Las Historias convoca a su concurso #113 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 30 de noviembre. Quedan invitados.
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Los verdaderos santos están hechos de piel, carne y huesos. Los hay por millones y la multiplicación de sus nombres facilita la confusión. Vivimos bajo la sombra de sus hazañas y milagros. Supe de uno que fue canonizado luego de convertirse en gerente de un cine. Algunos son tan apreciados que, al morir, su cuerpo es petrificado y expuesto en las entradas de los templos.
La espera tiende a lastimar aun más que la ausencia. Amaranta lo ignoraba; 15 minutos de retraso, media hora. <>. La bóveda celeste fue oscureciéndose al tiempo que le daba pequeños sorbos a su café. En eso, tic tac, tic tac, Tláloc carraspeó, acaso fue Chaac o Poseidón y Zeus jugando a los dados. Invariablemente las primeras gotas de lluvia cayeron. Plantada, solita y con un perro olfateándole los calcetines (que ya había utilizado tres veces en la semana), Amaranta se quedó ahí, blanca, negra, de piedra, estupefacta frente a la estatua cubierta por un plástico y, mientras un sinfín de pensamientos se alineaban de manera inconexa en el alud de sus ideas, llegó a parir una idea millonaria: «Impermeables para Santos».
Pero que hago dentro de esa bolsa plástica, puedo ver el mundo pero extrañamente esta mas abajo y opaco ¡que demonios! parece que esta plaza cambio ante mis ojos… voy despertando de este terror en el que yo era estatua y un perro me orinaba ¡¿porque no puedo mover los brazos!? ¿quien carajos me puso esta bolsa?, escucho un lamento en la iglesia, la voz parece mía… que raro aun no puedo mover la boca, tal vez, tal vez sigo soñando…
El padre Ramírez es un idiota.
Lleva dos semanas en el templo y lo primero que hizo cuando llegó fue quitar la enorme corona de ajos que cada mes, religiosamente, el viejo padre Rebollar renovaba y colgaba del marco de madera de las puertas.
En su defensa debo decir que los ajos nunca me molestaron mucho, no obstante, como bien decía el acartonado y prudente padre Rebollar ante las críticas de sus feligreses por el hedor de los podridos cebollinos: «es un pequeño malestar necesario que mantiene alejados a aquellos que habitan en las sombras». Para el joven y flamante nuevo párroco, aquellas no eran más que anticuadas creencias y supersticiones medievales. Iluso.
Lloverá. El padre Ramírez ha cubierto la efigie del santo encomendado a su santuario. Son los ojos de barro de aquella estatua ancestral los que verdaderamente mantienen a la congregación y a los transeúntes seguros. Guardián incólume, su mirada es insoportable.
Sin embargo, ahora sus ojos están indistinguibles. Desvanecidos. Difusos. Y puedo acercarme.
Tal vez le pareció buena idea proteger a su ícono de la lluvia y la humedad: el pronóstico augura aguaceros toda la semana. Ya veremos si reconsidera.
Veo a una mujer. Mi ansia crece. Ni siquiera me detendré en la alimaña a sus pies. Será solo ella, entera.
Pienso en su flujo escarlata. Estoy ya muy cerca y lo único que me lamento es que al morder su garganta y saborearla, me sabrá al asqueroso café barato que se está tomando.
Ni modo.
Es que ultimamente ha estado lloviendo mucho, le contesté al señor cura
Fe de erratas, se escribe «últimamente» en lugar de ultimamente.
El verdadero milagro inició un año después de que la escultura había sido colocada: al tratarse del fundador de un oratorio, parecía natural y a nadie sorprendio que ese día la piedra comenzara a hablar. La gente pasaba y sus monólogas -aunque no carecían de lógica- no parecían estar destinados a nadie en específico.
A los pocos días del suceso y de que la gente se acostumbrara a la parlanchina escultura, caminaba por ahí una mujer llamada Antonia, que -aunque no fue notorio al principio- provocó la ira de la estatuta, que lanzaba inclemencias y groserías sin se supiera bien porque razón.
Antonia se fue de San Miguel a los pocos días; la estatua fue reservando sus palabras cada vez más, hasta llegar al mutismo.
