Las Historias convoca a su concurso #111 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 30 de agosto. Quedan invitados.
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«¡Ahí vienen los caracolisenses!» gritaba Graco, en medio de la avenida, cargando sobre su lomo un chaletcito desvencijado sin ventana ni chimenea. Y se asomaron otros más, de lugares que sí tenían ventanas, con caras de espanto y repitiendo como unos locos la sentencia de Graco. Se quebraban las paredes de esos lugares como galletas de avena y salían todos ellos jalándose los pelos y jalando tras de sí departamentos sin techo: recámaras como laberintos que ya no se entendían bien fuera de los edificios. Todos corriendo, empujándose y haciéndose polvo los entrepisos, amontonándose a la calle principal. Detrás de ellos, venían más, de los viejos, igual de espantados y desesperados pero mucho más lentos, arrastrando casonas victorianas y terracitas artdecó, patios con fuente y jardines, con un ruido húmedo de arrastre de piedras sobre la tierra. Todos hacia la salida y hacia quién sabe dónde luego, porque, efectivamente, ahí venían los caracolisenses, quienes no eran nada distintos a Graco y todos ellos, salvo que venían de otro lado, de quién sabe qué otros pueblos desvencijados y abandonados e igual de espantados por otros nómadas que llevan a cuestas la casa. No se distinguían muy bien, pero se reconocía entre la polvareda un techo por acá, un torreón por allá, un zaguán amarillo y un pedazo de capilla, todo revuelto. Así huían los caracolisenses que no se sabían como tal de otros que quién sabe si sabían lo que eran y de quiénes más estaban escapando. Y daban vueltas -también sin saberlo- alrededor de una especie de llano curveado hacia el horizonte. Una planicie con ciudades abandonadas por aquí y por allá, con el suelo rasgado de tanto arrastre. Y ese suelo también se iba moviendo, porque, en su casi imperceptible curvatura, redondeaba la panza de otro, que quién sabe si era un caracolisense gigante u otra cosa -pero, para el caso, poco le importaba a él y a todos, que no son conscientes de ser lo que son- arrastrando una casa que, de tan grande, apenas se distinguía la fachada, huyendo de quién sabe quiénes más.
La adivina se lo dijo bien claro: Pronto serás el centro de atención, aún a pesar tuyo. El tornado llegó sin anunciarse, mientras Juan tomaba la siesta. Los niños y su mujer nunca aparecieron.
No bien respiré aquel aire diáfano y urbano, me desperté lozano emitiendo un breve respingo. Mi viaje había terminado.
Le dijerón que solo podía llevarse una cosa en su viaje al futuro.
No le especificarón el tamaño.
Ciudades que manchan la tierra… Veneno letal que plaga los árboles, las madrigueras y nidos, los paraísos envueltos en paisajes…
¿Acaso habrá mejor equilibrio sin el techo abierto de cielo azul, mejor sombra que las arcaicas nubes? ¿Susurra mejor el viento que a través de las ramas pródigas en hojas de mansos silencios, de lustrosos verdes, de crujidos discretos y zumbidos tersos?
¿Quién se ha atrevido a pensar que la tierra roja y el barro puro son más cómodos y elegantes que el concreto?
No hay lugar para respuestas. Este cosmos filibustero no se detiene a contemplar romanzas…
Nidos forasteros, madrigueras nuevas, narcóticas moradas de la tierra…
LOS PATRONES
-No se queje mijo, somos afortunados, tenemos comida, trabajo y un lugar para dormir.
-No, si no es queja apá, no más le estoy avisando que el socavón ya está muy profundo y no sé si vaya a aguantar, si se derrumba nos atrasamos con la entreg…
-sshhhh cállate chamaco pendejo que nos pueden estar escuchando… ¡NO NOS ATRASAREMOS CON LA ENTREGA MENSUAL DE TIERRA, PARA ESO ESTAMOS!… además ya falta poco para que se acaben la ciudad y nos mudemos con los patrones, entonces abriremos un nuevo socavón a donde lleguemos.
-oiga apá, ¿y por qué debe ser cada mes?
-Eso si no lo sé mijo, creo que es como con las baterías, después de un rato se le acaba la energía y hay que traer nuevas, y entre más profunda la tierra más fresca la sienten.
-Apá en la siguiente ciudad, ¿podríamos abrir el socavón dentro del conjunto que elijan los patrones para dormir?, sería más práctico y no tendríamos que esperar a que desocupen la colonia para abrir el hoyo, además rodear la barda es una chinga y somos poquitos pa la cargadera de tierra.
-Ni se te ocurra mijo, a los patrones les gusta su privacidad y que su espacio esté muy arreglado y limpio, creo que son costumbres que traen desde hace muchos años; alégrate de que nos dejan vivir cerca de ellos. Y ya te dije que no te andes quejando, mejor vete a traerme la cortina nueva que te encargué, que la del departamento 6 ya está muy gastada… No quiero pensar lo que nos pasaría si se cuela un poquito de sol por la ventana.
Me encantó este. Voto por él.
PENÚLTIMO RUEGO
Todo es inútil. La casa nueva era quizá la última casa, la última buena casa. Casi todos los hermanos se han ido de estos lares, y aún no logro comprender por qué se fueron sin despedirse. Quizá partieron muy temprano, antes de que asome el sol. Sus telas y cuentas siguen aquí, en esta casa. Solo se han llevado sus alforjas vacías. Tal vez se fueron rápido, casi corriendo, distraídos, y lo olvidaron todo. Tal vez solo se fueron a cazar, y yo tengo miedo. Los muros de siempre no han dejado de crecer. Tengo miedo de que sigan creciendo infinitamente hacia el cielo, llenos de agujeros en todas sus caras. Llenos de colores pálidos mirando al mar. ¿Es un mal sueño, acaso? ¿Un castigo? Ya no estoy seguro. He intentado comunicarme con ellos para decirles que vuelvan pronto y escalen estos muros, pero ya no podrán. Es difícil. Ahora estos muros son gigantes. Ya no escucho el graznido de las aves, ni puedo ver el mar, como siempre, desde ese agujero en mi pared. Solo me queda un penúltimo ruego, aunque, insisto, todo es inútil.
