Este sitio convoca a su concurso #103 de minificción (o microrrelato).
Los interesados en participar pueden comenzar observando la siguiente imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de octubre. Quedan invitados.
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El Mariachi aún se sentía pleno, su voz no había perdido la fuerza de antaño, raspaba un poco más al llegar al falsete, pero no era nada que un tequila no curara después de la presentación, esas que siempre terminaban con un dolor de cabeza y unos chilaquiles, era el charro negro, su bigote que vibraba al cantar Cocula o camino Real, su panza orgullosa, el traje negro que portaba con orgullo, el sombrero bordado en hilo de plata y las botas lustradas,las presentaciones eran cada vez menos, ya nadie apreciaba un buen Mariachi y un bien tequila o más bien ya nadie podía costearlo por la crisis, ahora solo era una al año, una misera actuación; el dos de noviembre, a la que nadie ponía atención, mas que los que le lloraban en la tumba !!
Ellos colocaron la calavera ante el anciano, don Jacinto achicó los ojos para verla mejor; ¡sí!, era ese objeto el mismo que ocultó en la troje de la hacienda hacía ya ochenta años. Era el mismo cráneo negro que el patrón retiró de la mano muerta del bandido Mathias Johnson. Ese objeto maldito trajo tanta desventura a sus propietarios que el viejo se rehusó, por un momento, a tocarlo. Ellos lo miraron expectantes… por fin don Jacinto asió la calavera burlona con ambas manos, luego la estrelló contra el suelo. De entre los fragmentos brotó una luz intensa, los nietos y el abuelo observaron. incrédulos, aquel prodigio que huyó por la ventana.
Cada año Filomeno esperaba con ánsias la llegada del día de muertos, un festejo tan tradicional en su familia que Filomeno aún se acordaba cuando en la casa grande se ponía el altar al abuelo Jaques, quien desertó del ejército francés para casarse con la abuela Filomena.
La emoción de ir a juntar los tejocotes a la finca y las mujeres desde la madrugada duro que dale en la cocina para preparar el mole, las gordas de nata y las de maíz, el encacahuatado y su compadre Federico que no fallaba con un cuarto de carnitas de Nueva Itala y puntual acudía a la cita desde el primero de noviembre. Era una fiesta por todo lo alto. desde su lugar de honor contemplaba contento a sus hijas, cada vez más maduras y entradas en carnes como su esposa Cata, a sus nietas y nietos, a sus bisnietos y tres nuevos tataranietos.
Todos llegaban y colocaban sus ofrendas en el altar. Las cañas, la fruta de la finca, su, tequilita reposado, sus delicados sin filtro en sustitución de sus Carmencitas, y siguen colocando plato tras plato de manjares que en vida lo hicieron tan feliz.
Voltea a la derecha y ve un retrato de cuando se casaron Catita y él, suspira, voltea sus ojos huecos a su izquierda y mira enternecido a su Catita ella está a su lado transformada en una dulce calaverita de azucar.
Rápidamente se reunieron los amigos en mi casa. La buena música y el vino acortaron la distancia de nuestro presente. Risas, baile, carcajadas. La noche transcurría. La conversación giraba en torno al pasado, a los recuerdos. Ellos me hicieron pensar en los que ya no están.
Vivimos fechas de añoranza. Encendí una vela para honrar a los que se nos han adelantado.
Silencio. Volteo a mis espaldas. Veo mi retrato rodeado de veladoras.
El coronel se sentía pleno, con su copa de vino blanco en la mano, y la música clásica puesta en el estéreo.
¡Pero si todos los días pudiesen ser así…!
«Sería la condena más grande de todas»
Y miró a su alrededor, como buscando alguna respuesta a ninguna pregunta.
Solo él, un poco de vino, y una calavera, colgando de su techo.
Y pobre alma endiablada, que jamás era visitada. Algo debía hacer para entretenerse. Y claro, ¡las visitas jamás le agradaban! Así que abría, conversaba, y si la plática se le hacía nefasta, solo pasaba el cuchillo por tu garganta mientras bebías un trago de su tequila, y ya estaba.
Y ese día, en los inicios de Noviembre, había decorado su casa con esas calaveras. «¡Pero mira que decoraciones tan realistas tiene el coronel!», decía la gente al pasar. No, no… Y miró a la calaverita de dulce que tenía sobre la mesa.
-Acusadora me miras, acusadora me miras – la tomó entre sus dedos. Quedaron pegajosos. – Es curioso como algo así produce sensaciones tan potentes.
Y comió la calaverita. Y ese sabor tan dulce y excitante le recordó a su tierra.
Y tomó una cuerda. Y la colgó del ventilador del vestíbulo principal. Y tomo una silla, y se subió en ella.
Y colocó la cuerda al cuello.
Y tiró la silla.
Días después, todos se preguntaban… :
«¿Por que no ha quitado, sus decoraciones el creativo coronel?»
¿Y qué esperabas?
Exhumar tumbas es un muy buen pasatiempo.
Leyenda de la Calavera
Cuenta la abuelita, que su abuelito fue revolucionario, enfilado con las tropas de Emiliano Zapata, convencido del grito «Tierra y Libertad» corría y luchaba cuerpo a cuerpo con los adversarios. Aguerrido, siempre sobresalió matando puños de contrarios.
Por su fama, le tendieron una tregua; en una lucha, lo identificaron y entre tres lo atacaron, cobro cara su vida, se echo a dos, pero el tercero, lo mato, corto la cabeza de su cuerpo. La cabeza rodó, rodó, cuesta abajo, perdiendose en la espesura de la montaña.
Enterraron su cuerpo sin cabeza, y ahí en su tumba, recibió la promesa de un compañero de «jallarle» su cabeza, aunque fuera lo último que hiciera. Como durante un año :caminó, buscó, y no encontró nunca la cabeza, decidió sustituirla, por una hecha de lodo y paja, que rescató del lugar donde cayó su cuerpo.
Se la entrego a la esposa e hijos, quienes al ver el desconsuelo del pobre «infeliz», le juraron conservarla para siempre en una mesita.
Cuando la gente visitaba a la familia veían la calavera, y contaban la historia. Entonces, siendo un pueblo chocolatero, empezaron por hacer calaveras de chocolate y colocarlas en una mesita durante un año, si tenían muertito. De ahí, en adelante, en donde hay muertitos, se colocan calaveras. Aunque cada pueblo fue modificando el tiempo de «exposición» de la calavera, en aquel lugar, todavía, se ven mesas con calaveras de los muertos.
Doña Lupe Skulls
Por más que la anciana les explicaba que no había motivo para considerarlo algo extraño ellos no lograban sentir lo mismo y aunque ambos compartían el apellido Perez se sentían lo suficientemente ajenos a ella como para sentir miedo.
Continuamente se cuchicheaba entre los familiares las poco convencionales costumbres de su abuela Lupe al cocinar y el sabor tan especial de sus guisos, sabían a algo extraño, algo no de este mundo…
Esa tarde, la abuela Lupe los invito a comer a su casa, a probar su nueva receta de guiso mexicano:
-Mole! -Dijo con cara de desagrado Brian.
-Sí, mole- Contestó una desganada Shirley mientras le mostraba a su hermano que la calavera aquella, con ojos pintados en forma de flor, había desaparecido.
Perdón cometí un error al publicar mi cuento y siento que una sola linea cambia el significado, ya que está pendiente de moderación, podría borrar el comentario anterior y tomar como el cuento participante el que pondré a continuación? Muchas gracias!
Doña Lupe Skulls
Por más que la anciana les explicaba que no había motivo para considerar algo extraño su gusto por las calaveras ellos no lograban sentir lo mismo y aunque ambos compartían el apellido Perez se sentían lo suficientemente ajenos a ella como para sentir miedo.
Continuamente se cuchicheaba entre los familiares las poco convencionales costumbres de su abuela Lupe al cocinar y el sabor tan especial de sus guisos, sabían a algo extraño, algo no de este mundo…
Esa tarde, la abuela Lupe los invito a comer a su casa, a probar su nueva receta de guiso mexicano:
-Mole! -Dijo con cara de desagrado Brian.
-Si, mole- Contestó una desganada Shirley mientras le mostraba a su hermano que la calavera aquella con ojos pintados en forma de flor había desaparecido.
Filia
-Estoy siendo pasivo, Judit, como tú me lo has pedido- dijo el sujeto excitado, antes de ser cadáver.
Estaba la clase de historia aburrida como diario, sobre el día de muertos platicamos y la calavera harta ya estaba, después de ver al profesor todo el día parlotear la pobre ya ansiaba volver a la caja de adornos para otro año descansar -solo salgo un día al año y escuchar a este anciano tengo- no te preocupes amiga que yo lo escucho los demás días del año.
quien gano?
FE
El hombre, de unos treinta años, miraba a su esposa mientras ésta reclamaba al dueño de la funeraria.
«¡Esa calavera venía dentro de la caja de cenizas de mi padre! ¿Que estúpida broma es esta? ¡Exijo una explicación!»
