Después de una pausa, debida un accidente que me tuvo inmovilizado, este sitio regresa propiamente a las andadas con su concurso #101 de minificción.
Los interesados en participar pueden comenzar observando la siguiente imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de julio. Quedan invitados.
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Viajar con gigantes siempre lo pone nervioso, pareciera que ignoran que no son los únicos que viajan con la caravana en busca de trabajo, refugio y alimento…
Camino al infierno
Unos monstruos sostenidos en dos extremidades nos metieron dentro de un recipiente cilíndrico, dejándonos en una oscuridad cuasi total, excepto por un pequeño orificio del tamaño del más pequeño de nuestros cinco ojos. El olor era nauseabundo. Al caer las últimas horas de luz, nos arrastraron a lo largo de un pasillo escalofriante: un piso brillante; paredes rosa, llenas de retratos de esos mismos monstruos y una iluminación perturbadora. Nos abandonaron en el frío, por donde pasaban máquinas demoniacas a velocidades vertiginosas.
Otros de esos monstruos, más horrendos que los ya mencionados, bajaron de una rocambolesca máquina blanca. Con sus enormes extremidades nos tomaron y vaciaron dentro de la máquina, la cual emitía un sonido infernáculo. No quedaba duda: estábamos en el infierno, el olor a azufre y putrefacción abrazaba nuestro olfato. Seguimos un camino misterioso para nosotros, el camino al infierno, sin duda. Al llegar, nos tiraron ahí, entre el fuego del pecado. Había más como nosotros, bailando en éxtasis de Rimbaud.
Un día más. El sol se levanta en el seco oeste de Hermosillo. Cae todo el peso del fuego sobre las cabezas engorradas de Jairo, del señor Benito y de Ramón. Jairo una vez más se limpia la grasa y el sudor de su frente: ¿cómo cuánto queda?. Mira hacia delante, responde Ramón. La troca* deja atrás los últimos edificios de la ciudad. Adelante, en la carretera, Jairo ve desplegarse cactus, plantas secas, el color marrón y caluroso y amarillento del polvo, y arriba la pulcritud del cielo. ¡Todo igual! Vuelve la inexperta mirada a Ramón; éste responde: no te desesperes, acabamos de salir. El señor Benito, que antes no le había correspondido los »buenos días» a Jairo, añade con una expresión de lástima y una cálida voz aforística: te acostumbrarás a la muerte, mijo. Lo dudo mucho, Ramón responde al instante, en este empleo sólo me he acostumbrado a la paga, ¡el misero dinero!, agrega entre carcajadas. Y, ¡prrum-prrum-prrum!, la troca vuelve a temblar, como galopando, haciendo que se agiten las palas, los pies, la putrefacción de los cuerpos que yacen inertes en el piso, con el hocico abierto (¿queriendo aullar una última vez?) y los ojos aún contemplativos. Te acostumbrarás, dice la misma voz, pero Jairo sólo piensa que fue buena elección ayunar.
____
*Troca: col., transporte, generalmente, de cargas pesadas.
¡Señor!,- le gritaba desde la banqueta donde me encontraba sentada- ¡señor! El ruido que hacía el motor del camión de basura donde iba montado, junto con los hombres que iban platicando entre ellos, le impedía escuchar mi llamado. Cualquier ruido se distorsionaba. El camión empezó a avanzar lento. Me levanté de mi lugar y corrí a tomar la cartera. Mientras avanzaba con el brazo extendido grité de nueva cuenta «¡Señor, señor!- el hombre de cachucha azul y barba larga volteó- se le cayó su cartera». Estiró su mano izquierda, al mismo tiempo que el camión aceleró el ritmo. Intenté caminar más rápido pero no sirvió. Sólo vi cómo aquél hombre encogió los hombros, hizo una mueca y me gritó «de todos modos no traía nada».
—¿Irás a aquella realidad…
…Aquella realidad teñida en pigmentos, en la que una mañana adornada de nubes lácteas la gente pobre del pueblito de Plur será invadida por los destartalados camiones oxidados, que se detendrán en las desquebrajadas aceras llenas de maleza muerta, y uno a uno, los hombres subirán en silencio, como si supieran que aquel día era inevitable, apretujándose entre ellos e intentando no cortarse los pies descalzos con los agujeros de óxido del suelo de los camiones.
Esa realidad en la que sus mujeres e hijos llorarán al verlos desaparecer por los caminos de tierra con charcos de agua de la lluvia de la noche anterior, y sabrán que, pese a todas las promesas que les hicieron antes de que arrancaran los motores, no volverían a verlos de nuevo.
La realidad en la que la pequeña Dáya contemplará a su padre partir, se subirá a una colina de tierra resbalosa, extenderá su mano y su mente intentará evitar que el camión que se lo lleva avance; pero sólo podrá detenerlo durante unos segundos, y luego el confundido conductor acelerará y escapará del influjo de la niña, la cual caerá sobre la tierra y sus ojos anaranjados no harán más que contemplar el cielo brumoso mientras llora?
—Sí.