De pronto apareció una modesta construcción frente al Hospital Psiquiátrico. Días después, los pacientes ya no estaban. Encontraron la entrada del túnel, pero nunca la salida.
Jujuuu otro de sus relatos Guffo 😉 fuera de su blog.
-¡Tómenlo todo, ya! Malditos ponzoñosos y aberraciones de la naturaleza. Quédense con la maldita casa.-
Y muy enojado se marchó hacia su coche que estaba al otro lado de la calle.
-¿Crees que regrese, amor?
-Ah sí. Apenas se acuerde que dejó la plancha encendida, la muy burra.
Mientras intentaban volver, una ciudad cayó sobre Kansas. Ahora Dorothy y Toto casi nunca salen. El nuevo camino amarillo no ofrece ninguna esperanza.
¿Qué fue primero , la choza de adobe o la ciudad? El litigio es un desbarajuste: mientras que la ciudad opina que la choza es un tumor que debe ser removido, la choza opina que la ciudad es una pesadilla que se salió de control. Es difícil darle la razón a nadie ya que ningún testigo recuerda construcción alguna en aquel paraje que siempre debió ser llano.
Se rumora que para quitarse de broncas ambos serán condenados a muerte por demolición, todo al amparo del artículo sexto de la Ley de Espacios y Dimensiones; por lo que se recomienda tanto a los habitantes de la ciudad como a las ratas y ratones que viven en la choza que vayan haciendo sus oraciones porque si no es hoy, seguro será mañana.
Las nuevas ruinas
Quisieron obligarnos a venderles. Nos amenazaron como amenazaron a todo el pueblo, pero no lograron quitarnos nuestro techo. Entonces el arquitecto mandó secuestrar a varios muchachos. El presidente municipal estuvo de acuerdo en que los matara, ¡A ver si así venden esos hijos de la chingada!- dijo. Se llevaron a mi hija, la violaron, la mataron, la cortaron en pedazos y mandaron un camión de volteo con los trozos de todos los que se llevaron y los tiraron en el solar, en medio de las casas. Todos lloramos, La mitad vendió, ¿a cómo? Mil veces menos de lo que valía la tierra. Luego vinieron hombres trajeados y convencieron a los demás, les ofrecieron más dinero y la posibilidad de trabajar como albañiles en la construcción de la obra que sepultaría su pueblo. Yo no me quise salir, ¡aquí nací!, ¡aquí debajo mío pasaba una vena de agua!, ¡aquí es mi hogar! Secuestraron a mi esposa y a mi hijo recién nacido. Los violaron, los mataron, los cortaron en pedacitos, me los vinieron a tirar aquí, ¡aquí mero en frente de mi puerta! Ya no me quedaba nada más en la vida que mi casa, mi techo, mis paredes, mi tristeza. El arquitecto mandó meter las escarbadoras, destruyeron el pueblo, comenzaron a construir su complejo habitacional con departamentos como huevos. Secaron la vena de agua que corría debajo de mi casa, construyeron a mi alrededor, modificaron los planos, compraron los permisos al gobierno corrupto, durante meses y meses los trabajadores, antes vecinos, se burlaron de mí, ¡pero yo no me voy a salir! Hace dos días inauguraron la ciudadcita. Vino el presidente con ellos, me miró con desprecio, como si le debiera algo. Dio la orden de que nadie me tomará fotografías, que nadie tomará mi casa, que nadie dijera nada del pueblo que sepultaron. Antes de irse en su helicóptero, sacó su brazo y tomó una fotografía. Hace una hora me llegó una demanda por obstrucción de las vialidades públicas y una orden de desalojo. Dice el juez que nadie puede construir su casa en medio de una calle, me dieron doce horas para salirme. ¡No lo voy a hacer!
LLegamos al barrio despúes de mucho tiempo, nos dirigíamos a la casa de Julio Carpio un amigo nuestro, aquel vecino sobrado que compró un pequeño terreno en el centro de la ciudad joven . Nos sentíamos perdidos , cuando depronto Carlos dijo:_Oh !de aquel arenal no queda nada, mira que lindos condominios, cuantos edificios , no hay espacio aquí , como ha crecido la ciudad! Cuando depronto vieron con cierta admiración una pequeña casita austera ubicada en el centro de la calle.Su sorpresa fue aún más grande cuando vieron salir a un hombre anciano , de aspecto descuidado , con el cabello blanco y largo ,llevaba en su espalda una gran bolsa transparente llena de botellas vacías.Y dije _no puedo creerlo es Julio? , pero no es ni la sombra de lo que fue , han pasado 30 años y su vida sigue igual.
El presidente de la República declaró Bien de Interés Cultural la casa en la que había nacido.
Mientras intentaban volver, una ciudad cayó sobre Kansas. Ahora Dorothy y Toto casi nunca salen. El nuevo camino amarillo no ofrece ninguna esperanza
Muy bueno. Me gustó.
Cuando pasaron la casa a medio camino dijo uno al otro: Bueno, ahí vivía el hombre más apurado del mundo.