El dueño, un pálido señor mayor, miró la calavera y acercó la mano, «¿puedo?» preguntó tímidamente, la mujer soltó un metálico «si» y el señor tomó la calavera. La analizó durante un largo rato, la colocó en el escritorio y por fin explicó:
«Lo que les voy a decir es un secreto entre los que trabajamos en funerarias; hay personas que en vida alcanzan un grado espiritual muy alto y que si al morir son cremadas, sus restos, purificados por el fuego, se convierten en una materia parecida al barro. No lo hacemos público para no herir a los familiares de quienes no les sucede lo mismo. Es muy extraño, pero, creo, debería ser motivo de orgullo para usted señora»
Ella lo miró con furia contenida por un largo momento, el señor sostuvo la mirada de manera resuelta pero amable hasta que la mujer soltó un suspiro entre dientes y los ojos se le llenaron de lágrimas.
«¡Dios mío! ¡Te lo dije Abel, te lo dije! Mi papito era un santo y tú no lo creias. Siempre hablabas de que le pagaba a mi mamá, de que tomaba y de que iba a los cabarets y de que…»
Mientras su esposa lloraba y hablaba sin parar, el hombre la abrazó y le ayudó a levantarse, recogió la calavera y se despidió con una inclinación del dueño de la funeraria, este le dijo a media voz: «Recuerde que es secreto». Cuando la pareja se fue, apreto un botón y un minuto después entró un empleado, con la cabeza agachada y una gorra entre las manos.
El dueño le gritó «¡Un descuido y mira lo que pasa! ¡es la última vez que te dejo cocer cerámica Rubén! ¡lárgate a trabajar!.
Y como un mal chiste, la calaca frente a ella. El hombre que detrás mete el cuchillo bien dentro de la chica. La chica que cae. El hombre que sale corriendo, se topa con él. El, que le mete otro cuchillo ahora sobre la yugular. Fiesta de sangre, fiesta de mil colores. El que con el cuchillo se deja caer en el piso, policía que llega y lo esposan. ¡Qué ironía de palabra! A la cárcel. Muere de infarto en la patrulla. El primero desesperado había intentado decirle a ella que no le llamara más que tenía esposa, que no quería verla. Ella que como loca intentaba que él dejara a la mujer aunque ella también tuviera marido. Marido de ella que sabiendo en qué estaba metida la mujer la había seguido. Encuentro de dos amantes en el café en vísperas de Halloween. Tragedia shakespereana a la mexicana. Todos muertos y contentos. ¡Ahora a festejar en las tumbas!
Me encanta la referencia de las relaciones espaciales entre los elementos de la fotografía para integrar el relato desde una mecánica netamente dramática (de acción, nada más acción): es la naturaleza abstracta de la acción lo que produce que estos impulsos se configuren como circunstancia concreta de un relato y construyan el trasfondo de los personajes, y así su historia. Muy ágil, ligera también la asociación del festín de sangre-de colores al contexto folklórico de la muerte en México.
Uhhh! chicos… hasta ahora me doy cuenta!!! Muchas gracias por los comentarios ! geniall!!! Saludos. Fernanda del Monte.!
LA CALAVERA
Delicados aromas y chispeantes colores flotaban en el ambiente, metiéndose por narices y ojos, embullando al ánimo para la fiesta y la alegría, haciendo más agradable el paseo de media tarde por los vetustos portales. Era dos de noviembre, era día de muertos.
Un joven caminaba con aire despreocupado, mirando sin interés los tantos puestos. La gente se dejaba llevar por la gente, el joven junto con ellos, en un carnaval involuntario. Había infinidad de puestos de festivas calaveras por aquí y por allá. Improvisadas tiendas que expendían azucarados borreguitos de todos los tamaños, blancos, rosados, azules. Variadas y bien surtidas ofrendas montadas por entusiastas estudiantes. Canastos inmensos con fresco y oloroso pan de muertos. Indígenas hermosas, ataviadas con sus galas ancestrales de algodón, vendiendo ataúdes de dulce. Cancioneros gritando versos alusivos a las fechas, y pintores o dibujantes garabateando socarronas calaveras. En fin, todo lo más diverso del día de los fieles difuntos. Y por supuesto, los compradores de toda esta fúnebre e irónica mercadería: Ilusos que creyendo reírse de la muerte la burlarán y así alargarán sus vacías existencias.
Más nada de eso llamaba poderosamente la atención del joven, sus ojos se fijaban constantemente en el suelo. A leguas se notaba el remolino confuso de su interior; su indiferencia rayaba en el mutismo propio del aspirante a suicida. Hasta que sus ojos se fijaron en un puesto diametralmente distinto al resto de las carpas.
El pequeño cubículo era sombrío, oscuro, con sus cortinas negras que se tragaban la escasa incandescencia de un foquillo de escasos cincuenta watts. Y en contraste con el olor a dulce que corría por los pasillos, una penetrante pestilencia escapaba de la tela colgante y de los mantelillos que cubrían la mesa y los estantes.Donde calaveras de cerámica lucían su sencilla belleza.Un cuervo disecado destacaba en la parte superior de la carpa. Era una mancha de tristeza en el bullicio envolvente de la feria. Un halo de misterio se cernía sobre él, como si las alas extendidas del cuervo de taxidermia lo cubrieran con su sombra.
Un temblor recorrió el cuerpo del joven, sintió miedo, pero su mirada fue obligada a recorrer los detalles del lugar. Quiso marcharse y algo lo detuvo imperiosamente. Sus ojos parecieron llenarse de vida un instante.
Y es que ahí, en ese puesto tétrico, estaba la forma burlesca y carcajeante de una calavera de cerámica, tan común y tan corriente, que a cualquiera hubiese pasado desapercibida, pero a él no, nunca, jamás. Y todo porque el nombre que aparecía en la frente de la descarnada era el suyo… ¡Sí, el suyo! ¡Su nombre! ¡Ese nombre extraño que le endilgaron sus padres para cargarlo por toda la vida!
Era tan raro su nombre y todavía más raro que una calavera lo luciera con tal naturalidad y desparpajo. Pronunció su nombre en voz baja y le pareció que la calavera también lo susurraba. Presintió, supo, que estaba hecha especialmente para él. Y el miedo despertado por la apariencia del puesto desapareció.
-¿Cuál es su precio?- preguntó sin quitar la vista de los ojos brillantes de la calavera.
– Doscientos pesos- respondió el que atendía el local: Un hombre pálido, de una palidez mortuoria.
El joven hurgó en sus bolsillos, buscando algún milagro de economía para conseguir su calavera. Algo encontró pero no completaba la totalidad del precio.
Al ver el desencanto del joven, el hombre del puesto inquirió:
-¿Cuánto tienes?
-Apenas y ciento treinta pesos.- Había tristeza en su voz.
El hombre pálido lo miró fijamente desde las dos oquedades negras que eran sus ojos, y le dijo con voz desprovista de vida:
– Llévatela, te la obsequio. Es tuya, toda tuya.
Nuevamente lo asaltó el miedo al sentir unos ojos que parecían que no lo miraban y una voz que sonaba como hueca. Pero un chispazo de los brillantes ojos de la calavera le alejó el temor.
Tomó la calavera ansiosamente, dio el dinero y se alejó. El hombre pálido del puesto sonrió, murmuró algo y el cuervo bajó a posarse en su antebrazo.
El joven iba por la calle, caminaba feliz. Por fin tenía una calavera con su nombre, después de que cada año era un batallar infructuoso, un deambular por infinidad de ferias y por poblados donde el culto a la muerte es ancestral. Ahora la colocaría en su repisa como un verdadero trofeo. Se detuvo y sacó la calavera para admirar el cráneo de arcilla cocida. Era sencilla pero bella. La colocó frente a sus ojos y al leer su nombre le pareció ver en la faz de la calavera el rostro del hombre pálido del puesto; en su mente se repitieron las palabras de ese hombre:
-…Es tuya… toda tuya…
Y las palabras se repitieron una y otra vez, como un eco en toda la calle. El joven no vio las luces de un automóvil que se acercaba a gran velocidad…
Volvió a apoderarse de él un miedo indescriptible, la calavera ya no se lo ahuyentaba con su mirada brillante, con esos ojos de cinco pétalos, al contrario ahora parecía sonreír horriblemente. Quiso arrojarla lejos de él, pero su mano aferraba el pedazo de artesanía macabra.
Alcanzó a mirar en un parpadeo las luces del auto al recibir el duro impacto. Y en ese breve instante comprendió, supo, que la calavera era especialmente para él; que esa era, indudablemente, su calavera.
Tenía que ser minificción.
Desamor en el día de muertos
Terminé con él cuando me confesó que sus calaveritas estaban rellenas de cráneo auténtico.
Muy bueno! Breve e impactante
que esperabas?
Órale q fuerte! Jajajaja :*
Muy bien logrado. Breve y sorprendente. Felicitaciones
muy buena minificción.
Muy bueno. ¿Y por lo menos tenían azúcar?
Todo un asesino serial…
Pobre de ella. ¡Ja!