Tan temprano debió de ser. Anacleto estaba seguro, y yo tengo la esperanza, la maldita esperanza. Anoche me habló Anacleto:
-Oye, Juan, ya lo encontraron. Le hablaron al patrón y mañana van a donde la presa; temprano, muy entrada la mañana, nos vamos en la troca, hay que tener cuidado y disfrazar las cosas; tú sabes por aquello de las sospechas. Ahí está, pasamos por ti temprano, muy temprano, estate listo.
-Anacleto, pero… ¿tú crees?
-Sí, Juan. Él es.
-Te espero entonces.
No dije nada más. Hace tiempo y… y sólo quiero que él sea. ¡La esperanza! ¡La maldita esperanza!
Me desperté a primera hora de la mañana. Isabela, me voy con Anacleto, con la esperanza.
Para el medio día, seguíamos en la troca.
-Y ¿Anacleto? ¿Ya mero?
-Ya mero Juan, mira el cielo, míranos a nosotros, aquí en la caja de la troca. Míranos Juan, somos tus amigos.
-No entiendo ¿qué me quieres decir? ¿Qué me quieren decir?
-Juan, tu hijo está muerto.
Y cuando terminó el mundial, el país no estaba allí.
Todas la mañanas deseaba lo mismo: que el pinche camión no pasara.
Todos vamos pepenando fuerzas pa’ llegar al bordo, le digo al chato que no me gusta venir en el camión de su cuñado el pajaroto, porque uno siempre se tiene que sentar en ciertos jugos de leche de lodo que me traen malos recuerdos de cuando era morro, además siempre hacemos lo mismo, ¿ pero qué puedo hacer? , Mis 7 hijos tienen que comer !y bien me lo decía el viejo¡ estudia mucho; como si eso me hubiera servido para algo, mi hermano estudio y ni chamba tiene desde que salió; – y de eso ya lleva un rato, ah de comer sueños namas, además como voy a estudiar si apenas tuve 15 luego luego me dedique a tener hijos como conejo, por eso me aguanto estos zangoloteos y ya.
Que bajo hemos caído
Habíamos salido de la obra, el día estaba nublado y la única forma de regresar a casa era en el camión de volteo, ya eran las seis y media de la tarde, subimos nuestras cosas sin olvidar la carretilla que aligera un poco el trabajo del día, mis compañeros bromeaban diciendo que íbamos en la parte trasera de una limusina, las risas e ironías hacían que nuestro viaje fuera único, lleno de sueños que nos permitían olvidar momentáneamente nuestra realidad carente de todo lujo, entre las risas se escucha un grito de alerta que decía ¡AGÁRRENSE! , Pero era demasiado tarde para algunos, el camión se volcaba a una barranca, yo quede tendido sin ningún golpe de gravedad, me salí del volteo cuando giraba cuesta abajo, entre un sinfín de sentimientos trataba de incorporarme buscando a mis compañeros, esperando que corrieran la misma suerte que yo, entre el pasto crecido veía como todos llenos de lodo y golpeados trataban de enderezarse mientras se quejaban, al realizar el recuento solo faltaba el chofer, a quien fuimos a buscar los que podíamos movernos un poco más que otros, al llegar al camión que se encontraba destrozado y de cabeza, lo vimos, se arrastraba para salir de la cabina mientras se carcajeaba, nuestra mirada atónita era evidente, al salir él se giró, dejando caer el cuerpo sobre su espalda y viendo al cielo desde el fondo de la barranca nos dijo ¡que bajo hemos caído!.
Subirse al Cerbero era la parte difícil…de la primera etapa. Ese camión los llevaría al peor lugar sobre la tierra, y sería un milagro que volviera.
Sobre la carretera esperan tres tipos un carro que los recoja. Uno lleva consigo una carretilla, parece afligido. Al contrario de los otros que lucen contentos. Después de un rato, un camión de basura se detiene.
-Qué hay, ¿a dónde van?-
-Va a ver sonido en San Babas, vamos pa´llá- contestan los que están contentos,
-Están de suerte, yo voy pa San Martin, de ahí está cerca San Babas, sólo que les toca acomodarse entre la basura-
-Juega-
-¿Tú también vas?
-Sí, solo que traigo esta carretilla-
-Pues acomódala atrás-
Los dos contentos se acomodan. El de la carretilla espera un poco.
-Échenme una mano- les dice a los que ya están trepados. Entre los tres suben la carretilla y la acomodan. Luego sube el que la traía.
-Y para que cargas con eso-
-Pa traer el cuerpo de mi padre, esta mañana lo han fusilado por el rumbo de San Martin-.
Resulta asombroso que, aún con tanto movimiento, aquellos hombres pudieran dormitar, pero aún es más admirable que aquella peste pareciera no importarles.
Después de un par de horas, los frenos chillaron. Algunos sacudieron la cabeza para espantar las pesadillas, más al recobrar conciencia se daban cuenta que estaban enquistadas en su vida.
El Jefe de obra, con su pendular movimiento, se acercó al bache, trató de hacer un cálculo del material que necesitaría para tapar aquel socavón. Volteó hacia el transporte, con el sol de frente intentó hacer visera con su regordeta mano, sin lograr nada en absoluto, y como el ciego que solicita ayuda sin saber a ciencia cierta a quién la pide, gritó –Juan, necesitamos 35 o 40 bultos, bájatelos–.
