Este sitio convoca a su concurso #102 de minificción (o microrrelato).
Los interesados en participar pueden comenzar observando la siguiente imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de agosto. Quedan invitados.
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Valora en Bitacoras.com: Este sitio convoca a su concurso #102 de minificción (o microrrelato). Los interesados en participar pueden comenzar observando la siguiente imagen: Instrucciones: 1) Suponer que esta imagen representa un instante de una his…
Tengo miedo de que esas alas que te tatuaste te lleven a algún lugar, frío, distante, que mueras por no estar conmigo.
A CONTRALUZ
Hoy recibí una llamada, era mi doctor. Me pidió con urgencia verlo esta misma tarde. Supongo me dará los resultados de los análisis que me hice la semana pasada. Precisas fueron sus palabras. Su voz aunque firme tenía un timbre acuoso como preocupante. Tomé mi taza de café y me dirigí a la sala.
Dispersos en el piso y en los asientos de mimbre estaban las sonajas y otros juguetes también ruidosos de Citlalli mi pequeña hija, que en ese momento dormía la siesta junto a su madre.
Mis dos mujeres. Claudia y Citlalli son todo lo que llena mi vida.
Levanté con cuidado uno a uno los juguetes: cada sonaja, perrito y ranita de plástico. Los coloqué en un cilindro adornado con princesas, ponis y arcoíris. Al recoger una mordedera en forma de llaves, me percaté que debajo de una silla se encontraba una carta sin remitente dirigida a mi persona. Inmediatamente la abrí:
“Antonio.
He sido tu guardiana desde el momento en que naciste. He estado a tu lado día a día, en los momentos felices, tristes, emocionantes, amargos, en fin…
Siempre a tu lado. Cuidándote con amor inocuo, del que no conocen los seres corpóreos.
Nunca me reconociste, nunca aceptaste mi existencia.
La única ocasión en la que se me autorizó poseer materia fue un lunes cinco de septiembre. Aquel primer día de clases, en el que llorabas detrás de la reja al ver a tu madre alejarse de la escuela.
¿Recuerdas a la chica que te tomó de la mano y te condujo a tu salón? ¿Recuerdas también que en ese instante inexplicablemente calmaste tu llanto?
Hoy con todo el dolor que alberga mi ser, tengo que decirte que mi labor ha concluido.”
Me extraña que Claudia no me haya dado la carta. Se nota que llevaba un par de días arrumbada debajo de la silla, y a juzgar por la fecha, la escribieron el mismo día que acudí muy temprano y en ayunas a la clínica del doctor Huerta para que sus enfermeras me sacaran sangre y me tomaran radiografías.
Esta carta me ha dejado atónito, sin palabras, lleno de confusión. Me senté, puse mi taza de café en el piso, tomé nuevamente la carta. La leí varias veces, alrededor de cinco o seis. En cada relectura mis pensamientos buscaban una mirada, unos labios, una risa, un rostro del pasado o del ahora a quien pudiera culpar la autoría de la bestial broma. Sólo un acto de escarnio a mi persona explica la existencia de este mensaje.
Suspendí mis relecturas cuando observé que a la carta se le desprendían delgadísimos filamentos por sus orillas. ¿Acaso se desintegraba? Luego me fijé en el color del papel. Un blanco tan puro que parecía tener luz propia. Finalmente, lo que más llamó mi atención fue que a manera de marca de agua se observaba la estampa de una mujer muy parecida a Claudia cuando la conocí, hace más de trece años.
En el mensaje detrás de las palabras confusas, estaba la imagen de una mujer esbelta, atractiva, de cabellos rojizos y quebrados que le acariciaban la espalda. ¿Su postura? De espaldas, de pie y con los brazos cruzados, como si estuviera cansada de esperar.
Esta bella mujer sólo se podía distinguir si colocaba la carta cerca de la ventana, a contraluz. La diferencia entre Claudia y la mujer estampada era que ésta tenía tatuadas un par de alas.
Tiré la carta. Seguí pensativo. Después de unos minutos la levanté. Para mi sorpresa la figura de la esbelta mujer había desaparecido. Lo único que permanecía grabado eran las alas. Eso me dio escalofríos.
Giré mi muñeca para leer las manecillas del reloj. Era hora de ir a la clínica.
Increíble esta página
Las medusas secas por la fragilidad de un amor, revoloteaban del cielo y se apoderaban de aquel cuerpo dorado por destellos de una fallida pasión. El color de su manto reflejaba la tristeza del alma, gris así transcurría su ingrata vida marcada por la traición, cuando sus ojos almendrados grabaron el instante en que los brazos de su amado se entregaron a la cúpula
de otra musa.
Sus manos se aferraban a la cintura, porque el alma necesitaba caer en trance para volver a marcar el punto de ebullición, del instante preciso que dos cuerpos se unifican para lograr la cumbre de exaltación.
Deambular por la cuidad era parte de su rutina, detenía sus pasos cuando deseaba el calor de su hombre, aquel que un día le cortó las llamas de amor. Ya de aquel idilio no tenía ni cenizas, sólo la añoranza que encerró en el corazón.
Pasaban las horas y ella seguía postrada frente a la masa de láminas, la gente no comprendía el por qué tanta curiosidad por contemplar el auto que cada mañana se estacionaba en el mismo sitio. Para ella aquel rojo intenso que reflejaba la máquina era señal de la inmensa pasión y el ardor que la calcinaba.
Y en su espalda sus alas marchitas la limitaban a emprender el vuelo a su realidad, ahí quedo castrada en su nostalgia, no tenía la intención de enfrentar la historia, ya sólo era eso….una mujer de alas rotas.
No recuerdo que fue lo último que dijo, algo así como de un tatuaje, pero ¡sí ya tenía uno! El que se le infectó hace varios meses. Seguro se lo quita, ¡ah!, qué tú no sabes. Pues el día de su cumpleaños, llegó a presumirme sus alas, que´s que súper «nice» y toda la cosa. Llevaba un escote en la espalda por dónde se le salía el plumerío, y además al frente decía «ángel». Le dije «estás loca», ¿cómo te fuiste hacer eso? Y ya ves, ni a mi, ni a sus padres nos hizo caso, ¡ah!, pero cuando tuvo que ir al doctor ahí si nos fue a pedir ayuda, pa´ las medicinas y no sé que más. Te digo que está re-loca. Mírala, ahí viene.
-¡Qué onda amigui!, le contaba a Martha de lo padrísimo que está tu tatuaje.
Ángela
Ella también como la sirena del cuento, quiso ser humana. Se dirigió al templo divino y entregó sus alas, no tanto por el amor de un hombre como por el amor a la moda y es que eran pocos los diseños en los que podían encajar sus alas. Además ya no eran funcionales, no las necesitaba para volar, para eso tenía la imaginación y el pensamiento. Con lo que no contaba era que fuera más doloroso tatuarse unas alas que perder las verdaderas. Ahora podía lucir orgullosamente un hermoso vestido con un escote pronunciado en la espalda, mostrando su nuevo par de alas sin parecer un fenómeno.
En medio de un puñado de las últimas fotografías del mundo tomadas a color, sujetas con ligas y guardadas dentro de un viejo baúl de madera, la criatura sin rostro espera pacientemente el día en que encuentres su imagen y la contemples descubriéndote sus alas.
Con tristeza miraba el deportivo por el cual había cambiado sus verdaderas alas, ahora estas permanecerían tatuadas a manera de recordatorio…
Después del accidente, la joven Valquiria se acercó a su siguiente vícitma y le dio su último abrazo.
Estoy seguro de que me ha mirado. Durante menos de un segundo, tal vez, pero menos de un segundo es todo lo que necesito. Acto seguido me ha dado la espalda bruscamente. ¿Para ocultar que me ha visto, para no ser la primera en actuar, para ocultar su reacción? ¿Para ocultar las lágrimas, será? No lo sé. Quiero que se gire, que me mire, que me diga que me ha visto porque me ha estado buscando, que nuestro encuentro casual en plena capital un lunes a la mañana de casual no ha tenido nada. Que no se aleje nunca, pienso, que se quede así para siempre; hecha una foto para mirarla cuanto quiera e imaginarme cuantas historias de amor se me ocurran. ¿Espera que me acerque, que la rodee por la cintura, que le bese el cuello, que le diga que lo siento por todo y que la amo? Doy un paso adelante, vacilo, retrocedo. ¿Qué es lo que espera? ¿Armarse de valor para girarse, o armarse de valor para huir de mí?
Le sonrío al cabello castaño que se enreda sin remedio, le sonrío a esas manos que se enroscan en la cintura, le sonrío al tatuaje de su espalda. Le sonrío porque su espalda tiene alas dibujadas, y de pronto sé que si quisiera volar, volaría. Pero no vuela: solo está ahí, dándome la espalda.
Le vi las alas desde lejos. Desde antes de bajarme del coche y hablarle con la excusa de que estaba perdido.