Quisieron entrar pero debían seguir andando. Ora a la vuelta: dijo otro al uno. Pero ambos comprendieron que de ahí para adelante no era doble sentido.
no quisieron destruir mi casa.. creo que la tendrán de museo. ¿será un ejemplo u desolación para la humanidad?
acá viví … el hombre mas enigmático en el mundo
Jack franzkoli
TRAICIÓN AL AMANECER
Un día cualquiera de marzo (el día es lo de menos; el mes no lo es para lo que les voy a contar, pues es el de mi cumpleaños), después de pararme de la cama, ir al baño con los ojos cerrados aún, y abrir la ventana (para reaccionar con el frescor del aire), muy de golpe desperté mucho más de lo normal (lo normal para mí es hacerlo despacito con una taza de café; nunca antes y nunca abruptamente). Lo que vi en medio de la calle me dejó estupefacta. No era una visión ni una alucinación, no. Ni era que me faltara el café. No era cafeína lo que necesitaría para procesar lo que estaban viendo mis ojos, aún con y a pesar de las lagañas. Es más, después de restregármelos, aquello seguía sin tener lógica. Ni lógica ni explicación. Pero de que seguía estando, seguía estando.
Concluí (dado el carácter imposible de lo que mi sentido de la vista me informaba) que estaba soñando. Que en realidad no había sonado el despertador, ni me había parado de la cama, ni había abierto la ventana… ni – por supuesto y sobre todo – que durante la noche había aparecido una casa de techo de dos aguas brotando, literalmente, del pavimento de mi calle. Punto. Yo estaba totalmente dormida. Era un sueño estúpido – como lo son la mayoría; al menos los míos. Decidí que como no suponía amenaza alguna, pues yo no sentía ni miedo ni angustia (estas cosas de la mente eso son: estupideces inocuas, a menos de que sean pesadillas francas), podía divertirme con la visión aquélla.
Me dispuse, pues, a contemplar cómo se desenvolvía mi sueño. Fui a la cocina a calentar agua para el café, no con el fin de despertar, claro – que estaba yo en un sueño – sino para ponerme cómoda. Esperando, me comí un trozo de pan de elote que acababa de comprar el día anterior en la plaza de San Jacinto, donde comí con una amiga entrañable (comida atrasada por mi cumpleaños; ¡qué raro que en mi sueño recordara tanto detalle!) Sonó la tetera y preparé la prensa. Mientras se hacía la infusión, prendí un cigarro (una amiga – otra – olvidó su cajetilla el día de mi fiesta; la amiga entrañable no fue por estar de viaje… ¡cuánto detalle albergaba mi sueño!) Yo ya no fumo, por aquello del riesgo, pero si estaba soñando, ¡cuál era el riesgo!, ¡qué más daba! Ni modo de que por ‘fumar’ mentalmente se me muriera el cuerpo, ¿verdad?, ni dentro del episodio éste ni en la vida real, vamos…
Regresé a la ventana. Corroboré que la visión no se había esfumado, café y cigarro de por medio, y que aunque estúpida (la visión), era constante: la casa de techo de dos aguas emergida, literalmente, del pavimento, seguía ahí. Lo único diferente era que ahora había mucha gente rodeándola, sacándole fotos, comentando. No alcanzaba a oír lo que decían (dentro de lo estúpido, seguía habiendo lógica: vivo en un piso lo suficientemente alto como para no escuchar conversaciones a semejante distancia). Lo que sí supe, con tan sólo ver sus caras y ademanes, era que todos ellos también estaban totalmente ciertos de estar soñando, como yo, porque por más fotos que le sacaran y revisaran en sus teléfonos, e incluso por más que la tocaran, una casa de techo de dos aguas aflorando, literalmente, del pavimento… ¡por favor! Era eso… ¿o de qué era el dichoso cigarro? Pero y ellos, ¿qué habían consumido en sus propios sueños? No no: esta locura empezó antes del cigarro.
En mi sueño, prendí la tele irreflexivamente siguiendo el ritual que necesito, en la vida real, para despertar completamente (… eventualmente): pararme, ir al baño con los ojos cerrados aún, abrir la ventana, preparar café, y ver las noticias; en ese orden. Y justo la noticia que estaba dando el reportero, ‘¡en vivo y desde el lugar de los hechos!’, era que en la noche había aparecido ‘una casa de techo de dos aguas surgida, literalmente, del pavimento de la calle…’
Lo que estaban diciendo en la tele era cierto, según mi sueño. Mi sueño de dizque despertar, y dizque abrir la ventana y dizque ver la casa de techo de dos aguas manando, literalmente, del pavimento. Pero, ¿lo demás también era sueño? Era cierto que había comprado pan de elote (¿o no?, le preguntaría a mi amiga… eso, y si sí comimos juntas); era cierto que me lo comí en la cocina y que de veras sabía a elote; y también era cierto que la cajetilla no era mía (¿o sí?) Pero, ¿era verdad que estaban pasando esa noticia en la tele? ¿La noticia de mi sueño? ¿O estaba soñando que soñaba otro sueño? ¿Estaba soñando los sueños de los otros también? Es más, ¿mi sueño era la noticia?
De pronto, un ruido ensordecedor me espantó (pero no me ‘despertó’, en todo caso), y le quité de golpe todo el volumen a la tele… pero el ruido siguió, incluso cimbrando las paredes y las ventanas – lo sentí en todo el cuerpo. Esa sensación no era sueño (¿o sí?) Viendo hacia arriba por la ventana, reconocí el helicóptero de la televisora. Volteé a la tele, ¡y ahí estaba yo!, en una esquina de la pantalla, mirando hacia dentro del departamento, y estaba segura de que era yo (¿o no?), con mi taza de café recién hecho (que aún estaba caliente y olía delicioso) y mi cigarro robado (que me sabía a gloria; por la nicotina, que no por robado). Volví los ojos al helicóptero y sí, la cámara estaba emplazada hacia mi edificio. Mi sueño estaba siendo televisado, en cadena nacional y en tiempo real.
