Las Historias convoca a su concurso #116 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
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1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 27 de febrero de 2016. Quedan invitados.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
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Cuando desper… No. No despertó.
Y así libró el pago de tamales aquel abogado; sin cuerpo no hay homicidio.
LA ROSCA
Una tras otra, con esos intervalos largos que nos caracterizan a los mexicanos para llegar a cualquier evento, preámbulos de festivas recepciones, fueron llegando las visitas.
La rosca de reyes reposaba en el centro de la gran mesa del comedor, como una ofrenda al amor familiar.
Carcajadas y gritos, bailes de niños animados por las palmas y cantos desafinados de adultos que bailan más animados que los niños, quienes sonríen inmersos en la pena ajena.
El festejo alcanza su culmen. Toda la familia, sentada en torno al mesón, se prepara para el gran ritual. Con trabajos, la abuela saca un inmenso cuchillo de un cajón necio. El filo reluce bajo la luz tenue de un candelabro empanizado con polvo, mientras la mujer se dispone a cortar la rosca, adoptando la posición de quien pretende partir en dos una anaconda.
Hunde el cuchillo en el mullido pan y sonríe. El primer tajo sale limpio, sin tocar plástico. Hunde de nuevo la hoja y su sonrisa deviene una carcajada seguida de un aplauso.
—¡Gracias, Santo Niño de Atocha! ¡Me salvé de hacer los chingados tamales! ¡Con las reumas que me cargo!
El tío Porfirio levanta el cuchillo. Otro tajo limpio, igual que el siguiente. Su sonrisa deja ver unos dientes cubiertos por el velo de la nicotina.
Ezequiel levanta el cuchillo. Sus pequeñas manos apenas pueden sostener el mango. Su madre se apresura a ayudarlo a cortar la rosca. Un tajo limpio, otro igual.
Ezequiel se lleva enseguida el gran trozo de pan a la boca. Muerde, mastica, engulle, muerde, mastica, engulle, con ansiedad, como si no se hubiera tragado medio kilo de fruta de la piñata y dos tazas de chocolate.
La tercer mordida es distinta. Algo le impide cerrar la mandíbula. Un instante después, sus dientes chocan violentamente, soltando un fuerte chasquido. Se escucha un alarido punzante. La madre de Ezequiel corre hacia él.
—¡Ya te mordiste, Cheque! ¿Ya ves? ¡Por andar comiendo como perrito!
Pero al acercarse, la mujer nota una mancha de sangre junto a un pequeño hueco en el pan. Un hilo de sangre escurre por la boca de Ezequiel. Su madre lo limpia con una servilleta y descubre el manantial de ese delgadísimo arroyo: en el labio superior del niño se ven unas marcas casi imperceptibles, pero profundas, de lo que parece una mordida; un conjunto de diminutos orificios hechos por agudos dientecillos.
Estaba dormido cuando nos convertimos en estatuas de sal.
El narcotraficante se libró de la estatua porque le perseguía la policía. La niña salió a jugar al barrio marginal y abrazó la estatua. Sonrió. Era el primer juguete que tenía que no era un trapo sucio.
Acurrucado debajo de la banqueta, abandono aquel cuerpesillo.
Fué entonces cuando cogió valor y cansado y enfermo del infierno de ser sumergido y torturado en las masas de grasa y harina donde lo sometían, huyó de ese lugar, sofocado y sin poder respirar, murió desnudo y triste en esa calle fría no muy lejos de su lugar de origen, la fotografía fué captada como nota roja de un periodico desconocido.
«El asesino de la rosca»
Introdujo el cuchillo. Al rebanar, sintió la dureza. «No, no puede ser», pensó, «¿Y si…?»; dio un movimiento brusco, pero suave, y logró decapitar al muñeco. Tomó el delgado trozo de pan y lo devoró de un bocado. — Me tengo que ir.—, se disculpó, –¡Nos vemos! —
Salió corriendo de la oficina, antes de que alguien lo cuestionara. De camino a su auto, esbozó una profunda sonrisa. Notaba la adrenalina corriendo por su cuerpo, y lo único que se repetía, en la mente, era: «¿Será igual de fácil hacerlo con una persona de verdad?».
Todo inició y terminó en el mismo lugar. Sin embargo, me vi tan diferente y … me gustó.
Le pregunté varias veces por los bebés.
– ¿Ya están en la rosca?, a lo que siguió en cada ocasión la misma respuesta, agridulce en su tono y llana en el gesto:
– Sí.
Cuando llegamos a la casa de su mamá, que insistió más que de costumbre en vernos, lo primero que hizo fue preguntar:
– ¿Dónde están los niños?
El padre también comenzó a buscarlos, sin decir palabra. Su hijo, mi esposo, les dijo:
– Ellos se quedaron dormidos.
El paradero de nuestros hijos, de pronto fue motivo de escrutinio silencioso. Su madre se exasperó, sin perder esa sonrisa de suegra incomoda.
– ¿Dónde? Quiero abrazarlos.
Y dicho eso nos abrazó a nosotros sólo para ver lo que teníamos detrás. Ambos buscaron con la vista a los bebés, quizá esperando en el auto. No se fijaron ya en mi esposo, su hijo, que tenía la mirada puesta en la rosca.
Escuchamos mucho ruido en la cocina, demasiado para ser domingo. Platos, vasos, cucharas, todo se sumaba al tormento. Al asomarse, papá nos llamó con un grito. Mi hermana y yo, que aún no nos acostumbrábamos al escándalo de las seis de la mañana, tardamos en salir de la cama. Un nuevo grito, y la licuadora estrellándose en el piso, nos hizo levantarnos de inmediato. Los ojos bien abiertos y la piel roja -casi morada- de mamá me hicieron pensar que debía llamarle a una ambulancia. Mientras tanto, papá jaloneaba a mamá hacia la calle, a ver si algún vecino que estuviera despierto podía ayudarlo. Antes de abrir la puerta principal, en el patio, y de un golpe seco en la espalda, mi hermana había logrado que mamá botara el muñeco. En silencio, aturdidos por despertar de mala manera, volvimos adentro. Creo que me tocan los tamales, dijo mamá, luego de terminarse el pedazo de pan que le faltaba.
666 DE ENERO
Nadie sabe qué decir, ni menos aun qué debe darse, si una de estas víctimas le aparece en el bocado. Es común que, de atraparlos la mordida, sus huesitos crujan, y sangre con pequeñas vísceras y piel se asomen por los labios. Dicen que a veces hay un grito, pero tan minúsculo y fugaz que nuestra boca lo suprime. Nadie puede condenar que, ante tal horror, espulguemos cada trozo y, al encontrar uno, lo pongamos en el suelo. Se habla de sepultarlos o de al menos darles nombre y evocarlos en algún rezo; pero unos, como yo, sólo esperamos olvidarlos, que descansen si sufrieron o, si es que antes no pasa un gato, tan sólo se evaporen. Malos son los tiempos cuando, de la rosca, los muñecos salen como recién ahorcados.
