Este sitio convoca a su concurso #105 de minificción (o microrrelato).
Los interesados en participar pueden comenzar observando la siguiente imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de diciembre. Quedan invitados.
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La foto antes del triunfo.
Con solo atravesar la puerta, el amplio escenario nos esperaba. Habiamos delineado la coreografia con la precisión de un experimentado relojero, pero la gracia no estaba en nuestros desplazamientos, matemáticos, perfectos, sino en nuestra desvariada mascota, que tan hábil como nosotras, hacia sencillamente cualquier cosa. Si todos nos hubiésemos movido iguales para un lado y para el otro, solo hubiésemos arrancado bostezos…
A Francisco lo mordió un hombre lobo.
Todo ocurrió muy rápido. Una noche de luna llena, él salió de una fiesta. Cuando iba a su coche descubrió a un perro callejero que olisqueaba la llanta, con intenciones de orinarse ahí. Francisco le gritó “Sshhskale, váyase de aquí”. Pero resultó que el perro no era perro, era un hombre lobo, que le gruñó y le mostró los dientes. Francisco tragó saliva. Hubiera sido muy útil traer consigo una pistola con balas de plata, ¿pero pues quién se iba a imaginar que había hombres lobo rondando por su vecindario?
Su mente racional le aconsejó quedarse quieto y mostrar autoridad, así como César Millán amaestraba a sus perros casi como por arte de magia y se preguntó si ese truco funcionaría con los hombres lobo, por lo que le chistó y le ordenó que se sentara. El hombre lobo se enojó más. Así que ¡al demonio con los trucos de César Millán! Francisco se echó a correr. Pero como también los hombres lobo olían el miedo, al ver a Francisco correr, se fue tras él, ladrándole y aullándole. Y Francisco corría, a como podía, pues tenía años de no hacer ejercicio y una panza cervecera que pesaba como veinte kilos. Se lamentó de no haber hecho la dieta que le impuso su hermana la nutrióloga y de haber abandonado el gimnasio inmediatamente después de pagar la anualidad. Si al menos hubiera adelgazado, habría tenido mejor condición física para huir de aquel hombre lobo que ahora lo perseguía.
Y llegó lo inevitable. Francisco se paró, jadeando y sin aire, y el hombre lobo lo mordió.
Francisco llegó a su casa, adolorido y cansado. Se miró la herida en la pantorrilla. Se desinfectó con alcohol e imploró que el hombre lobo no tuviera rabia porque él no quería ponerse inyecciones. Aunque luego se dio de topes en la cabeza. ¿Se preocupaba por la rabia en lugar de preocuparse por convertirse en un hombre lobo? Qué tonto.
Al día siguiente, Francisco despertó como si nada. De su aventura de la noche anterior solo quedaba la resaca y el dolor de la mordida, pero no era tan intenso como para faltar al trabajo, así que se vistió y se fue a la oficina. Allá le platicó a Adrián, su amigo, lo que le había pasado después de la fiesta. Como era de esperarse, no le creyó y le dijo que probablemente lo había alucinado de tan borracho que estaba.
Francisco pensó que tal vez su amigo tenía razón y dio por olvidado el asunto. Sin embargo, una serie de extraños síntomas ocurrieron después. El vello y la barba se volvieron más abundantes, las uñas le crecieron y sentía un irresistible antojo a la comida para perro y un odio a los gatos. ¿Eso era normal?
Como sus cambios se estaban volviendo más evidentes, decidió consultar con un médico pero éste le dijo que no atendía ese tipo de casos así que fue con un veterinario. Éste, después de una serie de análisis, concluyó que efectivamente se estaba convirtiendo en un hombre lobo y que no había cura para eso más que suicidarse con una bala de plata. Sin embargo, le dijo que no se preocupara ya que los hombres lobo se estaban poniendo de moda gracias a Stephenie Meyer y sus novelas de Crepúsculo y que eso lo haría muy popular entre las mujeres.