Hace poco volvió a hablar y quien estuvo ahí para escuchar, refirió las siguientes frases: «En piedra se sostiene la inmovilidad del corazón» y «De Dios no agradezco nada y de ti no perdonaré la ausencia».
Decían que la escultura del santo era la causante de las desgracias: de la espuma que don Ernesto escupía por las mañana, del delirio de la niña Martina que al llegar a su casa después de caminar por el atrio, recitaba de memoria el ángelus de atrás para adelante, de las violaciones, del aborto de Lupe Marcos, del temblor de hombros del cura, de la reyerta en el zócalo. Un domingo después de misa de doce cubrieron al santo con una bolsa de plástico, prendieron velas, rezaron el rosario testigos del creciente temblor del cura que se extendía hasta la cara provocando muecas involuntarias. Al apagar las velas, los fieles sintieron que algo pasaba en sus pulmones, se amorataron sus labios, dejaron de pensar, se asfixiaron las palabras.
Vio a la chica que bebía su atole, al perro que comía del suelo los restos de un tamal que seguro viajaba digestión abajo en la panza de la muchacha, al santo que no quería mojarse; pero no observó las múltiples historias que pudo haber contado si se hubiera detenido a santiguarse siquiera.
Yo
Nací un día en que los ángeles copularon entre ellos y pecaron.
Yo nací en el año del terror
1990, un día veintiuno del décimo mes del año, un día singularmente cualquiera; es por eso qué Dios al momento de nacer me desterró del cielo y me envío a vivir en el infierno terrenal de este horrible planeta llamado Tierra.
Violeta Arciga
-¡Saquenme de aquI!-Gritaba , cegado por aquella tela de araña que le estaba cubriendo el cuerpo . -¡Socorro! – Seguìa el pobre Claudio … pero nadie atendía a su ayuda.
Milagritos habìa salido al balcòn a recoger la ropa , y lo oyò. Entonces se asomò y mirò hacia abajo y le dijo :-Pero Claudio…¿ que haces con la cortina de mi habitaciòn encima de ti? – Y seguidamente entrò de nuevo a la casa con la ropa que habìa recogido , bajò las escaleras , cruzò el portal, llegò hasta el rìgido Claudio, recuperò su cortina y subiò de nuevo a su casa.
Inhalé ruidosamente. Mi respiración se entrelazaba con el aire por primera vez mientras veía ese mundo blanco en el que de repente, mi existencia se había desdoblado. Las gotas caían una a una, como sílabas en un poema, y asfixiaban sin saberlo. Interrumpí el tiempo para darle mi historia. Abrí la boca con trabajo, iba a recitar el secreto que traía desde quién sabe cuándo; estaba seguro de que el universo lo necesitaba. Sentí la mirada de una mujer que parecía metáfora de lo oculto. Entonces pasó: mis músculos se endurecieron. Recorrió mi cuerpo punta a punta en cuestión de segundos y mi existencia cesó y el secreto jamás será liberado. Ella aún me lleva en los ojos.
Amaneció así, cubierto todo de hule blanco, del corriente. Era el monumento del héroe del pueblo, el de la independencia; al que le llevábamos flores y discursos cuando algo se conmemoraba. La presidencia municipal no dio informes sobre aquello, pero en la salida de la escuela, en el mercado, y en los corrillos no se hablaba de otra cosa. Unos decían que se lo iban a llevar a la capital, otros que la iban a arreglar, sin que se supiera qué. Unos más aventados que le iban a poner la cara del gobernador para hacerle la barba. La cosa es que fue la única novedad en aquella tierra sin novedades. Hasta las palomas dejaron de posarse en él. El pobre monumento parecía ahogarse, que no podía respirar, pero nadie se atrevió a hacerle un hoyito para que le entrara el aire al pobre.
Pasó un día, dos, tres… y al séptimo, como si del Génesis se tratara, ocurrió aquello: Comenzó a volar. Se elevó, se fue para el cielo, a media misa. Las beatas se santiguaron, los jóvenes creyeron que estaban en el programa de cámara escondida. Los hombres buscaron las pistolas para ver si de un tiro lo bajaban y los más se quedaron así, boquiabiertos, viendo el mal milagro que los dejó sin estatua, y sin que supieran a cuenta de qué ocurría.
