Las Historias convoca a su concurso #114 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 30 de diciembre. Quedan invitados.
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He vuelto, pero nadie parece darse cuenta de ello. Daniela naufraga por el océano pacífico de un anuncio de colonias proyectado sobre el cristal líquido de su viejo televisor mientras juguetea con un frasco de somníferos en su mano. El gato del demonio se ha quedado dormido junto al radiador y los dos canarios que cuelgan junto a la ventana han sido poseídos por un mutismo opresor que parece extenderse por las paredes y conquistar el salón. Sé a qué obedece su silencio, sin embargo: me han visto y saben lo que he venido a hacer.
En apenas unos minutos entraré en esta habitación y besaré a Daniela. Le diré que hemos nacido para estar juntos, que la quiero desde el primer día que vi su bufanda turquesa desaparecer tras las puertas correderas de la oficina, que lucharemos con fiereza contra quien se nos interponga; palabras alienígenas que apenas recuerdo con la claridad vaga de un amanecer tardío. Porque ese que está a punto de golpear la puerta con sus nudillos es un yo diferente: es el ayer, el pasado. Besé a Daniela y con ello condené al fin a este mundo. Este mundo de gatos del demonio y canarios silenciosos y la luz del sol acariciándonos desde la ventana y cristal líquido. Todo porque besé a Daniela, con su cabello de miel y sus ojos de esparto. Daniela, con su sonrisa áspera y su mirada de jaguar al acecho. Hace tres años, en esta misma habitación y en ese mismo momento, le dije que la amaba. Le dije que la amaba, sí; porque la amo. Y las ideas extrañas y negras que bailaban en su cabeza dijeron adiós y escaparon volando.
Unos años después, el fin del mundo. Un fin del mundo al que solo podrían habernos llevado ese cabello de miel y esos ojos de esparto que mis palabras salvaron del olvido.
Pero he vuelto, aunque nadie parezca darse cuenta de ello. Miro a la mujer a la que amo por última vez. Su rostro de ave vagabundea por unos anuncios de grandes almacenes pero su pensamiento mantiene los pies firmes en ese tarro.
Somníferos.
Es el momento. Si espero más los nudillos de mi ayer tocarán en esa puerta y el mundo estará condenado. Avanza mi espectro al ritmo silencioso del mañana y me encuentro conmigo mismo frente a la puerta, indeciso. Dudo porque nunca he amado a nadie y me aterroriza el sentimiento. Dudo porque sus ojos de esparto me intimidan, pero sé qué voy a decidirme a hacerlo incluso si es tartamudeando. Duda mi yo del ayer, claro. Mi mañana es firme, certero como los ojos de un halcón y las garras de un águila.
Un, dos, tres.
Sé que Daniela no puede escuchar el chasquido de mi cuello al romperse ni el ruido hueco de mi cuerpo golpear el cálido asfalto. Estoy muerto; Daniela dentro de unas horas estará muerta. El mundo, por su parte, continúa. Los gatos y los canarios, los cláxones de los coches, el cálido asfalto, las risas. Permanezco de pie junto a la puerta de Daniela y percibo la grandiosidad de ese mundo a mi alrededor. Unas chicas compartiendo unas patatas del restaurante de comida rápida más cercano, un hombre mayor pateando a su perro para que ande más rápido, el silencio tenso de un matrimonio viejo. Percibo los colores y los olores hasta que palidecen y se convierten en un lienzo neutro en blanco y negro. Percibo los sonidos y el tacto del viento en mi piel hasta que se atenúan y se convierten el una quietud silenciosa de útero. Y quedo yo; un triste holograma descolorido que se desvanece.
He muerto, Daniela ha muerto. Pero el mundo vive.
la fotografía nos hizo recordar Cuts you up de Peter Murphy. después no ocurrió nada más. Helena tomó sus prendas y se vistió. al verla brotó dentro de mí todos los celos, como hombres dentro del caballo de Troya.
Imagine usted que así luzco ahora: parezco expectante, pero en realidad estoy a punto de sonreír. Ahora atraviese esta imagen: flote a través de ella. Claro que puede. Yo lo hice.
Detrás mío verá la puerta que he dejado abierta. Cruce por ella. Yo lo sigo. ¡No pregunte!
¿Ve la calle? Mire, allá al fondo, casi en la esquina… Una dama vestida de blanco y con un sombrero ridículo. ¿La ve? ¿Nota que parece que espera a alguien? En realidad está sola y nadie vendrá a verla. Todas las tardes camina desde su departamento hasta esta esquina y se queda sin hacer nada durante una hora exacta. Y así hace a diario. Unas veces se viste toda de rojo, otras de azul y otras, como hoy, viene de blanco. Y siempre usa sombreros espantosos. Véala bien… Analícela, porque vamos a matarla.
Ahora elévese. Así, mire. Sólo deséelo y ya está. ¿Ve qué fácil es? Despacio… Sienta cómo se vuelve incorpóreo. No tanto, no vaya a perder el control y se me vaya lejos, lejos, hasta perderlo de vista… Ándele, así mero. Imagine que flotamos hasta la dama: arriba de su cabeza. Tiene razón, desde aquí el sombrero no se ve tan mal…
¿Por qué la vamos a matar? Porque podemos. Usted puede hacerlo, sólo descienda lentamente detrás de ella. No lo va a notar. Yo estoy detrás de usted, no se preocupe. Descendamos por delante de ella y cuando usted esté cerca verá como se le antoja hacerlo. ¿Y qué con que no la conozca? Yo sé que no le ha hecho nada, pero mire… Acérquese… ¿Y ahora? ¿Qué siente?