Qué extraño… Sentada con mi novio en su casa. Él viendo la televisión, no sé qué noticiario que no me interesa. Yo en mi teléfono (como hago siempre que Pedro no me está haciendo caso por estar haciendo otra cosa, por qué se desconectará tanto?). Facebook, Alberto Chimal (buenos links), concurso #103 (nunca me he metido a uno de sus concursos, me encantaría pero no tengo ni talento ni tiempo). Hago click en cada una de esas ligas virtuales y llego a una foto mía con mi novio, pudiera ser de exactamente este momento la foto: el ve televisión, yo veo mi teléfono, la misma ropa… pero, volteo hacia la mesa y aquí no hay calaverita y pienso… de qué tanto se reirá la cabrona..?
Mientras lo esperaba enterraba las yemas de mis dedos en los ojos de la calavera, que me miraba sonriente. Siempre me puso nerviosa ir sola a lugares.
-A mí también, ¿por qué no nos vamos?-dijo mi colorida compañera, mientras mis dedos se sumían aun más en los globos, y sentía un líquido espeso deslizarse por mi mano…
¿qué me ven? ¿por qué cuando pasan se persignan? ¿hasta una veladora prenden? ahhhh ¡qué rico! decía Lucio, ahora podré comer ese rico mole de mi esposa. En eso , se dio cuenta que se encontraba dentro de la calavera que el espejo reflejaba
Me gustaba recibirles en mi casa. No es que fuera muy a menudo, pero esos momentos me rescataban del temor a perderme entre sus garras. Sabían que ella lo escuchaba todo; que había que andarse con cuidado, pero eso no les asustaba. Cuando caía la noche y yo me bañaba en las sábanas termales, seguían ahí, hablando en susurros, respirando el humo de mis pulmones, entregados al estorbo febril. Siempre se hacían acompañar de un amuleto que colocaban frente a mi, desafiante al dolor, carcajeándose de la muerte con ojos huecos. Quizás fuera la misma muerte que se reía de mi; una suerte de calavera y bufón
Hace tiempo que ya no vienen y, todo me sabe a tierra.
En un universo paralelo hay un museo con escenas tomadas de otros mundos; Instantes perfectamente capturados por un viajero inmaterial e incansable. Una de las salas más popular nos muestra dos seres grotescos y deformes que parecen desafiar las leyes de la física. Se encuentran ante una figura negra, abstracta, incomprensible. Los visitantes no comprenden la figura pero se sienten atraídos a ella… La especie dominante en esta realidad no tienen huesos en el cuerpo.
Implacable, terminante, morena y flaca. Así me gustaba y yo estaba enamorado de ella. Siempre le gustó hacer autorretratos. El último donde me sonríe, fue el mejor de todos los que hizo y me dejó.
Décima para mi nuera
Le preparé sopaipilla,
pasadita por chancaca,
a mi nuera larga, flaca
mañosa desde chiquilla.
Objetó que nó, la pilla:
«es que me lavé los dientes»
es su excusa más reciente.
Se fue apurada al trabajo.
Del camión ensarta abajo.
Guardando intacto un diente.
La madre recibió de regalo la calavera. Su hija, una joven con mente de niña escribió un nombre en un papel pequeño y se lo pegó en la frente. Desde entonces pasó a ser de su propiedad. Todos los días se la ve platicando con su BARBI
Es la única que tiene para el viudo una sonrisa cada mañana. De vez en cuando le obsequia flores y amoroso le dice: “Para ti, mi amor, qué bonita calavera tienes”
Y fue ahí cuando me di cuenta de que cada diente representaba a cada amor perdido y encontrado a lo largo de su ya inexistente vida.
«Uno de los dos se tiene que quedar con ella», dijo el Juez. Pero ninguno quería cargar con la culpa ni el recuerdo. Para ellos era un recordatorio de que el amor había muerto.
Bien logrado.
Muchas gracias, Marcela. Saludos.
La vida y la muerte, la muerte y la vida unidas siempre cual rayo fugaz porque así es la vida, así es la muerte, esperamos con calaveras de azúcar y ofrendas para nuestros difuntos que nos vienen a visitar, no queremos la muerte queremos la vida, pero todo lo que empieza termina, dios bendiga la vida y bendiga la muerte porque para algunos la vida no la quieren abandonar y otros la muerte la esperan con ansias ya.
México con sus calaveras se ha vuelto famoso ya, ¡ Viva la vida ! ¡ viva la muerte !
Una cosa es una cosa
1. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
2. Pedimos calaveras de azúcar, chocolate y amaranto; en su lugar, al centro de la mesa, apareció una calavera de barro mal pintado, resultó que alguno de los tíos, como casi siempre, nos había timado.
3. El alcohol adornaba nuestro altar de muertos. —Por nuestros difuntos íbamos a ponernos una tremenda borrachera—. Porque un gusto a nadie se le niega y menos cuando es para festejar a los que ya se fueron de esta feria.
4. A mi prima se le ocurrió partir en pedazos la calavera, así que con angustia dejó que ésta de la mesa se cayera.
5. A otra prima o primo, no recuerdo bien, se le ocurrió probar el polvo y los pedazos de aquella dura roca. Con una alegría jocosa, nos dijo que degustáramos los sabores de esta maldita cosa.
6. Antiguos y nostálgicos gustos llenaron nuestro paladar, sabían a chongos zamoranos, higos cristalizados, nueces garapiñadas, dulces de leche y mazapán; algunos, hasta dátiles, turrones y almendras confitadas llegamos a probar.
7. Por mi parte, puse el café de olla y harto piloncillo para endulzar. Claro, y el tequila para el frío de la madrugada soportar y de paso a los sentidos deleitar.
8. Luego la cosa empezó a subir de tono, pues con tantos primos y primas, no falto quienes buscaran los oscuros rincones para besarse con todo.
9. Cuando amaneció, todos permanecimos callados, muy quietos y pasmados, después de saludar a los parientes que nos habían visitado.
10. Nos provocó —mortal indigestión— habernos atragantado con barro mal horneado y vino adulterado.
Un día, Ana y yo, nos sentamos en silencio y me confesó que una noche, caminando en la calle, se encontró a una mujer idéntica a ella, pero con un vestido negro, una corona de flores marchitas sobre la cabeza y unas sombras profundas en los ojos. Aquella mujer llevaba en las manos una hermosa calavera negra de porcelana. Ambas mujeres se miraron fijamente y en un acto sincrónico, supieron con determinación qué hacer. Aún recuerdo cuando Ana trajo la calavera y la puso sobre la mesa sin decir nada. La calavera permaneció sonriente y quieta durante meses, mientras que Ana se transformó en una muerta; era fría y distante, pero sublime. Una noche, Ana desapareció junto con la calavera, pasó un rato y regresó, se sentó sin decir nada y entonces supe que la mujer a mi lado no era ella y que tampoco era la misma calavera. Me gustaría saber dónde está Ana ahora, tal vez con alguien que tampoco soy yo.
Hay muchas calaveras con flores y bigote, de azúcar y colores, pero Manuela se consideraba a sí misma con orgullo la única calavera transexual. Pedro, al pintarla, no sabía que Manuela cobraría vida, y menos que tuviera una personalidad tan original. Al final se quedó con ella en lugar de venderla, como tenía planeado, y junto con Julieta, su novia, salen a pasear de vez en cuando. El plan para fin de mes es ir a un bar gay a festejar el día de muertos.
Me dejó un regalo en la mesa, y una nota que decía: Mi alma no descanzará hasta que esté tranquila la tuya, mi alma no descanzará hasta que te vea en la tumba.
La calavera se ríe de un mal chiste que le contó la muerte.
interesante. Corto y preciso.
Jacinto abre la puerta, y detrás de él esperan, en fila, Jimena, Jorge y Julia. El niño se apoya en un pie y en otro, desesperado por entrar al baño. Las llaves crujen en un sonido ensordecido por la madera de la puerta al descifrar como cada vez el código de la cerradura. Todos entran a un tiempo. Jorge apenas ve de reojo la mesa pero no se fija realmente y corre al baño. Jacinto se pone de espaldas a la mesa para colgar las llaves en el viejo llavero de la pared. Julia es la primera y única que se enfila directamente a la mesa para botar el pesado bolso en ella y, a punto de que sus delgados y secos dedos toquen la superficie, se detiene en seco, muerta de miedo. Jimena está en la cocina hurgando en la bolsa de pan duro. Jacinto se da la vuelta dejando atrás el llavero y se estampa, un poco fuerte y mucho más sorprendido -y hasta levemente molesto- con la espalda afilada de su mujer. Está a punto de preguntar qué pasa cuando mira por encima del omóplato de Julia y hace el tenebrosísimo hallazgo. No articula palabra pero sus dientes tiemblan y dicen, en una especie de temblor morse, que su portador está asustado. Jimena vuelve de la cocina todavía masticando un pedazo de rosca con sus maxilares espolvoreados de azúcar. Jorge sale aliviado del baño y su esqueleto pequeño tiembla y retiembla cuando se topa con la mesa, rodeándola como los otros tres en casa, mirando como enajenado y apuntando sus cavidades oculares exactamente igual que ellos. Nadie dice nada pero, en realidad, no hay mucho qué decir .Al centro de la mesa, y dejado por quién sabe quién, hay una estatuilla, o un adorno infernal, o un pisapapeles horrible con la forma de una cabeza cubierta por una piel grasosa, horriblemente suave, que extrañamente hace de forro de lo normal, de lo real, de una cabeza limpia y dura como la de todos ellos.