El niño, cansado de esperar, se recostó. Seguro su cita se estaba haciendo rosca.
Cuando por fin se durmió, soñó que ya no era un niño de piedra.
«Niños de Yeso»
¿Qué esperaras para decidir si tomar la derecha o la izquierda? Tal vez que la muerte no se asome por alguno de los dos lados, o que la oscuridad nos llame lentamente con sus labios de miel y esas huesudas falanges frías, de frente al camino que no se tomará. Encerrado siempre en esa lección de impaciencia y repudio por los caminos simples y más que nada singulares, de lejos buscando la mina y la mirilla intensamente pintada de rojo bajo los parpados en la noche de San Juan. Caminamos entonces con la paciencia del cirujano mortecino tan parecido a la dicha indulgente del que se sabe perdido pero apronta la valentía del cristal de humo silenciador y cómplice. El bosque nos llamó de lejos y el horno, y Mateo estaba llorando, parecido a los cachorritos del mercadillo. Nos adentramos finamente deslizando el alma a través del esternón de lo desconocido, palpando las llamaradas del peligro indescifrable del lago eterno de la vida eterna que se encuentra en derredor y meridiano y todas partes, mojando de recuerdo y poesía de los muertos a un par de niños que somos energía de perros callejeros y ahogarnos sería la vida. Al final fue la derecha y la izquierda, el todo vivo, el todo lejos de la pobreza, el todo no necesario del robo, de la supervivencia y del correr de machetes por medio trozo de pan duro y fruta enterregada. Sabor a moho y la garganta purificada por la desesperación de unos pulmones negros de lo cotidiano en México, llenos de latón liquido y nuevo amanecer, no más sufrimiento, la mano lenta de la muerte y los giros, poco a poco la petrificación en los huesos, el rescate de “Los Otros”, los plásticos, los inmóviles, los acarreadores de mala suerte y dos de febrero, la tranquilidad de desaparecer, en un estomago o arrogados en la banqueta, eludidos personajes de reyes y religiones vanagloriadas hipócritamente.
Morder tu carne entre el pan nuestro de cada día. Pecar sin sorpresas, sin aspavientos, sin persecuciones. La risa caía como lluvia negra sobre aquellos que no escondieron tu secreto. Entre la muela que me faltaba (por una endodoncia mal atendida), te oculté sin que Lucrecia lo notara. Al final todos se fueron y yo bajé por las escaleras de servicio. Me gustó tu sabor y empecé a morderte. Sabías a plástico y a victoria. Luego me cansé de tenerte entre mis dientes y te dejé escapar desde la cornisa de mi boca. Parecías un ángel cuando te arrojaste al abismo como intentando volar. Pero no resultaste tal, porque sin alas te estrellaste en el duro invierno del pavimento.
SALVADOR
No pudo más. Bastaron apenas cuatro semanas de trajín en este mundo para que los pecados de tantos hombres se le echaran encima a manera de una fatiga colosal.
— ¿Puedo tirarme a dormir aquí?
— Donde tú quieras.
— Pero no olvides despertarme muy temprano el Miércoles de Ceniza…
SALVADOR (versión corregida)
No pudo más. Bastaron apenas cuatro semanas de trajín en este mundo para que los pecados de tantos hombres se le echaran encima a manera de una fatiga colosal.
— ¿Puedo tirarme a dormir aquí?
— Donde tú quieras.
— Pero no olvides despertarme muy temprano cuando ya sea Miércoles de Ceniza…
MUY BONITA
Era muy bonita. Se llamaba Deyanira, pero le decían Deyo. Cabello rubio, enroscado en densos caireles, piel blanca, ojos color mariguana y una sonrisa enorme.
Vivía en una casona del Centro, por el Teatro Blanquita. Era un edificio en ruinas. Las puertas y ventanas estaban clausuradas con tablones podridos, sólo se podía pasar dando un brinquito por un hoyo que había en un muro. Dentro, los cuartos estaban a punto de venirse abajo; los techos se sostenían por vigas mal improvisadas y el agua del drenaje picado chorreaba por las frágiles paredes hasta impregnarlas de un olor insoportable. Tendederos con ropa vieja saturaban el húmedo patio, donde, al verme, salieron dos mujeres bravuconas y desconfiadas para averiguar qué buscaba.
Pregunté por Deyo. Estaba fumando piedra en una de las viviendas del segundo nivel, sentada en la cama con un par de jóvenes ariscos. Sonrió al verme y sopló una nube de vapor blanco con olor a laboratorio.
Un hombre en camiseta, con cara de fiera, salió de entre las sombras con una botella de caguama tomada por el cuello a modo de garrote. Sin decir nada, clavó sus furiosos ojos en mí. En el suelo, como escapado de una imagen en Siria, estaba tendido un niño, sin nada que protegiera su cuerpo desnudo del suelo podrido y rocoso. Quise levantarlo, saber si era de ella, si estaba bien, hacer algo, pero el hombre dio un paso al frente disparándome una mirada de estar dispuesto a todo.
Retrocedí, di media vuelta y corrí hasta la estación de metro Bellas Artes sin volver la espalda. Fue el último intento que se hizo para avisarle a Deyo que esa tarde había muerto su madre. Lástima, de verdad, era muy bonita.
¿Imaginación?
-¡Por favor, callen a ese niño, ya no soporto su llanto, aquí, dentro de mi cabeza!
Así gritaba el paciente, del cuarto numero veinte, dentro del Hospital Psiquiátrico.
Un mes antes…
El antropologo Olavarrieta, supervisaba las restauraciones que se realizaban al viejo convento de San Jose; joya arquitectónica de la epoca colonial. De pronto le pareció escuchar un llanto, como de recién nacido.
-¿Escucharon? Preguntó, dirigiendo la pregunta a los trabajadores que lo acompañaban. Ellos se miraron entre si, extrañados, y contestaron.
-No patron, no escuchamos nada.
Intrigado, regreso por la noche. Ya no había nadie, solo un profundo silencio. Cauteloso, recorrió los pasillos. De pronto… ¡Escucho nuevamente el sonido de un llanto, como de recién nacido! Apresurado, se dirigio hacia el lugar donde provenía el sonido. En un claro de la estructura, entre paredes escarapeladas y semi-destruidas, un rayo de luna iluminó una imagen central de donde provenís el llanto. ¡Quedó paralizado de terror! Sin embargo se acerco, hasta quedar cerca de una figura infantil, como de un recién nacido, hecha de mármol blanco; se acerco lo suficiente, hasta verle el rostro…Ya no recuerda mas.