Ella creía, absurdamente, que las tenía en la espalda, pero era evidente su capacidad de llevarme al cielo con tan sólo abrir las piernas, ¡Cuánto hemos volado desde entonces, ya soy más pájaro que hombre!
Tómame, decías, tómame porque no puedo más con esta libertad. Fue cuando te diste cuenta que estabas sola, que siempre lo habías estado.
– Todo bien -dijo ella- El coche esta bien, yo estoy bien… Siiiiiiiii, te repito que el coche esta bien. – Ella estrella su móvil en el asfalto.
El problema de esto de ser ángel es que, realmente, somos todos unos idiotas. Los demonios me reconocieron de inmediato: las alas no terminaron de borrarse.
Asco, eso era lo que sentía Dianne al darse cuenta que había abandonado el paraíso por un hombre que no amaba más que a su auto. Robadas las llaves se decidió a llevar el auto directo al Hades, sólo esperaba a que los testigos se esfumaran. Si no podía amarla a ella, no amaría a esa bestia sobre ruedas. Tenía vida, Dianne lo sabía. Ese auto deportivo, después del accidente con la mujer que lo conducía, quedó inservible y la mujer, en el hospital, agonizando al borde de la muerte le pidió a su marido que no la dejara morir. Aquel hombre amaba tanto a ambos que hizo de los dos uno para mantenerlos vivos, en lugar de motor un corazón, en lugar de estéreo una voz, riñones de filtro, sus magníficos y suaves asientos de piel, el rojo de sus labios. Era la única solución, quemar el corazón de la bestia y enterrar las cenizas en lo más profundo del Hades, quizá así, él la dejaría ir de una buena vez y querría a Dianne, aunque fuera sólo para no hundirse en miseria y soledad. La gente dejó la calle, Dianne arrancó el auto y se puso en marcha al lugar de las pesadillas que albergaba una esperanza en sus sueños de amar.
¿Mi cabello rojo no representa los deseos retorciéndose en tus entrañas? ¿Mi talle no te conduce lentamente a una acumulación de estrellas en tus pantalones? ¿No ves que tengo alas pero no puedo volar? Vamos a tu carro, llévame tú por la carretera como si fueran unas alas rojas que me conduzcan hacia el total silencio. Pero no me voltees nunca hacia ti, no me veas la cara, no levantes mi falda ni hurgues debajo de ella porque te asustará que las apariencias engañan.
ALFABETO SIN PROTECCIÓN
Fidípides se desplazaba a velocidades tan excesivas que ninguna otra persona igualaba, decían que tenía alas, que volaba, por eso era el mensajero del pueblo ateniense. A veces, de manera repentina, por esa velocidad voraz, aparecía en otros momentos —un día apareció en el cuarto de Cleopatra durante su baño. Enseguida supo que aquello de la leche era falso. Lo del semen, eso no lo corroboró—; ¡sí, créanme, otros tiempos y espacios! Su día decisivo llegó cuando tuvo que advertir a todo su pueblo sobre un asunto urgente. Les cuento: el ejército ateniense gana una batalla contra los persas en las playas de Maratón. Fidípides es testigo. Los persas, echando a andar sus lucubraciones vengativas, entienden que si todo el ejército se volcó hacia ellos, no habría una defensa digna protegiendo la ciudad ateniense, que se localiza a 42 km. del lugar de la batalla, así que emprenden en sus naves el viaje hacia aquella tierra. ¡Imagínense ustedes! ¿Qué hace Fidípides? Pues sale corriendo a avisar, corre como diablo, concentrado para no desviarse de su camino y aparecer en otro momento, como en ocasiones le ocurre. Pero la distracción llega y el momento también. En su carrera, ve a un costado suyo cómo se abre otro camino y, desconcertado, entra. Aparece frente a cosas y personas muy extrañas, muchas, pero lo más impresionante es una caja blanca y cuadrangular gigantesca con una inscripción en su parte alta: «Parque Delta». “¿La cuarta letra de nuestro alfabeto?”, piensa Fidípides, confuso. Ahora, agobiado, regresa a su tiempo —pero, ¿qué, no Fidípides es ya de todos los tiempos?—, ahí retoma la carrera, llega a Atenas, pero prefiere hacer de la victoria del ejército un secreto. Ha estado meditando en la atrocidad que es para él —no sé por qué— la cosa cuadrangular y las demás cosas y personas que observó. Defraudado, con la velocidad que le caracteriza, se decide juntar por montones en la plaza principal todos los libros, principalmente los diccionarios. Cuando el ejército persa irrumpe furioso en Atenas, son esos montones los primeros que se encuentran con el fuego implacable.
Pues bien, eso sucedió.
[Extracto de la conferencia del escritor R.A. en la librería G. de la plaza comercial P. D.]
—No es un ángel— se dijo mientras ella volaba entre los firmamentos infinitos de asfalto con él colgando de sus brazos —…es sólo una esplendorosa y preciosa mujer con un par de alas tatuadas en la espalda.
Ella escuchó eso y lo soltó.
Sus cabellos rojizos se deslizaban como vertientes de sangre sobre su espalda desnuda. Acariciaban posesas unas alas pintadas en su carne rosada. La tentación que me producía verla era palpable con la mirada, se me tensaban los músculos del corazón y la ingle. Todo esto era reforzado con el perfume de ella que me llegaba a través del viento.
De pronto un ligero movimiento de su cabeza me hizo notar que me había descubierto. Me enrojecí tanto como sus cabellos, y no pude reaccionar de otra forma sino desviando la mirada lujuriosa hacia un auto deportivo escarlata que estaba estacionado frente a ella.
Por más que intentaba no imaginarla ni verla, mi visión se concentraba tercamente en ella. No pude controlar mis impulsos y observé con recelo las plumas de sus alas tatuadas, parecían sacudirse. Escuché el bramido de la máquina motorizada, y hacía vibrar las alas de aquella mujer, su cabellera se escandalizaba con las trompetadas gruesas del tubo de escape; una loca ilusión, me dije.
Nunca vi si alguien conducía aquel auto, nunca vi el rostro de la misteriosa pelirroja, pero ambos se fueron como quien diría, volando.
«Soy un ángel» me dijo. «Toma mi mano, te llevare al cielo» escuché de esa voz aterciopelada.
Yo nunca creí en esas cosas de Dios o de los ángeles, pero en ese momento sentí tanta paz que cerré los ojos y me deje llevar.
Hoy yazco aquí derramado en el desierto. Sin alma. Súcubos, se llaman. Ahora lo sé.
Ahora me doy cuenta de que ha terminado mi tiempo como lo que era antes ¿pero qué era? ¿Acaso lo he dejado de ser? solo he perdido mis alas, unas alas grandes y blancas que ahora son negras y tatuadas ¿pero lo que hice fue suficiente como para perderlas?¿Qué hice ahora que lo pienso? no se si fue por esa vez en que te hice daño o por aquella otra en que nos besamos, lo único seguro es que no tengo mis alas, fueron arrebatadas, cortadas, destruidas creo que realmente me lo merecía, hice demasiado daño en este mundo, mi condenada será vagar por siempre usando mis pies, ver como vuelan todos menos yo ¿y si, tal vez nunca tuve alas?¿Si mis alas son solo el retrato del sueño anhelado de tener alas, alas grandes y blancas que me permitan volar y poder escapar de esté lugar? no lo se , pero existe algo que puedo asegurar y es que tengo un par de alas tatuadas en mi espalda
Muy buen relato
Me agrada bastante este relato
– Lo lamento, no pude hacerlo.
-No te culpo, me culpo a mi por no desear tanto vivir.
Ella lo lamentaria toda su vida, el moriria en 16 segundos con
la ultima imgen de aquel tatuaje que no pudo terminar.
Y yo que creí que después de la película de MALÉFICA, -con la Jolie- me iban a amar tanto o más que a ella! No es posible! No pueden ver una hada «caída» ! Qué clase de disfunción oftálmica padecen? …….Más bien, envidian tanta belleza!!!
Le tatué esas alas para ver hasta donde llegaría, todo es un signo responsable de guardar el sentido de algo, una orden más, ahora en forma de dibujo, que atrocidad.
Proliferaron los tatuajes, y así hubo mucha más gente ilustrada.
¡Súbete al auto!, le gritó desde el asiento del conductor. Ella no se decidía a cruzar la calle para llegar hasta él. Años atrás, en su intento por siempre tener presente la libertad de la que debía gozar, se hizo tatuar unas alas sobre su espalda. Para este momento y los anteriores, en nada le habían servido. Salir volando y huir, no sería la opción. No lograría otorgarle la osadía para luchar en contra de su naturaleza, por más que el enorme plumaje en su espalda fuera visible.
Tengo miedo de que esas alas que te tatuaste te lleven a algún lugar, frío, distante, que mueras por no estar conmigo.