TU MUNDO
¡Ahí viene alguien!, dicen los labios gruesos de Ana. Volteas pero tus anteojos están empañados.
No importa, mi amor, le dices, por fin lo encontramos, y le señalas el cráneo negro, esta es la cabeza muerta del nene gordo, mi amor.
Sí, dice Ana y sus ojos se agrandan al tamaño de su vieja niñez. Es la cabeza del mundo, de este indígena gordísimo sobre quien vivimos, es hermoso.
Rápido, hazlo ya, le dices.
De pronto, un vigilante llega: esgrime un arma que semeja una víbora seca. ¡No!, les dice, este cadáver redondo, sobre el que vivimos, todos lo confunden con el mundo, pero…
Ana no lo escucha y besa a la calavera.
El vigilante blande su arma contra ella y tú tratas de interponerte.
Dolor. Tu dolor y luego el dolor de la muerte tan femenina de Ana.
El Gordo fue sólo otro viejo sacrificio, dice el vigilante.
Pero ya es demasiado tarde, el beso de Ana en la dentadura de la calavera va pariendo un ritmo, primero, alguna chispa, después, y entonces el dilatado terremoto que lo inicia todo.
(¿Es la sonrisa de Ana -la niña que conociste tarde- la que reconoces en la calavera?)
Y la pasión por la fiesta de la vida fue tanta, que al morir simplemente transmuto en calavera para seguir de frente en la fiesta.
El escritor no podía seguir con la lectura de su último manuscrito. El público, ansioso por escuchar la voz de su autor favorito, comenzaba a inquietarse, algunos zapateos leves empezaban resonar en el recinto más íntimo del Palacio de Bellas Artes, no es que las sillas fueran incómodas, ni que fuera muy tarde o que se hubiera encerrado el calor por la multitud nerviosa (algo que era muy común cuando se abarrotaba la gente en esos apartados tan pequeños), era la presencia de esa figura, en el tablón principal, una pieza de barro negro entregada al autor de la mano de alguno de los organizadores del evento. Sobra decir que era primero de noviembre, que había presentaciones de libros relacionados con el tema de día de muertos y hermosas ofrendas por los demás salones.
Los ojos en forma de flor habían absorbido la atención entera Josué, su texto había desaparecido de entre sus manos, la pieza lo había devorado por completo con esos dientes blancos, no podía seguir leyendo, nadie hacía nada por ayudarlo, ¿cómo no se daban cuenta de lo que estaba pasando?, ¿por qué sonreían?, ¿por qué no corrían aterrorizados ante tal espectáculo?
– Imposible, era yo, todo estaba en mi mente, ¿pero por qué siguen sonriendo?
Tal vez por el calor o los nervioso, esos eventos no eran lo más placentero para Josué, cerró los ojos un instante para concentrarse y reponerse de esa sensación, de abandono, como si su ser se hubiera desprendido de su cuerpo, como si hubiera dos realidades y él pudiera vivir ambas, pensó que había muerto pero aún sentía latir su corazón, latía muy fuerte como cuando despiertas de ese sueño donde caes en algún acantilado. Una voz lejana decía – por fin se rindió. La multitud salía de la sala, él los podía ver, no estaba aterrado sólo quería comprender.
Alguna vez te conté..
Mi amor no se fue, lo encerré, ahí está, siempre sonriente, sólo basta amar a la muerte, del resto se encarga ella.
Todo paso en un segundo, mi padre y mi madre me observaban fijamente, pensé que solo era un castigo o incluso un regaño normal, pero no la mirada de mi familia era diferente muy diferente. Sentía el temor, un gran frió apuñalan dome la espalda, poco a poco jamas pensé sentir tal angustia y temor en mi vida mientras la mirada seria de mis padres se tornaba oscura y sombría. Mi papa saco una calavera de su bolsillo y la puso en la mesa, era algo pequeña, como si fuera de dulce, pero de pronto unos enormes ojos salieron de ella y el chocolate que la cubría comenzaba a derretirse, mostrando a su vez una calavera de color negra. no podía creer lo que veía pensé que estaba loco, pero cuando mire la calavera, directamente a sus ojos descubrí que mi madre y padre estaban dentro diciéndome que no, no asta que distinguí, corre. La calavera me mostraba toda mi vida cuando trate de huir los seres que parecían mis padres, me sometieron, trate de cerrar los ojos pero fue imposible, sentí como mi alma poco a poco dejaba mi cuerpo, asta que todo se puso oscuro al levantarme mi mama y mi papa trataban de levantarme con una mirada de susto y alegría. Cuando supe lo que pasaba me vi a mi mismo fuera de la calavera riendo con los ojos oscuros.
Lo sabia ahora la calavera había tomado nuestras almas y las había sellado en ella.
Calabaza en tacha
La casa huele a piloncillo y canela producto de los vapores del primer hervor. Me gusta presenciar el ocaso otoñal, el cual, aviva el amarillo castizo de la calabaza recién rebanada que, se despepita cruda en la profundidad de la olla despostillada. Aún con el cuchillo en la mano, me declaro listo para empalagarme hasta el hartazgo del dulce colonial. Observo de reojo a mis amigos, quienes esperan cerca de la estufa para disipar temores y ansiedad. Entre los ruidos vocales, las risas legítimas y el zumbido agudo de las cacerolas, me doy cuenta de un sonido cristalino que propaga el cráneo artesanal. No creo en fantasmas pero si cuento con una imaginación desbordada —que la mayor parte de las veces, la atribuyo a la alta ingesta de tachas adulteradas—. Pero el ruido, casi imperceptible, proviene del rechinido de los dientes esmaltados. El cráneo, con evidente descaro, cierra un ojo floreado a la vez que, manos invisibles enceran un bigote bien delineado. Mientras tanto, el dulce de la calabaza reposa a fuego lento, mientras la tacha y la melera en las crónicas aparecen como viejas calderas. Siento que la muerte llega, este año, con un gran sentido del humor, pues un catrín de talavera pide probar la calabaza antes de que el día muera.
Poniendo una calavera contra el oído, se oyen murmullos lejanos, ayes lastimeros… de ultratumba.
El vencedor
Su colección de calaveras seguía creciendo, aún a costa de su propio cráneo.
Como era de esperarse, el espíritu del abuelo nunca dejó de incomodarlo… A veces sin que se fijara, aparecía en la sala de reuniones, en la cocina ó entre la sien de una calabera negra con dientes blancos finos y sonrientes… Dicen que después de la muerte de su último nieto, la figura dejó de aparecerse, auque a veces aparece en los dormitorios de quienes ven su única fotografía no documentada.
CUESTIÓN DE PRINCIPIOS
No se supo de una vez que llegara puntual a una cita. El día de su muerte no fue la excepción: se anticipó por diez minutos.
Andabamos siempre juntas, aunque evitabamos en lo posible mirarnos. Era mi eterna compañera, pero no debíamos intimar, las dos lo sabíamos. Ya llegará la hora, me decía al hablar de nuestra relación; solía burlarme de ella y me gustaba comer toda clase de dulces hechos imitando su rostro.
No sentía temor al verla, a pesar de que su aspecto no era agradable, y a veces hasta reíamos juntas. Fue hasta aquel día en que me miró fijamente a los ojos mientras me tocaba con sus huesudos dedos cuando morí de susto.
Decidí girar ese estúpido cráneo negro, pues no había dejado de mirarme, atrincherado en su cualidad mustia de ser solo un adorno sobre la mesa.
Entonces me vi en su nuca. Deforme reflejo Inmerso en la oscuridad de la muerte.
– ¿Nos vamos? -Pregunto María-
– Si, vámonos…
BREVE
Para reencarnar a todos nos dan una calavera de barro negra con tu próximo destino, la mía trae un perro y la bandera de Corea, será un viaje corto.
Las gotas se filtran por el techo y caen sobre la calavera, produciendo un débil tintineo en el barro negro.
—Lo haré yo —dice Gustavo, ante la mirada atónita de los demás. Se levanta de la mesa y anda hacia la puerta, cabizbajo.
Desde el asiento trasero, el anciano observa la figura de un hombre caminar bajo la lluvia en dirección al automóvil.
—¿Al asilo? —pregunta, mientras Gustavo pone las manos sobre el volante.
—Sí, papá.
Él siempre miraba fijo los ojos vacíos de Élla, la que vivía para siempre atrapada dentro de un álbum de añejas fotografías. Mientras su mente repasaba recuerdos desgastados por el uso, Él sabía que nunca algo fue más difícil que añorar el tacto, el vaho cálido de un ser al que se tiene negado… Aquella tarde del 92, cuando la conoció, nunca imaginó que su destino estaría marcado por un triángulo amoroso en el que el tercero sería un caballero oscuro que pronto la cubriría con el manto suave de la muerte.
