué diablos! No aguanté más. Aceleré y dejé atrás a aquellos imbéciles.
Iba tan rápido que tuve que adelantar a un Spark amarillo. Me fijé en que la conductora era una chica bastante guapa. Aferraba con las dos manos el volante, como si temiera que se le fuera a escapar. Llevaba la ventanilla bajada y el aire hacía que la blusa se le pegara al cuerpo. Frené un poco. Durante unos metros nos quedamos en paralelo, hasta que ella advirtió mi presencia. Apenas me miró, comenzó a reírse desaforadamente. ¡Rayos y truenos! Aceleré y la dejé atrás.
Fue al adelantar a un Chevrolet Sonic negro cuando advertí por fin lo que estaba sucediendo. El Chevy llevaba las lunas tintadas. Al contemplar mi imagen reflejada en ellas, vi que algo salía de mi frente. ¡Por cien mil demonios! Lo comprendí de inmediato: Isabel había vuelto a ponerme los cuernos.
Hola, Plácido Romero. Me gustó tu narración, muchas felicidades y tambiénnsuerte.
Aurora era la mejor lechera. Me enamoré de ella en cuanto la ví. La llevan en ese camión- frigorífico . En el próximo semáforo voy a descerrajar la puerta . La rescataré y huiremos.
Todas eran fieles devotas de Dios y de su hijo martirizado en la cruz. Su vocación: la docencia. Pero, por castigo o bendición, a su colegio sólo llegaban niños inadaptados poco, o más o menos, mal portados. Chicles en el cabello, petados en las oficinas y libros extraviados eran parte cotidiana de un día con aquellos niños. Sin embargo, para las monjas ciegas, abnegadas y devotas, era su propio viacrucis que ellas debían transitar.
Entre todos sus estudiantes estaba Gabriel quien no era un niño terrenal. Su fama le había arrebatado las amistades y sus acciones lo condenaron a un colegio religioso. En realidad era del tipo silencioso lo que inquietaba aún más.
***
Al final del día, niños y monjas se despedían sin rencores como un juego que había terminado.
-¡Soy hijo del diablo! ¡Soy hijo del diablo¡ Gritó Gabriel.
Las monjas lloraban, corrían, chillaban. Las monjas tapaban sus oídos y cerraban sus ojos con fuerza divina porque nadie conocía el juego de Gabriel.
-Ruge cuando avanza y su sombra revela los cuernos veletos que retan al cielo. Invocó Gabriel. El diablo es quien viene por mí. ¡Cerca! ¡Cerca está!
El miedo aumentó cuando un rugido se escuchó en la puerta. Los chasquidos de cadenas y estoperoles acompasaban los pasos. Hasta que una sombra humana con cuernos se fue revelando mientras avanzaba al hacia la puerta del colegio.
-¡Papá! Gritó Gabriel mientras corría hacia la sombra.
Ninguna intentó detenerlo.
-¡Nos vamos en moto! ¿Trajiste mi casco?
Mañana de Aurora.
Desperté a las cinco de la mañana, temprano para un soñador como yo, no tenía idea de lo que este día me traería; como siempre me puse mis pantuflas, me puse de pie, camine por el pasillo que conduce hacia la cocina, encendí la luz y entre un tic tac de ojos me reincorpore para poner café; algo sentía en mi pecho, era un presentimiento del cual no sabía de qué se trataba, me serví una taza grande de café de olla, mientras que me comía un bolillo sumergido en mi bebida caliente, recuerdos de mi juventud llegaban a mi como mensajes de WhatsApp, uno tras otro y solicitando respuesta inmediata; termine mi aperitivo y me metí al baño, al salir me puse un pantalón de mezclilla, playera con el estampado de Lennon, tenis, chamarra y mi inseparable casco de vikingo; monte mi motocicleta que ya me esperaba como cada día afuera de mi puerta, era la mañana más bella del mundo, con el canto de pájaros matutinos, la brisa y el olor a ciudad, Salí camino a ninguna parte, no cargue gasolina, el celular lo deje en casa, por esta vez, solo quería disfrutar de la vida, de mi vida, esa, que ya no tiene sentido desde que Aurora, mi novia, muriera en aquel accidente de motocicleta y que esa misma mañana pasara por su cruz, por la avenida constituyentes, donde ella partió.