¿Verdad que sí? Es ridícula la forma en que se viste, es espantoso su sombrero y como le dije, siempre viene aquí a pararse y simular que espera a alguien. Casi parece triste, pero no se engañe. No, yo no le puedo ayudar, no sea pusilánime. Acuérdese: ni ella ni nadie nos puede ver ahora así en este estado. ¡Deje de hacer preguntas tontas! Apriete con fuerza. En la base del cuello. Y pase lo que pase, no deje de apretar. Mientras tanto, yo iré de regreso a la ventana donde nos vimos.
Apriete y no deje de apretar.
Pero, contesta la anciana dubitativa, solo no entiendo porque viene a decirme esto después de sesenta años. Fue el caso más difícil de mi carrera, contesta el detective, es lo que me tomó resolverlo. Inclina el rostro, el sombrero oculta sus ojos, finalmente sonríe. Ahora podrá descansar en paz, suspira la octagenaria al tiempo que ve al espectro desparecer.
Al asomarme por la mirilla de la puerta vi el rostro del hombre que, en sueños, me ha atormentado durante años.
Escribo esto pues voy a dejarlo entrar.
Ambos cerramos los ojos y el sonrió.
Tomó mis manos y susurró a mi oído que siempre permanecería a mí lado.
Lo escuché salir por la puerta.
Llega al despacho pasadas las once de la mañana. Su andar pesado y sus gafas oscuras delatan que, de nuevo, la noche anterior ha vuelto a mojar sus penas en demasiado alcohol y drogas.
Demasiado de nuevo.
La existencia se le hace ya insoportable; solo ha sido capaz de llegar hasta aquí porque a veces su propia vida (huérfano de infancia amarga y padres desconocidos, criado por una tía borracha y torturada que acabaría suicidándose al cabo de un par de años) es liviana comparada con las tragedias cotidianas a las que ha de enfrentarse en aquella asquerosa comisaria : homicidios, violaciones, casos de pederastia que harían vomitar a cualquiera. Excepto a él. Pero también casos que quedan abiertos, sin una explicación lógica, sin un rostro culpable que mostrar a las víctimas que buscan la justicia y saciar su venganza.
Está dispuesto a acabar con la agonía que envuelve aquella vida, empezando por la relación con Henriette, la lasciva secretaria que hasta hace pocas semanas calentaba su cama y que ahora gira su cara al verle llegar por las mañanas. Está dispuesto a liquidar su exigua carrera policial, a vaciar en la papelera la vieja mesa de roble en la que se amontonan las carpetas de casos sin resolver desde hace décadas.
De entre las pilas que lanza sin mirar, acaba dejando al descubierto un dossier marrón del que sobresale una foto vieja, en blanco y negro, con un rostro masculino que le resulta familiar.
Intrigado lee que es el único documento de un caso antiguo, sin resolver, Uno de los crímenes más atroces de la historia . Este individuo acabó con la vida de cuatro personas, una de las cuales era una mujer embarazada cuyo bebé pudo ser salvado in extremis hacía treinta años. Exactamente su edad.
El silencioso lector, que se echa al cuello un sorbo abrasador de coñac, devora una y otra página del informe, y no es consciente de que está a punto de provocar la saturación de esas mismas páginas cargadas de necrológicas y crímenes abominables que ahora contempla.
Se llamaba Roberto Ferraz. Había nacido cincuenta años atrás y los últimos veinte los había vivido entregado al alcohol, las drogas y las mujeres. Seductor, viril, dotado de una gran planta y una enorme labia, las investigaciones concluyeron que sólo era un crápula, un despilfarrador, un vago y un enfermo sexual que había conseguido amasar y dilapidar una gran fortuna a costa de engañar a mujeres y asesinar a sus maridos hasta que, descubierto por su propia esposa embarazada, había acabado con su vida minutos antes de que la policía acabara con él.
Asqueado por la visión de aquellos cuerpos cubiertos de sangre, por el destino incierto de aquel bebé, el comisario cierra con un movimiento seco el dossier y se acaricia la barba sin afeitar de hace días . No puede imaginar que cuando se afeite y observe de nuevo su peculiar mentón se percatará de algo que pondrá fin a la amarga recta final de su existencia.
NEGATIVO
Revoloteó cada cajón de la minúscula biblioteca hasta dar con la caja de lámina. Puso un tenue foco bajo la cubierta de cristal y extendió los negativos.
Se hicieron notorios los recuerdos de la luna de miel: la sonriente pareja por la costa peruana hasta Paracas. La isla de las focas, las dunas de arena y algunas vistas aéreas de las Líneas de Nazca. Del viaje ella había regresado sola -sin dar ninguna explicación a nadie- y así se había quedado. Pretendientes no faltaron, sin embargo, la nostalgia y una pena innombrable consumían la belleza de Viola. A cambio, a Albertito no le faltó de nada.
Ahora, con diecisiete años encima, su madre moribunda le envió a buscar los negativos. Dentro de la caja, envueltos en papel negro, yacía otra serie de negativos tal como ella dijo. La secuencia mostraba la muerte a tiros de su padre por los sicarios de alguien cuyo primer plano, en el momento de acercarse a Viola, era oscuro.
Su madre le anticipó que el hombre del primer plano era quien había pagado sus estudios, pero no que Fujimori era el asesino.
Cinco Segundos.