En la carretilla de Juan no cabía más de tres, la mayoría eran adultos entre 25 y 30 años. Después de la quita vuelta, Juan dijo -¿35 o 40? Yo creo que van a ser más y no traemos tantos ¿qué hacemos, hasta donde lleguen?- No te preocupes Juan, ya viene otro camión de basura-.
Muñecos.
Un tiradero, nunca había sido el lugar ideal para vivir, al menos no para Eduviges y Eugenio a quienes la contaminación no les dejaba pronunciar palabras sin hacerlos toser, pero vivir ahí era su única opción. Vivían rodeados de latas, cáscaras de plátano y demás basura, en un lugar donde el tiempo pasaba lento y con él la vida.
En las noches lluviosas como la anterior Eduviges, Eugenio y todos sus amigos vecinos se metían en los contenedores enormes y no salían hasta que la lluvia paraba o hasta que amaneciera y aquella ocasión, cuando el sol salió, ellos aún estaban en el contenedor, alguien levantó la tapa poco a poco y lo primero que pudieron sentir fue un rayo de sol, luego vieron una mano que se acercaba a ellos como queriendo acariciarles la cara.
Durante un tiempo habían escuchado a los vecinos decir que algún día un niño los sacaría de ahí porque los adultos podían ignorarlos pero los niños no y al ver esa mano intuyeron que ese sería el día en que dejarían de vivir en el tiradero. No se equivocaron porque a penas la personita tan simpática que se acercó a donde estaban terminó de abrir el contenedor tomó un mechón de cabello de Eduviges y la sacó de ahí, luego, lo mismo hizo con Eugenio y con todos los vecinos de ellos que intuyó, estarían en los demás contenedores.
Cuando estaban todos afuera, los formó, los miró muy fijamente y preguntó en voz alta: «¿habrá algún problema si me los llevo a todos a casa?» y después de escucharla todos desearon en sus adentros que sí lo hiciera pero no respondieron a su pregunta.
«Interpretaré su silencio como un sí” les dijo ella y los llevó a la casa de sus abuelos corriendo mientras gritaba con alegría: «¡abuelos, abuelos tengo juguetes nuevos, miren los muñecos que me encontré en los contenedores!».
¿Que será de mí?
Que griten y me desprecien. A mí ya no me importa, me acostumbré. Rebusco entre su basura cada día con el estómago vacío (lo que te hace buscar más rápido y soportar mejor el hedor). Sé que todos miran desde sus ventanas, de reojo y con miedo al pasar junto a mí.
Sé como van las cosas: la comida es cada vez más escasa, de peor calidad, la ropa más vieja y barata; cada vez encuentro más reclamaciones del banco.
Nadie es feliz, pienso y luego mirándoles, yo les grito: “Tened más cuidado, porque si ustedes caen ¿que será de mi?
EL EJEMPLO DE MI PADRE
Mi padre siempre me dijo que todo trabajo es digno. Será por eso que no me importa luchar por mi familia para llevar el pan de cada día a mi casa.
Aunque llegue a mi hogar muy tarde, sucia mi ropa pero limpias mis manos y mi alma.
Sucio me sentiría, si consiguiera el dinero de manera fácil.
La carretilla prefiere viajar colgada en un costado del camión. Silente, con el viento para ella sola. Por unas horas descansará del peso de los sueños ajenos.
Tragedia nacional
Fue una lástima. Luego del accidente, ninguno se atrevió a recuperar el cargamento de nopales desperdigado por la carretera. «Ni que fuéramos águilas», argumentaron con cinismo tres campesinos de manos tersas.
La muerte de un mal artista conceptual (un fotógrafo)
Hace años me compré una cámara DSLR, porque gastar 5,000 pesos en mí era la mejor forma de mejorar mi autoestima.
Comencé a tomar fotos de lo que me encontraba en la calle: a la gente, a los perros cuando defecaban, a las palomas cuando volaban. Tomaba fotos de arquitectura, de monumentos, de momentos.
La foto que más recuerdo, entre muchas (las de mi vecina mientras se cambiaba, la de mi madre moribunda, la de mi perro con una pierna atropellada…) en una donde varios obreros van arriba de un camión, con una carretilla atada al fondo (foto que después un escritor usó para hacer un concurso, pero usó filtros y la recortó de manera que era una foto más de Instagram). La recuerdo porque me hace rememorar a mi padre.
El que me dio la vida era un hombre de verdad, tenía una espalda ancha y una botija al frente. Era un «maistro albañil» que pasó su vida magullando su cuerpo: unos golpes con martillo por aquí, una poco de golpes con caídas por acá. Era el héroe anónimo que construía casas para cerdos adinerados.
Murió de un paro cardíaco por colesterol alto.
En fin. Ahora al final de mi vida tomaré una secuencia de fotos en las que se vea la entrada de la bala por la cien, las gotas de sangre salpicando la pared y, por último, mi cuerpo sin vida tirado en la alfombra. Con un trípode y un temporizador se puede hacer arte aun con la muerte.