Hoy…
Sujeto con la camisa de fuerza, continua gritando día y noche:
-¡Que alguien me ayude a sacar ese llanto de mi cabeza¡¡¡¡¡
Las hormigas comen plástico
El niño, quien en sueños sentía que se desvanecía en un torbellino de palabras, era arrastrado por las hormigas hacia una grieta transparente «los árboles vuelan cuando nadie los mira». Una pata por ahí, la antena por acá, el abdomen, las hormigas dejaban partes de sí, despojándose de cierta banalidad carnal, espejo hecho de sombras, «y siento temblar la carne como mosca ahogándose en un charco de aguas negras». Pero los insectos seguían infalibles en su deseo por mantener intacto al niño y llevarlo a la grieta «una verdad más allá de las palabras la mano de Dios tan inasible». Cayeron poco a poco, retorciéndose entre migajas de cemento y pan, mientras unos cuantos que no desistían de su hazaña ahora inútil terminaban arrastrando también sus entrañas líquidas «la muerte tiene un tacto como de hojas y polvo». La efigie del niño, «crucifijo roto inútil suicida ahorcándose con una soga de porcelana» entre el olor descompuesto y sutil de las muertas, «pero la muerte sucede y mi olor es parecido al presagio de sueños y al abandono de mi madre» erigía su silencio en cuyo reflejo estaban algunas plegarias no escuchadas, algunos murmullos previos a otro silencio más completo «un niño hambriento muere pues la soledad no se come y hay un deseo inmenso de asistir al banquete de tinieblas tinieblas al que sólo estás invitado si cierras los ojos».
– Una historia, dijiste «la historia», y no me mires así, que lo que digo es allá cada quien con sus historias y vámonos que ya tenemos todo para el pesebre de la abuela. Salen de la tienda, y bajan las escaleras. Ella tiene las vacas, a josé y a maria. Él tiene al niño, y al burro, para que no se rompan. En las bolsas va el resto. En el último escalón, él se detiene y empuñando el niño como una espada inquisidora, reclama
– ¡Ese es el punto! este pedazo de porcelana blanca, no es mas que una figurita de niño, que tendría «su historia» sino fuera porque carga «la historia» del nacimiento de un dios que no existe!. Ella mira al niño. y al fondo oye los casi gritos que siempre quieren tener la razón.
– ¡Pues que tu punto vuelve a darme la razón! yo solo veo que hasta las porcelanitas blancas de niños inmaculados me dan la espalda, me muestran el culo!. Responde y bota al niño que rueda sin romperse por el piso, entre las paredes rojas roídas por el tiempo.
Un día de suerte
Esa tarde el Costras tenía un mal presentimiento, apenas asomó la nariz por encima de la coladera en la que solía apartarse a dormir largas horas y sintió un frío que le erizó la piel, entonces recordó la amenaza de muerte que a sus 12 años cargaba a cuestas por parte del marrano azul, ese policía que lo había sentenciado por no ceder a sus sucias propuestas. Acomplejado por sus andrajosos vaqueros y un suéter con más hoyos que un queso, llegó a la calle de 20 de noviembre en el centro, era Día de Reyes y no faltaría quien le convidara un pedazo de rosca, -esta vez sí me sale el muñeco de la suerte- pensó mientras llegaba a la panadería.
Un chico de pelo largo y brazos tatuados salió con dos roscas envueltas, miró al Costras con ternura y no dudó en darle uno de sus paquetes, mismo que el niño abrió ansioso.
A la primera mordida lo sintió.. ahí estaba, lo sacó de su boca aún lleno de saliva y pan, al acercarlo a su rostro lo miró tan blanco, brillante y sonriente¡¡ fue entonces que escuchó un sonido seco y sintió un frío que recorría su cuerpo mientras caía al suelo viendo con terror el ansiado tesoro que escapaba de sus manos y quedaba a su lado; el policía declaró que ese peligroso niño de la calle intentó asaltar a un cliente de la panadería y no tuvo más opción que “aplicar la ley”… el Costras -Antonio era su nombre- tirado entre el aroma a pan y azúcar, cerraba los ojos para siempre con una sonrisa, el «niñito» de la rosca al fin le había dado suerte, pues sus días de soledad llegaban a su fin.
La Martola
Un pequeño muñeco cobró vida. Y al escaparse de la fabrica de niños dios y escuchar a dos señoras hablar de la situación del país se le murió el alma y en una iglesia buscó recuperarla. Y lo emborracharon con agua bendita y le despojaron sus pintorescas telas… Amanece y sonaron las campanas y comenzó la fiesta de la Candelaria.
Hábitat.
–¡Mira, mamá! Es un niño chiquito.
Y lo apuntó con su dedillo, prudente, sin tocarlo, su cuerpo a punto de agacharse, y sin saber si lo apuntaba bien mientras tenía la cabeza girada buscando los ojos y la atención de su madre.
–¿Cuál pinche niño, Ulises? ¿Quién te dio ese gis? ¡Ya déjalo y muévete!
Lo agarró del brazo mientras se ponía incomprendido de pie, y caminó la banqueta siendo llevado por su madre, con la cabeza girada buscando y encontrando con sus ojos el cuerpo de su curiosidad quebrarse.
El deseo del otro
Aun con la respiración agitada, el corazón latiendo aprisa como si quisiera narrar la angustia de lo vivido; la tristeza reflejada en el pecho, el cual muestra la grieta del duro metal ya reblandecido a punto de soltar el llanto; así despierto sin saber si es sueño o realidad, verdad o mentira. Me levanto sintiendo el suelo frio en mis pies desnudos; recorro la habitación en busca de una respuesta, lo único que alcanzo a mirar en el suelo es una pluma rígida y larga de tinta azul, junto al cuaderno rojo de pasta dura, los había dejado durante meses, por si en algún momento se necesitaban.