A través de la luz de proyector la película mostraba una secuencia de cinco segundos: un hombre caminando, cabizbajo sonriendo mientras que la sombra de su sombrero ocultaba una, aparente, maliciosa sonrisa. Mediante un botón retrocedían la cinta y el hombre volvía hacia atrás en el tiempo volviendo a caminar hacia el espectador. Entonces tu compañero te dice «Bien, qué opinas.» Tú no respondes, intentas asimilar el contenido del filme; esta no muestra algo extraordinario solo un pequeño instante en el nanoverso del ser humano. Asimilas tus pensamientos, abres la boca y dices lo siguiente: «Pues solo es un hombre caminando. Sonríe, pero oculta algo… creo bien que se alegra de encontrarse con alguien.» La cinta vuelve a comenzar y el hombre no muestra ningún cambio, solo sonríe. Entonces te dicen lo siguiente: «Puede simplemente ser la grabación de un hombre caminando o un asesino yendo hacia su víctima o, también, un hombre llegando a ver a su adorada esposa o simplemente mientras lo grababan sintió vergüenza y agacho la cabeza. Es algo curioso esto, mientras más observas esto más preguntas te surgen sobre la posible naturaleza de este individuo que con una sola acción despliega una gran gama de posibilidades… aunque simplemente estamos exageramos más allá de lo real.» Volvió a comenzar la película, el traje que vestía seguía igual y su sombrero no mostraba la herrumbre del tiempo. El único cambio era que, de alguna tierra septentrional, viajaba una mosca que proyectaba su sombra sobre la película. Cinco segundos inalterables por manos humanas que tú y tu compañero reprodujeron por minutos, luego por horas llegando al punto de perder la noción del tiempo. Entonces fue que, en tu cuerpo, una necesidad biológica te convoca a lugares fuera del área de proyección. Extrañado y algo incomodo susurras “ahorita vengo, voy al baño”. Sales de la habitación y al empujar la puerta quedas estupefacto pues la luz del pasillo nunca te había sido tan intensa en tiempos pasados. Atraviesas varios metros de corredor y con la vista buscas un sanitario. Al llegar al final y doblar hacia la izquierda miras la puerta que dice “caballeros” y, aliviado, caminas sumamente tranquilo hacia ella. Un reflejo [en la puerta] te muestra algo inquietante: tus ropas lucen muy similares a aquel hombre que durante cinco segundos solo sonreía, ¿será acaso alguna coincidencia? Entonces levantas la mirada y encuentras una cámara registrando tus pasos. Las manos te sudan… o te sangran, o húmedas escurren algo, no estás seguro y solo sigues caminando. Entonces piensas: ¿Qué tal si en algún momento esa cinta fuese observada por alguna persona, y esa persona se la entrega a un conocido, y ese conocido se lo da a un desconocido, y entre manos diversas va pasando hasta llegar a un cubículo donde dos personas observan solo cinco segundos de la grabación, intentaran examinar ese fragmento buscándole algún significado? Te alegras y, entonces, solo sonríes pensando en aquellos dos sujetos buscando el significado tras tu maliciosa sonrisa y tu mirada oculta tras la sombra de tu sombrero.
En el libro que compré en aquel bazar encontré tu fotografía, Juré que jamás te volvería a ver, sin embargo, una vez más las letras me llevaron a ti.
?…
A hora que estoy a punto de perder lo último que me queda, me doy cuenta de lo mucho que significaste en mi vida, el permitir que la modificaras es una responsabilidad mía, riesgo que corrí a un sabiendo que eran demasiados los secretos, fuiste siempre perfecta en tu imperfección , diste el primer paso fuera de lo predestinado cuando todo se creía perdido y sobre valorado.
Contigo viví en la inspiración del desamor, existimos en el pasado del desamor , los recuerdos regresan y con ellos los aromas, sensaciones, emociones escondidas entre las sombras del tiempo, quisimos retener lo que parecía un mundo inquebrantable, nuestro hogar, fuerza, valentía, lo que habíamos recreado de nuestras vidas ,sabíamos de lo difícil del principio , ausencia del presente y visión del futuro.
y un pequeño movimiento en la dirección opuesta y todo cambia, nunca fui tu héroe, jamás quisiste que lo fuera, demasiado deseo de liberta que terminamos olvidando que la puerta siempre permaneció abierta…
Crimenes Diarios
Parece haber terminado, dice Orozco, pero en realidad le duele y mucho, me lo ha dicho. No se ha sentido así por que quiera parecer lastimero o desconfiado eso sería mucho pedir para un ser tan despreciable y ruin, y no para alguien de La Fuerza. Aquí se piden otras cosas, caricias, besos y las manos que tiemblan de Parkinson en la espalda, antes de todo, por ética. Pero al final no enredarse con las víctimas. No, eso nunca. Eso termina mal, termina en sueños enfrascados, en pena sanguinolenta y estupores en vasos. Ahora solo debemos ir y dar el reporte: muerte inducida sin inconvenientes, desnuda, en el hotel que acabamos de pagar con moneda nacional. Nos despedimos de ella aunque no escuche, se ha dormido hacía afuera, está sobre un crimen de roja traición, sobre un secreto oscuro que saldrá con nosotros cuando dejemos la habitación trescientos doce como tantas otras , Orozco y yo con sombrero en mano y él hecho de sombras.
¿…
En esta habitación donde el silencio hace eco de los momentos que pasamos ,los momentos que nos consolamos , habitación que ahora me asfixia , el retumbar de la puerta se sensibiliza con mi alma , las escaleras me parecen eternas ,el sol ya no brilla como antes ,todos parecen con prisa ,los automóviles se mueven a una velocidad imparable, aquí en el centro del mundo puedo abrir los brazos mientras el sollozo del cielo puede palpar mi corazón.
Caminando mis pies me llevan donde mi mente no quiere ir ,sin intención logro encontrarte en un cuerpo diferente, pero tu sonrisa sigue siendo única , gracias por aparecer por no desistir; cuando creí que el único lugar en el que existías era en mi imaginación y la realidad se había vuelto el lugar mas irrelevante para pertenecer ,la locura parecía mas respirable , tu esencia se a quedado en mi vida ,el único mundo al que siempre considerare escapar será al tuyo…
Que terco eres, siempre mirando «las colillas» de la vida. Nunca enfrentas los ojos así sin más, tanto tienes que ocultar. Huyes de mi como huyes de todo. Tu mujer me llamó ayer en la tarde porque cree que sigues conmigo. Dice que le has dicho que buscas en los charcos mi reflejo, que así de obsesionado estás… Le he respondido que no se preocupe, que al fin he podido volar y tú jamás has sabido mirar al cielo.