Amargamente reconoció que el peor desacierto de su vida fue elegir el ser un ángel en vez del auto rojo.
No puedo evitar seguirla, nunca antes había visto un ángel. Trato de caminar a contra viento para percibir su aroma, sólo así podré saber que es humana y no me volví loco. Siempre me ha gustado la desnudez de un hombro perfectamente bien torneado, pero nunca me había encontrado un par de alas. Varias veces traté de hacerla girar para ver su rostro. Su paso firme me hizo dudar cada vez. Después de un rato de caminar logré alcanzarla en un camellón. El tráfico no le permitía seguir avanzando y sin embargo, no me atreví a hablarle. Pero al fin pude percibir su aroma femenino, un perfume indescriptible, dulce y maravilloso. Cerré los ojos y cuando los abrí ella me miraba fijamente, un poco apenado sólo pude decir «debo estar muerto porque un ángel ha venido hacia mi». Ella sonrió y siguiéndome el juego dijo «dame tu mano te voy a llevar al paraíso».
Solo pedí libertad en mi otra vida, que me aceptaran como soy, un espíritu celeste. camino por la gran ciudad observando la conducta de los humanos, me detengo por un rato y trato de imitarlos. ¡reflexiono! quisiera regresar el tiempo y volver ha ser el custodio de mi divinidad por siempre…
Se abrazó tratando de ocultar su alma de ángel. Caminó arrancando cada pluma, la sangre no cicatrizó el vuelo de muerte.
El testigo dice haberla visto enfrente del auto. El hombre subió. Ella con el detonador en la mano, le mando un beso antes de accionarlo. Cuando el auto explotó, subió a una moto de pista aparcada en la esquina, lo último que vio fue aquellas alas en su espalda, como presagio, como despedida.
«… el profano deseo, la seducción impía del placer mortal, el beso tatuado del don de dios a la espalda, recordatorio de un pasado perenne; una vez más el ángel caido se muda de piel como quien se cambia de ropa, se mezcla, se mimetiza, desea, imita, pero no siente. El castigo del perdedor, vagar entre futuros despojos que viven instantes eternos, la envidia del don de la mortalidad, sentir.»
La gente pasa delante de mí, felices, todo está bien, todo excepto yo, que ahora solo espero la muerte desde el preciso momento en que me dejaste, ya nada tiene sentido… Ya no… Me la paso pensando como termine aquí, como fui tan tonta, como pude haber sido feliz solo siendo tu ángel, pero me enamore. Ahora solo poseo unas alas tatuadas, que no hacen más que recordarme que te perdí, que lo perdí todo.
Me agrada el comentario es muy bueno en mi opinión
Orgullosa de ti
Después de escapar del infierno vociferó:
-¿ÉL? Jamás fue. LA anti-cristo ha emergido.
Era la mujer más precavida que haya conocido, siempre llevaba en su espalda aquel par de alas que la sacaban de tantos problemas.
Inmerecidamente te tatuaron alas, cuando lo que debieron dibujar en tu piel eran los círculos del infierno.
La nota roja de Creta
El sol estaba en pleno cenit cuando Ícaro «N» conducía un automóvil deportivo marca Dédalus por las estrechas calles del laberinto. Por la velocidad a la que circulaba quienes lo vieron pasar dijeron que «iba volando». Sin embargo, en una curva cerrada, el joven estudiante de arquitectura impactó de lleno contra una manada de minotauros, matando a uno de ellos. Testigos de los hechos dieron parte a los servicios de emergencia, quienes arribaron al lugar para atender al conductor hasta el hospital más cercano, pero debido a las lesiones sufridas en el encontronazo murió durante el…
Las bocinas del fin del mundo
Apenas lo podía creer… Naturalmente, cuál secreto divino; los sobres sellados con las instrucciones fueron entregados antes de que iniciara la hecatombe del día designado por el Señor.
Nadie imaginaría que el aviso del Juicio Final iba a ser anunciado por el claxon de un automóvil conducido a toda velocidad; aquí así sucedería, solo en algunas ciudades importantes estaba considerado realizarse como había sido escrito.
De acuerdo a las indicaciones; tenía que arreglármelas para circular de poniente a oriente de la ciudad, pasando por el centro, en donde tendría que disminuir un poco la marcha para asegurarme de que el mensaje fuera escuchado.
Las llaves del vehículo venían en el sobre y lo encontré exactamente donde lo señalaba el documento; a las afueras, estacionado cerca de un centro comercial.
Subí al vehículo y comprobé el nivel del tanque de combustible al girar media vuelta la llave de encendido, – Lleno -, me coloque el cinturón de seguridad y accione la bocina para familiarizarme con el sonido, retumbaron un par de pitazos que resultaron ciertamente ensordecedores.
Si bien el trayecto no estaba descrito de manera específica, ya tenía una idea clara del recorrido; puse en marcha y avance tan rápido como pude. – No me va alcanzar el tiempo -, pensé.
En efecto, después de pasar algunas calles, me encontré lidiando con el tráfico, casi detenido, haciendo fila para ingresar a una reducción en el paso debido a un accidente, ambos sentidos de la avenida estaban paralizados; mientras en el horizonte se observaba una gigantesca bola ígnea, la primera, que se dirigía a descargar la ira del Señor hacia la zona más sórdida de la ciudad.
La advertencia, aunque estrepitosa, se perdía entre los reclamos de paso del resto de los vehículos, o sea hacían una sola…
Las bocinas del fin del mundo
Todo tiene su plazo y es algo que, como Ángel de la Destrucción, estaba esperando; el día había llegado…
Apenas lo podía creer… Naturalmente, cuál secreto divino; los sobres sellados con las instrucciones fueron entregados antes de que iniciara la hecatombe del día designado por el Señor.
Nadie imaginaría que el aviso del Juicio Final iba a ser anunciado por el claxon de un automóvil conducido a toda velocidad; aquí así sucedería, solo en algunas ciudades importantes estaba considerado realizarse como había sido escrito.
De acuerdo a las indicaciones; tenía que arreglármelas para circular de poniente a oriente de la ciudad, pasando por el centro, en donde tendría que disminuir un poco la marcha para asegurarme de que el mensaje fuera escuchado.
Las llaves del vehículo venían en el sobre y lo encontré exactamente donde lo señalaba el documento; a las afueras, estacionado cerca de un centro comercial.
Subí al vehículo y comprobé el nivel del tanque de combustible al girar media vuelta la llave de encendido, – Lleno -, me coloque el cinturón de seguridad y accione la bocina para familiarizarme con el sonido, retumbaron un par de pitazos que resultaron ciertamente ensordecedores.
Si bien el trayecto no estaba descrito de manera específica, ya tenía una idea clara del recorrido; puse en marcha y avance tan rápido como pude. – No me va alcanzar el tiempo -, pensé.
En efecto, después de pasar algunas calles, me encontré lidiando con el tráfico, casi detenido, haciendo fila para ingresar a una reducción en la vía debido a un accidente, ambos sentidos de la avenida estaban paralizados; mientras en el horizonte se observaba una gigantesca bola ígnea, la primera, que se dirigía a descargar la ira del Señor hacia la zona más sórdida de la ciudad.
La advertencia, aunque estrepitosa, se perdía entre los reclamos de paso del resto de los vehículos, o se hacían una sola…
He llorado las lágrimas más gruesas de mi vida
He de mí un pobre soñador mendigo
Formando mares abruptos con un sinfín de lloriqueos
Creando arroyos de tristeza
Sutil es la daga más filosa que atraviesa mi cabeza
Gloriosa eres tú a causa de mi caída
¡Oh querida!, ¡Oh amada!
Te fuiste con mi alma, ¡desdichada!
En tu tosca mano la llevabas
Partiste hacia el sur en un navío
Dejándome un día de invierno triste y frío
Si llegases a recordarme en algún ambiguo pensamiento
Será mejor que lo ocultes de tu alma y agaches tu mirada
Será mejor que te cobijes con el sol de la mañana
Tu corazón a otro le pertenece, y tu amor por el perece
Prefiero estar lejos y cerca a la vez
Dejando por un lado tu desfachatez
Prefiero no pensar en tus promiscuas
Dejando por un lado mis ideas intangibles
Prefiero morir tranquilo y sereno
Secarme tal cual un campo de heno
He dejado mi legado en tus manos
He dejado mi vida a tu cargo
Siempre seré tuyo, en vida y muerte
Si es que la muerte ahora la vivimos
Y con tantos desconsuelos, volvemos y reímos
Entonces: ¿Qué será de ti y de mí en la vida, allá en el paraíso?