Sintiendo el deseo y el placer como fieles compañeros con el destino incierto. La veo caminando hacia mí, moviendo las caderas con el candor de las olas del mar, bella como siempre, con la belleza que le caracteriza al caminar; a lo lejos disfruto de la silueta marcada por la vestimenta entallada al cuerpo, el calzado permite apreciar la estética de sus pies, es mi mujer; metido en ese goce que permite la vista, disfruto de su presencia y sensualidad. De igual manera y con la misma intensidad, despierto del dulce ensueño que permite el placer; sorprendido veo a mi mujer avanzando hacia mí, recorriendo el pasillo ancho decorado con piso antiguo de mosaico azul y amarillo, el cual luce desgastado por el paso de los años, en su mano a la altura del pecho lleva un vaso con leche cubierto por el pan dulce ondulado; le pregunto ¿a dónde vas?, para lo cual ella solo se remite a sonreír con una mueca de complicidad y sensualidad; me enojo y pienso, ese alimento es para otro, el cual se encuentra en la habitación amplia y obscura, el otro está ligeramente acomodado en el sillón que asemejaba un diván, casi al ras del piso, el permanece entre el goce y el descanso; al percatarme de lo que acontece en la habitación obscura decido arruinarle su deseo, abalanzándome como niño desesperado sobre el vaso de leche, con la intención de tirarla y derrumbar todo lo preparado para el otro.
Sentada en la silla de respaldo alto en color madera, mi madre me grita a lo lejos, ¬¿Qué haces loco?, en ese momento me quede pasmado; trato de dar respuesta a la pregunta, lo único que puedo lograr es enloquecer buscando una explicación justa y razonable a lo que a mi parecer era inconcebible e inexplicable. Siento y pienso la respuesta adecuada, aun aturdido por la mezcla del deseo por ella y la vergüenza de saber que ella es para otro, mi corazón se agita la razón se perturba, las palabras son insuficientes para expresar lo que siento, lo que pienso, lo que vivo.
Así despierto, me doy cuenta que yo no soy su deseo, ella es el mío.
-¿Y si me despierto?
– Me está dando frío.
-¡Mejor no! Qué tal si abro los ojos y estoy solo, arrumbado por ahí, olvidado.
-Mejor me aguanto, total, no es la primera vez que pasa.
El ánima de los tiliches
Por María Dolores Bolívar
Me lo topé de casualidad pues había empezado a fallarme la vista y me dio por ver formas o brillo donde solo había una hojita o algún insecto triturado y disecado.
Tampoco lo habría reconocido ya que nunca lo contemplé de espaldas y menos desde ese ángulo inferior que resaltaba sus piernillas enclenques, retorcidas, tal y como se me apareció.
No tenía explicación el que acabara tirado, en medio de la calle, después de haber sobrevivido a varias mudanzas y dos históricos terremotos.
A primera vista me pareció un cacho de tubería. En el instante en que lo reconocí iba a lanzarlo de un patadón, hasta el patio de la casa de enfrente pero alcancé a escuchar, como salido de su boca minúscula ribeteada de hilo de oro y repujada en puchero, un sonidito.
Contuve la respiración, paralizada. Euh… la segunda ocasión ya no dudé, se trataba de un quejido. Voltee para todos lados buscando al bebé de brazos que lo explicase todo. No había nadie.
Y fue la sensación de verlo estirar la piernilla en permanente plié, lo que me obligó a devolverlo a su lugar sobre el piano.
Desde entonces muchos aseguran que lo han visto cambiar de posición o de lugar gimiendo o lanzando un frágil suspiro. Y a él le debo que cada año más triques se acumulen en mi vida, sin que me anime a tirar nada.
Te llegó de manda, aseguran mis hermanas que llevan el registro de la vida en cada uno de esos objetos que a mí desde niña me nacía echar debajo del sillón o en el tambo del patio, sin miramientos.
Ni supe cómo aquel minúsculo ser me cambió por la tilichera que soy hoy, abrumada de cosas inservibles. ¡Si todavía me irrita ver su piel despostillada y su tono azulado que hacen pensar que en lugar de un ángel de cerámica, se tratase de un bultito de hielo!
De cuando en cuando, todavía me llega a pasmar el vahído o la tos que arroja esa ánima de los tiliches, cuando me atrevo a remover el polvo o doy indicio de querer deshacerme de algo.
«Un mundo sin paz»
-¿Puedes imaginar un mundo sin paz? Algo en donde nadie sea libre de nadie, bueno, lo que quiero decir es que tu no te perteneces a ti misma si no a otras personas y estas otras no se pertenecen a si mismas si no a poderes mas grandes que ellos, algo así como una jerarquía en la cual todos obedecen al mas fuerte, todos como simples muñecos de yeso.
En ese momento dejo de ejercer la poca fuerza de sus músculos sobre el muñeco que tenía débilmente sujetado entre sus manos, este resbaló por sus largos dedos hasta llegar al suelo, dar un par de saltos en él y detenerse en aquella forma tan singular.
– No, no puedo imaginarlo… ¿por qué lo dices? -. Adrián tomó a Micaela de los hombros y la dio vuelta par que quede mirando a la ventana.
– ¿Ves a todas esas personas?-, le quitó el cabello del hombro y habló en su oído; – todos son víctimas de lo que acabo de explicarte, pequeña ilusa.
– No entiendo qué es lo que quieres decirme..
.- Lo que quiero decir, mi linda niña, es que ya vivimos en ese mundo-.
Hombre-niño
Camino kilómetros y kilómetros, con el las memorias de felices días, mas cruzar fronteras por mar o tierra en algún momento cansa; tranquilo se acomoda en un callejón solitario en espera de un poco de descanso; sin testigos, ya acomodado en el piso toma forma de niño al recordar el abrazo de su madre, el muro desgastado (siendo el único mudo testigo) le mira intentando darle las buenas noches, mas no entiende como, pues no sabe como llamarle, el hombre-niño es uno mas de los sin nombre.
DESPERTAR…
Respira, le duele. Su fina piel se estremece sobre la diferente realidad que le acompañó durante nueve meses. Su llanto percute en las rocas del juicio colectivo que al nacer lo sentencia con límites y prototipos.
Incapaz de comprender, el recién nacido evade su primer angustia detrás del sopor.
La vida lo recibe con los óbices abiertos y una dura realidad.
RECIÉN NACIDA
Nace, su piel creativa, desnuda de conceptos no comprende porqué es diferente al juicio que la recibe con dureza y frialdad.
Incapaz de enfrentar la sensatez de su entorno, se encoje debajo de sábanas imaginarias. Entonces y sólo entonces, la idea sueña.
PENITENCIA
—No dejo de verlo -decía la mujer- a veces camino despreocupada y de pronto en un rincón, de soslayo aparece. Es una sombra blanca, fijo la vista y… ¡allí está! En cualquier momento, por más ocupada o distraída que esté aparece tirado en el suelo, desnudo, tan pequeño… ¡Me voy a volver loca!