Insomnio entró por la puerta, la descubrió abrazando a otro. Ese placido sueño la abrazaba y la hacía suspirar. De un grito mudo y desesperado la despertó. Poco a poco y con sonrisa irónica le exprimió los sueños que rodaron por sus ojos hasta caer en la almohada. La venganza apenas comenzaba.
Terciopelo
Vi por última vez ese andar que me encadenó a ti. Movías las caderas provocando mis sentidos mientras tus pasos derramaban el sonido del taconeo que hasta ahora retumba en mi cabeza.
Fueron diez años juntos en los que ni un sólo día dejé de pensar en ti. Si se pudiera definir el amor yo sería el único capaz en el mundo de saber la respuesta. Pudimos continuar y permanecer, pero el tiempo y tú me contradijeron.
Sentí un incendio en las entrañas por saber que ya no me amabas. Que natural te salió de la boca un ya no te amo, sólo te tomó un instante escupirlo, pero fueron años los que pasaron para que por primera vez me dijeras que me amabas.
Pensé que el decir que no me amabas era sólo un impulso, te pedí que no echaras por la borda todos estos años de unión estrecha, ahora me doy cuenta que lo habías decidido definitivamente.
Abrí la puerta y estabas montada en él, permanecí contemplándote en la oscuridad, tus gritos eran de gozo, entonces supe que nunca te haría feliz. Una lágrima involuntaria escurrió por mi cara, estaba tan lleno de rabia que llorar me parecía absurdo. Seguías llena de placer que incluso pensé en salir de la recámara y perderme en la nada, pero mi amor fue inmensamente mayor.
Me acerqué a un costado de la cama, ninguno había notado mi presencia. Envolví el cuchillo con mi mano y asesté varias puñaladas en el pecho de tu amante que me desgració la vida.
Escuché sus gritos que rebotaban como el colchón desvencijado, sólo unos instantes atrás, comenzaste a vestirte con la sangre de tu amante.
Saltaste de la cama y fuiste a la sala entre lágrimas y aullidos. Te pusiste debajo de la lámpara y contemplé tu desnudez, ibas guardando silencio y sólo quedó la lluvia en tus ojos.
***
No me miró y ya no me amaba. Caminé hacia ella, la abracé por detrás, le besé el cuello que ya había sido usurpado por otro, fui hasta su oído y le dije yo nunca te dejaré. Deslicé mi mano junto con el arma por su garganta. Se fue hasta la cama con su amante dando pasos trastabillantes, mientras que desde su garganta se deslizaba el vestido de terciopelo rojo que la hizo ver más bella que nunca.
Y de nuevo la indecisión: partir o dejarte partir.
Trasplante
— ¡No, no quiero ver nada! Prefiero volver a ser ciego. ¿Por qué nadie me dijo que el donador de córneas fue secuestrado? Cada vez que abro los ojos veo el rostro de su asesino.
77X=-1
La última caja por empacar. Una caja rosa y verde, pequeña y polvosa, al fondo del viejo baúl de juguetes. Dentro un cuaderno lleno de garabatos, aparentes dibujos y anotaciones sobre el avance de las caricaturas; cartas perfectamente conservadas para el siguiente duelo de monstruos asiáticos; la 77X ‘INSTAMATIC’ de Kodak con su correa, cámara fiel que retrató en los veinte cuadros posibles del rollo su primer viaje a Puebla (ni siquiera pudo tomar foto de la Catedral). Negra y plateada, grande y pesada, con solo dos partes metálicas incluyendo el largo disparador. Ver a través de la lente la mesa de centro clic, las carpetas tejidas clic, las flores de plástico clic, los libritos de oración y un rosario clic-clic, las fotos enmarcadas de otro viaje a Puebla clic. Observar a través de la lente el mosaico floreado, azul y blanco; los pies moverse hacia el cuarto clic, la muñeca sin rostro con sombrero colgada en la puerta (clicliclic). Al fondo un gran espejo oval, un espejo que gira. Contemplar a través de la lente la misma lente, la Kodak, el mismo cuerpo clic, los brazos; los mismos brazos al fondo de un baúl clic, abriendo una caja clic, cogiendo una Kodak clic y viendo a través de la lente la sala, el espejo, él mismo entre sombras y el incendio detrás clic. Descubrir que es imposible mudarse a Puebla estando muerto, que no se puede revelar el rollo y mucho menos rellenar las cenizas del baúl.
No me tomé si quiera un momento para considerar el clima, para reconocer si en verdad sentía el frío recorrer mi cuerpo, por lo que me importó muy poco que lloviera a cántaros y terminar empapado. Regresé al edificio escurriendo, dejando un rastro de lodo y olor a perro mojado por todo el pasillo hasta mi departamento; después de todo ya era hora de que los vecinos notaran mi presencia, de que supieran quién era la persona que habitaba el 501, el inquilino casi fantasma al que pocas veces le habían visto el rostro. A decir verdad quería que alguien me viera, rogaba porque la vieja mujer del 503 saliera en ese momento a buscar la charola de su perro como solía hacerlo y que fuera testigo de mi llegada, que me viera fijamente y memorizara mis movimientos para que pudiera describirlos con detalle a la policía o al forense si es que ya no volvía a salir con vida; de esa forma me aseguraría una sepultura lo más decente posible. Contrario a mis deseos, subí a mi cuartucho teniendo como único testigo la tenue luz de la mañana que empezaba a asomarse, no me quedo más que rogar porque mis huellas permanecieran un buen rato, por lo menos hasta que alguien cayera en la cuenta de que estaba ahí, y tuviera la certeza de que el cuerpo que yacía en el departamento de arriba era el mío.