Resignado, Francisco volvió a su casa, aunque también pensó en la posibilidad de atraer más mujeres con su nueva transformación. Se imaginó como un hombre lobo velludo, fuerte y musculoso, con un abdomen de lavadero. Sería la envidia de los demás.
Y marcó cada día del calendario, esperando la luna llena con ansias, hasta que finalmente llegó. Y… ¡oh sorpresa!, no se convirtió en el hombre lobo que imaginaba. Seguía siendo flácido y panzón pero con la diferencia de que ahora estaba lleno de pelo.
Aun así tuvo suerte. Las mujeres al verlo exclamaron ¡Qué bonito perrito!, ¡Ternurita!, ¡Cosha!, y lo abrazaban, le hacían piojito y en invierno le tejían suéteres de colores.
Y entonces lo supo: Si, la felicidad es un conejo
La botarga y la fortuna
Todo fue culpa de mi amiga Teresa, ella es de las personas para las cuales, recoger perritos de la calle, más que un acto altruista, se ha convertido en una obsesión.
Una tarde, me invitó a ver películas en su casa, llegué puntual con un paquete de palomitas. En cuanto me abrió la puerta, una jauría se dispuso a saludarme, a saltar sobre mis piernas, a morderme los zapatos y a arrancar de mis manos la bolsa de palomitas.
Yo, a quien no le disgusta ningún tipo de animal, los acaricié a todos, dejé que lamieran mi cara, que jugaran con mis agujetas y por fin saludé a Teresa. La tarde transcurrió normal y me fui casa.
Cuando estaba en mi cama, a punto de dormir, sentí comezón por todos lados, me rasqué y mi piel enrojeció. Fui con un médico y el diagnóstico fue sarna. Inmediatamente pensé en los perritos de Teresa, estaba seguro que alguna de esas criaturas tenía lo mismo que yo y me lo había contagiado. Después descubrí que los animales no pueden contagiar con su sarna a los humanos. Pensé en mi amiga, el día de las películas la vi rascarse constantemente, no le pregunté ni me dijo nada: fue ella.
El día siguiente de mi insoportable comezón, tuve que ir a un congreso de ciencias médicas a mi Universidad. Cabe destacar, que la mascota de la escuela en la que estudio es un perro, por lo que no me quedó otro remedio que utilizar un disfraz afelpado y de vez en cuando caminar en cuatro patas. Me convertí en un perro sarnoso y sin imaginarlo, por primera vez tuve éxito con las chicas, quienes se me acercaban a cada instante para fotografiarse conmigo. Todo fue culpa de Teresa, por ella me convertí en el perro sarnoso más afortunado.
El arrancasonrisas frustrado
–Tres sonrisas y una mueca.
–Esta chava está sonriendo.
–¿Llamas sonrisa a esa mueca? Mírala bien. Eso hace un total de cuarenta y tres sonrisas hoy.
–No está nada mal.
–Ayer fueron… A ver… Cuarenta y ocho.
–El negocio está bajando. No sé.
–Nieto ha logrado ciento quince. Y eso que estaba resfriado.
–Pero él lleva un disfraz mejor.
–Mira. Estamos pensando en darte una última oportunidad. Mañana por la mañana asistirás a un cursillo…
–¿Otro?
–Sí. Otro. Y tendrás que alcanzar las noventa sonrisas diarias.
–¡Noventa! ¡Imposible!
–Pues ve pensando en dedicarte a otra cosa.
–Es el disfraz. Con este disfraz no se puede hacer nada.
Me gusta. Me parece ingenioso y divertido.
Muy bueno.
Servicio Social
Todo es culpa de las reglas de las escuela. Como en toda universidad, los estudiantes deben realizar Servicio Social.
Mariana, Sofía, Adriana y Laura estaban en su último año de Carrera. Mariana y Adriana cursaban la Licenciatura de Comunicación y Cultura. Mientras que Sofía y Laura estudiaban Creación Literaria. A las primeras se les pidió que se encargaran del acervo fotográfico de la Convención de Derechos Humanos. A las otras se les capacitó como talleristas en el tema de «Sexualidad». Las cuatro jóvenes habían hecho un gran trabajo.