—Tal vez la decisión que tomaste hace tantos años…
—-Estoy segura, yo no quería. Fui consciente de que lo mejor era desaparecerlo… ¿Por qué ahora? ¿Por qué…? —Su voz quedó congelada en la garganta… allí, en un lado del escritorio del siquiatra, vio la imagen que tanto la atormenta… con la mano temblorosa señaló al pequeño muñequito tan común en las roscas.
El tierno abrazo de la muerte
La noche esta endemoniadamente fría señor Presidente, es como si la muerte se estuviera apersonando para llevarnos directito al otro lado. Lo que más siento es no haber terminado de leer su libro, se acuerda, aquel que usted escribió y nos regaló a sus más cercanos amigos y colaboradores. Pero, alguno de esos espíritus, con los cuales se comunicaba, pudieron darle el pitazo para estar prevenidos y en vez en estar aquí, estaríamos bien calientitos en nuestras casas… posiblemente lo traicionaron en contubernio con el “Chacal” para que nos perjudicara… no lo cree posible… usted siempre tan confiado… siempre con sus dudas. No cree que exista la muerte, pero se siente tan cerca que hasta la puedo escuchar, empieza con un susurro y termina con un escalofrío en la espalda. Si hubiera hecho caso a las advertencias de su hermano, en este momento estaríamos tomando coñac mientras redactábamos las ordenes de ejecución para los traidores. No me diga que los perdonaría… usted nunca va a aprender, por eso mismo, estamos en esta encrucijada. Mire a mi general, tal parece que tiene una pesadilla, aunque creo que es el único que saldrá vivo de esta conspiración… pero no hay marcha atrás, lo sé muy bien… lo hecho, hecho esta. ¿Cree que reencarnaremos en algo superior? Usted continúa siendo un soñador a pesar de las circunstancias. Yo solo espero que sea rápido para poder irme a reunir con mis muertos… confío en no verme en la necesidad de regresar de nuevo a este mundo, ya tuve suficiente, pelee por mis ideales y seguí ciegamente un sueño que se viene desdibujando al paso de las horas. ¿Escucha los pasos que vienen hacia nosotros? Señor Presidente, siento muchísimo frio, es como si estuviera recibiendo el tierno abrazo la muerte.
Señor lo esperan los militares para iniciar los festejos patrios… no me diga que otra vez está escuchando voces en este cuarto… son las sombras del pasado que continúan sin encontrar descanso, pero no se preocupe hoy el país está en paz. Solamente algunos brotes de descontento, los cuales hemos sofocado con toda la fuerza del estado. Se nos ha pasado la mano y nos hemos llevado inocentes, pero usted conoce perfectamente que el progreso se construye sobre los mártires. Por eso esperamos a que terminaran de comer la rosca de reyes. No somos barbaros, después de todo hay que respetar las tradiciones del pueblo. Escucho detonaciones… parecen balazos, tírese al suelo… agáchese… no levante la cabeza… lo siento tanto señor, pero yo también he escuchado los susurros de los espíritus y ellos me han reclutado, por así decirlo, para dirigir la insurrección… “los traidores echaron muy bien su trazo y para vengar rencores idearon un cuartelazo” …
Renacer
Voy corriendo, sé que lo maté. No tuve piedad, simplemente perdí el control. Una voz en mi cabeza me reclama gritándome: ¡Asesino! Y su voz retumba en mi cabeza más fuerte que mil tambores juntos. Por más rápido que corro, sé que tarde o temprano él me alcanzará, volteo hacia atrás y aunque no veo a nadie, escucho sus pasos sin parar. ¡Yo no lo quería matar! ¡Lo juro! Aquella alma molesta no me para de gritar. Fue la presión, la obsesión, la miseria, la ignorancia y la falta de valor, los motivos que me orillaron a cometer dicha tragedia. Doy la vuelta en el camellón, obscuro y silencioso. El miedo me consume pues ya no hay salida. Lo único que veo en frente de mi es un reflejo en una especie de espejo. Ahí está parado frente a mí la víctima, siento su dolor, siento su desesperación, él esperaba más de mí.
Sus miedos fueron el arma mortal, su inseguridad; el impulso que me llevo a matarlo, su muerte interior, mi muerte exterior. Mis miedos me persiguen, he destrozado a aquel ser que creía en sí mismo, que disfrutaba la vida, que no le importaban las opiniones de los demás. Me he enfrentado contra el peor rival de todos los tiempos: conmigo mismo. Mi corazón se ha ahogado y junto con el mí ser. Así es, yo soy el asesino, pero también la víctima, pues tuve la cobardía de matar el espíritu que vivía dentro de mí, tuve la cobardía de matarme a mí mismo. Les presento a mi gran acompañante de ahora en adelante; la soledad.
Ella me grita que no quiere estar conmigo y pierdo a mi acompañante. Tras tanto tiempo conviviendo conmigo, creo que me empiezo a arrepentir de mi muerte interior. ¿Por qué lo hice? No sé cómo pude caer tan bajo, no me lo puedo explicar. Pero, aun estando muerto en vida, al fondo de mí hay algo que me dice que todavía puedo vivir, que aún puedo reír y soñar, y eso es lo que hago. Poco a poco conforme pasa el tiempo una pequeña raíz que crece dentro de mí empieza a florecer y a crecer, encuentro amor en lo que me rodea, me encuentro a mí mismo, me convierto en un nuevo asesino; asesino de mis temores, de mis inseguridades, he matado a cada una de esas. He crecido, he vuelto a la vida, veo todo diferente. En frente de mí se rompe el espejo, y el camellón se abre mostrándome un nuevo camino; he renacido.
-Laia Montserrat Chávez González.
ALLÍ LA DEJÉ
Me dijo: mañana iremos al jardín de la casa de Los Borja. Dicen que allí, si te subes a la rampa de los monos y pides un deseo, enseguida se te cumple. Te llevaré conmigo con la condición de que no abras la boca.
-Ups- alcancé a decir- pero no me oyó. “Trece, trece son los que andan tras la canción; cuarenta y tres, cuarenta y tres son los dientes al revés”
“Yo nunca le hubiera hecho nada. Es más, nunca le hice nada. Lo juro, siempre me mantuve aceptan te y en silencio, sin hacer nada, pensando y pensando sin llegar tampoco a nada.”
Del jardín solo quedaba un estanque de aguas oscuras y desmembradas estatuas de ninfas y faunos que parecían competir por los ínfimos espacios de luz mientras apretadas plantas trepadoras las asfixiaban bajo su rastrero techo; las paredes destartaladas de aquel conjunto castigado por el abandono emanaban un rancio olor. Llegamos hasta una empinada rampa de piedras mohosas y resbaladizas que aún ostentaban vestigios de grotescos monos en relieve.