El joven poeta —de tan sólo veintidós años— terminó de escribir el fragmento del poema dedicado a su princesa. Aunque jamás supo realmente, si aquella mujer había desenfundado sus negras y bellas alas y, volado. O si, a mitad de la noche, se había desvanecido en medio de la nada, sin dejar rastro alguno. O, tal vez las drogas lo estaban volviendo loco. ¡Tal vez!, aquella mujer, simplemente lo había abandonado un día de invierno triste y frío…
SAUL ESTABA EQUIVOCADO:
Ella siempre fue caifán, no jaguar. Nuestra relación se basó tanto en las canciones de Saul, que despertábamos con Amanece y nos íbamos a la cama con Vamos a hacer un silencio; cuando íbamos a marchas hacíamos pancartas con «Antes de que nos olviden»… Pero cuando ella vació el departamento y la cuenta de banco, sólo pude pensar en lo equivocado que estaba Saúl, las ratas sí tienen alas…
Madre si tu no hubieras dicho que los angeles hacen el bien y tienen alas, no me hubiera tatuado unas para dar el bien, y como me las grave, hoy soy señalada como la bola de personas que me juzgan mal, yo solo atravieso la calle y ya vez……
Las bocinas del fin del mundo
(Versión final)
Todo tiene su plazo, y es algo que, como Ángel de la Destrucción, estaba esperando; el día había llegado…
Naturalmente, cuál secreto divino; los sobres sellados con la misión bíblica fueron entregados momentos antes de que iniciara la hecatombe del día señalado por el Señor. Ansioso abrí el que se me había asignado…
Apenas lo podía creer… Nadie imaginaría que el Juicio Final iba a ser proclamado por el claxon de un automóvil conducido a toda velocidad. Aquí así sucedería; únicamente para algunas ciudades importantes estaba reservado que se anunciaría como estaba escrito.
De acuerdo a las indicaciones; tenía que arreglármelas para circular de poniente a oriente de la ciudad, pasando por el centro, en donde tendría que disminuir un poco la marcha para asegurarme que la advertencia fuera escuchada.
Las llaves del vehículo venían en el sobre y lo encontré exactamente donde lo refería el manuscrito; a las afueras, estacionado cerca de un centro comercial.
Subí al vehículo y comprobé el nivel del tanque de combustible al girar media vuelta la llave de encendido, – Lleno -, me coloque el cinturón de seguridad y accione la bocina para familiarizarme con el sonido, retumbaron un par de pitazos que resultaron ciertamente ensordecedores.
Si bien el trayecto no estaba descrito de manera particular, tenía una idea clara de la ruta; puse en marcha y manejé tan rápido como pude. – No me va alcanzar el tiempo -, pensé.
En efecto, después de avanzar algunas calles, me encontré lidiando con el tráfico, casi detenido, haciendo fila para ingresar a una reducción en la vía debido a un accidente, ambos sentidos de la avenida estaban saturados; mientras en el horizonte se observaba una gigantesca bola ígnea, la primera, que se dirigía a descargar la ira del Señor hacia la zona más sórdida de la ciudad.
El aviso, aunque estrepitoso, se perdía entre los reclamos de paso del resto de los vehículos, o mas bien, junto con estos, se hacía uno solo…
Él la salvaría, pensaba María; Irene lo hacia pero no convencida del todo y Marina no tenía el menor deseo de que ocurriese. Pero fue Tamara quien se tatuó las alas en la espalda y no quería que viniese a salvarla, a pesar de los consejos de su amiga. Quería que viniese a cumplir una promesa: hacerle el amor todos los días de su vida y que cada desayuno sería en la cama. De el almuerzo se ocuparía ella, de la cena llamarían a un repartidor. No quería que sus alas la salvasen, no. Quería que al ser libre no pudiese sentir la imperiosa necesidad de necesitarlo, creía fielmente. Pero cada día quería y deseaba que viniese, a por ella, para cumplir lo divino… lo profano. De esas alas podrías entenderse todo cuanto ella no era y sin embargo, cuando fue a a ´tatoo art´ no tuvo dudas. Con él, miedo.
EL ÁNGEL TATUADO
Por Fanny Morell
Casita en paraíso, le llamaba a su cuarto en la azotea, y cada nuevo amanecer tras su noche de trabajo, removía sus blancas alas para colgarlas de un clavo en la desnuda pared, se acostaba en el piso, y se soñaba caminando por la extensa llanura amarillenta con aquella promesa sin forma en el horizonte. Siempre soñaba lo mismo.
No le disgustaba su trabajo, pero tampoco la hacía muy feliz. Cada noche impulsada por aquella fuerza, brindaba su cálida y silenciosa compañía a los que iban a partir. Abrazarlos en aquel espacio donde los cuerpos no logran tocarse le parecía cruel. Les hablaba al oído, acariciaba manos temblorosas y cuerpos convulsionados, besaba párpados cerrados, y sellaba aquellos que se resistían; pero ellos no la percibían, si acaso un leve murmullo, un cierto adormecimiento.
Por la tarde, salía a la calle y regresaba a la acera asignada, luciendo sombrías alas plasmadas en un imponente tatuaje sobre su espalda.
-¿Quieres hacerme el amor?- preguntó escudriñando mi mirada, apretando la comisura de sus labios que en avisaban que debía andarme con tiento.
-Seguro que sí- le contesté
-¿No te importa el extraño tacto aterciopelado de mi piel?
-No la verdad es que no.
-Mis tatuajes ¿Te molestan?
-¿Debían molestarme?
-¿Y si cobran vida y ya no soy yo aquella a quien llevas a la cama?
-Descubriré, entonces, entre mis manos la explosión de la devoción femenina dispuesta a dar. Comprenderé el sostén de las leyendas que te contaba tu abuela cuando fuiste niña, la importancia de destruir antes de crear algo, comprenderé la danza de las deidades; podré entrar por la mirada de tu pecho, abrazaré oraciones.
La mujer pájaro me ordenó poner atención a su espalda, que cobraba vida y a la vez se encorvaba.
Su mutación dejó el cuerpo intacto, salvo las alas que sólo el amor le hacía brotar y extender.
EL SABOR DE LO PROHIBIDO
“¿Qué pex, mamita? ¿Vamos a dar una vuelta en mi convertible rojo? ¿Vamos a dar una vuelta al cielo, para saber lo que es eterno?”.
Ella no dijo palabra. Sonrió y abordó el auto, ante la triunfadora mueca del recitador de Caifanes.
“Nunca falla mi fórmula de rock y ruedas”, pensó caliente el soplón de activistas universitarios.
Rato después el ahora “madrina” de la Policía Judicial, el exmilitante izquierdista, en efecto, dio más de una vuelta en su flamante convertible color rojo comunismo: rodó más de siete veces del despeñadero de la carretera al Ajusco, justo después de La Curva de las Quecas.
Testigos dijeron al preguntón del noticiero que en el momento del accidente el difunto golpeador policiaco “iba acompañado de una chava joven, de cabello largo y vestido azul de espalda desnuda, como con cicatrices en la espalda”.
A estas horas, el “guarro” ya sabía lo que es eterno. Y, a distancia, la Ángela caída disfrutaba de unas exquisitas quecas calientitas de huitlacoche azul que, como su tatuaje de alas, la llevaban de regreso a la mismísima gloria.
Los ángeles nunca supieron volar, ni mucho menos se metían en los sueños. Solo sabían trabajar en las esquinas y producir efímeras alucinaciones. Lo que si, cuando morías, te llevaban de la mano al purgatorio.
Fobias
Mi mujer me dijo anoche —después de hacer el amor— que tenía aerofobia, acrofobia y agorafobia. Por lo que con infinita paciencia, miré sus ojos, esos ojos color miel que, me enamoran cada vez que los veo. Luego baje la vista para encontrar la pureza de un ángel encadenado y desnudo. Entonces, dije las mismas mentiras de siempre: hablé por horas de los peligros que rondan las calles; de las mujeres que deambulan extraviadas; continúe con las fábulas que ensalzan antiguas virtudes. Luego, sin dejarla hablar, termine diciéndole que las fobias son dones de dios, por lo que ella tenía que aceptarlos, no como una enfermedad ni como un trastorno mental, sino como un regalo. La ahogué con un aluvión de palabras hasta que ambos nos quedamos dormidos. Cuando amaneció, ella miró mi cabello entrecano, las arrugas en mi cara, mi estómago giboso. Escuchó el mundanal ruido, abrió la ventana y encontró una mañana soleada con cielos azules, de pronto, deseó volar. Finalmente desplegó las alas y dejó atrás la vida efímera de los hombres.
El tatuaje
La Celia de carne y hueso apareció ante los ojos recién abiertos de Adrián, quien se frotó la mirada como no dando crédito a lo que veía: una silueta a contraluz y en un contrapicado poca-madre en el vano de la puerta, que le daba la estatura, el porte irreal de los ángeles andróginos y las heroínas de tetas descomunales, culo de caballo, ojos saltones y cintura de reloj de arena, que abarrotaban su imaginación trastocada por la literatura manga.