PREMONICIÓN
El camión se estrella contra el guardarraíl, se sale de la carretera y el conductor se pone a desayunar en el restaurante del área de descanso. Pide unos huevos poco hechos, pan tostado y café solo, y a continuación el camión da unas cuantas vueltas de campana, se empotra contra un árbol, el depósito de la gasolina se incendia y la cabina queda reducida a un amasijo inservible de hierros y alambres calcinados. Solicita a la camarera un poco más de café y en los posos se proyectan los gritos de los muertos. Tal vez antes de llevar a todos esos inmigrantes hasta la frontera de Estados Unidos debería dormir un poco, se dice tras dejar una suculenta propina sobre la mesa y enfilar el camino que conduce hasta el aparcamiento.
Era la última etapa de ese infierno.
El insomnio no lo dejaba soñar, pero el hambre y el cansancio lo hacían tener alucinaciones de cómo sería su vida de ahora en adelante.
De pronto ve su vida pasada, lejana como las vías del tren que ya quedaron en un pasado que pareciera fue hace mucho tiempo. Como lejano ve las arrugas de su madre en el momento en el que se despidió de ella para nunca más volverla a ver. Como lejano vio a su pequeño hijo al que no podría arrancar de su pierna porque no quería que su papá se fuera, aun cuando le explicaba que era por su bien, para estudiar la universidad que el pequeño Pepe no sabía ni lo que significaba. Él quiere jugar con su papá, verlo todos los días, jugar al caballito y a las vueltas, no necesita ir a la universidad si el precio va a ser nunca más volver a verlo.
El ritmo del motor le parecía música, ya le había agarrado el ritmo incluso cuando era un sonido estridente. Estaba soñando despierto, su vida daría un giro de 180 grados, ahora sí podría terminar su casa que seguía en obra negra.
Por su cabeza pasaban imágenes de un jardín con un huerto, jitomates, chile, aguacate… una hamaca en el jardín para tomar el fresco, su casa pintada de verde que tanto le gustaba a Margarita, su esposa. De pronto el sonido estridente del motor paró.
Unas palabras que no entendió. Un disparo. Una luz. Un zumbido.
Dios no imaginó que los cuatro jinetes del Apocalipsis tuvieran ese aspecto. Claro, Dios lo sabe todo, pero hay un punto en el que tiene que desconocer a propósito, para que el libre albedrío sea genuino y no haya reclamaciones. Eso es justo lo que declaró ante el Tribunal Mayor de Deidades cuando se le juzgó por su «ligereza de potestad». Dios se ha defendido diciendo que en su Sagrado Libro se le permitió hacer uso del lenguaje retórico tanto como quisiera, y que Juan, Pancho, Ulises y «El Beto», deben ser las representaciones alegóricas de La Victoria, El Hambre, La Guerra y La Muerte. Mientras el proceso se lleva a cabo, nosotros los simples mortales, tenemos que sobrevivir a las lluvias de costales de cemento e inclinarnos ante una cruz azul, símbolo acuñado por el anticristo.
-Papá, no te vayas.
Siempre se lo decía, y nunca escuchaba una respuesta. Sólo lo veía alejarse, con la promesa de que estaría de vuelta.
Los humanos no entendían de razones, sólo subían a él mientras mi padre los conducía a su destino. ¿Y nosotros qué? El metal me crujía cuando pensaba en eso mientras veía las viejas llantas de mi papá cediendo, sólo un poco, ante la presión del nuevo peso.
La mayoría lo deseaba, aunque nadie creyó que fuera posible… pero sucedió: los mexicanos decidieron apoderarse de los camiones de basura, colocaron en ellos a todos los políticos y los llevaron a enterrar en lo más profundo de los tiraderos.
Los políticos, paralizados por el miedo a las mayorías incontrolables, ni siquiera intentaron defenderse y,por un extraño fenómeno social (todavía inexplicable), ningún ciudadano permitió que alguno de los inusuales sobrevivientes regresara al poder.
Países de todo el mundo consideran el suceso como un extraño efecto tardío de lo real maravilloso americano.
Los escépticos levantan las cejas, mientras los demás suspiramos aliviados y alertas.
Macarena Huicochea
El camión había sido marcado»Peu». Solían marcar a los camiones que transportaban los restos de los niños. Era algo insólito, pero las personas ya no podían hacer nada, habían perdido su autonomía, sólo les quedaba marcar las cosas, poner algún graffiti, formas de ver las cosas que el mundo y los medios negaban, era un acto para guardar la cordura. Ya no se permitía hablar de las cosas, ya no cuchicheaba la gente, ya no se confiaba en los demás. La última depuración fue hace 2 años, después de eso, nadie hablaba, todos enloquecían, todos miraban las marcas y sabían que ese camión transportaba los restos de los niños.
OJOS
Los tres hombres que viajaban en la parte trasera del camión miraban hacia lados distintos de la calle. A pesar de que la tarea encomendada se había convertido en rutina durante los últimos meses, no podían evitar mantenerse alertas. «Por si las moscas», decían. Uno lanzó un bostezo. Otro miró hacia abajo y ya no le causó ninguna emoción los ojos de una cabeza humana que lo miraban desde el piso de la plataforma del camión. La tomó con las dos manos y la acomodó junto al resto de los cuerpos desmembrados.
Maestro.