Cuando aparté los ojos de la tele y me asomé hacia abajo, la casa de techo de dos aguas nacida, literalmente, del pavimento, seguía ahí. Lo más improbable seguía pareciendo cierto. Eso… o yo seguía soñando un sueño que traicionaba todos mis sentidos.
Me gusta Traición al Amanecer porque detalla en una forma tan perfecta la autora que veo una pelicula conforme voy leyendo.
Osen
Desde el portón de su longeva cabaña, aquel hombre de edad avanzada, ropas desgastadas, sentado en una destartalada mecedora, pipa en boca y una escopeta en el regazo solo repetía una frase a todo aquel que se acercaba.
– Quiero ver al temerario que ose tratar de desplazarme de mi hogar.
«Ladrillo a tus zapatos»
Trabajar es una monserga, hacer lo que uno le gusta es el sueño de muchos. Encontrar la vocación propia es una tarea misteriosa y, a veces es sólo suerte.
Mientras me cepillaba los dientes, heche un vistazo por la ventana al vecindario como de costumbre y, una construcción terrosa surgió a media calle.
Escuche como tocaban a mi puerta.
Fuí a abrir.
– Hola, buenos días!. ¿Es usted Genobebo?
– Depende…
– ¿Depende de qué?
– Depende de lo pendejo que esté para creer que me llamo
Genobebo, mi nombre es…
Apenas iba a decir mi nombre y escuche un ruido seco, cerrar de ojos, todo se torno oscuro.
Desperté dentro de la construcción, había un grupo de personas haciendo ladrillos, y los tipos duros que me habían visitado al departamento sólo atinaron a decir, Yá desperto Genobebo!.
Agazapado en la casa, vio a traves de la ventana, como poco a poco los extraños seres engullían las entrañas de los que se quedaron afuera, después de un tiempo, ya no quedó ninguno.Afuera solo calles solitarias y vacías.¿Se habrían marchado? Para saberlo, tenía que salir, no le fue divicil, solo traspasó la puerta y…¡listo!
Llámenme loca y todo lo que quieran, pero uno debe luchar por lo que ha ganado. Ustedes no saben los desvelos, el sudor e incluso la sangre que me costó esta casa. Aquí crié a mis hijos, y aquí voy a morir.
En un país tan lleno de gente, pretenden que me deshaga de lo único que me queda y que me vaya “a buscar otro lugarcito”. ¡No señor, eso sí que no! Me niego rotundamente.
Me quisieron dar dinero (unas cuantas monedas), me amenazaron con derrumbarla incluso si yo estaba adentro, además, un día llegué del mercado y mis cosas estaban todas afuera, y aunque mi corazón lloraba, metí todo de nuevo, excepto una silla que dejé justo en la puerta y en la que me senté todo el día cruzada de brazos.
Obviamente eso no se quedó así, al día siguiente, mientras barría afuera de su humilde casa (las visitas son bien recibidas), unos policías me tomaron de los bazos y me arrastraron hasta la patrulla. No sé ni cómo salí de ahí. Al regresar, los vecinos me gritaban que me fuera, que ya me rindiera, algunos me dijeron que ya estaba muy vieja y que mejor viviera con mis hijos, otros, muy amablemente, me ofrecieron quedarme con ellos, y sólo uno que otro me animó a seguir peleando.
A fin de cuentas lo único que sirvió de todo eso fueron los ánimos, y aquí estoy, con mi casita a media calle. Pero ya qué más da, total, mañana me muero.
LA CIUDAD INSACIABLE
Abre los ojos. Le ha parecido oír el canto del gallo. Después de un rato decide que lo ha debido soñar. Hace meses que desapareció su gallo. Probablemente se lo robó alguien y acabó en una cazuela. Presta atención. Desde allí sólo escucha el zumbido, el eterno zumbido de la ciudad.
Sigue un rato más en la cama. Antes se levantaba al amanecer. Lleno de energía. Se daba un largo paseo antes de tomar el desayuno. Sin embargo, ahora se ha vuelto un perezoso. Cada día se siente más cansado.
Aprovecha el tiempo que pasa en la cama para pensar en todo lo que tiene que hacer. Mañana es sábado. Vendrán a visitarle su hijo, su nuera y su nieto. Debe limpiar la casa. Barrerla. Sobre todo, quitar el polvo porque su nuera, cada vez que le visita, pasa los dedos por todos los muebles.
–Es que esta casa es muy grande para un hombre solo. Un pisito es lo que usted necesita –le dirá.
En realidad, su nuera quiere que venda la casa. Necesita el dinero que supone le dará su suegro para comprarse un nuevo coche o quién sabe qué. Sonríe cuando piensa que la última vez que apareció el comprador apenas si le ofreció un cuarto de lo que le daba al principio. Sospecha que está esperando que se muera.
Le gusta que le visite su nieto, pero no soporta a su nuera. Se cree alguien especial por trabajar en la radio. No para de preguntarle si ha escuchado tal o cual programa que ella ha ayudado a realizar. En realidad, hace años que no pone la radio porque no quiere pensar en ella. A veces le recuerda a su difunta mujer.
Se levanta por fin. Aparta un poco la cama para realizar sus ejercicios matinales de Qi Gong. Antes se salía a la puerta de la casa para practicarlo, pero comenzó a cansarle que le observaran. Algunos adolescentes deslenguados, incluso, se burlaban de él.