Era el día de cerrar la Convención. En el estrado se leería la Declaración Final de los adultos. Pero ¿qué ven ahí? Es… ¿un perro? Sí, era un perro. ¿Qué hacía un perro en el estrado? Por mayoría de votos, Jonathan fue elegido para leer la Declaración Final, en la que se consta en un apartado, específicamente, que él es libre ser un humano-perro. Por lo que todos los presentes deberán referirse a él como FIDO y no como Jonathan. Aclarado el asunto, bajó del estrado y todos congelaron el momento en una foto.
Hay personas que no llegan a ser humanas jamás. Hay quienes se fijan objetivos en la vida y van tras ellos sin darse cuenta que la vida es todo lo que ocurre a la vez en todos los planos. En definitiva, lo que quiero decir, es que un conejo triste dormirá asfixiado de celos por bellas mujeres.
La sorpresa
Todo comenzó como una broma: el disfraz, la convención y el regalo. Sabía de buena fuente que María sería edecán, representando a una cadena de ropa deportiva. Se caracterizó como la mascota de la tienda: un sabueso gris de aspecto bonachón. Salió a la calle y recolectó miradas curiosas y algunas burlas. Al llegar a la convención nadie le pidió boleto o identificación, el disfraz era su carta de presentación. Una pirueta, algunos saltitos y las personas reían y se retrataban con él. María y el resto de las edecanes repartían publicidad y algunas sonrisas. Se acercó dando volteretas y aullando. Lo miraron con desdén, María ni siquiera reparó en él. Un hombre maduro se acercó a María, la tomó de la cintura y se fundió con ella en un beso largo y húmedo. El hombre-sabueso quedó paralizado, arrojó el regalo a un lado y se abalanzó al hombre a dentelladas. Las personas sólo tomaban fotos y vídeo de la agresión. Cuando intervino el personal de seguridad era demasiado tarde.
Hay un vídeo en internet del asalto, la toma termina con la mirada perdida del hombre sin vida y súbitamente cierra con un primer plano: un envoltorio de regalo y desparramada una sortija coronada con un diminuto diamante.
Creyó pasar inadvertido en ese laberinto de estantes y libros, en esa romería de lectores, editores y escribas. Sí, era un profano, no encajaba en ese sitio de sapiencia y cultura. Lo de menos fue el disfraz, que hasta resultaba simpático.Incluso a las mujeres les resultaba atractivo. El problema fue cuando le preguntaron sus tres libros favoritos.
Nuestra única salvación era pasar desapercibidos. Iba a ser nuestro fin si alguien descubría que llevábamos esa maleta y el collar de diamantes que se hallaba en su interior.Creímos, de forma errónea, pasar lo peor en el momento en el que,burlando hasta a las cámaras de seguridad, sacamos la joya ,de un cuarto de aquel hotel de cinco estrellas, mientras que su adinerada dueña nadaba en la piscina.Sin embargo, el verdadero problema nos esperaba, pues teníamos el collar, pero aún no lo sacábamos del hotel y para eso, era obligatorio pasar por la recepción de éste.
Decidí asomarme para ver la recepción, el lugar estaba lleno y los de vigilancia parecían estar atentos a su trabajo.Eso no representaba otra cosa más que un gran peligro para nosotros, cuando lo noté, mi mente trabajó a toda velocidad y me dio una muy buena idea: usar el traje de conejo que había comprado en las rebajas.A mí no me quedaba, pero seguro a Max, mi cómplice sí, y por alguna razón supe que nada puede llamar más la atención que un hombre vestido de conejo en un sitio como ése.
Sin dudarlo, mi colega se puso el disfraz en cuando se lo pedí y salió.Fue un éxito, todos estaban ocupados mirándolo, incluso hubo quien se tomó fotos con él y justo cuando unas lindas chicas lo hacían, aproveché para escapar con todo y la joya.