– Ésta es, ¿ves? Aquí están los monos.
Nada le contesté. A mí ¡que me importan aquellos monos! Sólo me atormenta el pensar lo que pueda ocurrir allá arriba. ¡Ay! – trece, trece son los que andan tras la canción; cuarenta y tres, cuarenta y tres son los dientes al revés”.
-¡Qué bochorno, que ganas de encuerarse! exclamó mientras llegaba a la treceava piedra. Entonces la vi, vi de nuevo aquella sucia luz en sus ojos. Me detuve y el rayo traspasó mi cerebro: -no, no otra vez, no me dejaré, ojalá te mueras y sientas lo que es el terror.
-¿No dices nada? – preguntó al llegar a la cima mientras con fuerza me empujaba hacía la orilla diciendo: ¿Me quiere? No me quiere. ¿Me quiere? No me quiere…
Yo nunca le hice nada, nunca, lo juro. Por eso, cuando intentó aquello, no pude hacer nada. Fueron los monos, eran trece y se le echaron encima. Casi llegué a asustarme. Debo añadir, sin embargo, que lo que más llamó mi atención, fueron las risas cascadas de las ninfas mancas, brincando y aplaudiendo.
-¿Qué habrían hecho ustedes en mi lugar?- Porque yo no hice nada, pero la curiosidad fue más poderosa que mi torpe mente y me atreví a mirar.Triunfantes, trece monos entre materia y niebla, aventaban al foso un despojo.
Y allí la dejé. Lo Juro.
Es el simple mensajero de una deuda a pagar, como si fuese una mala señal. A desaparecer el cuerpo no hay crimen a seguir, con seguridad nadie lo verá en este callejón; sin embargo podré mantener la cordura, qué sí lo encuentran. Nada pasaría en el crimen perfecto… Ahí reposa ahora.
Con prisa
Mi padre nos contaba que el abuelo era un hombre con prisa. Nació sietemesino porque su madre no le dejó salir antes. Recién cumplidos los nueve años, ya se había escapado de casa. A los catorce dejó a su novia –mi abuela– embarazada y se casó a los quince con ella. Por lo civil, claro, pues eran los tiempos de la República. A los dieciséis quiso entrar en el Partido, pero sólo le dejaron afiliarse a las juventudes. Cuando tenía diecisiete años, comenzó la guerra. Fue nombrado capitán de milicias antes de cumplir los dieciocho y unos pocos meses después cayó prisionero en el frente de Aragón. Fue condenado a morir fusilado. Sus últimas palabras fueron:
–¿A qué esperan?
Lo guardaba como amuleto, si es verdad que los amuletos nos protegen. Al soltar su mano, no lo necesitó más. El premio es la rosca, no el muñeco.
El muro
Habían pasado siete semanas en las que no había podido conciliar el sueño.
Pensando que lamentablemente sus sueños se habían esfumado tras la partida de aquel ingrato, un breve instante de felicidad siempre es fatal. Con el paso de años, ya lo había aprendido, siete semanas en las cuales dormía solo, a tan corta edad parecían eternas.
Yo lo observaba, con el corazón estrujado.
Él, sin una palabra quieto, con la mirada clavada en aquél muro. Me recordó tanto a mí misma, aquella tarde que me di cuenta que su padre no regresaría…
-Pero hijito, no sigas triste; tan solo es una perro…
Y con su carita inocente me miró:
-No es solo un perro mamá-
En el fondo, yo más que nadie sabía que tenía razón.
>Matar a tu mamá biológica al momento de nacer.
>Ser abandonado por tu papá biológico sin saber la razón exacta.
>Ser adoptado por una familia de clase media alta.
>Ser educado en escuelas privadas.
>Ser informado por tu mamá adoptiva a los 10 años que eres adoptado por las razones ya mencionadas.
>Cumplir 25 años y estar curioso sobre tus raíces.
>Decidir ir en busca de los archivos de adopción al hospital.
>Encontrar la dirección de tu padre biológico.
>Ir a la dirección y darte cuenta que tu padre es un hombre alcohólico de clase baja con una familia de muchos años, y que tu madre era la amante de tu padre.
>Escuchar de tu padre biológico que su familia está de viaje por el momento y que puedes pasar un rato a platicar.
>Ser ofrecido un pedazo de la rosca de reyes que sobró hace un par de días.
>Compartir un par de palabras con tu padre, pero te das cuenta que su poca educación y la diferencia de clases sociales los ha hecho incompatibles.
>Encontrar el monito de la rosca en tu pedazo.
-Te van a tocar los tamales. Jaja. Puedes venir si quieres. Le explico a mi mujer cuando llegue. No creo que la haga mucho de pedo.
>Reir por compromiso.
>Despedirte y salir de la casa.
>Tirar el monito de la rosca afuera de la casa.
>No volver a mirar atrás.
– MISIÓN 2050 –
Esa noche mi abuelo estaba raro, pensativo (más que de costumbre); parado a un lado de la chimenea no dejaba de observar la foto que le tomaron a la tripulación apenas horas antes del despegue: los cinco amigos sonriendo de pie, abrazados, listos para hacer historia. Supuse que la triste noticia de la muerte de su excompañero Luis le había afectado bastante.
-Es triste, ¿verdad?
-¿Qué es triste?
-Eso, ver a todos jóvenes y sonrientes en la foto, y saber que ahora cuatro de ellos ya no están.
-Ah, eso… ya me he acostumbrado, las muertes anteriores me fueron preparando.
-¿Entonces?; ¿la pura nostalgia por aquellos tiempos gloriosos?
Se quedó callado por un par de segundos, hasta que atinó a colocar su dedo índice sobre la fotografía.
-¿Ves a este de acá?
Tuve que acercar la cabeza unos cuantos centímetros para distinguir a un pequeño hombrecillo cuya cabeza apenas se veía a lo lejos.
-Sí, ya veo… nunca había notado su presencia en esa foto.
-Creo que nunca nadie notaba la presencia de Javier.
-¿Qué con él?
-Era un joven practicante que también hizo historia en esa expedición, de hecho fue el primero que se atrevió a caminar sobre la superficie del planeta, mientras los demás nos lo pensábamos una y otra vez.
-¿Y entonces por qué no salió en ninguna noticia?, él también lo merecía.
-Así como nadie notaba su presencia, hija, tampoco su ausencia. Javier fue a recorrer la zona para buscar metales preciosos en los cráteres y…
-¿Dónde está él?
-En Marte. Desde 2051 las sondas han reportado un objeto muy similar a un cuerpo humano acostado de lado. Y ese que yace ahí como estatua, ese sin duda es Javier, hija.