Oprimido me vi entonces y acepte mi libertad; tiré mi reloj, el calendario, la regla, la calculadora y h?asta? la cinta de medir. Sin exactitud ni perfección, reconocí mi condición humana- ¡por fin libre!- me dijé – y dios me ilumino con una bombilla de 75 watts.
Tú no lo sabes pero, cuando desvías la mirada, sombras se despegan de los objetos y se acercan a contemplar tu verdadero rostro.
No me tomé si quiera un momento para considerar el clima, para reconocer si en verdad sentía el frío recorrer mi cuerpo, por lo que me importó muy poco que lloviera a cántaros y terminar empapado. Regresé al edificio escurriendo, dejando un rastro de lodo y olor a perro mojado por todo el pasillo hasta mi departamento; después de todo ya era hora de que los vecinos notaran mi presencia, de que supieran quién era la persona que habitaba el 501, el inquilino casi fantasma al que pocas veces le habían visto el rostro. A decir verdad quería que alguien me viera, rogaba porque la vieja mujer del 503 saliera en ese momento a buscar la charola de su perro como solía hacerlo y que fuera testigo de mi llegada, que me viera fijamente y memorizara mis movimientos para que pudiera describirlos con detalle a la policía o al forense si es que ya no volvía a salir con vida; de esa forma me aseguraría una sepultura lo más decente posible. Contrario a mis deseos, subí a mi cuartucho teniendo como único testigo la tenue luz de la mañana que empezaba a asomarse, no me quedo más que rogar porque mis huellas permanecieran un buen rato, por lo menos hasta que alguien cayera en la cuenta de que estaba ahí, y tuviera la certeza de que el cuerpo que yacía en el departamento de arriba era el mío.
La foto
?¿Es él? ?preguntó Azucena.
?Sí, es mi papá ?dije sorbiendo mi café.
Miró concentrada la foto y preguntó si tenía otra, ya que esa no era del todo nítida.
?No, es el único vestigio de mi padre, cuando nos abandonó, mamá se dedicó a destruir todas las fotos donde él aparecía, no entiendo como esa fotografía escapó al exterminio.
?No se aprecian los ojos y la sonrisa parece fingida y para terminar de fregarla está en blanco y negro.
?Si vas a criticar devuélvemela…
?¡Espera!, tenemos que dejar la habitación en penumbra.
Me levanté y cerré las persianas.
?¿Y ahora?
?¿Hace cuanto que no sabes de él?
?Como veinte años, recuerdo casi nada.
?Vale…
Azucena leía en voz alta un librito mientras encendía velas y colocaba la foto sobre la taza de café en el centro de la mesa, no entendía nada de lo que decía, ella hablaba y gemía, comencé a arrepentirme de haber tomado en serio su propuesta. La fotografía se sacudió y Azucena se desplomó sobre la mesa, tenía los ojos muy abiertos y de la boca escurría un hilito de baba. Yo brinqué y caí de espaldas con todo y silla. Escuché la voz de sonido áspero, voz de fumador, chacuaco diría la abuela.
?¿Dónde estoy? ?preguntó la voz.
?Estás en la foto papá.
?Esto es un sueño, ¿en la foto?, ¿qué quieres decir?, ¿quién eres?
? Soy Bety, la hija que tuviste con Rosalba cuando trabajabas en la fábrica de estufas ?dije si hacer pausas, tratando de mantener el control aunque mi cuerpo temblaba como gelatina.
?¡Sácame de aquí!
?No papá, ahí te quedas.
?¿Por qué?
?Por la miseria en la que nos abandonaste, mamá se tuvo que ir al norte y me escribió una carta en la que prometía volver hasta que tú regresaras y te portaras como hombrecito; hace diez años de eso y este es el último recurso que tengo para que retorne.
Azucena despertó del trance dos horas después y salió de mi vida, mamá nunca volvió y papá me mira desde su foto marchita y me maldice cada vez que puede.
Los desvanecedores
–Lo haremos –me dijo.
–¿De verdad?
–Sí, señor Ferreri. El comité ha aprobado su solicitud. Lo haremos.
Sentí una alegría inmensa. Estuve a punto de levantarme y abrazar a mi interlocutor, pero su aspecto sombrío me disuadió.
–¿Qué hay que hacer ahora? –le pregunté.
–Tiene que firmar unos documentos eximiéndonos de cualquier responsabilidad y, desde luego, poner a nombre de nuestra sociedad sus cuentas bancarias y todos sus bienes.
Aquello me recordó lo que Dehler me había dicho: los desvanecedores eran eficaces, pero caros. Nunca pensé que aceptarían mi caso.
–Sí, por supuesto. Firmaré todo lo que haya que firmar.
El hombre comenzó a teclear algo.
–¿Desaparecerá todo el rastro…?
El hombre habló sin parar de escribir.
–Por supuesto, señor Ferreri. No tiene que preocuparse.
Durante unos instantes no intercambiamos más palabras. Aquel tipo seguía tecleando datos, números, la vida que yo quería borrar. La suave melodía que salía de los altavoces me recordaba algo. ¿Qué?
–¿Cómo lo hacen? Siento curiosidad.
–Tenemos nuestros métodos, señor Ferreri. Si usted tiene alguna duda, sabe que puede nombrar a un albacea. Le aseguró que dentro de dos meses hasta su albacea habrá olvidado quién es usted.
¿Un albacea? No quería nombrar a ningún albacea.