Había algunas personas frente a mí, mas lo único que estaban haciendo era hablar sobre el tipo del disfraz.Nadie me vio.
Las horas transcurrieron, mi amigo y yo salimos del país en este instante pues el personal se dio cuenta de que a una huésped le faltaba algo y para colmo, las chicas que se tomaron la foto con Max vieron que en la fotografía sale alguien, que no es nadie más que yo, solitario que iba vestido de negro como queriendo que no lo vean y que miraba hacia la entrada.Pensaron que era sospechoso y le han dado aquella imagen como evidencia a las autoridades.Está de más mencionar, que ahora somos unos de los hombres más buscados de la nación.
Fue en la fiesta de clausura ;festejábamos un año laboral más. Bebimos hasta perder la conciencia.
Sólo recuerdo los labios de las cuatro.
Lo extraño sucedió poco, muy poco tiempo después: cuando cada una de ellas dio a luz niños-conejos…
Refugio.
Refugio trabajaba como botarga en el centro comercial. De diez de la mañana a ocho de la noche se la pasaba tomándose fotos y sonriendo a los clientes que deambulaban por ahí. Algunos, sobre todo niños, decían que era un perro, otros que se trataba de un conejo, pero eso en realidad a él no le importaba. Se limitaba a pensar que era temporal y que el propósito bien valía la pena: Juntaba dinero para comprarse una máquina del tiempo y poder regresar a casa.
De la vergüenza de que su padre se disfrazara de conejo para salir a la calle y le pidieran fotografías, Pedrito optó por el suicidio.
Su padre fue con disfraz de conejo negro al funeral.
Juan Conejo.
Juan habia encontrado lo que nunca habia imaginado que llegase a ocurrir, cada una de las frias noches que había pasado lejos de su patria imaginaba diferentes escenarios pero este nunca cruzó por su mente. No era un trabajo, era el «trabajo». La «Marca de Felpas» mas importante del estado de México lo había elegido a él personalmente para hacer una demostración de sus productos durante la FIL de Guadalajara, una felpa por dia, un traje diferente cada día y en todos y cada uno de ellos su personalidad cambiaba de manera extraña. El de conejo era el que mas le gustaba -había estado lejos en la guerra y en un desafortunado accidente con una herradura caliente había perdido sus pulgares-, el conejo tenía unos pulgares gigantescos que levantaba cuando tenia oportunidad, el conejo blanco de felpa lo complementaba muy bien.
A la mitad
La feria había llegado al pueblo, a nuestros surcos llenos de brócoli sembrados en tresbolillo. La lona que nada más servía para envolver el agua fresca y las cosechas, ahora se aparecía formando tiendas, como pequeñas casas de tela. Era la primera vez que algo así se miraba entre los adobes del ejido Emiliano G. Los animales y la gente me parecían extraños sólo bajo la luz del petroleo quemado, ahora entre tantos focos de colores no reconocía ni un apellido.
El único espectáculo que había entonces, antes de la feria, era el riego de las parcelas, al menos para los niños el ver un golpe de agua inundar la tierra por las noches, -con todo lo que implica: correr para hacer y destruir bordos que muevan el líquido-, aunque no lo supiéramos, era lo más cercano a un número teatral. Yo me entretenía a veces con el espejo en el que mi padre se rasuraba. Tomaba sus cuchillas y fingía rasurarme, pero más bien fingía ser él.
Una noche, la última de cinco días que estuvo en el pueblo, me metí a la feria. Había malabares de calaveras que se reían,un hombre lanzando cuchillos a otro que los desaparecía a través de un pequeño círculo negro que formaba balando como oveja , aves amaestradas que daban piruetas y hablaban en francés a la vez que se traducían, músicos enanos que por algo de dinero te cantaban cómo morirías, mujeres que bailaban y luego se aventaban a un pozo sin agua. Me quedé con la boca abierta: todos tenían dos ojos, uno al lado del otro.