Desde el solitario entrepaño del mostrador, comenzó a imaginar cómo sería, sólo por una vez, que alguien la sacara de la tienda. Cada año que no era vendida, le agregaban adornos que quizá le darían suerte la próxima vez. Dos años atrás no tenía ese par de ojos florecientes, hace tres estrenó bigotes, pero no fue hasta doce meses después que le regalaron dientes.
Hoy, son las ocho de la noche de otro dos de noviembre desafortunado; los niños van a sus casas con la cuota cubierta para sus calaveras y los mayores hace tiempo que alistaron las ofrendas. Mientras sus vendedores se apresuran a escombrar, ve llegar su última oportunidad entrar por la puerta. Mira su reflejo para ensayar su primera y única sonrisa.
Parábola.
Ibas feliz, caminando por el cielo, cuando de repente caíste y el fuerte golpe contra la tierra te quito la vida.
Densidad.
El agua era de color olvido, y esa silueta gigante que dejaba caer trozos de pan en la superficie, hace mucho que no viene. Yo también llevo tiempo sin sentir el roce del cristal, ni paso por debajo del tronco y casi ni me acuerdo del sabor de la Salvinia. Nada hará moverme de este sitio, aunque a veces me falte el aire y el hambre atornille mis escamas. Lo cierto es que mi vida cambió el día que dejaron caer ese cráneo burbujeante sobre las canicas.
Se masturbó. Luego, sus ojos encontraron las cuencas vacías. Lloró de soledad.
– ¿Ya tenemos todo?
– Lee las instrucciones…
“Instrucciones: Escribir en un pedazo de pergamino una frase común del difunto. Formar un círculo humano alrededor de la calavera, en el que se incluya un ser cercano del futuro viviente. Este deberá repetir tres veces la frase escrita, (dirigiéndose, por supuesto, a la cabeza de cerámica) un día jueves cuando la luna esté menguante y una semana exacta antes del día de nacimiento del muerto.”
– Creo que sí, empecemos.
Cuando lo exhumaron, descubrieron que sus ojos habían florecido y su sonrisa se conservaba en perfecto estado.
Con el estratosférico aumento en la demanda de tumbas al fin voy a poder vivir de mis rentas.
La muerte no fue obstáculo para que Juan Velázquez, antiguo campesino de Tapachula, se reuniera con su compa Rodrigo Vázquez en el café donde éste último mató a su esposa. La excusa fue celebrar el año nuevo.
Tomaron.
De las botellas sólo vidrio quedó, y de Rodri sólo el cráneo sobró.
Los guijarros huyen de las laderas de los ríos, disfrazados de calaveras, prefieren ser parte de la tradición que, ahogarse en las profundidades de la nada.
Noviembre 1. En algún sitio de la Ciudad De México.
-¿Salvador y bien cuanto tendremos de ganancia por esta reliquia?
-Pues, en el mercado negro, unos $120.000
-¡Excelente!
-Tranquilo, tendremos que repartir $20.000 a los mineros que nos la dieron, recuerda que fue ilegal, unos $30.000 a cada uno de los guardias que nos dejaron pasar en las casetas, y de pasó ya gastamos más de $11.000 en todo el traslado.
-Caray, tan pequeña y valiosa que es esta cosa (Le da un pequeño golpe).
-Así que de $59.000 yo me quedó 40 mil y tu el resto.
-Por mugrosos 19 mil me quebré los huesos, no tienes madre, Salvador.
La mesa donde estaba la calavera empezó a moverse como si estuviera temblando, toda la habitación se movía y los cuadros que estaban colgados en la pared, cayeron.
La pequeña calavera sacó luz de sus ojos y los dos hombres que ahora ante esta situación se veían tan débiles no comprendían lo que sucedía.
Tan solo momentos después, los hombres se encontraban en un fondo negro, y veían acercarse a ellos una caravana de personas, que a principios se veían normales, a un poco más cerca de ellos, descubrieron que no eran personas, eran muertos.
Ya no tengo máscara que cubra mi sonrisa, pues en un abrir y cerrar de ojos se acaba la vida y aunque no queramos el tiempo nos hace enseñar los dientes; es cuando sabemos que en algún momento fuimos felices, y que esa sonrisa se queda eterna.
Virtualidad
Dejó escritas las cuidadosas instrucciones para el manejo de sus perfiles públicos. Luego de su muerte, sus allegados, reemplazaron su foto de perfil en las redes sociales.
¡No vuelvo a resucitar para ver un partido de las Chivas en el bar!
La caja
Dos días antes de que recibiera aquella caja, hubiera estado tranquila; pero en ese momento, recordó el dolor, los gritos y las mismas palabras. Se inclinó sobre la mesa, pero vio que aún faltaba la última pieza de su exposición. Fin
Benito se incorporó tras darle el segundo sorbo a su brebaje. Contempló su imagen en el espejo. Ahí, justo por encima de su hombro, encima de la estantería se encontraba la flaca. ¡Ah, pero mira que venir a interrumpir a la mitad de su tepache! Condenada huesuda.
– Ay, canija. -le espetó.- Más te vale que esta vez sea la vencida. Ya cuatro ataúdes y tres viudas he dejado.
Los zombis vegetarianos no eran los más inofensivos después de todo. Gustaban de comerse las plantas de los pies, las palmas de las manos, la flora intestinal…
Miguelina Reyes
La calavera hematófaga.
Nadie se explicaba que fue lo que pasó El pequeño yacía muerto. Completamente pálido, como si no tuviera una gota de sangre en el cuerpo. Un dia antes, el niño encontro una calavera de barro con pinceladas de colores brillantes. en el camino. Entusiasmado la llevó a casa para colocarla en la ofrenda. Hoy, nadie se percató de su desaparición.
Es el primero de noviembre del 2015. Una niña encuentra una alavera de barro, entusiasmada la toma y se la lleva…
PRINCIPIUM
Después de haber sido expulsados del Edén, se sentaron a contemplar en la lejanía su inmortalidad perdida. Fin
Detrás en mi pupitre, cerré los ojos. Me perdí en un jardín. El fresco aire otoñal me incitó a mover las manos, como si la inercia de haber sellado mis parpados los hiciera elevarse para alcanzar a cortar dos florecillas irreales y ponerlas sobre mis ojos. De repente algo se sintió diferente. Había demasiada ligereza en mi cuerpo, como si no lo tuviera. Sentía la cabeza helada. Traté de abrir los ojos pero no pude hacerlo. Entre desesperación y miles de pensamientos, mi ansiedad empezó a desbordarse. Interrumpiendo todo, escuché que se acercaban a mí. Quise hablar pero tampoco pude hacerlo. Bajo mi nuca se deslizaron unos dedos tibios que me alzaron empujándome de nuevo al ambiente del aula. Claramente percibí que lo demás de mi cuerpo ya no estaba. Había dejado de ser yo. Caminó entre el escándalo con mi cráneo en sus manos. Ya no existía, y mi existencia se había reducido a solo eso; una calavera.
Recuerdo fúnebre
Sostuvo el cráneo descompuesto entre sus manos un momento más, y antes de soltarlo exclamó con tono sorprendido: “¡A fin de cuentas, los que parten son los que más se quedan!”
La huesuda para los bolsillos mexicanos a partir del siguiente año: el infierno privado de las gasolineras
Soledad
Vicente estaba muy perdido, no tenía dinero y vivía solo en su casa. Un día
vio una cueva y entró. Había muchas calaveras y encontró a una negra; la
guardó en su morral y se la llevó a su casa. Quiso dibujar su propia cara en la
calavera negra. Pintó durante veinte días y veinte noches. Después guardó la
calavera en su morral para llevarla a la cueva. Ahí la puso sobre una piedra
grande. Regresó a su casa y se quiso dormir porque quería soñar que él era la
calavera negra con sus amigos.
Alma de dulce
¿En dónde estoy? No recuerdo nada y me siento raro. Algo desconocido decora mi rostro y unas cuantas personas me miran, atentos y rodeándome con sus cuerpos.
Las bocas sonríen, sus lenguas relamen una y otra vez, mojando los labios. No parecen dispuestos a irse.
¿Qué?… ¡Uno me está alzando!
No ¡No! ¡Espera! Está abriendo su boca. Creo que tiene toda la intensión de comerme.
¿Por qué lo hace? ¿Que no se da cuenta de que estoy vivo?
Bajo las sombras de un anfiteatro solitario, la efigie mortuoria desprende el hedor que la torno suicida, y ante la pérdida del hálito que avivaba la esperanza, Esperanza se quito la vida.
Soledad
Vicente estaba muy perdido, no tenía dinero y vivía solo en su casa. Un día vio una cueva y entró. Había muchas calaveras y encontró a una negra; la guardó en su morral y se la llevó a su casa. Quiso dibujar su propia cara en la calavera negra. Pintó durante veinte días y veinte noches. Después guardó la calavera en su morral para llevarla a la cueva. Ahí la puso sobre una piedra grande. Regresó a su casa y se quiso dormir porque quería soñar que él era la calavera negra con sus amigos.