Era poderoso. Vaya, que si nadie más lo consideraba así, le importaba poco. Se puso su gorra, tomó su mochila, la arrojó a su compadre que ya lo esperaba arriba y enseguida escaló por los peldaños y las enormes llantas del camión. Dentro de la caja metálica del camión de volteo que lo llevaría a la nueva obra, un viejo amigo le extiende la mano invitándole a tomar una torta que había preparado especialmente para él. Y es que el poder no sólo se trata de miedo sembrado a la fuerza o de conveniencia económica, él sabía muy bien que el mejor poder que pudiera tener es el que se gana poco a poco con trabajo. Se ofreció a cambiar su lugar con el nuevo chalán al que nunca en su vida había visto. Sujetó la carretilla y le ofreció la mitad de su torta. «Para que no te nos desmayes el primer día», dijo sin dudar. Nunca quiso abusar del poder que el ingeniero le otorgó cuando lo nombró maestro en la obra pasada y la imagen del maestro sobre el camión de volteo partiendo al primer día en la obra nunca se le borró al caminante que disparó su cámara cuando el vehículo estaba por cruzar la calle.
Ojalá sea un sueño
No sé bien de qué se trata ni en dónde es exactamente, pero van a pagar bien, yo por eso me subí. Cuando vieron que no estoy tan flaco ni debilucho escribieron mi nombre en una lista y me dijeron que en cuanto lleguemos me dan lo que haga falta. No conozco a nadie, bueno, me los he encontrado en la calle, de pasada. Nomás nos vemos, algunos menos tímidos sonríen y dicen algo así como que al rato nos va a calar el sol, pero los que traemos gorra nomás nos reímos. Yo me acuerdo justo cuando ya el camino se va quedando atrás, de Ofelia, sí, ahí está siempre, en el cielo, en este camión mugroso, en la cara de todos nosotros que de algún modo venimos emocionados por esta oportunidad, sí, de trabajar, porque dicen que si te aplicas te puedes quedar ya de base, ojalá, así tendría algo que hacer y dejaría de estar buscando su cara y lo que me dijo y lo que no le dije y todas las cosas que me la recuerdan. Porque verla de verdad, en persona, así cerquita como para tocarla… pues está muy difícil, es más, es casi imposible. Además, ahorita mejor me pongo atento, si de verdad quiero trabajar mejor dejo de imaginarme cómo me ve, cómo se ríe y cómo no me dice cuándo… ahí me tiene nomás esperando que mañana y que en la noche y que sabe qué cosas más. Ya llegamos, pero no sé a dónde, no hay nada, nomás nos paramos y dicen que nos bajemos, fórmense y caminen derecho, pero no hay nada, ni oficinas ni un árbol siquiera, ni por dónde pisar, pura piedra…¡ey a dónde van! ¡eeey por qué se van! ¿y ahora? No te hagas, a poco no sabías, qué trabajo ni qué nada, aquí nos vamos a quedar, aquí estamos todos los cobardes que nunca nos decidimos ni con Ofelia, ni con Andrea ni con nadie, los que postergamos una y otra vez la ida y la venida… los que dizque esperamos esta oportunidad. Puedes sentarte o pararte o lo que quieras, de aquí no sale nadie, ve, no hay nada, para qué corres, nomás te vas a cansar…
Nunca ibamos a terminar de bachear las pinches calles. Era como un maldito juego y en el que nosotros eramos el juguete. Los vecinos constantemente jodían exigiendo el servicio y nuestros jefes nos chingaban con que eramos una brigada de puros huevones. Pero por más que taparamos los inmensos agujeros con celeridad, el puto gigante se divertía de los lindo creyendo que el asfalto era la arena del mundo de donde provenía.
Oquedades
Somos tantos los que deambulamos por la ciudad que, en medio del tropel diario, los tacones de aguja han empezado a perforar el pavimento. Empieza como una pequeña oquedad de dos centímetros, pero va creciendo bajo la presión, pasos estresados, de mujeres trabajadoras. La lluvia, pacientemente, va agradando el reducido hueco, del tamaño de una canica, hasta convertirlo en un hondo socavón. Entonces cada bache se va llenando de autos y de hombres no muy pacientes. La cuadrilla no puede esperar que los sobrevivientes salgan por su propio pie, por lo que una aplanadora los lleva hasta el fondo. Después llenan el agujero con tierra y colocan nuevamente el pavimento. La ciudad no se puede detener, los bocinazos los obligan a acelerar la reparación. Nuevamente la agitación de una muchedumbre, ansiosa por llegar a tiempo, vuelve a pisar el cemento fresco para crear una nueva e insignificante oquedad.
Felicidades!! Tu cuento puede estar lleno de arquetipos que dejan reflexión, hasta generar una oquedad en el ser. Un gran abrazo a tu bella creatividd.
Éxodo
Subimos al último vagón. La locomotora silbó agónicamente como despedida pero nadie vino a agitar pañuelos ni a desearnos buen viaje.
La ciudad quedó abandonada a su suerte y nosotros partimos hacia un destino incierto, en busca de un lugar intacto en el que todavía se pudiera respirar. Éramos los últimos elegidos, los que aún teníamos alguna posibilidad de sobrevivir.