Cierra los ojos. Consigue relajarse. Realiza lentamente los movimientos. Los repite. Se siente bien.
Cuando acaba, se pone a hacer la cama. Ha decidido que se pasará por la oficina de correos. Antes le llevaban las cartas, pero un día alegaron que su casa había quedado en una zona sin servicio. Quizá le haya llegado ya su pensión. Si fuera así, le haría un regalo a su nieto. Le gusta comprarle cosas.
Se lava y se viste. Se pone unos pantalones que aún no ha tenido que remendar. No quiere que le confundan con un vagabundo. Se echa agua en sus ralos cabellos y se peina. Ya está listo.
Antes de abrir la puerta, imagina durante un instante que encontrará las viejas casas de adobe y ladrillo de la aldea de Leshan. Sin embargo, cuando sale, sólo le saludan los groseros bloques de pisos de la insaciable ciudad.
Aquí estoy, contigo, me alcanzas a ver, si te asomaras, si pudieras moverte hacia tu derecha y llegar a la ventana, verías cómo las cosas van cambiando, cómo en la calle que todo pasa, ahora pasa diferente, que los árboles gigantes desaparecen y ya son arbustos delineados, casi iguales entre sí, que los que hacen y construyen estas novedades se cansan y me parece que no saben, que ni se imaginan los significados que van a surgir entre uno y otro de los ladrillos que acomodan. Deberías asomarte, no temas, bueno, el miedo puede ser sano, de alguna manera te advierte que lo que verás no es como antes lo conocías o que posiblemente no te guste y peor, que de verdad te desagrade ¿te servirá de algo decirte que aquí estoy? puedo ayudarte, si quieres me quedo en silencio o te sigo hablando –me gusta hacerlo- o ponemos música, pero debes verlo todo, todo lo que puedas, vence el miedo, vence la distancia, mueve tus piernas, gira tu cabeza, estira tus brazos, debes hacerlo porque afuera está pasando la vida, sí claro, en tu cuerpo y en tus cosas también se vive pero debes ver los cambios, unos los aceptan, ya pasaron los que se quejaron amargamente y por allá se ven los de apariencia indiferente. Pero si no te acercas no podrás, tampoco yo podré compartir contigo cada color, cada invento que podamos hacer con lo que hay afuera. Todo ha cambiado, quería que te dieras cuenta tú mismo pero tendré que decirte, estamos como en el centro, como atrapados, como atascados o perdidos, no nos avisaron y los de al lado desaparecieron ¿cómo te lo explico? tu jardín, tu atrás de la casa, tuu… pues se han ido. Te repito que yo estoy aquí pero tu silencio me dice que lo sabes y que prefieres ignorarlo. Ingenuo, es imposible.
Solos
Eran días extraños. En todo el país los diarios y televisiones abrían con las noticias del imparable éxito de nuestra economía. Por todas partes se construían modernos edificios de oficinas, amplias autopistas y lujosos aeropuertos. Eramos ricos, decían, que teníamos que comprar automóviles modernos, nuevos apartamentos.
No tardaron en llegar al barrio hombres con trajes oscuros y maletines cargados de dinero que nos ofrecían a cambio de nuestras chabolas.
Y empezaron nuestros problemas tras veinte años de feliz vida en común: yo preferí seguir como estábamos; tú, como todo el mundo, cambiar. Y también se marcharon las fábricas, y los negocios de toda la vida, y el barrio se fue llenando de grúas y vaciando de gente a la espera de nuevas generaciones.
Pero nada ha llegado todavía y aquí seguimos esperando, en medio de un inmenso desierto de bloques de cemento: vacíos, abandonados, solos.
?
Sin decir adiós
“Ahí viene el «mostro» ”, gritan los niños cuando lo ven venir. Otras veces se refieren a él solo como “el viejo loco”. Pero nadie sabe que se llama Fabián y que vivió ahí cuando era niño.
Sin falta, todos los domingo llega y se sienta en la banqueta. Pasa la tarde contemplando la casa vieja de ladrillo rojo, sin hacer caso a las burlas que le hacen los otros. Esa casa es donde vivió toda su infancia.
Tiene techo de teja oscura y gastada. Al frente hay un jardín huérfano de tierra rojiza donde jugaba a esconder su tesoro (carros sin llantas y soldados de plástico sin brazos o piernas). Mientras las horas pasan, silencioso e inmóvil observa con atención lo que un día fue su hogar y siente la nostalgia como un vacío inquietante en el estomago. Los recuerdos van llegando uno a uno en medio de la avenida, lejos del desprecio de los demás, y añora volver a ver a sus hermanos reunidos en casa. Sin embargo la casa no existe. Al menos no ante los ojos de los demás. Muchas veces ha estado tentado a entrar y ver si todo sigue igual que antes, cada cosa en su lugar, pero tiene miedo de ver nuevamente a su madre salir por la puerta sin decir adiós
EL PROGRESO
Bueno, ahí estaba. Como una mancha, desentonando con el paisaje. Habían ido a verle, a convencerlo infinidad de personas, desde burócratas con mil y un papeles, vecinos pregonando los beneficios del progreso, incluso, sicarios de la constructora quisieron desaparecerlo como a otros. Él aferrado:
-el progreso es malo.
Ganó, pero no obtuvo los beneficios ni los servicios que prestaba el estado, el municipio, la federación. Los vecinos dejaron de hablarle, las autoridades lo acosaban con multas, su esposa e hijos se fueron por carecer de lo básico para vivir: agua, luz, drenaje.
-Lo dije: el progreso es malo.