“Volviste”, le gruñó en voz baja desde su cama; “soñé contigo de nuevo, princesa”. Fue un sueño casi húmedo en el que Adrián estaba a punto de venirse encima de las alas que él mismo tatuó en la espalda de su amada Celia. «En la espalda, no; en mi boca», le imploraba ella mientras ambos levitaban rodeados de fuego, lava, estrellas, planetas y explosiones cósmicas… «Los ángeles no tienen espalda», fue lo único que alcanzó a decirle antes de ser despertado por la Celia de carne y hueso.
Era un momento clave (acaso demasiado triste) para su historia; así lo sabía ella; así lo interpretó él al verla ahí parada, tan seria, en una pose casi inerte, a contraluz y en un contrapicado, antes de que se decidiera a entrar para encararlo. Celia había vuelto porque era hora de hablar y ponerle fin a esta historieta de mal gusto. Estaba harta de este payaso que vivía para su computadora, la programación de videojuegos y animaciones, los tatuajes japoneses, los cómics, sus reuniones mensuales con otros locos obsesivos como él, y (lo que acaso resultaba más preocupante) el diseño virtual de un personaje femenino que representara la perfección estética –hubo más de mil intentonas para tal propósito; la última fue una versión bizarra de Candy Candy (a la que además de ponerle cuatro tetas, una cara igualita a la suya y unas alas como las de su tatuaje, se atrevió a bautizarla con el nombre Celia Sakura). Eso fue el colmo. ¿Cómo fue capaz de hacer algo así, de exponerme y, lo que es peor, de publicar su “obra de arte” en su blog y todas las redes sociales del mundo? Nadie me deja en paz; algunos hasta se ríen de mí. Nuestros amigos o conocidos comunes han visto (con deleite, estoy cien por ciento segura; o a lo mejor con burla) las historias en las que soy violada por monstruos de veinte vergas, o por mujeres que me sodomizan metiéndome su lengua de vaca hasta los intestinos, mientras yo gozo amarrada, entre cadenas o camas de carbón al rojo vivo. Hijo de puta.
La otra barbaridad imperdonable de este maniático ocurrió la última vez que hicieron el amor, cuando en el clímax de su cabalgata él la llamó, entre gritos de placer, “Nakayoshi”. ¿Qué seguiría ahora? ¿Ponerse implantes en las tetas? ¿Operarse las costillas para tener una cintura parecida a la de esa quimera, y sólo para obtener un poco más de su atención? ¿O agregarle a su acta de nacimiento el ridículo “Sakura”, o ahora el de “Nakayoshi”, tal y como él se lo pidió de rodillas como regalo de cumpleaños unos días antes? No. Con el tatuaje de las alas (que sí, la verdad estaba muy lindo, o al menos así le pareció a ella cuando vio los resultados), era suficiente. De haber sabido… ¿De qué es una capaz cuando se enamora?, pensaba Celia cada que se sentía más decidida a dejarlo, pues por una u otra razón inexplicable, siempre volvía a aparecerse en el vano de la puerta. Sí, su amor por este artista posmoderno, solitario e incomprendido era un eterno retorno, un tatuaje difícil de borrar.
Pero este día habría un giro de tuerca, una antesala para el final definitivo. Y vaya que lo fue: “Me quité el tatuaje. ¿Ya ves? Ahora estás solo, pendejo, a ver quién te aguanta tus locuras. Ya me voy. La Celia verdadera no puede estar más contigo. No te la mereces. Sólo vine por mis cosas. Y ¿sabes qué?, púdrete”. Adrián se quedó mudo, y lo que hasta hace unos segundos consideraba un epílogo perfecto para ese sueño casi húmedo, en el que frotaba su deseo sobre las alas tatuadas en la espalda de Celia, se convirtió de pronto en un agujero negro adentro de su estómago. “No eso no, tú no me dejas, tú eres mía, me amas y…” Pero a Celia le importó poco la interlocución. En realidad, estaba concentrada en encontrar algo de su ropa, discos, libros, cualquier cosa… Eso yo te lo di. Entonces quédatelo. Esa pintura yo te la regalé. Pues tenla, pendejo, ya no la quiero. Esa foto es de mi cámara, y la imprimí desde mi computadora. Pues aquí la tienes, le contestó Celia viéndolo a los ojos en actitud de reto, mientras rompía la imagen en pedacitos, mismos que fue arrojando desde arriba, a la altura de su frente, para que Adrián sintiera cómo caían uno en uno sobre sus pies desnudos, y para darse cuenta que tantos años de adoración eran repentinamente asaltados por un terremoto letal, cuyo legado sería a partir de ahora una vida de escombros y melancolía.
Triunfal, aun con las pocas cosas que logró rescatar en su otrora refugio para el amor, Celia salió por la puerta silbando una canción de moda. Eso irritó a Adrián, quien poseído por no sabe qué demonio de sus historias, salió corriendo para alcanzarla. Ella iba en dirección al pasillo que daba a las escaleras del noveno piso. Hasta ese momento, entre los tirantes de una blusa que dejaba al descubierto la espalda de Celia, Adrián pudo ver la cicatriz rojiza del tatuaje ya ausente, las alas (ahora cortadas) que él le había regalado y pintado con una devoción que no era de este mundo. Y sin pensarlo, tomó impulso y la alcanzó con un abrazo abrupto para arrojarse con ella al vacío.
Nueve pisos son poca cosa para las leyes de la gravedad, pero, quién sabe por qué, le dio tiempo de darle el abrazo más cálido (el que quizá jamás pudo darle), de besarla como nunca lo había hecho, de volar entre truenos y remolinos de colores, de detenerse a medio viaje, para ver nacer en sus espaldas un tatuaje que fue, poco a poco, en segundos extendidos como horas, otra obra de arte, misma que fue adquiriendo relieves (de carne, huesos, alas extendidas…), para hacerlos volar hacia otro lugar del universo.
She.
Te vio por primera vez mientras caminabas por la calle de Madero con dirección al palacio de Bellas Artes, observó con curiosidad tu comportamiento mientras te seguía por largos instantes en un tiempo relativo. Efímero para su existencia eterna, pero eterno para tu vida efímera, no tardó mucho en reconocer que eras su objetivo de la semana. Tan solo el siguiente en su infinita lista; un nombre más que borrar de la faz de la tierra.
Quizá jamás la notaste porque el ensimismamiento es una propiedad intrínseca en ti, quizá porque las personas comunes no somos capaces de observar estos entes del submundo existencial, o quizá simplemente porque dicho ente se antropomorfisó de tal manera que hizo incluso parecer sus enormes y negras alas un simple tatuaje en la espalda.
Ahora, después de pasados unos días, solo te observa con sus brazos cruzados. Espera el momento en que termine tu plazo en la tierra; la hora de llevarte… Mientras tanto, observa e imagina cómo quedará tu automóvil rojo; ese que tiene frente a ella; después del atroz choque que le espera unos metros más adelante cuando el semáforo del cruce anuncie el verde. Después de todo, tú destino ya estaba escrito en su letanía… Como el de todos nosotros.
Evolución
Dicen que lo llevamos escrito en los genes, que es una ley natural…
Y me llaman antigua por seguir protegiendo mi piel blanca del sol, por sentir nostalgia de los días en que podíamos surcar el cielo nocturno. El precio que tuvimos que pagar para preservar nuestra existencia fue demasiado alto y soy de las que siguen teniendo el instinto de elevarse al salir de cacería, aunque ahora podamos hacerlo a plena luz del día.
Quiero que mi piel no olvide el glorioso pasado de su raza inmortal y, por eso, hoy se lo he recordado con dos alas de tinta azul en la espalda.
-Mamá, por favor no te vayas!! – le gritábamos desde la puerta.
Pero ella continuaba caminando, tambaleándose, desapareciendo de nuestras vidas.
Nuestros gritos se frenan ante el cristal de la puerta del jardín.
Nuestras lágrimas resbalan sin cesar en las mejillas.
Mientras papá contempla la escena impasible, todavía con el cuchillo ensangrentado entre sus manos.
Comprobado. Los recortes de aquí llegan hasta el cielo. Crisis y mentiras…
ESPEJOS
La ve andar sobre la acera, irresistible: los tacones rojos nunca fueron buenos. Acelera el paso y la alcanza, armando frases para el momento. Entonces descubre, con horror, que tiene su propio rostro.
DEATH ANGEL
Lo odiaba, y le deseaba la muerte. Entonces se quedó con él
.
AMOR DE HOMBRES
Las alas de ángel pegadas al cuerpo humano femenino, hoy, no vuelan, esperan el BMV, Mercedes, Toyota o la Hummer. El masculino hasta la imaginación perdió
Un caso que hace pensar en la reencarnación
M. tenía la certeza de haber tenido una vida anterior, y aunque no la recordaba con claridad, a su mente llegaban con persistencia ideas abstractas como “aves de plumaje negro”, que la llevaron a pensar que antes de ser una mujer había sido un cuervo. Pero no fue hasta que la bruja amarilla le indujo un estado hipnótico regresivo, que recordó haber muerto degollada en el patio de los niños idiotas, siendo ella una gallina.