Iba a resucitar al tercer día, conforme a lo pactado con el padre, pero el hijo se halló tan cómodo que se quedó dormido en el sepulcro por unas cuantas eternidades. Uno de sus amigos, El Tiempo, optó por no decir nada, por no despertarlo, por dejarlo así, quietecito, como dormido. Otro amigo suyo mandó sellar la sepultura con una gran roca para que la inmaculada túnica permaneciera como el alba, para que el sueño que dormía fuera tranquilo, para que su conciencia tuviera reposo y para que el blanco de sus huesos incluso no llegara empacarse.
Me pareció muy creativo.
Simulando Fénix
La Catrina, disfrazada como humana, dejó la calaverita sobre la mesa y la deslizó hasta que estuviera en el centro. Ismael trazó la trayectoria con los ojos. Tragó saliva.
—¿Estás seguro? —le preguntó La Catrina sin voltear a verlo.
—¡Por supuesto!
La Catrina suspiró.
—Come esa calaverita, entonces.
Ismael se abalanzó por el dulce. La Catrina lo observó por el rabillo del ojo.
—Cuando hayas terminado ve a tu casa, allí estará tu hijo esperándote.
Ismael tragó el último pedazo y cerró los ojos. Una lágrima recorrió su rostro—. Gracias —murmuró.
La Catrina sonrió.
—No me agradezcas. En diez años tu alma será mía.
Pan y chocolate, flores y fotografías. Todo tiene sentido. Entonces dije -¿Por qué soy de azúcar?- Se asustaron.
Tumbas de la gloria
Divina Gloria: la que amó como nadie jamás me había amado; la que me regaló, por unos luminosos minutos, su piel tostada; la que soñaba con mariposas azules; la que me besó tan fuerte que extrajo todos los dientes sanos de mi boca.
Divina Gloria: la que arregló el daño hecho y minimizó su importancia. La que no me abrazó mientras su esposo abrazaba a mi hermana.
Divina Gloria: la que me invitó a hacer parte de la revolución. Decía José de ella: “le tocan una teta y caen todos”.
Divina Gloria: las enterré a todas.
Estaba ahí sentada frente a un cráneo crudamente hecho, con un siniestro tono negro pero un ridículo bigote. Tenía un patrón cursi en el mentón y flores por ojos.
«Sé que en el día de muertos se adornan las calacas de forma exagerada y compleja, ¿pero no crees que eso es mucho?»
La muchacha no reaccionó en lo absoluto. El joven con gafas se acercó y tomó el cráneo. «Por lo menos quítale las flores.»
El patrón en sus cuencas comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el joven había desaparecido.
Estaba ahí sentada frente a lo que parecía ser una calavera que padecía de miopía.
Tomé el cráneo de la mesa del bar ya con unas copas encima y me subí a una silla. Empecé a recitar hablándole al cráneo. De pronto empecé a sentir un dolor en el cuello, lo sobé y noté algo. Sí, tal vez por eso me sentía extraño. Cuando me di cuenta mi cuerpo ya estaba tirado, con mi cabeza aún hablando en mi mano.
Y mientras el cráneo de mi amada me robaba el alma lentamente, el reloj marcó las doce… marcó mi muerte.
La Foto Esperada
– ¡Señor Tiempo!… ¡Señor Tiempo, espéreme! ¿Ya le puedo tomar una foto?
– Todo a su debida muerte, joven.
Romántica
Sus ojos se clavaron en el vacío de su alma. Las memorias se entrelazaron reconfortando su soledad y antes de la eterna despedida, él acarició aquél rostro tan familiar, lleno de ayeres y gratos recuerdos.
Ella le devolvió una sonrisa inerte. No solo era dulce, sino romántica.
EL DILEMA DE LA CALAVERA
Gritaban y discutían, no entendía el por qué, ella reclamaba y el mentía, se acercaba el gran día y sin vacilar a los dos me los llevé al final.
Obertura
– Contaré hasta tres y luego despertarás. Uno, dos, tres. Ahora dime, ¿cómo te sientes?
El hombre quedó esperando una respuesta de la calavera que sostenía en su mano, pero esta solo le devolvía una fría mirada desde sus oscurísimas cuencas.
– Bien- musitó- así lo haré en mi debut.
– Lástima que no asistirás- masculló la calavera.
Nadie vio al terapeuta con aires de actor cuando cayó el telón.
Me canse de mi cupido. ¿Acaso cree que es chistoso que me enamore pero no me amen? Usare algunas de sus flechas y me encantare a un hombre de verdad, uno al que no le asuste ver la calavera negra que era el cráneo de mi cupido irresponsable.
Los minutos dejaron de ser minutos y se volvieron eternidades. Habían dado vuelta a los mismos errores de su relación una y otra vez. Ella le respondía con lamentos y él con excusas y nada daba una solución. Meses de compromiso se rompían en pedazos y cuando él bajo la mirada taciturno, se preguntó: «¿fue tan azul nuestro amor o tan rojo que murió?» y él jura, que la calavera negra le sonrió.
–¿Y eso, Joaquín?
–Una ofrenda a Pablo.
–¿A poco le gustaba esto?
Tomó la calavera. Un bultito sonó dentro.
–¿Qué tiene?
–Cocaína.
– ¿Y eso, Joaquín?
– Una ofrenda a Pablo.
– ¿A poco le gustaba esto?
Tomó la calavera. Un bultito sonó dentro.
– ¿Qué tiene?
– Cocaína.
Tanto tardaron en servirle, que cuando finalmente terminaron su orden, en puros huesos lo encontraron.
En tantos intentos te busqué y ahora que estoy frente a ti sé que no eres el alivio que necesitaba. Recíbeme con tus brazos abiertos, quítame el calor, envuélveme en tu aroma a cempoal – dijo a la muerte mientras lo recogía de su tumba.
Me cansé de Él. ¿Acaso cree que es chistoso que me enamore pero no enamore? Usaré algunas de sus flechas, me encantaré a un hombre de verdad. Uno al que no le asuste ver la calavera negra que era el cráneo de mi cupido irresponsable.
BREVE VIDA.
La gente pasa y pasa como si nada, todos y cada uno de ellos viven su vida sin saber que ella está ahí presente todo el tiempo, sólo observando atentamente, esperando que alguno cometa el primer error.
el novio se quedo esperando a su pareja afuera de su casa, tanto espero que cuando la novia salió, encontró a su prometido muerto de tanto esperar.
Los mariachis
Yo me di cuenta que era un asesino serial después del cuarto mariachi sin cabeza que encontramos, dice el detective sin cuidarse de bajar la voz. El murmullo en cuarto se detiene, una voz potente de barítono reclama: ¿Y por qué no nos avisaron? Uno a uno, los improperios empiezan a llenar el ambiente, pronto el ruido es ensordecedor. ¡Silencio cabrones! grita el más joven de la habitación, el cantante principal del Mariachi Gótico. ¡A mí sí me interesa escuchar la historia! El silencio regresa y finalmente le pide que continúe.
Soy policía investigador. Un día hace meses me reportaron el descubrimiento del cuerpo de un mariachi degollado. Me tocó a mí porque yo llevaba el caso de la desaparición de uno. Al momento de comparar al muerto con mis datos, resulto que no correspondía. ¿Le hizo examen de ADN? Pregunta una voz al fondo de la habitación. ¡No mamen! Contesta el detective. Estamos en Guadalajara, esos análisis salen muy caros como para que me aprobaran uno, especialmente si era para demostrar sí se trataba o no del mismo pinche mariachi. Simplemente revise las señas particulares del desaparecido, yo tenía a un moreno claro y el cuerpo era de un moreno tirando a negro. ¡No sea racista! Dice otro. ¡Puta madre! Responde el investigador. Un pinche afromexicano pues.
Yo sabía que alguno de mis compañeros también tenía el caso de un mariachi desaparecido. Le pedí el caso. Este ya había sido cerrado: habían encontrado el cuerpo. El problema es que las señas particulares de ese muerto tampoco coincidían, ni con el que buscaba mi compañero ni con el mío. Empecé a escarbarle, lo que estuvo cabrón porque en estos tiempos tenemos tantas desapariciones que es más fácil esperar a que se olviden que resolverlos. Salió otro de hacía meses, luego uno anterior, uno más atrás, etcétera. Pronto tenía cerca de diez mariachis que habían sido asesinados. Jugué a emparejar los datos con los cuerpos encontrados. Solo siete coincidían, lo que quería decir que por lo menos eran dieciséis los muertos.
¿Y por qué no hicieron nada? Vuelve a interpelar uno. Las voces de nuevo se elevan. ¡Qué se callen hijos de su puta madre! Dice el mariachi gótico. Si quise, agrega el detective, pero mis jefes me juzgaron de loco. Verán, hace años estudié un diplomado en asesinos seriales. Ni mis compañeros ni mis superiores me bajaron de pendejo en ese entonces. Siempre alegaban que de esos no había en México, si acaso un puño de psicópatas aislados. Yo siempre les respondía con muchos de los casos: el mataindigentes, la mataviejitas, Goyo, etcétera. Ya por entonces me decían el “Ressler del Sauz”, de carilla claro, no como halago. ¿Qué es eso? Pregunta uno muy cerca a la derecha del que narra la historia. Un gringo muy chingón que es experto en este tipo de asesinos. Por unos minutos narra lo que sabe del que casi considera su héroe personal, hasta que otra voz lo calla y le pide que siga con lo del matamariachis.