El día era radiante en una pequeña comunidad campestre. Los agricultores trabajaban con ahínco, sus esposas pastaban al ganado y los niños jugaban a la orilla del río.
Una extraña sombra, inmensa, comenzó a cubrir velozmente al sol. Las personas quedaron atrapadas en la contemplación de este fenómeno, y, junto con sus pertenencias, pasaron a formar parte de los cimientos de la ciudad espacial que se posó sobre su comarca.
Una sola casa se salvó de ser aplastada, dado que esta metrópoli (como la mayoría de las de su especie) poseía baches inmensos.
El chanchito mayor tuvo que prender la luz para levantar los platos del almuerzo. Luego, apoyó la nariz sobre el vidrio de la ventana y con pena miró cómo el sol se ocultaba detrás de los grotescos edificios vecinos.
—Yo les dije, hermanitos míos, que esta casa no la iba a derribar el Lobo Feroz.
Y del otro lado del mundo aquel hombre tan despistado se preguntaba dónde diablos había dejado su casa.
Descuido
Era imposible moverla de allí. Sus cuatro paredes apenas si se sostenían en pie y su techo, de teja, parecía resbalarse en medio de la avenida, terminando hecho pedazos. El dueño de la constructora estaba furioso con sus empleados, por su incompetencia:
– ¡Cómo no se percataron que esa pocilga estaba marcada como “Patrimonio Cultural de la Nación”!
Todavía no clareaba cuando Javier, el repartidor de periódicos, fue a dar con una casa… literalmente estrelló su bicicleta contra uno de sus muros tras salir disparado de una curva. En un primer momento, culpó a las numerosas cervezas de la noche anterior, no tanto por el choque —ese se lo atribuía a la falta de luz— sino por aquél espejismo: ¿cómo podía haber surgido de un día para otro una casa en medio de la avenida principal?
Tras quedarse varios minutos contemplándola, como si esperara a que volviera a las entrañas de la tierra—¿de dónde, si no, había venido?—, terminó por admitir, por causa de una gota de sangre que le brotó de la nariz hasta alcanzarle los labios, lo empíricamente cierto: la casa realmente estaba allí. Sin embargo, a los pocos minutos, una fuerte jaqueca lo hizo dudar.
Quizás alucinaba a causa del golpazo… el golpazo contra el muro de la casa. Confundido, decidió buscar a alguien que le corroborara la visión. Por desgracia, la calle aún dormía. Sin más que hacer, se puso a recoger los periódicos, dispersos por el pavimento.
De pronto, se le ocurrió buscar entre las página alguna información al respecto. Sentado sobre la banqueta, se puso a hojear el diario “La Verdad”. Nada, ni una sola palabra acerca de aquella casa. Y, en efecto, al levantar la vista, ningún rastro encontró de ésta. Las campanas de la Iglesia dieron las seis y Javier se subió rápidamente a la bicicleta; era tardísimo. Pedaleó con fuerza, dejando atrás la venida principal.
Como el volcán que brota cuando la tierra se enfurece, la casita de la memoria brotó por la necesidad de los inquilinos planetarios de recordar tiempos mejores; tiempos más simples, tiempos más felices…
Insistencia
Veo a dos personas, gritó, y acto seguido, uno de ellos dio a luz; los demás miraron cómo nacía, prematuramente, a fuerza de golpes, sudor e injurias, el nuevo miembro. Estaban desesperados. Desde hace mucho tiempo que se encontraban solos y si continuaban así pronto su raza moriría; por eso, cuando vieron a aquellas personas acercarse, decidieron ofrecer lo mejor de su estirpe, sin embargo, el feto resultó ser un aborigen.
—Te advertí que no regresáramos a estos lugares. Mira, es la novena vez que sucede—sentenció la mujer, asustada, señalando a la casa que, de repente, surgía a mitad de la calle.
«Me levanté del viejo sillón, descubrí mi soledad. Sólo quedabamos mi casa y yo contra el mundo.»
Fe curvilínea.
Me lo repetía a mi mismo con saña mental: Levantarse y doblar esquina con la mirada, levantarse y doblar la esquina con la mirada. Así durante una vida entera. Hasta ver lo que no había en medio de la calle.
Juanito vendió la vaca y encontró a un vendedor de habichuelas mágicas. Eran semillas de casa, es decir, bastaba con sembrarlas, echarles agua y una casa crecería. Juanito aceptó el trato y compró las semillas pensando que le daría una gran sorpresa a su mamá. Ésta en cambio se molestó. «¿Gastaste el dinero en unas semillas?» y le dio un manotazo al niño y se lo llevó jalado de una oreja. Las semillas cayeron en medio de la calle. Esa noche llovió y al día siguiente una casa germinó.
Insistencia
Veo a dos personas, gritó, y acto seguido, uno de ellos dio a luz; los demás miraron cómo nacía, prematuramente, a fuerza de golpes, sudor e injurias, el nuevo miembro. Estaban desesperados. Desde hace mucho tiempo que se encontraban solos y si continuaban así pronto su raza moriría; por eso, cuando vieron a aquellas personas acercarse, decidieron ofrecer lo mejor de su estirpe, sin embargo, el feto resultó ser un aborigen.
—Te advertí que no regresáramos a estos lugares. Mira, es la novena vez que sucede—sentenció la mujer, asustada, señalando a la casa que, de repente, surgía a mitad de la calle.
Son trece los atributos de Dios. El último y la forma más alta de su pureza se llama EIN SOF, LA NADA SIN FIN. Si yo fuera algo, sería un Ángel, un Ángel caído.
Dios no me mira ni espera nada de mi. La creencia de mis padres así me lo indica.
Hoy es Yom Kippur. Día del Perdón para nosotros, los judíos.