–Pero, ¿qué sucederá, por ejemplo, con mi piso, con mis discos, con mis libros?
–Sacaremos todo lo que haya dentro. Lo revisaremos. Aprovecharemos lo que se pueda aprovechar, todo lo que no esté de alguna forma relacionado con usted. Lo demás lo destruiremos. Eliminaremos cualquier rastro de usted en los registros, en Internet, en cualquier lista en la que ahora mismo aparezca su nombre.
De pronto, la impresora que había encima de la mesa comenzó a escupir un papel.
–En unas pocas semanas, Arturo Ferreri sería un recuerdo borroso para muchas personas. En dos meses, el mundo le habrá olvidado.
El hombre me acercó el folio recién salido de la impresora y me tendió un bolígrafo.
–Señor Ferreri, firme.
Pues supongo que aún no se ha abierto la votación, pero yo quiero dar mi voto a este relato. Está escrito con profesionalidad y es tremendamente original. Me parece que no le falta ni le sobra una sola palabra y sorprendentemente (suelo ser muy exigente a ese respecto) no he podido despegar mis ojos desde la primera línea. En resumen; te llevas mi voto 🙂
«Amor eterno»
-Pues eso te digo, es la única forma que tengo para recordarlo.
-Ay, pero ni se ve bien. Apenas y distingo el cachete arrugado, como si hubiera sonreído el… hombre, o lo que sea. Y guapo, guapo, la verdad no, más bien da miedo.
-¿Y cómo no va a dar miedo? Si ese es su trabajo. Bueno, pero tampoco es feo. Llegó muy arregladito, con traje negro y sombrerito de ala corta.
-En la foto no se mira con sombrero ¿o con eso se escondió la cara?
-No seas mensa, el sombrero se lo quitó para hablar conmigo. La gente nada más echa habladas de él sin conocerlo, hasta los padres que tanto lo atacan ¿apoco ya lo han visto? No verdad. El hombre es bastante educado.
-Mensa tú que te quedaste esperando con una foto toda fea… A lo mejor tienes razón, una se va con lo que le dicen en la casa y la iglesia, pero no piensa tantito aparte.
-Ni tan mensa ¡Eh! Ya casi me lo voy a encontrar otra vez, y yo sí voy a estar para toda la eternidad con el que amo. A ver si es cierto que en el cielo el Chucho los deja estar juntos. Si aquí casi todo en pareja te dicen que es pecado… Allá de seguro los tiene separados con una reja para que no hagan nada. Y luego cuando empiecen con sus quereres entre hombres o mujeres, porque algo hay que buscar, se va a quejar que le salieron jotos y no sé qué. Si a ese nada le gusta. No, yo por eso ahí abajo estoy bien. De todos modos ya ves que disfruto el calorcito.
-Y a ver si sudas Inés, vas a andar toda apestosa y ni se te va a querer acercar. Aunque a lo mejor llevas verdad, si aquí nada le parece allá arriba nos va a tener enjaulados de seguro. Oye ¿apoco de a tiro te sientes muy mal? ¿Cómo está eso de que ya casi lo ves?
-El corazón que ya está más viejo que yo, por eso ya no puedo pararme de la cosa esta con ruedas. El doctor me dio un mes y ya pasó una semana. La verdad no me duele nada, también porque apenas me muevo. Aunque yo creo que es la emoción de encontrármelo y que me lleve con él. Nada más espero que no se enoje, porque le prometí, aparte de mí a la descendencia, y ya ves que ni me casé.
-Ni descendencia y ni se va a dar el gusto de estrenarte, porque no te casaste pero bien que anduviste por ahí con los hombres.
-Ya mejor cállate Julia, que yo por lo menos disfruté, tú te quedabas como pendeja en la casa esperando al marido que andaba con doce viejas repartidas. Hasta a mí se me arrimaba el hombrecillo ese, pero no, seré lo que quieras, pero no traicionera.
-Ya, de todos modos se murió rápido por pendejo.
-Tengo la boca seca, le voy a hablar a Raquel para que nos traiga un té ¡Mija, ven por favor!
-… Si señora, en un momentito.
-Oye, Julia, si la niña se quiere quedar trabajando contigo cuando te quedes la casa, me la tratas bien ¡Ah! Y si me encuentro a tu marido, yo le doy un madrazo de parte tuya.
Se llamaba Julia. Decían que era linda. Me gustaba acariciarle el rostro. Tócame, me decía. ¿Lo sientes? ¿Te gusta lo que palpas? Sí, soy yo. Me decía.
Yo la imaginaba, creía imaginarla, como una Meryl Streep joven. Creo que fue la última mujer a la que pude ver. Cuando ahora abría los ojos, Julia era solo un largo pecho blanco del cual solo podía vislumbrar unos aparentes comisuras de labios. No necesitaba nada más.
El descanso.
Me había vuelto a dormir. Me dejé vencer por ese sopor. Fue una fortuna súbita, casi como un desmayo, pero sutil. ¡Ah!, pero los despertares amedrentados lo arruinan… Empiezo con agitación usual, la que me carcome como gangrena. Levantarse como vaivén, siendo un péndulo que pierde sentido y dirección. Siempre esperando el final donde me detendré y ya no tendré uso.
Entre tanto, ir a una velocidad insuficiente para los alrededores, donde todo parece tener más fuerza y potencia. Ni siquiera soy capaz de detener este caos. Mi mutis es imperceptible, paso como un fantasma. Y cuando algún sonido escapa de su jaula, deambula buscando con ansias un receptor… Sin embargo la interferencia continúa y se pierde.