Cuando no era más que un punto en el azul inmenso del cielo, vieron el plástico del envoltorio tirado al pie del zócalo y se abalanzaron sobre él como locos. Se golpearon y arrebataron cada despojo de la envoltura. Todos querían un pedacito para hacerse una reliquia, para curar ciegos y hacer andar paralíticos. Estaban seguros que el héroe volador se los concedería. Cayeron en cuenta que nadie tomó video de la fuga, -acaso ese sea el verdadero milagro-; y por tanto no tenían prueba de que aquello hubiera sucedido, pero quedaba su palabra, bronca, como testimonio de que todos lo vieron “con estos ojos que se han de comer los gusanos”.
-¡Lo enterraron los muy cabrones!, dijeron luego en el pueblo vecino, rabiando de envidia. -¿Cómo que voló? Nomás lo dicen para que la gente vaya a adorar los cachitos del plástico. -Dizque cura, que es mejor que el agua de Tlacote. Se están hinchando de lana.
Así que fueron por costales al ingenio y cosieron una bolsota para cubrir la torre de su iglesia.
-¡Está sí que llega a la luna compadre!, ¿a poco nomás a San Jacinto le toca milagro?
Y se congregaron para hacer guardia esperando la voladura. Ya llevan cinco días y todavía tienen fe.
¿Será? Decía la comadre.
-Tenga fe, Tenchita, tenga fe. Con eso hasta los callos se nos quitan, cuanti más lo pobre. ¡Ya nomás faltan dos días!
La mujer entorna los ojos, soñando en las reses que han de comprarse y los vestidos que ha de ponerse.
-¡Dos días! ¡Casi no falta nada! ¿Será?«.»
A nadie le cae bien la nueva catequista…
Siempre nos está regañando y no nos deja jugar a nada. Ofelia no era así, ella si nos dejaba jugar fútbol a la hora del recreo y decía todas las oraciones bien bonito, como cantando. A Ofelia la extrañamos todos pero yo la extraño más porque le había hecho una carta que jamás pude entregarle.
Además de tener mal carácter es gorda y fea. Siempre lleva a Pelusa su perrito pero nunca nos deja jugar con él. Hasta él tiene mejor carácter que ella, de-seguro.
Todos estamos de acuerdo en que hay que jugarle una broma pero aún no sabemos qué hacerle.
Yo siempre la veo caminar por el mismo rumbo cuando sale de la iglesia. Cada sábado al terminar se compra un arroz con leche de ese que hacen las monjas y le reza al santo patrono unos aves-marías que dizque pa´ que encuentre un buen marido…
Hoy nos encontramos una bolsota, todos supimos que hacer con ella. Al terminar el catecismo corrimos a la vuelta mientras ella compraba su arroz con leche y se la pusimos al santo patrono pa´ que no la pueda escuchar y siempre esté sola por mala onda.
Armó un drama, primero se quedó ahí como helada, sin entender que estaba ocurriendo. Intentando comer su arroz con leche directo del vaso. Pero luego comenzó a grita como loca. Le llamó al padre, a la madre superiora, a la policía, a quien pudo. Como una de las monjitas nos encontró a la vuelta mientras nos retorcíamos de la risa pues que nos agarran y nos llevan de las orejas hasta la oficina de la madre superiora.
Neta que a nadie le cae bien la nueva catequista… a nadie. Ni le hubiésemos tapado al santito, igual y así encontraba marido y nos dejaba en paz.
Igual y así volvía Ofelia.
Con los ojos cerrados
Los primeros rayos matinales descargan su tibio calor sobre la piedra aun fría. El sonido de un teléfono apenas me distrae del eterno letargo, luego un parloteo insulso revienta como un grito sobre las desgastadas baldosas. En unos cuantos minutos las campanas despertaran a las insomnes palomas y entonces levantaran el vuelo hacia las fuentes grises y verdosas. Ahí, tal vez, encontraran un alma caritativa con algunas migajas de pan. Es temprano y la plaza está limpia, no quedan vestigios de la romería nocturna, donde lágrimas piadosas se amalgamaban con las risas de falsos demonios e infantiles brujas, pero debido al profundo misterio que rodea a la muerte, no se dieron cuenta de que juntos caminaban en la eterna confusión del ir y venir de vivos y muertos. No puedo quejarme, también tomé parte de la otoñal verbena. Mi disfraz fue sutil para que no vieran mis manos engarrotadas ni la cruz de alma en pena, tampoco la mirada cincelada a golpe de martillo. Nadie miró el pedestal vacío en esa soledad sin paredes. Tampoco notaron mi caminar rígido ni aun cuando los dulces se escurrían entre mis helados dedos. Como he gozado esta noche. Siento aun el pulso en mis sienes por la excitación producida por el desvelo. Por lo que dichoso me entregaré al sueño con los ojos cerrados.