Buen final. sorpresivo .
El día que me encontré.
Abrí los ojos y respiré hondo como si hubiese emergido desde un lago helado. Estaba en una cama grande y tiesa, muy incómoda, la habitación era lúgubre, había algunas medicinas destapadas en la mesita de noche, jarabes y frascos pastilleros que cantaban olores dulces desde sus pequeñas y redondas bocas. Me levanté y me posé frente al espejo, me vi como una mujer mayor de 70 años, pelo corto y gris, de cara descansada y ojos verdes que miraban como un niño mira los días. Ocupar ese cuerpo se sentía como estar enferma, la pesadez y el desánimo pudieron ser los ojos con los que examinaba la mesa del tocador. Hablé a la imagen del espejo y escuché el hálito de una voz vibratoria e inerme. Tenía unas manos hermosas, con los dedos dolorosos y largos, la boca rosada y las orejas grandes y blandas.
Abrí la ventana, afuera olía a sábado, miré la arboleda que adornaba una calle despierta y angosta, la paz era pintada en el aire por pájaros desconocidos y no tardó en llegar a mi nariz un olor a pino cortado que hacía que los ojos se me cerraran en homenaje a un recuerdo.
Caminar no era fácil, sentía que me podía desarmar si hacía un movimiento brusco. Bajé algunos escalones y salí de la casa con pasos calculados. Afuera, dos vecinos me saludaron con dulzura y respeto, uno me ayudó a cruzar la calle y me preguntó por mi hija, le dije que estaba bien, aunque no sabía de quién me hablaba, cuando ocupo cuerpos ajenos no tengo acceso a sus memorias. Desde la primera vez que me sucedió, había ocupado ya siete cuerpos, y había aprendido a adaptarme a ellos por varios días hasta que me mudaba involuntariamente a otro. Lo que más deseaba era regresar a mi cuerpo natural, el que sí era mío, en el que no me sentía como intrusa. Me angustiaba la espera, pasar de cuerpo en cuerpo sin saber cómo o por qué lo hacía. Me dormía a diario deseando el regreso definitivo.
Así estaba, hasta que ese día caminaba por la acera y vi a lo lejos a una chica de espaldas, posando para un chico que sostenía un celular y le trataba de tomar una foto. Me acerqué curiosa, y cuando mis ojos palparon la escena de cerca, pude ver que la chica tenía tatuadas un par de alas en la espalda, la miré de abajo arriba y me pareció reconocer sus zapatos, su ropa, su piel, su cabello, poco a poco se me fueron encendiendo los ojos de emoción. Cuando la chica volteó, vi mi rostro, mi verdadero rostro. Le pregunté quién era, ella me contestó con mi nombre: Lidia, le dije que yo era Lidia, la verdadera, ella me miró con una mal actuada perplejidad. Su amigo me preguntó mi nombre, le dije que yo era Lidia, y que no era la anciana que ellos veían allí. Les conté que hace tiempo había estado buscando mi cuerpo y que había pasado por varios cuerpos sin control alguno. No era de extrañar que al decirles tales cosas, ellos pensaran que yo estaba loca, una vieja decrépita hablando disparates no era algo insólito, me pareció que hicieron el esfuerzo por tomarlo como algo normal y hasta sentí los latigazos de lástima que soltaban sus miradas. En un delirio de sabiduría, supuse que esa Lidia sabía muy bien de lo que le hablaba, de seguro al igual que yo, había caído en ese cuerpo por accidente. Me preguntaron dónde vivía y me ofrecieron llevarme a casa. Les dije que no, que yo lo que quería era tener mi cuerpo de vuelta. Le reclamé por el tatuaje. ¿Por qué demonios se hizo un tatuaje? Nunca me gustaron, y para más colmo: alas, no pudo tatuarse algo más interesante como un Quetzalcóatl o algo así, tuvo que caer en el cliché más grande de la ciudad. Insistí en reclamar la devolución de mi cuerpo, le pedí que fuésemos a la casa a dormirnos juntas para ver si (por alguna insólita casualidad) al despertar volvíamos a nuestros respectivos cuerpos, pero la Lidia impostora se negó con la cara torcida y la mirada estúpida, me dijo que yo estaba loca y que necesitaba ayuda psiquiátrica.
Después del insulto, se fueron los dos con paso apresurado, mirando atrás como quien huye del peligro. Y allí quedé yo queriendo seguirlos, pero el cansancio no me dejó. Me quedé pensando en lo bruta que había sido esa impostora. Yo nunca me habría hecho un tatuaje, y mucho menos de alas, ¡por Dios!
El necio
-Date la vuelta. Muéstrame que es verdad lo que dices.
-Si lo hago, no lo soportarás.
-Estoy harto de secretos, hazlo.
-Nunca.
Bruscamente, justo cuando ella corría más por la vida de él que por la suya, la terquedad del humano se aferró a ella desgarrándole la blusa por la espalda. Hubo un lamento agudo y desesperado, un destello cegador, un grito ahogado de sorpresa y nada más.
¡Pobre hombre desdichado! Como Sémele, se convirtió en cenizas.
Al cabo de un rato, el angel recobró el sentido. Intentó volar, sin embargo solo quedaban vestigios de lo que fueron sus alas. Estaba condenado a vivir entre los mortales para siempre. Lo dejé solo.
Más tarde lo vi llorar amargamente, mientras se quitaba la vida con un puñal.
Perdida la mirada en un celular. ¿Cómo es que le mueve mi hijo? – se preguntaba anonadada de tan vil tecnología, una mujer de pasados los años. El niño que jugaba alrededor no causo impacto ni distracción.
Tras el carro rojo venía un hombre alcoholizado, persiguiendo a la mujer que huía de la casa con rumbo a la residencia de sus padres, la pela se subió de tono y el divorcio quedó en planes sobre la mesa.
Pepito, como lo conocían sus amigos en la Escuela primaria federal número 115, seguía tratando de averiguar cómo era que saltaban las tortugas ninja tanta distancia. Las películas en los niños tienen un efecto fantasioso, éste se acentúa su forma de jugar, en la pasión a la hora de expresar sus límites corporales.
El brinco fue insuficiente para cruzar la avenida. Ella lo sabía y lo esperaba, Diosa de la muerte, ángel de la vida.
¿Por qué fuiste apresurada a llevarte su último aliento?
¿Es normal que siga diciendo que mi comentario está pendiente de moderación?
Una disculpa, Alejandro. Lo que escriben personas que comentan en el sitio por primera vez se debe aprobar «a mano», y a veces no puedo darme el tiempo de inmediato.
No hay problema, un saludo. 😀 Gracias por tomarse el tiempo en leer el comentario y contestar.
Se dispuso a hacer lo mismo que desde hace 26 años, caminar junto a ella. Salieron de casa. Fue entonces que comenzó a seguirla, como siempre. Pero aquella mañana por primera vez decidió detenerse para echar un vistazo al cielo. Tres segundos después, dichoso, regresó su mirada hacia ella y la encontró a punto de cruzar la calle al tiempo que un automóvil se le acercaba a gran velocidad. Agitó sus alas con fuerza para intentar alcanzarla, pero sólo logró estrellarse contra ella. En el asfalto quedó el cuerpo de una mujer desconocida, con la noticia del día grabada en su espalda: la existencia segura de un ángel de la guarda.
Tan sólo faltaba una línea para terminar el trazo. El último había ocasionado bastantes problemas y casi no había funcionado, apenas una débil linea se apreciaba en su espalda.
Siempre se aseguraba de escoger aquellos que estaban decididos, pero nunca faltaban los que en último momento se arrepentían.
Con su hermana Carla todo había sido tan natural. Carla estaba enferma y desgastada por el cáncer. Lo único que se podía hacer era aliviar su sufrimiento. Y ella lo hizo. Con una almohada y la presión necesaria, Carla obtuvo la paz que merecía. Entonces apareció la primera línea en su espalda,una marca que la intrigo por desconocer su naturaleza. Las subsecuentes muertes definieron el origen angelical de su misión. Ahora, mirando desde la acera esperaba la hora acordada. Sebastián prepararía todo: la hipodérmica,la morfina y la nota suicida.
Si todo salia bien, el tenue trazo en su espalda se haría visible.
Estaba emocionada, en unos momentos mas tendría sus alas completas.
Julieta Shampoo
Fue una mala idea haberse ofrecido como voluntaria para salvar el Distrito Federal: “esta ciudad no necesita superhéroes” ? pensó Julieta antes de robar el ferrari rojo que la llevaría de regreso al paraíso.