¡PAGA!
Sucedió hace poco más de dos años. Una fría tarde de enero en que la ciudad había sido sitiada por una manifestación de maestros que pensaban concentrarse en el Bucareli. Lo recuerdo porque justo en ese momento estaba atrapado en un congestionamiento interminable en avenida Reforma. Más o menos a la altura del Ángel, Laura y yo decidimos abandonar el microbús y continuar a pie hasta Metro Insurgentes. Caminábamos por la calle de Florencia. Ella juraba que debía cooperar con doscientos pesos para los tamales de la Candelaria. Yo alegaba que no me había tocado el monito. Lo recordaba con claridad porque las roscas de esa panadería no usaban los clásicos muñequitos rígidos, con forma de soldaditos fetales con vocación de sarcófago. Allí los muñecos, eran más bonitos y parecían estar dormidos y, según yo, recordaría si me hubiera salido. Discutimos. Laura insistió en que, si en su lista aparecía mi nombre, debía pagar. Al principio el asunto no me importaba, solamente lo estaba aprovechando para provocarla. Disfrutaba la pasión que invertía en convencerme cuando le llevaba la contraria. Se tomaba muy enserio las cosas, se exaltaba, hacía aspavientos y sólo entonces aparecía en su rostro esa mirada desafiante y engallada con la que me enamoró; pero conforme avanzó la discusión, el asunto me pareció un abuso. No me lo pedía, me lo exigía como si mi deuda fuera con un usurero o un apostador. Ya no era el dinero, sino mis principios.
No paraba de hacerme reclamos. La mirada ya estaba en sus ojos, que se clavaban en mí con la intención de acribillarme. No tenía caso seguir provocándola. Doblábamos por la calle de Liverpool cuando me detuve, la tomé de los hombros y traté de besarla. -¡Paga!-, dijo.
Era una orden. Sólo cuando le entregué el billete dejamos el tema y accedió a besarme. Una semana después, el dos de febrero, no fui a sus tamales y terminamos. Algo se había roto entre nosotros.
Hoy, limpiando mi habitación, moví el escritorio donde tengo mi computadora, en una esquina, entre polvo de hace dos años, seguía dormidito el niño blanco que, ahora lo recuerdo como si acabara de suceder, casi muerdo en la pieza de pan que partí aquella noche de Reyes.
Génesis
Llegó el séptimo día y el niño, satisfecho con su creación, durmió una noche de mil años; en ella se construyeron barreras, se pelearon guerras y se mataron unos a otros.
Al octavo día despertó. Su mundo ya no estaba allí.
En la escuela de magos el hechizo de aislamiento es la prueba que pondera el poder interior de cada aprendiz.
[The Drop]
Nunca se es demasiado joven para sentir el dolor de la muerte. A sus pocos meses de edad, Juan lo sintió en sus entrañas. Ganaba en angustia lo que perdía en color y capacidad de movimiento. Se sintió solo y aterrado hasta que, cuando la vida finalmente se le escapó, ya sólo quedaba de él un cuerpo pálido e inmóvil.
-Siempre voy tarde..- se decía mientras giraba en la esquina en la que siempre tropezaba. -Hoy no.
Pasa veloz. Entra a su edificio. Saluda como de costumbre al portero y entra al elevador. Mete su mano al bolsillo y mira al niño dios que recién se sacó en la rosca de la familia de su amante.
-Estúpidas tradiciones.-
Se decía mientras entraba veloz por sus maletas y volvía a salir de la habitación. El teléfono timbra sin parar. Es Alejandra, su esposa, lo están esperando para partir la rosca en casa:
-Esta vez no perderás el vuelo, ¿cierto?-
-Estoy en camino, estaré ahí en un par de horas-
David mira por la ventana del taxi sin expresión. Es un día nublado.
-Estoy embarazada.- Le decía Ana una y otra vez en su pensamiento.
-No puedo tener dos familias..– Intentaba decirle a Ana en su pensamiento.
David se encuentra en la acera mirando de frente su casa. Agacha la mirada a su mano y mira al niño Dios.
Esta vez no piensa en las estúpidas tradiciones. Sostiene un momento más al niño, y lo arroja a la acera.
Sólo un segundo
No leerá. Guerras, terrorismo, narcotráfico, corrupción, crisis económica y un largo etcétera: el periódico será cualquier sustantivo que inspire negatividad hecho papel. Irá directo a la sección de empleos. Mientras busque, sentado en la banqueta, terminará el trozo de rosca que le habrán regalado en la vecindad en que viva. Pensará la frase “me salió el mono” acompañada de una palabrota. Tirará al pequeño niño de plástico entre los desperdicios junto a la banqueta. En ese momento se le aproximará, a pesar del fuego apenas oculto detrás de las pupilas, del olor a azufre disfrazado con penetrante perfume, tan humano como cualquiera. Como se habrán conocido antes de ese día, no le dirá nada, sólo que de nuevo viene a ofrecerle la oferta, que no importará lo que sea, salvo por el hecho de que a la larga podrá decirse que haberla aceptado fue venderle el alma al diablo. Antes de decirle que sí, le ofrecerá una sonrisa despectiva, le dirá que si quiere seguir esperando que algo le caiga del cielo. Antes de decirle que sí, de escucharle esa risita leve que de cualquier modo levantará el aullido de algún perro, le comentará que en ese caso va a esperar mucho, porque Dios no existe, o está muerto o, por lo menos, dormido, sin escuchar súplica alguna. Un segundo para un dios son eones en el mundo. Junto al periódico arrugado, que ya será basura, el pequeño niño de plástico sólo reacomodará los brazos y doblará la pierna derecha.
LIGO
Frank Frink salió a la calle después de estar todo el día realizando artesanías para venderlas a los japoneses. Pensaba distraídamente en el desarrollo exponencial reciente de la tecnología alemana y el impacto en el entorno el cual ellos se empeñaban en callar . Ya era de noche y como iba sumido en esos pensamientos, sin querer dobló en una calle, internándose así en un oscuro callejón y de repente vio que algo pequeño parecía brillar en la oscuridad. Al observar con detenimiento atisbó la figura de un niño de color blanco, al parecer una pequeña artesanía como las que él hacía esa misma tarde. Recogió la figura del niño para observarla con detenimiento.