Liberación.
-¿A quien se le ocurriria cubrir con un plástico la estatua de un hombre, en un pueblo donde nunca llueve? La pregunta se la hice a fido, mi perro, quien solo me contesto con un «guau» . Esa noche, alumbrada tan solo por la tenue luz de la luna, liberé del sucio plástico, a la figura de mármol blanco. Satisfecha de mi iniciativa, regresé a casa. A partir de ese día, la figura se aparece en cualquier sitio donde me encuentre, al pie de mi cama, cuando camino por la calle, en la escuela, en fin. Lo que mas me aterra es su mirada, una mirada penetrante que pareciera lanzar destellos luminosos en color rojo cuando me mira, y los brazos extendidos que me invitan a acercarme. Tengo miedo. La gente empieza a pensar que estoy loca cuando le digo que me deje en paz de una vez por todas. ¿Usted que cree?
EMBOLSADOS
Apenas pude pegarle el primer trago al arroz con leche. Ya lo necesitaba harto, después de la nochecita que pasamos.
Ora sí, mi comadre Chona tenía bien juerte el anafre pa´ preparar los desayunos y se le juntó harta gente, dialtiro todos los que regresamos de madrugada.
Cuando vinieron por nosotros dizque pa´un trabajo urgente, no nos imaginábamos de qué se trataba. Terminamos bien cansados.
Y aquí mismito en el atrio, como si fuera el diablo que me persigue, hay otro embolsado. Nomás que éste está enterito y en bolsa transparente, como si quisiera decirme algo. Qué bueno que está de espaldas pa´no verle la jeta.
Los que embolsamos anoche, estaban descuartizados y nos dieron bolsas negras, de esas gruesotas pa´ que aguantaran tanto pedazo y lo caliente que estaban todavía. Si hasta quemaban los dedos. Todavía me arden las manos.
Quién sabe cuántos jueron, era un amontonadero de brazos y cuerpos pero mi compadre Juan dice que contó 43 cabezas y ahí sí, no puede haber confusión.
Ándale Yolitzin, jálale pa´la casa. Te tengo una sorpresa.
Identidad
Encaramado en el borde, mira los pasos bajo la sábana que oscurece el entendimiento, nadan las manecillas vertidas en días y noches, paralelos complejos de quien calla, espera una miga para devorar la soledad, él ahí, de pie, como yo, erguido con la suya cara.
Erguido con la cara suya suspiro profundamente. Se que él va a partir, dejando una estela de recuerdos.
Decoración
Al final todo fue envuelto en hojas de periódico y metido en bolsas y luego en una gran caja. Humanos y animales descabezados o sin alguna de sus extremidades fueron tirados a la basura.
Salí muy temprano de la casa de ella. Nervioso todavía por lo que había hecho. Me inquietó tanto ver a la escultura protegida con esa funda, más tarde esa sería la imagen que me atormentaría el resto de mis días. ¿Por qué no me protegí?, ¿por qué no me protegí?
El Santito quería llegar al cielo, se había cansado de pedirlo a Dios, de alabarle sin sentido. Pidió ayuda a un transeúnte. Éste, a cambio del traje de astronauta le pidió un milagro.
Cuando conocí al hombre del costal casi no me asusté. La verdad hasta me dieron ganas de ser como él, para
llevarme niños a quién sabe dónde, nada más por malvado. Simplemente se acercó, me dijo entra, y yo entré en su costal. Tiene un poder muy raro. Cuando salí de ahí ya habían pasado seis años y ya había engordado bastante, así que el buen hombre me engulló poco a poco, como se engulle un pavo en Navidad.