Ha terminado el último rezo de la tarde.
Desde el balcón veo la calle de esta ciudad mía de Varsovia.
Van saliendo del Templo. Los hombres van vestidos de negro, las mujeres cubren su cabeza con un manto blanco.
Se están acumulando allá abajo, en la banqueta.
EIN SOF. LA NADA SIN FIN.
Nada sino la Nada.
Apunto.
Shema Israel. Hago el primer tiro, y luego otro, y otro, extasiado.
Unos segundos después, yo mismo sangro por el estómago. Sigo viendo hacia abajo, colgando, hacia la calle. Noto con curiosidad y casi sonriendo, que la casa que emerge de en medio, súbitamente teñida de rojo, es la casa de mi infancia.
Lo último presente en mi ánimo es la sensación de que será lo último que vea en este mundo.
Hormiga.
Fue inevitable que alrededor nuestro todo fuera cambiando de forma y estilo. Mientras nosotros seguíamos actuando de la misma manera que hace cincuenta años. No era para más, la simpleza nos bastaba y lo demás era arrogancia esto decía cotidianamente mi marido cuando él aún estaba con vida. Ahora que solo somos el perro, el gato y yo en medio de esta urbe créanme que me siento tan pequeña y miserable. Pero saben, así quisimos vivir en este punto del emisferio hasta dejar de existir. Así mismo otros al igual que yo en otro punto distante son un espacio pequeño que nadie recordará en un par de años por la simpleza de sus actos y la grandeza de la urbe creciente.
Que tanto me negaba a creer que podia llegar este momento, que los angeles existen, que despues de la muerte hay un vida mas alla.Pero un dia te despiertas y te encuentras con tus miedos delante de ti y empiezas a enfrentar la realidad tal y como es, sin pinturas ni matices y te elevas y no sientes peso en ti, te liberas de presiones y miras hacia abajo y vez un sitio raro muy diferente a lo imaginado, luce un lugar destruido pero tranquilo, se respira paz,, es diferente si, pero trasmite quietud, tiene colores, pero no es alegre, veo gentes pero esta vacio, carece de vida aun habiendola, y me entristesco pensando que tan frivola a sido my vida y ahora que tengo la oportunidad de emerger de mi cuerpo siento que no voy al cielo, sino permanezco en el mismo lugar sin mas que la illusion de regresar a mi y tener la oportunidad de volver a empezar y encontrarle sentido a la vida, de buscar y crear, de amar, de vivir.Que miedo veo una luz sera que esto es la antesala de otro lugar, no puedo dejar de temblar, que le pasa a mi cuerpo, no tengo control de el, me estremezco y hablo en un gemido, estan regresando mis signos vitales, me conseden mi deseo, vuelvo a la vida, estoy aqui de nuevo y ahora para bien.
Esperanza
Todas las noches el equipo de demolición del magnate inmobiliario xenófobo derribaba las humildes construcciones entre sus grandes edificios preparando el terreno para nuevos rascacielos, tan grandes como su ego…
… Y todas las mañanas siguientes de manera indefectibe al salir el sol aparecía jsiempre en un lugar diferente y de manera por demás extraña, la casita de Doña Esperanza , la inmigrante ilegal.
¡Me encantó!
SALVAR LA CIUDAD
Murieron. Uno tras otro. El hambre se había adueñado de la ciudad. Las piras de cadáveres que día y noche exhalaron tufos de acidez y podredumbre se extinguieron. Ya no quedó nada, solo edificios vacíos y callejuelas atestadas de desechos. El Regente, desesperado por la falta de mano de obra, en un último acto de bondad para con su pueblo mandó elaborar en la vecina ciudad una casa: tabiques de merengue y techo de chocolate que instalaron en una de las principales avenidas de la ciudad.
Me dijeron que no construyera la casa de la forma que yo quería. Y me valió. Me dijeron que tenia que tener su tiempo, forma, espacio, hasta documentos, y por supuesto dinero. Me querían quitar mi libertad de decidir y vivir, así que les quite un poco de poder, construí mas rápido que las constructoras y actué antes que la ley.
Pero me tengo que dar prisa, sólo tengo que figurar cómo la subiré hasta allá arriba.
La bruja del bosque nunca quiso abandonar su cabaña. Sigo teniendo el mismo miedo de cuando era niño.
Esa casa que permanece en medio de la calle sé bien porque sigue ahí…
– ¿Qué vamos a hacer señor Gobernador? – pregunta el ingeniero civil, que si bien no tiene menor idea de la casa en medio de la calle, sabe que el Gobernador oculta algo.
– Nada, y vete a construir otra calle, por el presupuesto no te límites, ¡es más! mi querido “Pocas Tuercas”, te daré el 25% del total de la obra, pero deja esa casa en paz.
– Ah bueno, iré a ver a donde puedo construir otro de esos puentes que a “toda la prole” les gusta señor Gobernador, además piensan que sus impuestos van a parar a una obra monumental, ja-ja.
– Ándale, corre, pero ya sal de mi vista.
El Gobernador de la ciudad espera a que Tata muera para terminar de construir la calle, (en su espera ya casi concluye su sexenio), Tata es un viejo arraigado a su ética y sus valores, siempre humilde y sencillo. Crío bien a nuestro gobernador; no por nada es lo que es ahora y está en donde está. Aunque después lo abandono y olvido por la ambición del poder, se niega rotundamente a pasar por encima de quién un día vio por él cuando estaba solo.
Esa casa que permanece en medio de la calle sé bien porque sigue ahí…
– ¿Qué vamos a hacer señor Gobernador? – pregunta el ingeniero civil, que si bien no tiene menor idea de la casa en medio de la calle, sabe que el Gobernador oculta algo.