Yo encontré un patrón y ya tenía el perfil. Seguramente era un hombre moreno, después agrega, para los gringos casi todos son caucásicos, pero estamos en México, estaba cabrón que fuera blanquito. Seguro tenía entre los treinta y cuarenta y cinco años, alto, muy fuerte, experto en el uso de los cuchillos debido a la limpieza de los cortes en el cuello. Por los reportes todos habían desaparecido en la madrugada, cuando ya se habían dado por vencidos esperando a que algún romántico, o borracho, o ambas cosas, que los contratara. Lo cabrón era: ¿Cómo lo encuentro? Todo indicaba que el culpable era un gran entusiasta de la música de mariachi, y que posiblemente, era un cantante frustrado. Según lo que investigué, a casi todos los desaparecidos los había agarrado por su fama de pésimos para la cantada. ¡Chinga tu madre! Le repelaban algunos, de nuevo el griterío hasta que solos se fueron callando, nadie hubo que diera la orden porque todos se sintieron aludidos.
¿Entonces me usó? Le reclama el mariachi gótico en cuanto hay un poco de silencio. Espera, le dice el detective, yo intuí que si se hacía famoso algún grupo de mariachis que simplemente le parecieran una afrenta a su querido género, seguro raptaría por lo menos al cantante. ¡Hijo de puta! Le dice el joven, pero ignorándolo continúa. No fue difícil usar mis contactos y las amenazas de revelar algunos trapos sucios, para que algún productor buscara a algún grupo de pop, banda o reguetón para fusionarlo con mariachi. ¿Y a nosotros porqué? Vuelve a reclamar el aludido. Creo que eran los únicos disponibles, contesta, o por lo menos los más desesperados. Además, le anima, no puedes negar que se veían muy bien con esos trajes negros y sus calaveritas plateadas donde van los botones y el maquillaje de muertos. Pues sí, agrega el otro, la verdad nos veíamos muy chingón.
Con lo que yo no contaba, continua el detective, es con que pegarían. Cuando empezaron las visitas a sus videos en el internet, y la gente empezó a asistir a sus conciertos y a comprar sus canciones en pensé que había valido madres. De todos modos todos te seguía lo más que podía, sabía que más pronto que tarde el asesino vendría por ti. ¿¡Y por qué putos no lo agarró!? Le dice el cantante principal del mariachi gótico, ¡estaba allí cuando me raptó! Si estaba, le contesta, pero necesitaba seguirlo, había posibilidades de encontrar a alguno vivo. El silencio en la habitación se volvió sepulcral.
Lo seguí a una casa enorme en la colonia del Colli, perdida entre tanta casita, parque y bodega. Entre forzando una ventana, cuando lo vi salir de nuevo. ¡No mamen!, les dice sombrío, llegue a una habitación donde tenía unas repisas llenas de calaveritas de azúcar negras. Las líneas de adorno eran plateadas y cambiaban un poco de unas a otras. No puedo comprobarlo, pero estoy sospecho que muele los huesos del cráneo y los revuelve con azúcar para hacerlas, por eso los degüella, son sus trofeos.
El griterío se eleva de inmediato. La histeria inunda el cuarto. En medio de la oscuridad total se adivinan a esos hombres intentando soltarse sus amarres en las muñecas o en los pies, de las cadenas que los mantienen sentados en el suelo de cemento. No que muy machos, piensa el detective, que trata de mantenerse sereno y alerta. En ese momento una luz inunda la habitación cegando por segundos a los mariachis. ¡Cállense hijos de su chingada madre! Grita el hombre corpulento, con una voz tan rasposa y poco armónica, que provoca la misma sensación que un gis rascando un pizarrón.
El olor el orina o excremento se vuelve más patente. El asesino escoge al azar a uno de los mariachis, quita el candado de la cadena que lo mantiene unido al eslabón del piso y, como si fuera un costal, lo carga por sobre el hombro ignorando las patadas y golpes desesperados del elegido. Apenas regresan a la oscuridad lo único que queda son gimoteos y llantos que intentan ser inaudibles. El detective no alcanzó a llegar a la parte donde recibe el golpe en la cabeza y despierta en ese cuarto. Donde se sorprende de la cantidad de prisioneros, algunos tienen meses atrapados. Se pregunta si a él también lo matará, ya que no cumple con el perfil, o si lo hará en forma distinta, con más saña, o lo tendrá encerrado por años. También reflexiona que a él posiblemente no lo convierta en calavera negra de azúcar, sino que lo deje como una tradicional blanca. Aún queda alguna esperanza, se anima a sí mismo, pero de inmediato se corrige: Esta cabrón que alguien note su ausencia, y si lo hacen, que logren encontrarlo a tiempo. Menos en este país donde resolver el caso de un desaparecido solo se da por azar o por conveniencia política. La oscuridad es total.
Sonrisa.
Los miré marchitándose con el tiempo, sus vidas volaron como polvo en el viento y a través de ese polvo la miré, con su singular figura, huesuda. Le sonreí esperando lo mejor, me miro atentamente y devolviéndome la sonrisa desapareció disipando aquél polvo.
En algunos cementerios públicos existen rituales para honrar a los muertos, pero es tanta la gente que, producen una gran conmoción en la tierra, dentro de ésta los ataúdes se fracturan y dejan a los muertos en estado de asfixia. Es tal la desesperación que algunos arrojan sus cráneos para poder respirar.
Nada fue igual para Alex desde el día en que se enteró de la calavera que vivía dentro de su cuerpo.
La atención al detalle o La muerte florece
(0)
No es la historia de cómo los gatos devienen antropomorfizados y construyen, punto por punto, una civilización idéntica a la de los humanos, los cuales sólo son recordados en historias tan lejanas en el tiempo que no hablan ya de lo que es real. No es la historia de cómo la Tierra fue nombrada Ulthar, y de cómo los arcanos mágicos y las antiquísimas premoniciones de destrucción perduran, casi en el secreto, y de cómo es que pueden ser reconocidos por quienes más podría pensarse que pueden negarlos.
No es la historia de los esfuerzos tremendos de las organizaciones relacionadas con la salud para confinar un virus en sus instalaciones más seguras y estudiarlo de manera exhaustiva, a la vez que logran erradicarlo como amenaza para la población. No es la historia de ese virus, letal como ningún otro, capaz de difundirse por el aire y para el cual no existe vacuna.
No es la historia de Cátulo, un joven gato que pronto será padre. No es la historia de la fotografía que recibió de fuente anónima unos días antes que la noticia, en la cual aparece su esposa en un restaurante, lujoso, al aire libre de la montaña, junto con un desconocido, lo cual merma la felicidad que se le anunció poco después.
(1 – La atención al detalle)
Un ojo observa por el microscopio. No ve lo que ve, sino lo que vio.
Ella. Ante la mesa.
Eso. En él.
Eso otro. Atrás, en la sombra.
Las actitudes, claras, denunciantes. Los rostros, las manos, los ojos. La sonrisa espontánea, el tacto cercano, la mirada brillante.
Los síntomas, claros, inequívocos. Los ojos, la nariz, el pelo. La leve coloración, las manchas distribuidas, lo poco ralo.
Las señales, claras, premonitorias. La sombra, la silueta, la presencia. Un manchón apenas, algo no real, lo más inaccesible…
(2 – La muerte florece)
¿Cuál es la causa?
¿Distracción?
¿Dolor y venganza?
¿Una victoria que en verdad nunca se tuvo?
¿Lo inexorable?
¿Lo que ya no importaba ante lo inexorable?
Maldicones
Sentadas esperando la hora de su muerte, sabían que estaba frente a ellas, solo hacía falta una mirada a esos ojos de flor y todo acabaría en un instante.
Ella confirmó el fatídico engaño de su pareja, tras ojear de manera sigilosa y durante semanas, los mensajes que intercambiaba con una desconocida. Acto seguido, le preparo una cena especial y lo sedujo como nunca antes lo había hecho. Bajo la efervescencia de la noche, él perdió las riendas de su razón y ella aprovechó el momento para hacerle un corte fino en la yugular. Mientras él se desangraba y estaba casi inmóvil sobre la cama, ella sacó su colección de calaveras del armario y las puso como trofeos sobre el pecho del moribundo. Con la vista borrosa y con las últimas reservas de oxígeno, él comprendió que aquellos eran los cráneos extravagante-mente decorados de las anteriores víctimas. Finalmente, él supo que ella era una viuda negra cazadora de cráneos.
Y fue entonces que Don Joaquín, con su muy peculiar bigote, se sentó a esperar, en una mesa junto a las puertas del cielo, a que su amada llegara por fin de nuevo a reunirse con él.
Aún recuerdo a mi gorda. Su hermosa y brillante sonrisa, su dulce aroma, y su sutil y encantadora manera de hablar. Que mujer tan preciosa, la he extrañado tanto. Pero el día de hoy es diferente, ella está aquí conmigo, puedo sentirlo, puedo escucharla susurrar: «Te espero con ansias, Manuel». Pronto estaré con ella.