Decían que había que cruzar el mar, que al otro lado había ciudades sin contaminar. Pero el odio lo corroe todo y yo sabía que, tarde o temprano, aplastaría toda forma de vida de este planeta. No había salvación ni futuro, pero subí al último vagón con la esperanza de encontrar unos ojos sin final en los que cobijarme.
Allá
Procura no tardarte, Paco. Adiós muchachos, vayan con bien. El de allá atrás, ¿ya guacheaste? Despídanse, hijas. ¿Cuál de todos es el suyo, Blanquita? Te amo. Jajaja, quedó curadísimo el garabato de anoche, morro. Aquí te espero, papá, decían, pedían, se despedían los del Otro Lado.
Su mejor oficio: mi héroe.
—El trabajo que realizo es uno de los peores pagados, y uno de los más desaseados. Yo sé que no es el mejor trabajo de todos, pero es bien socorrido, pues, no ganamos mucho, pero la gente nos da la mejor paga: sus agradecimientos. Además, tengo a los mejores compañeros: honestos, trabajadores y divertidos —dirigió su mirada hacia el suelo, una ligera tristeza se había acumulado en sus ojos; se veía un poco desilusionado. Suspiró profundamente y prosiguió—: no soy esa clase de señor que lustra sus zapatos finos, anuda su corbata y viste un traje bien planchado; lamentablemente uso botas y una que otra prenda raída por la desafiante labor que ejecuto. Mis instrumentos de trabajo no son una computadora o un escritorio, sino una pala, una carretilla y alguna que otra herramienta rudimentaria. No soy aquel señor predilecto que se dirige a su trabajo en un carro deportivo, aunque… —Isabel saltó y cayó encima de él. Interrumpiéndole con un suave abrazo.
—No importa lo que hagas o en dónde trabajes, para mí: tú eres mi héroe, y siempre lo serás…
La tristeza acumulada se disipó rápidamente de los ojos del padre de Isabel. Tenía bastante tiempo que no escuchaba algo tan conmovedor como aquello. Y fue por eso, bueno, una de las principales razones, que siempre que se dirigía al trabajo, llevaba consigo una desmesurada sonrisa, además del recuerdo de su más preciado tesoro: su hija.
Cuando el hombre de cara sucia sorpresivamente me sonrió desde lo alto, supe que tenía que besarlo. No era posible que por su oficio nadie lo hubiera observado; era tremendamente guapo, de piel tersa y complexión de atleta.
Naturalmente apestaba, así que yo le tenía preparada la ducha y posteriormente le conseguí un neceser de lo más fino. Confieso que no es que me hubiera incomodado hacerle el amor con esa pestilencia; su aspecto sucio le daba un toque exótico y rudo que nadie jamás podría suplir, sin embargo me aterraba descubrirme grotesca.
Una mañana el camión se estacionó frente a mi zaguán, él se bajó de la parte trasera, vació mi cesto de basura y sin mirarme siquiera, se marchó. Pasaron muchos días para que yo me animara a sacar la cantidad de basura que se me había acumulado en la zotehuela, no sólo por la humillación que sentía de que ese hombre sucio me hubiera dejado, sino por la hinchazón con la que amanecían mis ojos de tanto llorarle. El día que salí procuré estar impecable y sin demostrar flaqueza. Él se veía muy seguro de sí; levantó dos cestos grandes con una mano y con la otra un costal de hojas secas que le salpicó el torso de tierra húmeda. Me sentí intimidada. Le propuse entrar pero se negó moviendo la cabeza, en cambio abrió el contenedor de basura y me invitó a subir. Allí me doblegó como a rata el veneno mientras me susurraba que jamás un neceser sería para él una paga.
Tuve que pagarle un sueldo.
El Eterno
Llegó un día justo después del crepúsculo amparado por la oscuridad. Desde entonces se dedicó, amparado por las sombra de la noche, a violar a las mujeres, a asesinar a nuestros líderes, a raptar y comerse vivos a nuestros vástagos. Un buen día un grupo de valientes salimos en su busca y después de mucho andar lo encontramos durmiendo en una cueva del bosque cercano. Lo atamos, soportando sus aullidos lo desmembramos, quemamos los trozos aún latentes de su cuerpo, metimos las cenizas en varias cajas metálicas que amarramos con cadenas y en una camioneta nos fuimos a enterrarlas lejos de la aldea.
Cuando al regresar en la camioneta después de concluida nuestra labor, casi al mediodía, notamos que de pronto se oscurecía y percibimos su fétido olor a nuestro alrededor, supimos que todo estaba perdido.