Ha llegado a tiempo así que, recobrando el resuello, destapa su café y pega un buen sorbo calentito que le cae, en el estomago vacío, como si fuera agua bendita. Mientras traga pega la vista en la puerta de la escuela, por dónde ha de salir, como una bala, su nieta. Son las cinco de la tarde. Ya nada importa, solo su preciosa niña y ella: -“allá se pudra el mundo en sus miserias”, le murmura a Fifí que olisque el suelo, mientras ella mastica como cansada, como entregada. Juan Antonio Perez de Espinosa le da la espalda, el gesto de su mano parece que al fin cobra sentido: se aparta un plástico que le han echado por encima. Cae la tarde, declina mansa
Gertrudis decide entrarle al de rajas con su respectiva dosis de viscoso elixir chocolatado, para Lucas cada miga que viaja hacia el suelo representa lo mismo que el maná para los nómadas hebreos; sobre su cabeza y sin darse cuenta, un bulto emerge en la entrepierna del que muchos creen santo, más los que le conocen en los siglos toman las debidas precauciones, por eso hoy El Fundador ha decidido vestir condón de cuerpo entero.
A la usanza de la vieja escuela
Una cucaracha sale de entre el resquicio de la tapa de una alcantarilla. Fotofóbica y hambrienta, aprovecha el día nublado y la racha de aire frío que la despertó. Por eso salió antes, por eso y porque llevan días sin comer. Se acerca a un charco y bebe, o al menos eso parece que hace. Mueve las antenas, otea, busca cambios en la temperatura de la brisa con sus abdómenes. Casi cinco días hambrienta. Gira tan solo para calmarse cuando se da cuenta de que la vibración que está dañando imperceptiblemente la fachada de la iglesia proviene de la avenida, a siete metros de donde pasa el trolebús. Y ahí está el derrumbe de cantera rosa, invisible para los humanos. Avanza un poco. Sabe que no hay pista de comida. La fuerte lluvia de anoche lavó todo rastro. Y se queda ahí, inmóvil, oteando, pensando, decidiendo. Entonces entorna algunos lentes de los miles que tienen sus ojos que miran más de una cosa al mismo tiempo y observa la estatua frente a ella. La mira y recuerda aquella época, cuando fusilaron a esa oveja negra. Recuerda, mientras mueve las patas para obtener siquiera el más ligero olor a comida, la estatua ecuestre que el rebaño –arrepentido- levantó en su honor. Y recuerda también la época dorada de la escultura ovejil. Y las historias que se cuentan, el cambio del paradigma: el hombre por la oveja. Y sonríe o hace una mueca mandibular que parece una sonrisa y recuerda que las estatuas fueron también el recordatorio de lo cruel que fue cierto gobernante humano cuya efigie era simbólicamente puesta a mirar al pueblo en la plaza para que la gente no olvidara. Se acuerda que la generación de humanos que dispuso eso ya ha muerto y que la suya sigue viva, sobreviviendo entre los humanos que, como ese que alcanza a contemplar antes de morir, piensa que mejor sería fundirlas y hacer algo con el fierro, tapas herméticas para evitar que las cucarachas salgan a la superficie, para evitar aplastarlas a pisotones, como a esta.
El humo de coches y fábricas había vuelto gris el cielo. Era el momento de repintarlo de azul. Preparamos miles de litros de pintura, cientos de brochas, escaleras. Antes de comenzar, cubrimos de plástico edificios, parques, estatuas. Empezamos envolviendo a San Lucas, el patrón de los pintores, nuestro patrón. Le rezamos una oración. Le pedimos que nos ayudara a que el azul celeste luciera sobre nuestras cabezas mucho tiempo.
El policía recuerda al hombre capturado hace unos días. En aquel momento pensaba que era un pobre loco. Sus ojos, no lo olvida, se desquebrajaban en miedo. Lo capturaron cubriendo con plástico estatuas, santos y vírgenes. Él les repetía que empezaban a respirar horas antes de siquiera poder moverse, que así se ahogarían antes de despertar. Se volvió la burla de la comisaria. Por más que le repetían que algo inerte no podía morir, el enajenado repetía que solo quedaban tres días. Ahora, a punto de ser aplastado por el pie del pipila, el gendarme guanajuatense desearía haber tenido una bolsa gigantesca a la mano.
Inmodestia
Cuando nací, había muchos santos de mármol. Cuando muera, espero que haya al menos un prócer de bronce.