Vivo con todos los gritos en mi cabeza, envenenándome cada vez más. A veces la intoxicación es más discreta, como un susurro acosador. Esto es más efectivo, me lleva a la locura y drena mis energías hasta que desisto y me tiró nuevamente a la cama. El desahogo es una herramienta imposible de alcanzar. Esto es lo que me digo…
Cuánto me gustaría poder abandonarme así en todos lados. ¿Por qué no?… Bueno, es peligroso, aunque… ¿Qué más da? ¡Si! Aliviaría muchas penas y condenas. Dejaría este sentimiento de inutilidad y fracaso del que no logro zafarme. ¡Me convertiría en el amo del final!
Sin embargo, no creo que si me quedo así en cualquier lugar funcionaría. No, tiene que ser de noche y tiene que haber recompensa para el otro. Una motivación… Si, eso. Sólo falta eso…
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Después de arduo trabajo he conseguido el trofeo, espero que él o ella se esfuercen y cumplan con la meta como yo lo hago. La locación que escogí fue el centro de la ciudad, cerca de los bares y moteles. Ahí va gente rica y también ellos. Ahora sólo debo fanfarronear y presumir con el objeto. ¡oh!, y actuar con «descuido».
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Aquí se acerca, ¡bien!…… ¡No! ¿Por qué no esperaste a un lugar más solitario? ¡¿Por qué no lo hiciste mortal?!
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Debí haber supuesto que esto podía pasar. ¡Qué idiota! Ahora estoy en un hospital más aburrido que nunca y sin poder moverme. Odio estar aquí, es tan blanco, tan cercano a la muerte pero más a la vida.
«En cada uno de estos incidentes el enamorado extrae de la reserva de figuras, según las necesidades, las exhortaciones o los placeres de su imaginario. Cada figura estalla, vibra sola como un sonido separado de toda melodía o se repite, hasta la saciedad, como el motivo de una música dominante»
-Fragmentos de un discurso amoroso-
«quizás acertaron en colocar el amor en los libros… quizá no podía vivir en ningún otro lugar»
-William Faulkner-
Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche el presente tejido:
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Besos de invierno
El otoño acaba de terminar y hay una densa niebla que arropa a los árboles en el bosque. En donde se lleva a cabo una cita.
–Me gustan los botones de tu abrigo– él la mira y sonríe.
–A mi me gusta tu bufanda– ella le mira y también sonríe.
Los novios, emocionados, se toman de la mano y caminan.
Durante la caminata hacen alto para acariciar la corteza de un árbol y contemplar a su alrededor un ecosistema con vida. Debajo del abrigo el novio toca a la novia, toca su seno y centímetros arriba, centímetros súbitos, toca para sentir con la palma de la mano los latidos de un corazón que late; el novio hace lo propio con el suyo.
Él la mira, quiere estar mirando sus ojitos; acariciar sus mejillas, suavemente, con el pulgar y con el índice y siente ganas de darle un beso en la frente.
¡Y qué ganas de besar! En la paz del bosque no hay nadie quien los interrumpa, las caricias son libres y fluyen; no hay interrupciones para los besos; un beso como una chispa puede iniciar un incendio. Cuando besas es cuando sientes el significado de lo que es el tiempo. Disfrutar de todo el tiempo del universo en el acto de besar; besar es perder la noción del tiempo. Los novios disfrutan de su dicha como si estuvieran, juntos, en un jardín. Y las flores sonríen y entonces los novios también.
Y es increíble estar con alguien con quien puedas comunicarte… La comunicación llega a ser una utopía. Sin comunicación sólo llegan haber conflictos; la carencia de comunicación manifiesta sólo malentendidos y entonces surgen las guerras… Estar con alguien con quien puedas comunicarte es casi un milagro.
El fuego y el hielo son capaces de quemar.
Y como si el mundo se fuera a acabar él la abrazó y los ojos se le humedecían y simplemente comenzó a llorar. Cuando sientes la mano de la persona que amas… todo es tan bonito que llegas a sentir mucho miedo de que no sea real…
En el ajedrez la dama es la que protege al rey.
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«Mi ropa irradia
un resplandor azul.
Solsticio de invierno.
Tintineantes panderetas de hielo.
Cierro los ojos.
Hay un mundo sordo,
hay una grieta
por la que los muertos
traspasan la frontera.»
-Tomas Tranströmer-
[Hurt]
Asesino
Salió del cuarto susurrando cada uno de los nombres y sintió en su espalda la propia sombra arrastrándose y emanando sangre. Nunca superó como habían quebrado sus huesos con la inyección letal, pero él tenía que seguir haciendo lo propio desde la muerte. Casi podía sentir un placer idéntico, cada vez que era el causante de un infarto al aparecer.
Como un viejo cuando toma el pan, agacho la mirada. Una sombra sobre el rostro. El pan se rompe y a pedazos. La migajas caen inevitables. Son tus huesos que guardé en mi cajón. No hay pretextos para asesinar pero hoy escogí el olor del pan.
Puntos
Salí del motel y vi un rinoceronte en la calle de enfrente. Como pensé que quizás era una descabellada coincidencia, volví al otro día. Al bajar la media, noté que también la pierna derecha de la prostituta estaba llena de marcas de inyecciones. Con mi pluma anoté un número al lado de cada una de las pequeñas heridas. Luego tracé una línea de una marca a la siguiente, como si fuera un dibujo de “une los puntos”. La figura que se reveló al final me aceleró el corazón. Dibujé una piedra en la cazoleta. La prostituta sonrió, yo le acaricié el muslo. Al salir a la calle vi que en la acera de enfrente aparecía una enorme catapulta. Sin duda, había encontrado a la muchacha. Ello representaba la derrota de nuestros enemigos.
Los agentes del tiempo
–No les quitaremos mucho tiempo, más que el que es justo que nos entreguen. –Dijo “él”. –Venimos en busca de esta persona. En cuanto decida entregarse nos marcharemos.