Por la impresión acabé dentro de una tienda bien iluminada pero vacía, excepto por un espejo al fondo. Me acerqué y pude ver con claridad el reflejo, no estaba solo, me acompañaban cuatro mujeres sin piel, y yo era un perro sin costillas; lo peor, tenía dos ojos, dos brazos y piernas, ya no se me veía nada de lo que tenía dentro, ni cerebro, ni corazón, ni intestino, me había vuelto un estuche, un sarcófago. Pensé que tendría que irme con la feria, pero de pronto los enanos llegaron, me partieron con un hacha por la mitad y dijeron que cuál quería ser, repuse que el que sea y a mi otra parte la aventaron al interior del cristal.Tiempo después, cuando tocaba regar el brócoli veía flotar a mi otra parte en esa agua,
Angélica esperaba recargada en la pared al lado de la puerta. Sabía que Ernesto saldría de un momento a otro con una respuesta por ese umbral que ella vigilaba. Nada podía salir mal.
El conejo de la suerte.
Después de todo el esfuerzo que pusimos valió la pena el viaje, pero la incredulidad me hizo perder la apuesta. Si ganábamos tendría que ir al evento principal vestido de conejo… y así lo tuve que hacer. Vaya vergüenza. Por lo menos ganamos.
– Princesas que convierten lo que tocan en hielo. Pianistas. Cirujanos. Mucha gente se cuida las manos. Mucha gente se las cubre. No tiene mucho de extraño. Por ese lado, no hay mucho que decir. No obstante, el hecho de no mirar a la cámara, es más inquietante. Y apenas sonríe – Le devolví la fotografía. –
– El hombre recogió la fotografía, y estalló en una enorme carcajada.
– Está bien, hombre conejo. Puedes irte.
– Me cambié en el vestuario. Bebí un poco de agua. Todavía me resonaba por toda la cabeza la carcajada del tipo. Había algo extraño en él. Puede que fuera su disfraz de perro. Eso era un poco raro. Pero, a mí, lo que de veras me extrañó es que llevara gafas oscuras. En un sitio cerrado, y gafas oscuras. Eso no tenía mucho sentido. Pero bueno, no me importaba. Al fin, dejé el conejo en la taquilla, y me dirigí a casa. De camino compre un manojo de zanahorias. La tendera que me atendió, llevaba guantes, de estos de nylon. De color rosa. Los miré. Estallé en una gran carcajada. Le di un mordisco a una de las zanahorias, mientras cruzaba la calle. No lo vi venir. El coche me arrolló. Desde el suelo pude ver las botas de mujer acercándose. Depositó mi disfraz de conejo a mi lado, suavemente, sus manos enguantadas, color negro. Sin mirarme , me dijo:
– “Hasta nunca, hombre conejo.”
Querida comunidad cunícula:
La Tierra es un lugar magnífico, agradezco mucho haber sido el elegido para esta misión en busca de las mejores zanahorias de la galaxia. Afortunadamente, encontré una expo agroalimentaria donde me dijeron encontraría las zanahorias perfectas para nuestro planeta. Sin embargo, me di cuenta que en este mundo las zanahorias son unas cosas crujientes, un poco dulces, alargadas, anaranjadas y con copete verde que además son comestibles. Así que decidí aventurarme sin la ayuda de los locales y continuar con la misión sin importar los diferentes conceptos que existan acerca de las zanahorias.
Debo aceptar que la espera no ha sido en vano. Aquí les mando la foto con cuatro zanahorias que están dispuestas a realizar un viaje intergaláctico para salvar nuestra raza. No son las mejores, pero en nuestro peligro extinción cualquier vegetal es útil.
Espero las disfruten, seguiré en busca de más para enviarlas y que nuestro planeta siga funcionando. Les deseo éxito en la reproducción de nuestra especie y un excelente futuro.
Por el momento es todo ya que mi regreso será imposible. Esta tierra de zanahorias es la mejor que he explorado, ya que muchas no se quieren ir, entonces he decidido quedarme con ellas.
Les mando saludos y cuatro zanahorias desde este planeta surrealista, con posibilidad de enviar unas cuantas más.