LAS ESTATUAS
Iván Landázuri
Al principio todo parecía la broma de algún grupo de jóvenes desadaptados, después se pensó que podría tratarse de alguna intervención urbana de esas que acostumbran los artistas postmodernos hoy en día. Nadie podía imaginar lo que ocurría en realidad, para todos fue una sorpresa cuando se descubrió que nadie intercambiaba las estatuas de lugar, si no que eran ellas mismas las que se trasladaban de un sitio a otro sin previo aviso.
Los primeros en apuntar su inconformidad fueron las autoridades que como era natural vieron con desaprobación que los hombres y mujeres de bronce, cobre y mármol, se tomaran la libertad de ubicarse en otras calles, avenidas o parques que no fueran las asignadas por ellos. Una y otra vez los regresaron a sus pedestales, pero una y otra vez las estatuas se movían de ellas. Más de uno alzo la voz en solidaridad. Centenares de personas salieron en marchas a dar su apoyo. ¿Por qué chingaos no podían decidir ellas en donde querían estar? “¡Libertades a quienes nos dieron libertad!” era alguna de las consignas que más se repetían.
Claro, hubo también quienes no compartieron ese entusiasmo. Ahora usar la ubicación de las estatuas como punto de referencia para el encuentro con los amigos o la novia era inútil, “Te veo a las doce donde está la estatua de Benito Juárez” o “Te espero para desayuna junto a la estatuilla de Vicente Guerrero” Más de un corazón roto y una enemistad derivaron de estas confusiones.
No era raro hallar a los héroes de la Independencia frente a las grandes tiendas departamentales. Por su parte, los Revolucionarios se reunían cerca de las cantinas y garitos que los homenajeaban con sus nombres. A los poetas, esos seres de cobre y vanidad, era usual verlos amontonados luchando entre sí, queriendo ocupar los espacios y avenidas más representativas de la ciudad.
Después de muchas consultas ciudadanas y varias modificaciones a la legislación se optó por dar un horario laboral a estos personajes, en las que se comprometieran a permanecer en un lugar designado. A demás, se exhorta a los centros académicos e instituciones culturales a emplear los homenajes en vida para no seguir alimentando esta problemática.
[…] ganador del concurso es el texto sin título de Fuentesrantonio por su aire extraño de realismo mágico y su sentido del humor. Reciben […]
A pesar de que el cielo sigue manteniendo al sol atrapado entre nubes, y sigo extrañando el polvo en nuestros rostros infantiles, mirando entre las aguas fangosas del pasado, una flor de loto tranquiliza mi corazón , de aquellos años maravillosos y desgarradores de nuestra existencia compartida.
El tiempo que juega a escondidas entre todo lo vivido , existente y quizás testigo de lo soñado ,único ladronzuelo de una amistad que resguardo con gran recelo ,no ha tocado nada mas cercano que al ser humano que crea ,deshace , y vuelve a modificar, tiempo tomas tu momento ,acaricias los rostros mientras cruzó el umbral de las sombras.
Hincados , con corazones deseosos , meditan entre su dolor o gratitud , uniendo con el destino de la existencia sus manos, ¿y mi cuerpo? frío e inmóvil que permanece en la gravedad condicionada por el tiempo.
Percibido o no el entorno ha sido modificado , y el lente de una cámara y unos ojos ocultos han desafiado al tiempo ;amante de los momentos que se atesoran en los corazones humanos ,en la satisfacción de una sonrisa provocada entre amigos , en el dolor por la ausencia de un ser amado , en donde no se encuentra la coherencia mientras se hacen cantos a los santos , el anhelo de experiencias futuras que ahora son estériles y mientras el momento ha sido capturado por lo vivido , lo único que me queda es la imagen de mi monumento , creado , desecho, y vuelto a ser modificado…
Al mirar atrás, y ante las miradas indiferentes de los habitantes del presente, el viajero en el tiempo se convirtió en estatua de sal.