La limpieza
por Alexandr Zchymczyk
Los habitantes de la ciudad de Dougson no pudieron prevenir la catástrofe. El gobierno había decidido, en una junta extraoficial, lanzar el ataque a las 0500 del próximo martes. Para transmitir la orden, reclutaron al conserje de las salas de capacitación y lo hicieron memorizar un mensaje escrito a mano, mismo que fue quemado luego de constatar que ya estaba grabado en la memoria del novato. Días después, como si fuera una situación cotidiana, el gobierno despidió injustificadamente a doscientos empleados de servicio de sus oficinas centrales, entre ellos el conserje, ahora conocido como “El pichón”. Como todos los nuevos desempleados, El pichón se presentó a cobrar el seguro de inactividad y reportó a las oficinas de reclutamiento que cambiaría su lugar de estancia a la ciudad de Robertson, donde viviría con unos parientes. Su chip de identificación personal comenzó a moverse en los geolocalizadores hacia el sur, con una trayectoria programada de tres días hasta la ubicación del chip de su madre. El chip comenzó a moverse, pero El pichón no. Del sótano de la estación de traslados salió un camión de carga con 121 reses congeladas. Su destino programado eran las bodegas de la cocina en los cuarteles regionales de la ciudad de Kinderson, hogar del primer cañón positrónico no teórico del planeta. El cargamento oficial del camión era sólo de 120 reses. Durante el traslado no hubo incidentes. El chip posicionador se movía en los monitores con una velocidad constante, dentro de los límites establecidos. Para la cámara infrarroja era sólo un punto negro y para la termográfica uno azul. Uno entre miles de puntos más, parpadeando en las pantallas del centro de monitoreo global. Cuando llegó a su destino, los oficiales de seguridad de la base, todos ellos sargentos del ejército, se encargaron de desempaquetar todas y cada una de las reses destinadas a su cuartel. Al final del conteo todavía quedaba una bolsa térmica por abrir. El pichón está en el nido, el pichón está en el nido. Eso era lo único que repetía el ex conserje, blanco como paloma, casi muerto de frío. Los sargentos salieron de la bodega y se encaminaron al cuartel principal. Las cámaras de seguridad no pudieron ver la servilleta doblada que uno de ellos llevaba en su bolsillo. El pichón tomó rumbo a la ciudad de Robertson, esta vez como conductor del camión de transporte. Para cuando lo descubrieran ya sería demasiado tarde. En los cuarteles principales la servilleta cambió de mano. El coronel le echó un vistazo y luego se la comió. Las coordenadas que tenía escritas eran de sobra conocidas por todos en el regimiento. Las órdenes llegaron el lunes por la tarde. Ese día el coronel se acuarteló temprano, según tenía por costumbre. Puso su alarma para las cinco de la mañana y se durmió. Cuando el despertador repiqueteó al siguiente día, el coronel estaba despierto, con el teléfono entre las manos. Marcó un largo número y medio minuto después le respondieron en las oficinas centrales. “El trabajo está hecho, ya pueden mandar a los equipos de limpieza”, dijo y colgó.
HISTORIA DE UN DÍA EXTRAÑO.
La tarde transcurría de forma tranquila, un hermoso cielo nublado nos miraba desde lo más alto, con su cara más opaca mostrándose en todo su esplendor.
Los trabajadores de la construcción desde temprano de un lado a otro en sus enormes y viejos camiones de carga. Recogían todos los escombros dejados por ellos mismos para hacer más rápida la labor.
Salí a correr como todas las mañanas, a pesar del cielo opaco y grisáceo que se mostraba. La lluvia comenzó a caer unos minutos después, ligera y refrescante. Llegue a casa y tome una ducha. Al salir observe por la ventana que la lluvia había amainado. Una persona en la plaza que estaba completamente mojada comenzó a correr de un lado a otro de manera extraña atrayendo la atención de todos en la plaza, llego a la avenida principal junto a la plaza y como escena de película, se lanzo a los autos. Todos los que por ahí pasaban se reunieron alrededor del accidente. Era difícil de creer que haya mirado por la ventana en ese mismo instante y ver lo que sucedía. El asfalto cubierto de sangre recibió a otro más unos segundos después. Nadie sabía lo que sucedía. Todos comenzaron a correr, los trabajadores de la plaza intentaron controlar a algunos pero recibían agresiones físicas y retrocedían. Parecían poseídos por algún sentimiento de locura y suicido por lo que se podía ver. Unos se aventaban contra los autos, otros se golpeaban contra muros y vallas o se lanzaban de cabeza al suelo. No gritaban, no se quejaban, simplemente lo hacían. La lluvia cayó nuevamente un poco más fuerte empañando un poco el cristal pero permitiéndome ver como con la nueva lluvia, las personas caigan como colillas de cigarrillos. Todos estaban sorprendidos y en shock. Incontables cadáveres adornaban la vieja plaza en remodelación. Nadie supo que fue lo que sucedió ese día y muchos lloraron muertes inexplicables.
Unas horas después, lo que los trabajadores recogían no eran escombros y tierra, sino una gran cantidad de cadáveres asesinados por la lluvia o suicidas forzados.
Sucedía todos los domingos (también los martes, pero con menor frecuencia). Los hombres, vestidos con overoles sucios, pestilentes y decolorados, abordaban sus vehículos para salir a cazar ancianas. Las elegían entre semana. Evitaban detener el camión en ligar cercanos a las puertas de sus víctimas potenciales para contemplarlas por más tiempo. Luego se reunían con un comité especializado y generaban un dictamen definitivo en el que figuraban los nombres y las fotografías (datos extraídos durante la confusión de los rondines para recoger la basura) de las ancianas elegidas.