Atentamente
Tomper
Sin opción
Al llegar a la adolescencia Martín adquirió el don de la ubicuidad. No supo por qué, si no era hombre de fe. No importaba, aquello le venía de maravilla. Indeciso como era, ya no tenía que sufrir cuando se hacía necesario tomar una decisión. Si ir a la fiesta o al concierto, al cine o al billar, a bailar con Mónica o con Susana. De noche, los Martín volvían a casa y se volvían uno. Con el tiempo comenzó a exagerar. Usaba su don en situaciones baladíes. Para probar papas fritas con mucha mostaza o con bastante cátsup, para ver la peli de terror solo en su cuarto con la luz apagada o en la sala, con él mismo dos veces por compañía y con luz y ventanas abiertas, para jugar videojuegos en la compu o en la consola.
La costumbre de ser muchos se le arraigó, y cuando llegó la parte de la vida en que se empiezan a tomar grandes decisiones, como ir a la universidad en su ciudad o en otra, o qué carrera estudiar, no dudó en multiplicarse y no volver a ser uno. Aunque tomó las opciones más variadas, siempre que un Martín se arriesgaba había otro que no lo hacía. Sin embargo, casi a todos les llegó el turno de abandonar el perfil bajo. Así fue que un Martín se volvió millonario en el ramo de la construcción, mientras que otro, que había rechazado ese tipo de empresa, se convirtió en un cantautor de mediano éxito, y otro, que ignoró el mundo de la música, se volvió un chef de prestigio.
Un día un Martín, que era dueño de un grupo de amplias salas de conferencias, tuvo una idea: reunir a todos sus otros yo. Ya conocía el paradero de uno. Trabajaba para él, como “personal de apoyo” cuando había eventos. Como ya sabía que ahí estaría, y además apenas lo consideraba como una persona, no se tomó la molestia de invitarlo. El día de la reunión, entre las decenas y decenas de invitados, había de todo. Un coronel, un líder de opinión, un abogado, un capo del crimen organizado, un torero, y hasta un diputado. También estaban los Martín que tomaron otras alternativas. Uno se había hecho una operación transexual y, además de volverse estrella del porno, se casó con un Martín stripper, otro se había vuelto Doctor en Ciencias Ocultas y tenía un programa por televisión local para curar personas de hechicerías, otro era espiritista y ya había logrado comunicarse con el espíritu de Pedro Infante.
El Martín que trabajaba en las salas de conferencias (y que, por cierto, era el único empleado de la empresa: usaba el don de la ubicuidad para multiplicarse cada mañana y realizar todas las tareas, desde mantenimiento hasta logística, aunque sólo se le pagaba un sueldo), al ver a los otros supo que él era el único que mantenía un perfil bajo. Los actores de cine, televisión y teatro se tomaban selfies con los profesionistas. Otro que era famoso por salir en la tele vestido con una botarga de perro lanudo, aunque con el rostro descubierto, se tomaba fotos con todos los que iban de travestis. Su jefe, el capo del crimen organizado, el diputado, el Doctor en Ciencias Ocultas y otros sesenta o setenta se tomaban fotos con la estrella porno. Se intercambiaban números con sus teléfonos inteligentes de última generación, se ofrecían tarjetas tras las cuales habían apuntado sus datos con plumas doradas, vestían ropa de diseñador. Hablaban de viajes al extranjero, de restaurantes internacionales caros, de propiedades en zonas residenciales exclusivas.
Martín se dio cuenta que ellos eran gracias a él, depositario de la opción más modesta, y que si las cosas hubieran sido un poco distintas, él podría haber sido cualquiera de ellos. Luego pensó en su escaso sueldo, su microdepartamento que acabaría de pagar hasta dentro de treinta años, el camión llenísimo que debía tomar diario (usaba el don de la ubicuidad hasta que llegaba a las salas de conferencias), los muchos años sin ir al mar, las cervezas baratas. La reunión derivó de una serie de discursos en pachanga, a la que él no fue invitado. Es más, se le pidió que se retirara. No se le invitó ni como mesero, aunque al día siguiente le tocó limpiar todo.