– No tiene Wu, es artesanía de mala calidad, pensó y no le dio más importancia…
Miró al firmamento al tiempo que siguió recordando que los alemanes hacían experimentos sin avisar de las consecuencias de los mismos como en el caso del colisionador de hadrones del que surgieron rumores de que abría puertas a otras dimensiones o bien el empecinamiento para llevar a cabo el reciente bombardeo termonuclear a Marte para lograr calentarlo y conseguir con ello una terraformación ahí sin pensar en el daño al equilibrio del Universo. Y para concluir un caso similar y más reciente: LIGO el detector de ondas gravitacionales de cuya tecnología no se hablaba nunca solamente se sabía que no era un simple instrumento de medición y que ni siquiera se podían sospechar tampoco las consecuencias de la sofisticada tecnología que empleaba.
Estaba absorto en esos pensamientos cuando el muñequito brilló intensamente en su mano y pareció cobrar vida. Frink trató de atraparlo pero el pequeño ente lo mordió, cual si fuera un mosquito, tomándolo por sorpresa y aunque la mordedura no era fuerte logró que por instinto volteara su mano para ver el daño ocasionado en su piel, dejándolo caer con ello. Una altura muy grande para el pequeño ser quien al chocar con el suelo solamente emitió un pequeño grito y un ruido sordo al golpear el piso…
De inmediato comenzaron a encenderse lucecitas en el callejón. El silenció se rompió dejando paso a muchos gritos en un idioma extraño. Las luces provenían de habitáculos de los que salieron pequeños seres , más grandes que el que ahora yacía sin vida en el suelo, quienes enojados rodeaban a Frink. Los hombrecillos al parecer estaban molestos por la muerte del pequeño pues lo señalaban y amenazaban blandiendo pequeñas armas al parecer acusándolo de provocar la muerte. Pensó en pisarlos para acabar con ellos pero eran muchos… no podría con todos sin que ellos lograran antes darle fin..
Fueron haciéndolo retroceder hasta una pared del callejón. Sentía que estaba perdido cuando milagrosamente algo lo tomó del cuello de la chaqueta, levantándolo en vilo. No salía aún de su asombro cuando al ser sacado del callejón intentó zafarse y entonces pudo ver que dos dedos de una mano gigantesca eran los que lo sujetaban y lo acercaban a un ojo, también gigantesco, que ahora lo observaba detenidamente…
Cosas de gente de porcelana
La trama es simple. Todos saben que los niños de porcelana también hacen berrinches. Aunque, claro, las pataletas para ellos son cosa de vida o muerte (pocas porcelanas llegan a la edad adulta debido a las rabietas descontroladas). Aquí, sin embargo, la cosa está lejos de ser una tragedia: sencillamente una madre de porcelana no se tentó el corazón para dejar tirado a su hijo berrinchudo, con tal de no seguirle el juego. Se entiende que ellas no pueden tomar este asunto a la ligera. A lo largo de la historia, han sido las más estrictas cuando de berrinches se trata: hacer caso a uno de éstos significa, para ellas, darle a sus hijos una sentencia de muerte. Lo malo es que eso de los derechos de los niños también ha alcanzado a las porcelanas y hoy se ha discurrido que siquiera dejarlos revolcarse en el suelo pone en peligro su vida. Así que, ley de Murphy, apenas dejas que el escuincle haga su drama a su gusto, porque no quería pasear atrás del fregadero, y no falta la porcelana que saca el teléfono, toma una foto y la sube a internet para armar un escándalo sobre el descuido con que las madres de porcelana de hoy tratan a sus hijos (eso si no salen con que se trata de un pobre niño abandonado).
-Al final termine desechado
-¿Mi único delito?
-Haber amado al máximo
-haber deseado ser amado.
-Luz de luna que disfrazas mi piel
-Un consuelo, entre esta fría desnudes
-Una simple aflicción.
EUCARISTIA
—Muchacha cabrona, tú que le vuelves a decir monito al niño y yo que te parto tu madre—gritó la abuela francamente enojada, la quinta vez que Úrsula le preguntaba a quien acababa de partir una rebanada de la rosca, si les había salido el monito.
—Pero abuela, es un juego— Rezongó Úrsula buscándole chichis a las culebras.
—Un juego tus nalgas. Es una bendición, es el niño Dios, Nuestro Señor Jesucristo muchacha pendeja, respeta— La abuela, siempre morena, estaba negra de coraje cuando le tocó partir la rosca. Tomó su pieza con una servilleta y le hincó el diente. Entonces empezó a brincar, golpeándose el pecho, comenzaba a ponerse azul cuando logró pasar el bocado.
—¿Te tragaste al niño?— Preguntó Úrsula. La abuela no contestó, pero sus ojos furiosos, la delataban. Cerró entonces los ojos Úrsula e, inclinando la cabeza, con toda solemnidad dijo.
—El cuerpo de Cristo—
—Amén— Respondimos todos en coro.
REALITY FICTION
Despertó muy temprano, la chiquilla de once años fue al sitio donde esperaba los regalos, vio unos calcetines nuevos verde seco con espantosas figuras hexagonales, le pareció que veía la piel de una víbora. Lloró mucho. Los padres le confesaron que los reyes magos no existían. Entonces, ella entendió por qué nunca hicieron caso a las cartas que les hacía desde que supo escribir, pero le sorprendió la forma en que sus papás utilizaban esa esperanza para que se “portara bien”.
La mentira fracturó su fe. Se convirtió literalmente en una cazadora de mentiras, encontró muchas y en todos los ámbitos del mundo adulto al que estaba entrando.
En la actualidad, evita reuniones para partir la tradicional rosca de reyes. Es artista visual, acaba de exhibir una pintura con “el niño” tirado en un sórdido rincón y tituló a su cuadro «El Holocausto de la Inocencia”.
Resurrección
El plasma incandescente de la gigantesca estrella se agitó como una vela ondulando de un extremo a otro, hasta que se dirigió a un punto en concreto para ser devorado. Extraños caprichos gravitacionales arrastraron al astro muy adentro del horizonte de sucesos de un agujero negro y como un caudal iridiscente fue tragado hasta que solo quedó el vestigio de un punto adimensional de materia oscura.
Oscura era la calle donde Iván pisó un “niño” de rosca de reyes, resbaló y se golpeó la nariz, la sangre mojó su camisa. Permaneció en el suelo unos minutos contemplando entre sus dedos la pequeña figura de plástico, único actor y testigo del accidente. El blanco de la figura se fue apagando y aumentó su densidad cientos de veces. Iván ya no aguantó el peso del muñequito y lo dejó caer, por anomalías cuánticas el “niño” de la rosca se convirtió en un agujero negro de bolsillo, el cual escupió un sol de un par de centímetros de radio que flotó desafiante, iluminando el rostro sanguinolento y pasmado de Iván.
[…] “Eucaristía” de Lulú Petite y “Con prisa” de Plácido Romero, respectivamente por tomar las implicaciones […]