Todas las miradas no sólo esquivaban la fotografía, sino a la pareja de agentes. Un sonido muy quedo que llegó desde las butacas del fondo lo hizo sonreír. Lo reconoció como el inicio de un llanto de mujer. “Ella” dio unos pasos hacia el grupo, con la vista fija en el sitio donde los cada vez más audibles ¡no! brotaban, uno tras otro, como agua. Se detuvo en cuanto el primero se levantó. “Yo soy”, dijo un hombre. “Ella” lo miró y sonrió también. “No, soy yo”, dijo otro que se levantó casi al instante. “Es a mí a quien buscan”, dijo una mujer que estaba al frente. En un momento toda la clase estaba de pie, salvo la mujer que lloraba y otras dos. En algunos rostros había lágrimas, en todos abatimiento y la mirada hacia el piso.
–Esto se llama resignación. –Dijo “él”, sonriente. Luego se puso serio –No podrán engañarnos. ¡Llévenselos a todos! –Los guardiandroides obedecieron. –Esto no es lógico. – Dijo el profesor. ¬–Sólo buscan a una persona. Además, la fotografía es borrosa. Podría ser cualquiera. Ni siquiera se distingue si es hombre o mujer. Además, por la tecnología empleada, diría que esa imagen es de hace mucho tiempo.
–No comprende, ¿verdad? –Dijo “él”. – ¿Quiere que le mostremos los datos de cada uno, en especial sus fechas de nacimiento? –Un guardiandroide levantó como si fuera un cadáver a la mujer que lloraba ¡no! Pronto el salón quedó vacío, salvo por el profesor y la pareja de agentes. –Estos fueron difíciles de encontrar. ¬–Dijo “ella” –Casi siempre lo que buscan es entregarse a los placeres. ¬–Vámonos. –Dijo “él”.
El profesor los observó. Vestían ropas juveniles, como sus estudiantes, pero eran diferentes. Sus movimientos eran lentos, su piel arrugada y manchada, su cabello blanquecino. –Señor, –dijo el profesor cuando “ellos” estaban ya junto a la puerta –he escaneado esa imagen. Es de mala calidad pero tal vez sirva para compararla con… –Sigue sin comprender, ¿verdad? –dijo “él” al volverse. –Déjalo, los androides no entienden nada. -–dijo “ella” ya afuera. –Son nosotros, –continuó “él”, sólo por el placer de decírselo a sí mismo –no soportan enfrentar a aquello de lo que no pueden huir. Y en cuanto a la persona que buscábamos, hace mucho que fue atrapada, congelada en esa fotografía. Ver cada día esa juventud artificial sólo nos recuerda nuestra misión: ¡Nadie puede escapar de los agentes del tiempo!
Esto no es una bossa nova
Esto no es una bossa nova. En este hemisferio la Navidad se derrite en el más caliente de los veranos.
No soy la “Aquarela de Brasil” que Ary Barroso pintó. No hay trovador ni luz de luna. No hay coquero que da coco ni noches claras de luna. No hay fuentes murmurantes ni la luna viene a jugar.
Esto no es una bossa nova. En el peor de los casos soy un negativo quemado, sobreexpuesto, todo blanco o casi blanco.
Mi retrato no es la “Fotografía” que Tom Jobim tomó. No estás conmigo en esta terraza a la orilla del mar. No te tienes que ir. Yo, sin ti, los dos sin ti. Parece que este bar ya va a cerrar.
Esto no es una bossa nova. En el mejor de los casos lo más que puedo es reproducir fotografías todas negras o casi negras.
Mi imagen es casi el “Retrato en branco e preto” que Tom Jobim fotografió. Ya conozco los pasos de esa carretera, sé que no va a dar en nada, Con tus mismos tristes, viejos hechos, que en un álbum de retratos voy a coleccionar. Voy a coleccionar un soneto más, otro retrato en blanco y negro para maltratar mi corazón.
No es pan, no es piedra, no es el fin del camino…
Mi figura iluminada (o no) por la “Luz negra” de Nelson Cavaquinho. Siempre sólo, vivo procurando alguien que sufra como yo también y no consigo hallar a nadie. Siempre solo y la vida va siguiendo así. No tengo quién tenga dolor de mi, estoy llegando al fin. La luz negra de un destino cruel ilumina un teatro sin color donde estoy desempeñando el papel del payaso del amor.
Pesadilla
Veía un rostro que se acercaba sonriendo y al parecer con no muy buenas intenciones. Escuchó ruidos de metales al chocar y el crepitar de fuego…
Despertó sudando. Se incorporó. Fue a la puerta. Se asomó al pasillo oscuro. Encendió la luz. No había nada. Solamente tranquilidad y un silencio absoluto.
Apagó la luz y volvió a dormirse. Soñó con lo mismo: Un rostro que se acercaba sonriendo y al parecer con no muy buenas intenciones. El crepitar del fuego volvió a despertarlo y estaba de nuevo sudando. Otra vez fue a la puerta y al asomarse al pasillo éste estaba a oscuras. Encendió de nuevo la luz…. Nada… solamente silencio y tranquilidad
…
De nuevo apagó la luz y fue a dormir. Lo despertó el crepitar del fuego. Quiso levantarse para verificar que todo seguía en tranquilidad pero algo se lo impedía: Se encontraba encadenado de pies y manos.
Escuchó claramente como continuaba el crepitar del fuego y de pronto un ruido de metales al chocar. El hombre, con el rostro que había visto en sueños reiterados, se acercaba con un punzón de metal al rojo vivo, sonriendo y con no muy buenas intenciones…
[…] apropiadamente (por tratarse de textos que parten de una foto extraña), ganan “Los desvanecedores” de Plácido Romero y el cuento sin título de Sandra Cruz, ambos igualmente enigmáticos e […]