Pasó el tiempo. Martín siguió con su perfil bajo. Pero en secreto había tomado una decisión. Cada día recordaba lo que los otros eran gracias a él, así que se puso a estudiar, por internet, lo que lo ayudaría a conseguir su objetivo. Y así, pasado un año, cuando llegó el día de la llamada Segunda Convención Anual de los Maravillosos Martín, que fue en el mismo lugar, pudo mostrarles a todos lo que había aprendido. Primero atrancó bien todas las puertas, luego, con las primeras ráfagas, abatió a los más cercanos a él. Todavía alcanzó a decir, antes de pulsar el botón que detonó las bombas que no dejaron ni a uno, que ellos tenían la culpa, que lo habían acaparado todo, que lo habían dejado sin opción.
Sonia (la primera de izquierda a derecha) –miren al Marco, pobre wey, aparte de ruco, ridículo.
Marle (la que tomó la foto) -vamos a sacarnos una foto pa´que se emocione.
Todas –si, si vamos.
Marle –Marco que lindo.
Marco – gracias niña.
Marco en silencio –vienen porque buscan emoción.
Sonia- ¿nos sacamos una foto, está bien chido tu disfraz?
Sonia en silencio – pobre weey.
Todas -una dos tres.
Marco en silencio. – ridículas.
Marle –que lindo, gracias.
Marco – de nada nenas.
Alberto parecía un loco… ni lo reconocí. Apareció de repente a la víspera de año nuevo en la puerta de mi casa con ese traje de conejo que siempre quiso comprar. Unas horas antes fue a la tienda y regresó así, pensar que fue la última vez que lo vi humano. Me veía con cara de que buscaba zanahorias. Intenté hablarle, pero nada… él se creía un verdadero conejo. Y lo peor es que no cualquier conejo ¡Mi conejo mascota! Yo siempre había querido un conejo. Tan lindo él.
Ya van 3 años… y puedo decir que ya me acostumbré. Recoger sus excrementos fue lo único que nunca hice y lo único por lo que regresa a su forma humana. No causa ningún problema, lo juro. Se alimenta básicamente de verduras crudas así que es sencillo vivir con él, y acariciarle el lomo es la mejor muestra de afecto. Se duerme cuando no estés, seguro. Me encanta que venga conmigo a todos lados, mira, incluso una foto con mis amigas. Todas lo adoran.
Ahora sí, Moni ¿Me cuidas a Alberto hasta que regrese del viaje?
Todo terminó en una foto. Y comenzó así:
Andábamos en uniforme. El mismo color, estatura, sexo y alto, así no nos perderíamos.
Dentro del gran salón no había forma de no encontrar un ser diferente a lo normal, piel de conejo, orejas y un hombre con las características específicas dentro nuestro para aparentar.
-Cuando entró al salón encontró muchas personas. Lo único anormal era que ninguna de ellas era controlada por un conejo-
En esemomento decidí que lo mejor era actuar como uno de esos humanos estúpidos y fanfarroneros. «Disfrazado» de conejo andaba pasando.
Unas mujeres humanas vieron diversión en mí y una foto nos tomamos. Sonríe y actua como idiota pensé. Sin sospechas por su parte, seguí mi camino. Pierna derecha y luego izquierda, los brazos al revés.
Ellas disfrutan su compañía. Lía le toca sus largas y suaves orejas, siempre le quiere rociar loción de su pequeño surtidor; Carmen lo invita de su refrigerio, la entretiene su voraz forma de comer ensalada de zanahoria con lechuga, A Paty le divierte su actitud huidiza cuando lo provoca. Todas han visto sus miradas encendidas, saben leer su disimulada lascivia, saben que es un conejo y astutamente lo mantienen a raya. Él, con diaria frustración, se viste de tierno conejo mientras imagina que es voraz lobo.
Dicen que la actividad sexual es como cocinar, no cualquiera lo hace bien.
Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche el siguiente texto que ha sido intitulado:
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Nupcias de un pentágono.
Juntos forman un polígono de belleza rara. Cuatro hermosas miradas; cuatro hermosas sonrisas; cuatro deliciosas panochitas. Hasta se me hace agua la boca contárselos. Llega a ser una envidia ese animal con sus cuatro hermosas hembras. Pero ¿cómo es posible? podemos preguntarnos; ¡porque los conejos somos una pinche ternura! el animal no tarda en contestar.
Un filósofo es, inevitablemente, seducido por la verdad. El animal, a sus hembras, se les declaró con la verdad. Cuando conoció a la primera le dijo que deseaba estar con tres novias. La búsqueda de la verdad –la honestidad contigo mismo– te evita estar pendejeando. La respuesta inmediata es que te manden a la chingada –como él ya había experimentado con anterioridad– con tal propuesta o por alguna extraña razón te acepten. Lo que hay en común en las cuatro es que disfrutan de la literatura; y creo que las letras están hechas para las mentes de naturaleza libre; la libertad exige la percepción de la conciencia. La literatura es una hermosa quimera. El primer reto es reunirlas, que haya química entre ellas y después aumenta el nivel dificultad: ser capaz de satisfacerlas. Él no apelaba al atractivo físico para seducir a una mujer; él seducía en nombre de una belleza superior: la gastronomía. Para conquistar a una mujer, según él, hay que poner atención en sus gustos culinarios. Él procura que ellas estén cómodas cuando van a leer, le gusta mirarlas, y disfruta mucho cuando conversan entre ellas. Fue por influjo de una mujer que él aprendió amar la literatura. Escribir y coger hay que hacerlo bien. Los conejos al igual que los felinos son potencialmente sexuales. Y es delicioso escuchar la voz de una hembra cuando así te lo pide manifestándote su deseo en la oreja: ¡vamos a coger! El animal, siempre dispuesto con una fuerte erección para darle gusto a una rica panocha que gusta de una rica cogida. Empezar disfrutando los besos; rozar los sexos por encima de las prendas; sentir cómo un cuerpo se eriza ante las caricias, ser capaz que una mujer moje su ropa interior. Hay veces que a esas hermosas hembras se les despierta un delicioso apetito sexual al mismo tiempo y el animal, un buen semental, siempre ardiente como un volcán para fundirse en una satisfacción desenfrenada de besos y caricias. Por fragmentos él disfruta, desnudas, de sus miradas de intenso deseo; de las lenguas húmedas. Entonces el corazón bombea en un éxtasis delicioso, transformándonos. Abrirte de piernas y disfrutar poco a poco, primero, la penetración de mi rica erección en la calentura de tu jugosa vagina encima de mí; en tanto mi boca da un delicioso oral; y mi derecha y mi izquierda se introducen y acarician el monte de venus. Las posiciones cambian y la energía fluye; ardiente figura poligonal. Lamer sus deliciosos culos, apretarlos con firmeza y darles una sabrosa nalgada. El animal se regocija en los hermosos gemidos de sus hembras, es melodía excitante; provoca una y otra vez sus dulces orgasmos hasta que quedan totalmente relajadas en la cama, completamente satisfechas. Él las mira y continúa cogiéndoselas con la mirada a sus cuatro hembras y finaliza masturbándose hasta que un torrente de semen caliente sale en erupción sobre esos cuerpos femeninos.
Como dije, ellas son libres y el conejo es, quizá, sólo un gusto. Ya han cumplido un hermoso año, juntos. Él sabe que posiblemente la situación no durará mucho y sin embargo procura estar disfrutando el instante.
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“Si eres buen poeta, te sugiero que seas buen amante también”
-Charles Bukowski-
[grrr]
[…] brevedad (que recuerda un poco a la Caza de conejos de Mario levrero) el microcuento sin título de Hindra Ceballos. Obtienen mención “La sorpresa” de Sergio F. S. Sixtos, “Sin opción” de […]