Minotauro montó su motocicleta, dispuesto a perseguir al camión de la compañía de carnes frías que secuestró a su esposa creyéndola una vieja vaca.
Por supuesto que no iba a pagar el rescate pudiendo, él, hacer justicia por propia mano.
Y ella soñaba, incluso cuando corría por el campo y el aire fresco golpeaba su cara. Soñaba que era un ave; otras veces, que era una mariposa.
En las noches, cuando pasaba el tren y ella ya se disponía a dormir, soñaba que iba en él sentada en el techo,deteniendose muy fuerte de la canastilla o de los bordes de éste.
Podía sentir en su cuerpo el roce de la neblina, si fue un día lluvioso, o un tibio calor, si el sueño fué en verano.Pasaron rápidamente dos décadas y con ellas, se fue adormeciendo sus sueños.
Y cuando quiere soñar otra véz, no le queda otro recurso, sino subirse a esa máquina infernal (motocicleta), y a toda velocidad, cruza la ciudad.
Esa ciudad, cubierta por un asfalto ardiente y un paisaje árido y sucio. Atestada de monumentales puentes,señales y pasos a desnivel.
Añora el campo de su niñez, sin percatarse que en su veloz carrera ¡lleva la luna en cuarto menguante!…sobre su cabeza.
El peso de los pecados
El 21 de diciembre del 2012 debía ser el último día en la Ciudad de México. El juicio final ocurrió sin grandes explosiones, plagas o fuego caído del cielo. Nadie se dio cuenta cómo pasó. Zagan, el rey de los demonios, consideró que ya no era necesario mayor castigo. La megalópolis había sufrido más de mil temblores e inundaciones desde que dejó de ser Tenochtitlán.
Mi rey patrullaba feliz el último cargamento de los condenados. Aquellos que nunca creyeron en nada, ni en el bien ni en el mal, vivirían en la más absoluta compresión. No fue fácil confinar a veinte millones en un cajón de trailer. Cualquier mínimo error implicaría años de recolección y ya no quedaba más tiempo. Futuro, presente y pasado terminaban a la medianoche.
Las curvas de viaducto apenas dejaban pasar al convoy. Los puentes tuvieron la altura suficiente para que la cabina no rasguñara el concreto. Yo lo había calculado todo perfectamente. Pero al tomar como atajo el segundo piso me di cuenta que olvidé una cosa: el peso de los pecados. Su volumen podía comprimirse; pero su peso, según las leyes naturales de este mundo luciferino, también se acumulaba y era demasiado para las ballenas. La suma de los pecados mortales apenas podía sostenerla la ciudad, ahora me explico porque había hundimientos desde que se tiene memoria.
Es julio del 2016. La CDMX tiembla cada semana como gelatina y se inunda todavía como la Atlántida. Cada noche el número de personas desaparecidas se incrementa sin que se sepa nada de ellas. Por mi parte, trato de esconderme de la ira de Zagan debajo de los puentes.
Alex se sentía malito. Alex puso en marcha su motocicleta. Alex fue a visitar al médico.
[Inyecciones de Rocanrol]
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El Caballo del Diablo
Debe su nombre a la acumulación de malentendidos alrededor de su figura. Allí donde unos lo han visto fiero y peliagudo, los más se dedican a esparcir la historia del encuentro con el ser. En ciertos momentos tiene tres cabezas. A veces, la figura negra es tragada por sus ojos de fuego. Otras persigue sin tregua a quienes lo ven. Otras, no hace nada. Cierto es que el caballo del diablo ha generado más leyendas que las dudas que resuelve, y en ningún modo podrá negarse su función pilástrica en las culturas del mar angosto. Apareciendo por igual a hombres que a mujeres, suele preferir la noche y nunca se ha sabido si es la persona quien encuentra al caballo endemoniado o viceversa. Hay quien dirá que es un rumor esparcido por alguna cofradía de oscuros propósitos, pero en lo único en lo que todos los relatos concuerdan, es que su tamaño es no mayor al de un perro.
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[…] el premio el cuenta sin título de Plácido Romero, por la forma en la que se apropia de las implicaciones de la imagen (sin atar […]