Durante la guerra por recuperar la transparencia de las cosas; lo había perdido todo: alas, pureza y virginidad; el poder de volverse invisible; de hacer visible lo invisible y viceversa. Después de un año de guerrear por los barrios más diabólicos y bravos de la ciudad; desde Santa Fe hasta Tepito, se encontraba con cansancio extremo, anemia y pérdida de fe. No tenía ningún apetito por continuar en la batalla.
En los primeros tres meses, derrotó a cientos de almas opacas, pero lo que nunca pudo doblegar, en los nueve meses siguientes, fue al corporativo más poderoso del país. De alguna u otra forma todas sus actividades redentoras iban ligadas, directa o indirectamente, a incrementar las finanzas de un etéreo y omnipresente enemigo. Más de una vez intentó destruir la casa de bolsa, la red y servidores, con escaso éxito: El dinero siempre se trasladaba inalámbricamente de un lugar a otro y la oscura empresa siempre se recuperaba a la brevedad. Las bolsas de México y New York seguían cotizando sus acciones. A Julieta le cayó el veinte de que, por el sólo hecho de respirar, se generaba un saldo en su contra. Ella venía de otro mundo pero tenía que seguir las reglas de la tierra para bien o para mal.
Antes de partir su único rastro de divinidad que le quedaba, eran unas alitas tatuadas con henna. Como premio de consolación, le fue permitido llevarse una bolsita de acondicionador Vanart para el pelo maltratado: la idea de cambiar de look y hacerse rastas también fue una mala decisión. La verdad es que todo el tiempo que pasó en la tierra, fueron puros pasos hacia atrás.
Después de todo, “no fue tan malo haber perdido mis alas” –se terapeó Julieta–. Entrar al ferrari con tremendo paquete, colgando de la espalda, hubiera representado un problema inmanejable. Lo único que le causaba desconsuelo era que quizá pasaría cuarenta días en el purgatorio para purificarse. Valía la pena ese riesgo. Ya no podía ascender ni volar directamente hasta el cielo. El último plan de Julieta fue estrellar un bonito ferrari a 200km/h contra un Sanborns, donde desayunaba una vez a la semana, el presidente del consejo de administración del emporio. Después de todo, no era una completa fracasada. La tendencia dicta que los planes de salvación celestiales son siempre fallidos y terminan igual: morir y resucitar al tercer día.
No sé que pasó, pero donde va el signo ? debería ir la raya —
VENGARSE ES DE HUMANOS
Juana esperó a que su ex-victimario saliera de esa casa. Un sentimiento de perdón le resucitaba de nuevo hasta hacerla sentirse ella otra vez; por eso cerró los ojos y recordó al hombre que estaba esperando, aquella forma humana la esgrimió contra ese perdón que con un par de cortes adoptó una forma puntiaguda. Nadie salió de la casa: era verdad que el tipo ya estaba muerto.
Aún así Juana entró a la casa. La madre del hombre que la arrojó de un décimo piso la estaba esperando. Charlaron media hora. Al final la señora reconoció que su hijo actuó por un motivo alto. «Si mi hijo no te hubiera aventado no creerías ahora en la venganza».
Juana recordó cómo estuvo todo este tiempo luchando contra el perdón y persiguiendo deseos de venganza que la fueron cambiando.
Le mostró el tatuaje de alas a la señora. Ella sonrió. «Ojalá te sirvan para no caer de un vigésimo piso, ¿quieres que las probemos?», le dijo con la misma voz que le heredó al hijo, al responsable de su caída, al muerto que ahora no podía recibir la venganza de Juana.
Juana apretó los dientes y despidió al último perdón que invadía su ser, luego sacó una pistola. Le dio un tiro en la frente a la vieja.
La casa estaba llena de revistas, libros, películas y figuras de ángeles, extraterrestres, seres dimensionales, hadas y otros seres no humanos; no había fotos de ella ni del hijo, nada con qué recordarlos, la voz de la vieja se fue diluyendo en la mente de Juana, sólo sus últimas palabras, las que dijo antes de ser abatida por el cañonazo con silenciador, se resistían: «no creerías en la venganza si mi hijo no te hubiera matado».
Su sonrisa era escalofriante, satisfecha y quien supiera por qué satisfecha entendería por qué escalofriante. Tanto amar, tanto llorar, tanto creer y hacer y desvivirse por cuidarse y al final, un día le habían bastado: el control y la sumisión, como dos pasiones opuestas pero equilibradas en fuerza e interacción eran parte de un cauce natural, que el hombre había corrompido al paso del quehacer humano, transformándolo en veneno, sosteniendo la suposición de ganadores y perdedores eternos, vida personal por sobre todas las cosas, éxito como recompensa y venganza como justicia, la verdad negociable, silencio como obediencia.
“Violencia para sacudir el mundo, a ver si despierta”, recordó muchas canciones hablando así, pero arriesgarse ahora significaba desbordarse, inundar con ella lo que alcanzara. Cuidó no llamar a la muerte, estaba consciente de que la violencia llama a la violencia y no era el mejor y único camino, pero para ella no quedaba más, otros podrían venir y lo harían, para sembrar camino entre las ruinas.
Ella recordó su primer acto de verdadera desobediencia, su proclamación de hartazgo, de coherencia, se tomó tiempo para desechar idealizaciones del futuro, recordó a su compañera felina descansando en el jardín, el tributo que significaba el tatuaje en su espalda. Se sintió impaciente y nerviosa, pero el derrumbe de un castillo de espejos llegaría puntual.
Mi ángel de tinta.
Nunca esperé encontrarla de nuevo. Cuando llegué por casualidad a esta página de internet y vi su foto, casi podía sentir su mirada hundida en la rutina de la ciudad esperando cruzar la calle.
La conocí bien, mucho antes de que tuviera alas. Fui cómplice de sus desesperaciones y desamores. La acompañé como se hace con alguien que está enfermo de esperanza. Fui yo el que la convenció de que era un ángel aunque nadie, ni ella, lo creyera.
Por otro lado, yo siempre quise escribir y ella, en una suerte de intercambio de terapia, me animaba a hacerlo.
«Hazme unas alas de tinta» me dijo.
Yo hilaba poemas breves que dejaba caer a gotas en su oído para luego dibujar con mis dedos unas alas sobre su espalda desnuda e imaginar juntos su vuelo.
Buscábamos robarle al tiempo minutos u horas para encontrarnos.
Pero un día, ella dijo que era libre, que yo no entendía su libertad, que yo no quería su libertad.
Era cierto.
La quería a mi lado. Para mí.
Se fue y parafraseando un viejo libro «al verla alejarse, hubiera dado todo por desdoblar aquella esquina y continuar mirándola».
Supe por su Facebook que había conseguido, en una Expo tatuajes, unas flamantes alas de tinta con su amor en turno.
Hoy sigo pensándola y extrañando su piel, pero al volver a verla, me di cuenta que a mi ángel de tinta no le basto que le prometiera un cielo de papel.
[Canon in D]
La vida es un poema que exige de nosotros: lectores.
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Primero sueño
[fragmento]
[…]
Y del modo
que en tersa superficie, que de Faro
cristalino portento, asilo raro
fue, en distancia longísima se vían
(sin que ésta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo
las que distantes lo surcaban naves
—viéndose claramente
en su azogada luna
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instante campaña trasparente
arresgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves—:
así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas,
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquéllas
que intelectuales claras son Estrellas,
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí, mañosa, las representaba
Y al alma las mostraba…
La cual, en tanto, toda convertida
A su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto Ser, centella
que con similitud en sí gozaba;
y juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena,
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la Esfera,
ya el curso considera
regular, con que giran desiguales
los cuerpos celestiales…
-Sor Juana Inés de la Cruz-
Ícara
Tan ingenuo como absurdo mi fallido intento de escape. Un par de alas tatuadas en mi espalda para alejarme del laberinto indeleble que te hicieras en el pubis después del depilado láser. Tu minotauro no deja de embestirme. Tu rayo solar es tan intenso que comienza a derretirme antes de siquiera emprender el vuelo. Gota a gota cae la cera, primero la de mis entrañas hasta llegar a las que sostienen mi improvisado plumaje. Cuando todo termine estaré ahogada en mi misma y no quedará nada más que la espuma de mi.
Hada. Sheres
04/09/2014
GABRIELLE
La joven de 18 años cayó desde un tercer piso, quedó en coma por mucho tiempo. Los padres, pendientes de su única hija siempre la proveían en el hospital, atentos al aseo, ejercicios que evitaran en lo posible atrofias en su cuerpo, plática constante mientras la atendían, cuidados nocturnos. Se turnaban, nunca quedaba sola.
Esa mañana después de reunión valorativa, tres médicos con el Director de Neurología, fueron a la habitación de la enferma y hablaron con sus padres para desconectarla considerando haber agotado todos los recursos y haciéndole notar ciertas frecuencias sinápticas en proceso de atrofia determinante. Ellos rechazaron la acción. Su madre escuchaba las explicaciones de los médicos y estaba molesta de esa falta de precaución, se aferraba al hecho de que su hija estaba dormida; podría oír la terrible conclusión.