Testigo mártir
Después de misa, en una mañana nublada, Cristian disfrutaba su café. “El futuro existe”, pensó. Mal momento para vestir de tacón alto, blusa y pantalón ceñidos al cuerpo. En el atrio, la estatua del beato había sido violentada por cinco sujetos que aún merodeaban. Ellos embolsaron a San Sebastián hasta los pies, tratando de ahogar su odio hacia todo lo que representa. El patrono jamás escuchó tus rezos, tampoco vio cuando fuiste capturado, atado al árbol, amordazado y apedreado. Él mismo fue testigo mártir. Se acercaron hasta ti los cinco, conocían tu pasado e iban truncar tu futuro. Un perro que pasaba, ladró para ahuyentarte, era demasiado tarde. No se trató de violencia de género, fue un crimen de odio. Los santos a la entrada del templo fueron testigos mudos del suceso. Desde sus ojos se desprendió leve arcilla, y esas, fueron las únicas lágrimas que alguien derramó por él.
Cuarentena
Noche 5. Primero en una isla caribeña, después en tierra continental.
Día 40. Toda el agua es bendita ya. La que era potable ya no se puede beber.
Noche 10. Brotes del Ártico a la Antártica y en cada gajo meridional.
Día 32. La demanda supera la oferta, las veladoras no alcanzan para alumbrar a todos los santos.
Noche 15. Demasiado tarde, apenas se cierran aeropuertos, estaciones de trenes y los barcos dejan de zarpar.
Día 24. Antes del terror reina el júbilo. La devastación va a llegar de gala, viste el traje de la santidad.
Noche 25. Algunos de los primeros contagiados comienzan a sufrir también de posesiones.
Día 16. El exceso de beatitud se derrama con la última gota de uno de los costados.
Noche 35. Epidemia antes de ser pandemia. Ayuno generalizado. Penitencia global.
Día 8.El olor a rosas se propaga. Primero en un continente, luego en cada país, en cada ciudad, en cada casa.
Noche 40. El insoportable hedor a rosas marchitas confirma el inminente final.
Día 0. Paciente cero. Hora cero. El primer estigma. La primer muñeca.
[Sinnerman]
La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es. [Carlos Fuentes]
«Vendrá la muerte y tendrá tus ojos,
esa muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne
como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito callado, un silencio.»
[Cesare Pavese]
Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche el presente tejido:
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Doce campanadas
Como cada fin de semana hay atolito de nuez después de la liturgia de los sábados. La persona encargada del campanario y del mantenimiento del lugar es la misma persona que se encarga de que no falten flores cuando se celebra alguna ceremonia nupcial; él nunca entra a misa, pero siempre imagina historias de amor con finales felices cuando ve a los novios pasar.
Dicen que cuando quedó viudo lo encontraron vagando en la orilla del mar. La iglesia de San Jerónimo se encuentra cerca del mar y por eso el mozo aceptó el trabajo cuando alguien se lo propuso. Cuando termina sus labores y cada que es posible se dirige a la orilla del mar y prepara una fogata para cocinar algo sencillo; con anticipación para disfrutar de los hermosos colores del amanecer o del atardecer bebiendo, quizá, un poco de caliente café.
Escuchar los sonidos del mar y contemplar su majestuosa belleza…
La ausencia de la paz mundial manifiesta que los que nos hacemos llamar seres humanos no estamos lo suficientemente evolucionados para entender cómo definirla; todavía no somos capaces de ser conscientes de la complejidad de su estructura.
… El viudo miraba en el horizonte del mar perdido en los colores del alba. Dicen que le han escuchado leer los mismo poemas en voz alta. Para él sonreír y llorar son actividades espirituales.
Bienaventurados los cursis, porque de ellos es el reino que les es negado a los elitistas.
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EL SUEÑO DE LOS GUANTES NEGROS
(fragmento)
Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos.
Era una madrugada del Invierno
y lloviznaban gotas de silencio.
No más señal viviente, que los ecos
de una llamada a misa, en el misterio
de una capilla oceánica, a lo lejos.
De súbito me sales al encuentro,
resucitada y con tus guantes negros.
Para volar a ti, le dio su vuelo
el Espíritu
Santo a mi esqueleto.
Al sujetarme con tus guantes negros
me atrajiste al océano de tu seno,
y nuestras cuatro manos se reunieron
en medio de tu pecho y de mi pecho,
como si fueran los cuatro cimientos
de la fábrica de los universos.
-Ramón Lopéz Velarde-
[…en la inmensidad unieron sus almas…]