– Nada, y vete a construir otra calle, por el presupuesto no te límites, ¡es más! mi querido “Pocas Tuercas”, te daré el 25% del total de la obra, pero deja esa casa en paz.
– Ah bueno, iré a ver a donde puedo construir otro de esos puentes que a “toda la prole” les gusta señor Gobernador, además piensan que sus impuestos van a parar a una obra monumental, ja-ja.
– Ándale, corre, pero ya sal de mi vista.
El Gobernador de la ciudad espera a que Tata muera para terminar de construir la calle, (en su espera ya casi concluye su sexenio), Tata es un viejo arraigado a su ética y sus valores, siempre humilde y sencillo. Crío bien a nuestro gobernador; no por nada es lo que es ahora y está en donde está. Aunque después lo abandono y olvido por la ambición del poder, se niega rotundamente a pasar por encima de quién un día vio por él cuando estaba solo.
Invasión
Aparecieron de repente. Los vi deambular en las calles sin que nadie reparara en su presencia. Sus caballos de pronto transitaban en las avenidas entre nuestros automóviles. Llegamos a usar vocablos en su lengua, sin notarlo, de manera cada vez más frecuentemente pero fue hasta un día en que, preocupado por una sospecha que rondaba tiempo atrás en mi cabeza, subí a la azotea del edificio en el que vivo y una vez allí miré boquiabierto hacia todos los puntos de la ciudad: Sus tiendas de campaña se confundían con nuestras construcciones ocupando prácticamente cualquier espacio entre ellas y sus pendones ondeaban por doquier indicando que habían llegado para quedarse…
Terminé de
leer el Diario de Ana Frank cuando tenía su edad y eso fue
suficiente para decidirme a matar al gato. Mi casa era una covacha vil detrás de
una cortina de metal oxidada; Ana sabía lo que era un hogar
hostil y me cobijó con su historia de valentía prematura. No tuvo oportunidad de
salvarse a sí misma ni a su familia, pero me había dejado un ejemplo de
valentía cuando más lo necesitaba: cada una sería heroína a su manera. La mía
sería cruel y despiadada.Manrú, como llamaban los vecinos al gato por su particular manera de
maullar cuando empujaba nuestra casa hacia el abismo, tenía una
muy mala vista y, sobra decir, era tartamudo. Por lo demás, era tan ágil como
cualquier felino; nunca dejaba una sola huella en la escena del crimen. Los
vecinos alegaban con mis padres porque nuestra casa les estorbaba un poco más
cada mañana; rodear el pantano era una cosa, pero presenciar un hundimiento sin
atreverse a ayudar, evidenciaba su nivel de indolencia. Además creo que si no
hubiera sido un estorbo feo, no les hubiera estorbado. Cada mañana yo quería salir corriendo con todo el impulso de mi
juventud, pero lejos de eso empezaba a acostumbrarme al lodo, a estorbar y a
ese tierno gato de quien nadie sospechaba. Fue entonces que las palabras de
otra niña ajena, como nenúfares sosteniendo al anfibio, me hicieron salir a
flote para hondear mi bandera de guerra. Ana.El sol huyó como una moneda rodando hacía la coladera y el verdugo de mi familia no tardó en dar el
primer brinco sobre el tejado, sin saber que yo ya había dispuesto la trampa. Su
mala visión le impidió anticipar su logro, pero cuando sintió la fuerza
simultánea, supo de inmediato lo que sucedía. Me miró por fin con esfuerzo
miope y nos sincronizamos de inmediato: luchamos juntos contra la resistencia y
luego de varias burbujas reventando, la casa fue devorada por el lodo. La calle
volvió a ser bonita y él alcanzó a saltar a tierra firme. Lo escuché despedirse
con su clásico “man-man-man-manrúuuuu” y alejarse hacia la luna hecha curva.g
“La imaginación es el pie derecho de la libertad”
-Alberto Chimal-
“L’essentiel est invisible pour les yeux”
-Le Petit Prince-
Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche el presente tejido:
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La casa de los calderos
¡Buenos días! como alguien dice dentro de alguna casa en alguna parte cuando le sonríe a su plantita. ¡Ah! es una dicha, iniciar el día con música.
La vida está llena de instantes, detalles. Ese azar que está en todas partes. No sabemos en dónde nos tocará vivir como no sabemos en dónde nos tocará morir. ¡La vida es asombrosa!
El que sabe cocinar sabe saciar su apetito; así también el que ejerce la escritura.
De toda la lista de buenos escritores yo estoy hasta el último lugar. Un buen escritor, escribe. Y no me importa estar hasta allá, en el último lugar, estoy contento. Y más, porque me dejan estar en sus conversaciones y aprendo; y sonrío. Y allá, en el último lugar sigo siendo un aprendiz. Y cuento con un banquito azul en una esquina donde a veces, de repente, me siento; y un escritorio en donde he puesto una plantita muy guapa que me hace compañía. Y sonrío otra vez. Me pongo a barrer en el pequeño espacio que me ha tocado, sacudo el polvo; y así hago el aseo en lo que escucho música. Y hay un sillón de color verde obscuro en el que leo a gusto o simplemente deseo descansar y respirar y estar en silencio.
¡Buenos días! como dice el muchacho, que como un infante, toma un trozo de madera, un simple palo, y en su imaginación la guitarra es tan real… que cree hacer música. La música es una revolución constante. La imaginación libera poder.
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“… el poema es un caracol en donde suena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencia, ecos, de la armonía universal…”
“… el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la grandeza de toda obra humana! …”
-Octavio Paz-
[la résistance]
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