Se realizaba la junta, los médicos hablaban, el padre lloraba y la madre daba masaje sobre las piernas de su hija. Exactamente en ese instante, el cuerpo de la chica convulsionó. Se hizo el caos, todos le prestaron auxilio, llamaron enfermeras y trajeron aparatos, estudios precipitados, absolutamente todo.
Fue extraordinario. sucedió el milagro. De pronto La chica con todas las atrofias que cerca de un año en coma, se movió con tal vitalidad que nadie podría creer lo que veía, despertó, se sentó, habló. El Director de área estuvo al borde del colapso ante el hecho inverosímil. Ese cuerpo joven, después de tanto tiempo inamovible podía realizar todas sus funciones vitales, los médico no se lo podían explicar, la tuvieron en estudios y observación. No hallaban a qué atribuir la agilización del proceso regenerativo del cuerpo y mente de la paciente. En 15 días, ante una escuela de médicos azorada, todas sus funciones estaban en plenitud.
No fue lo mismo con su psique. Había olvidado su vida, los personajes, los significados. No podía reconocer a los padres, asesorada por la psiquiatra de tiempo completo, la joven enfrentaba sus procesos disociativos, el psicodrama de hallarse en un mundo completamente desconocido para ella. Le costaba asocial el nombre y el significado de las palabras. Los padres asumían con tranquilidad y respeto el desconocimiento, no forzaban nada, para ellos lo que la chica quisiera era suficiente para intentar concedérselo, aún con las excentricidades y rarezas de la muchacha, los amorosos padres agradecían el milagro de tenerla. Ella les decía que su nombre era Gabriela (le llamaban Patricia). No quisieron incomodarla y le dejaron el nombre con el que se identificó. La joven vivía y asumía su nueva existencia cada vez con más brillantes, alegría, ternura. Parecía otra, para mejor.
Aún pasado el tiempo Gabrielle tenía algunos paréntesis que siempre supervisaban los médicos y argumentaban secuela del coma. Quedaba muda, ausente aproximadamente por una hora, estas ausencias ocurrían cuando despertaba, se relacionaban al sueño recurrente donde oía su propia voz riñendo. Escuchaba sus reclamos, su airada actitud, frente la personalidad apabullante de un interlocutor confuso pues nunca recordaba verlo. Se escuchaba decir:
– Solo te pido recreo, respeto mi función pero ¡tú sabes lo que quiero!
– Anhelo la emoción humana. Prometo regresar.
– No desdeño el principado, sólo deseo sentir.
– No es que considere fútil llevar tu mensaje a los hijos del siglo, yo quiero palpar la hora.
– Déjame ir, allá seré ejemplar con mi buen comportamiento. ¡Te lo suplico!
Las terapias la ayudaban con eso, pero sentía que no podía desanclar alguna parte que incluso ella desconocía o no recordaba. Algo que rebasaba siquiatría y cualquier cosa. Habrían pasado como dos años de su resucitación. Trataba de controlar los temores relacionados con el sueño. Aparte de eso, todo era excelente en su vida, se reintegró a la escuela. Era el sol de sus padres..
Vestía a la moda, tenía un bello cuerpo y lo sabía. tan alegre, inteligente, despertaba inquietud en los hombres, cosa que la halagaba. Un día le comentó a su mamá que deseaba tatuarse unas alas a su espalda. Su madre se inquietó, sabía de esos tatuajes y lo agresivos que son con la piel. Se lo hizo. ya había cicatrizado el tatuaje y se le veía hermoso con sus atuendos casi sin espalda (para lucirlo). Recibía muchísimos piropos al respecto, ella vanidosa lo lucía lo más que podía.
Un día de esos, tuvo el temido sueño. Durante todo el día el recuerdo recurrente la aislaba del mundo con esa actitud autista más pronunciada que todas. Y escuchaba cómo una amonestación le taladraba la mente:
– Negaste el origen… ¿Ahora te lo pintas? ¡Me indigna tu incoherencia!
Sabía lo ilógico de la reflexión, no había más que pudiera recordar aunque sabía que lo había. Esa profunda desazón lo indicaba.
No escatimó al concebir su opinión sobre sí misma al perder el tiempo en sueños que no significan nada. La psiquiatra le mostró cómo bloquear cualquier pensamiento que le entristeciera, argumentando el tiempo que estuvo en coma, la indujo a vivir el momento a momento. Así que ofreció un último recuerdo tratando de reconocer al el personaje onírico jamás visto en el sueño pero de quien no podía sacarse la voz del cerebro.
Cuando esa noche llegó la hora de irse a la cama… “Carpe Diem”1 fue lo último que pensó antes de dormirse.
Al amanecer despertó con dolores atroces en el amplio sitio de la espalda donde lucía el artístico tatuaje de alas. A punto del desmayo, se paró de la cama para verse en el espejo.
¡El tatuaje había desaparecido! Donde estuvo el nacimiento de cada una de sus alas, vio las heridas profundas redondeadas y con diámetro irregular, sintió que le llegaban a las costillas.
En ese exacto momento recordó cómo usó un cuerpo en el preciso momento que moría después de un prolongado coma. En ese instante supo porqué se autonombró Gabrielle… Ahí conoció el paroxismo del dolor humano… Cayó fulminada.
Laura
– ¿Y cómo es ella?, pregunté
– ¿Quién?, me contestó Pedro, distraído
– La chica que acabas de conocer… la que me dijiste que te atrajo de inmediato…
– ¡Ah! ¿Laura? ¿la que te comenté que tiene unas alas tatuadas en la espalda? Es muy bella y además agradable. Ya vivo con ella… Actualmente estamos pintando su departamento. Por cierto hace unos días conocí a su ex-pareja. Un señor que fácilmente le dobla la edad. Fue a nuestro domicilio a recoger unos libros de su propiedad. El tipo en verdad que se ve muy, muy acabado. Ignoro cómo Laura, siendo tan joven y atractiva, compartía su vida con alguien tan viejo para ella y que además tiene esa mirada como de adicto a alguna sustancia extraña … no sé…
No terminó la frase. En ese momento nos despedimos pues yo iba con mucho retraso para un compromiso urgente.
Esa conversación debe tener uno o dos meses,a lo más. Ayer, caminando vi de pronto delante mío, la espalda de una chica de bella figura con unas alas tatuadas y de inmediato recordé a la susodicha Laura. Iba del brazo de un hombre entrado en años. Pensando en una infidelidad de Laura seguí a la pareja siempre tratando de pasar inadvertido. Como estrategia se me ocurrió aprovechar el paso cansino del viejo y aprovechando que Laura no me conoce dar la vuelta de prisa a la manzana con el fin de observarlos de frente. Así lo hice y cuando estuve frente a ellos grande fue mi sorpresa al descubrir que quien acompañaba a la bella chica era Pedro, mi amigo ¿cómo pudo envejecer así, en tan pocos días? Se veía muy acabado, el pobre. Lo que más me llamó la atención fue su mirada, como perdida en lontananza. Pasé junto a la pareja y él ni siquiera me reconoció. Yo por mi parte por la pena de verlo en ese estado no me atreví a saludarlo. Incluso dirigí la mirada distraídamente hacia la chica. Al hacer contacto visual con ella Laura me sonrió. Su sonrisa es en verdad encantadora. No dejo de pensar en ella. Necesito verla nuevamente…
Me encantó. Saludos.
Alea jacta est
Señores: Tengo la habilidad de conocer, debido a mi vista dual, lo que hay detrás de las ventanas clausuradas, verdaderos ojos muertos de las casas ofrendadas a la misericordia del tiempo. Yo sé cuando se guardan allí secretos nefandos; infelicidades enormes, tristeza eterna…
Al acercarme a una, mi instinto ancestral se impone, y me siento invadida por la congoja de quienes desde adentro están sufriendo soledad y angustia en una escala abrumadora e irremediable, sin más mundo que el de sus muros. Son los habitantes oscuros de las habitaciones cerradas; que se van transformando hasta volverse podre, sombras… nada.
Es difícil explicar por qué en cuanto entro en contacto con un edificio así, no tengo paz. Siento piedad por quienes están adentro, por su desolación sin remedio.
No pocas veces he hecho algo al respecto.
Eso fue lo que ocurrió con los Geldof, ese matrimonio desgraciado lleno de niños enfermos. Me llenaron sus penas y sufrí mucho por ellos.
-Sí. Es cierto. Yo le prendí fuego a la finca. Pero deben entender, que por encima de todo, que lo hecho, fue un acto de amor.
Los que murieron, y yo misma, somos ahora libres. No estoy loca. Es que, simplemente, señor juez; soy un ángel…
[…] premio del concurso #102 lo ganan “La nota roja de Creta” de David Chávez, el texto sin título de Salma Corona e “Ícara” de Magay. El primero […]