El bullicio era grande, los meseros no dejaban de servir café a los comensales, haciendo malabares entre las mesas en una danza perfecta.
Las luces se atenuaron y el desfile comenzó, uno tras otro, los disfraces marcharon sobre la plataforma, pero ese no era el espectáculo para mi, si no las fugaces miradas que ella me regalaba acompañadas de una sonrisa ocasional.
Las horas se diluyeron como el azúcar en mi café, el concurso estaba por terminar, tenia que hacer un ultimo movimiento antes de partir. Hice a un lado mis demonios y deslice mi mano sobre la mesa tratando de alcanzar la suya hasta alcanzarla, el suave tacto de su piel me cautivó, pero cuando ella apretó mi mano, supe que ya no había vuelta atrás.
La pesadilla se vuelve real cuando al abrir los ojos la vez y sabes que aun los tienes cerrados.
Ramos*
(No puedo creer que haya escrito mal mi nombre, ya mátenme jaja)
Todos estaban festejando, unos por aquí otros por allá, habitaciones cerradas, cocina con olor a alcohol y sala con lluvia de palabras de convencimiento. De pronto llegó la visita mientras Juancho se daba un “pasón” en el baño. ¡Ya llegó, ya está aquí, la huesuda!, ¡Ya valió!.
Como quería yo a la flaca, tn palida y sensual como siempre, sus dedos helados y pequeños sobre mi mejilla, cosa que nunca podre olvidar, lo nuestro no puede ser, por que somos de mundos diferentes, pero mientras mas cerca veo la acera y mas rápido palpita mi corazón, sé que es un segundo menos para poder ver por siempre a mi amor
La miro y la vuelvo a mirar, Es todo lo que me ha quedado de tu recuerdo, sosteniéndola entre mis manos, siento los relieves y su textura suave de porcelana, mirando cada uno de los detalles en ella “ninguna jamás será igual a otra, y esta por sobre todas las demás que me recuerda tanto a ti”. Solté un suspiro y la coloqué de nuevo en la repisa, no volvería a verte en un largo tiempo. Extrañaré los momentos que pasamos juntos, tu mi querido amigo, buen viaje…
«Era hermoso» exclamo Raquel.
«Sus ojos me recordaban a las bellas flores que plantaba mi madre en su juventud. Lo recubria un tono negro, pero no como el de aquellos feos africanos, no. Su piel era del oscuro color de una bella noche de invierno. Y mejor ni te cuento de su bigote.»
Su fea amiga Iliana, intrigada, después de escuchar tanto sobre este hombre de ensueño, pregunto con vulgar curiosidad. «¿Y pos por que no te casas con él?»
«Porque él no es más que una fea calavera.»
Así fue cuando decidí dejar el cráneo negro de mi padre encima de la mesa.
Mi madre y hermana se quedaron atónitas al ver lo que les presentaba. Solo podían dirigirme una mirada que exigía una explicación, pero no podía darles.
Di la vuelta y cruce la puerta, no volviendo jamás a los crudos recuerdos que solo traía esa casa y a los amargos sabores que traían las discusiones de mi familia.
Talvez estaría sola pero ya no habría esa sombra negra que estuviera sobre mí.
Llegó a la barra libre con un vestido rojo espectacular, se sentó y colocó sus cosas en la barra. – Hola cariño, ¿vienes sola? – Se acercó un muchacho de apariencia arrogante, con intenciones mas allá de una charla convencional. -No- respondió ella -Hoy me acompaña mi querido y viene exepcionalmente elegante, ¿te lo presento?-
Sacó de su bolsa un objeto negro y lo colocó enfrente del muchacho. -Hace años que no habla pero siempre me deja arreglarlo para cuando vamos a salir. ¿Qué te parece?- el muchacho se alejó despavorido, y ella comenzó a reír.
Ya viene noviembre. El fino olor a cempasúchil mezclado en incienso inunda la sala dando la sensación de que alguien acaba de morirse. Y yo aquí, absorto en los detalles de la calavera de porcelana frente a mis ojos mientras los demás comen y beben, disfrutando la noche. Los pequeños pero torpes detalles que dan color a esta distinguida ornamenta me dan la impresión que fueron hechos por un anciano que sale de su humilde casa todos los días para venderlas a mexicanos como nosotros y así poder salir adelante. Tomo el pequeño adorno entre mis manos y lo llevo al patio, a la luz de las estrellas; lo observo, doy media vuelta y camino unos pasos. Tal vez el espíritu que habita en esa calavera es de ese anciano y llegó aquí como un regalo de alguien que lo encontró tirado; tal vez por eso no deja de alborotar mis pensamientos y tal vez ahora ambos podamos ser libres; yo, para disfrutar la fiesta, y él, para descansar eternamente. Me volteo hacia donde dejé tan singular ornato, para descubrir, con una sonrisa, que ya no está.
PESADILLA RECURRENTE
La pesadilla había regresado la noche anterior.
Igual que siempre, se veía a sí mismo encerrado en una especie de cajón, imposibilitado para moverse. Se abría sobre su cara una tapa, o ventana, y mucha gente se asomaba a contemplarle. Quería huir y no podía; gritar y no podía; cerrar los ojos y no podía. En ese punto, invariablemente despertaba, empapado en sudor.
Ahora, camino a la oficina, recordaba el sueño y un presagio oscuro le constreñía el ánimo. Seguro algo muy malo iba a pasar. Seguro era una señal de cambios para empeorar.
Llegó demasiado temprano.
En los cubículos todos los escritorios estaban limpios, aún desocupados. Se sentó en el suyo y abrió el cajón de los lapiceros. Lo que vio le heló la sangre: una sonrisa, amplía, cruel y desdeñosa yacía sobre lápices, plumas y papeles. Se levantó de un salto y jaló el cajón, desparramando su interior. Corrió a vomitar al baño. Después regresó, más calmado. Recogió todas sus cosas. La sonrisa no estaba en ningún lado.
Se dio ánimo para iniciar y seguir con su rutina.
A la hora de la comida, se sentó alejado de todos, tal como solía hacerlo. Se disponía a llevarse un bocado a la boca, cuando el mundo se puso a girar de manera vertiginosa: sobre la ensalada que le sirvieron, carentes de párpados, un par de ojos en sus órbitas le contemplaban fijamente. Abruptamente abandonó el comedor y la oficina.
Esa tarde lluviosa, intentando calmarse, deambuló por las desiertas calles cercanas a su minúsculo departamento, hasta que oscureció. Miraba distraído algún escaparate cuando el pánico se apoderó nuevamente de él. En un rincón de la vidriera, una fija mirada perversa y una sonrisa burlona lo sorprendieron de nuevo. Formaban parte siniestra de una calavera negra, adornada además con cintas de colores, en una parodia de mórbida alegría. Sintió erizarse los cabellos de su nuca y enloquecido, corrió hasta su hogar, donde trató inútilmente de encender alguna luz. Fuera, la tormenta arreció con relámpagos y truenos ensordecedores.
…
Un vecino, madrugador y curioso, vio abierta la puerta de su departamento y entró. En medio de la estancia, en un alargado cajón de madera, sin tapa, yacía el raro de su vecino, con los ojos desorbitados y con una calavera de chocolate, de tamaño natural, sobre su pecho.
[…] para las fechas de Día de Muertos (o Halloween, pues ambas fiestas se entremezclan) gana el cuento sin título de Fernanda por la forma inusitada –oblicua, a base de puras imágenes– de ir desvelando el […]
Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche el siguiente tejido:
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[ sweet dreams]
«Ser o no ser… he ahí el dilema»
-William Shakespeare-
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Campanadas de media noche; la escritura es una brujería. ¡¿De qué madres está hecho un escritor?! Un escritor escribe -o no- a cualquier hora. Una obsesión surge de la necesidad de saber. ¿Qué es la vida? es una pregunta excitante para un filósofo; al intentar encontrar una respuesta corre el riesgo del suicidio pues se le reta a contar con la capacidad para afrontar el nihilismo. Y me aventuro a decir que si es capaz de encontrar una respuesta que le satisfaga se le concede el derecho… de deleitarse. Vivir, hay que recordarlo, es un riesgo constante.
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«Las rosas dijeron ¡viva!, hoy es día de culpa
y nosotras somos rojas como la sangre.
Las rosas dijeron ¡viva!, hoy es miércoles
nosotras florecimos donde los soldados,
y los amantes cayeron,
y donde la víbora devora la palabra.
Las rosas dijeron ¡viva!, la oscuridad se acerca
de golpe, cómo luces que se apagan,
el sol abandona continentes oscuros
y caminos de piedras.
Las rosas dijeron ¡viva!, cañones y agujas,
pájaros, abejas, bombarderos, hoy es viernes
una mano se asoma sosteniendo una
medalla
una polilla pasa, a media milla por hora,
¡viva! ¡viva!
¡viva! exclaman las rosas
en nuestros tallos se tambalean imperios enteros,
el sol mueve la boca:
¡viva! ¡viva! ¡viva!
y por todo eso te gustamos.»
-Charles Bukowski-
[¿puedes sentir el fuego?]