Aquel día de caza, la víctima llevaba por nombre el de Mercedes Sosa, pero con otro apellido que ahora ha sido olvidado. Resulta, ahora que se le piensa, indispensable la comparación, pues las dimensiones de ambas mujeres eran igualmente descomunales: un metro y medio de ancho, la envergadura de varias especies de gaviota. Llevaba un mandil floreado y sol de mediodía le hacía brillar las canas. Los hombres bajaron, todavía con sus overoles puestos, llevando consigo una carreta. Se acercaron a la mujer que, agotada, buscaba sombras en todos los rincones. Tres metros, dos metros, uno, la anciana en la carreta.
Nadie vio nada y nadie lo supo sino hasta mucho después, cuando la mujer relató a los medios cómo unos hombres barbados la secuestraron para llevarla a un cuartel y forzarla a enseñarles el arte de la costura y el bordado.
Un hombre leía en su departamento en el segundo piso. Estaba disfrutando mucho su libro; había visto muchas críticas favorables y lo había comprado por esa razón. Pensó en las cualidades de su libro:
¿Cómo era la historia? Llamativa.
¿Y la trama? Envolvente.
¿El estilo? Simplemente genial.
¿Las palabras? Certeras.
¿Las metáforas? Complejas.
¿El autor? Irreverente…
El hombre se detuvo y sospechó que el libro “lo había atrapado desde el primer momento”. Enojado, lanzó el libro por la ventana, como cuando uno apaga luces, aparatos y cierra docenas de pestañas del navegador a las tres de la mañana para irse finalmente a dormir.
¿Pudo el lector descansar de la abrumadora trivialidad de los lugares comunes? ¡No! En la confusión se había lanzado él mismo cabeza abajo por la ventana y había caído, afortunadamente, en un camión de basura que pasaba en ese momento.
¿Aún sigo «pendiente de moderación»?
No quería ofender a nadie ni parecer un patán fuera de control 🙁
Disculpa, Dante. Ahora sí me retrasé muchísimo con este concurso. Como era la primera vez que publicabas aquí el CMS retuvo el comentario y tenía que aprobarlo a mano. Si te sirve de algo, tu cuento me gustó mucho.
Piel de victima
La noche favorece al cazador y yo tan víctima, con mi mochila de estudiante promedio, atravieso los charcos con saltos tímidos.Un farol parpadeante es todo mi sol. A sólo una calle de casa, está esta calle de sombras, de ratas y de San Judas protegiendo la «Maldita Vecindad de Puerto Tampico». He atravesado cien veces este lugar arquetipo, todas sintiendo el mismo miedo y supérandolo al doblar la esquina. Desde el dos mil cuatro ellos no han vuelto a rondar mi barrio; los vecinos volvieron a sentirse seguros, mi familia olvidó el toque de queda, incluso empecé a regresar noche de parrandas preparatorianas, envalentonada por el alcohol. El farol parpadeante se funde a mi paso. Siento el deseo de correr pero sólo doy grandes pasos para no invocar el pánico. Escucho la lluvia ceder sobre mi paraguas azul y casi siento alivio; meto el pie en un bache inundado al lado de la alcantarilla donde se asoman ojos anfibios. A lo lejos ellos, sobre la caja del camión oxidado, también sienten menguar la lluvia. Mi paraguas cae al suelo húmedo.
Un sol intermitente es mejor que este sol pleno, que calienta la caja oxidada y me quema la piel desnuda. Ya no importa sentir miedo.
Y ahí estaban, ya listos para un día más en la obra, ya sobre el volquete, como todas las mañanas y todas las tardes. El accidente del “Ciruelas” no sería impedimento para que los muchachos fueran a darle a la obra como bien sabían. Si se resbaló fue por su culpa y de nadie más. Si pisó mal fue por incauto y no por otra cosa. ¿Que la culpa fue de que no llevara un arnés? ¿Dónde se ha visto eso? ¿Desde cuándo se requiere un arnés para hacer una instalación de un aire? Si es que estas nuevas generaciones nos quieren venir a enseñar a hacer nuestro trabajo. El domingo le rezaremos en misa y le dedicaremos la Coca y la chicharra. Es lo que hubiera querido el “Ciruelas”.
“Uta madre”, pensó. Estaba exhausto, ya hasta había perdido la cuenta de las vueltas que habían dado al incinerador ese día. En el fondo se preguntaba sí de verdad no había algo más que hacer con esas toneladas y toneladas de papel. Esos libros no debían ser muy útiles si la gente estaba tirándolos todos de repente, como si nada. Estaban los nostálgicos que se aferraban a conservar los suyos jurando que la humanidad se arrepentiría. A él le daba un poco igual, la espalda lo estaba matando pero unos varitos extra no le venían nada mal.
“Le cobramos 50 pesitos por todo ese bonche de cascajo, señito”, esa había sido su frase favorita del día. Algunos le regateaban, otros cedían a la primera, pero al final todos pagaban. Al final tomó un par de libros y los guardó en su raída y sucia mochila. Algún buen uso tendrían en su casa. Total, gracias a la basura de otros tenía TV, lavadora y otras cosas. Tal vez, con suerte, podría vendérselos a esos viejitos aferrados y, con ese dinero, comprar un poco de despensa y bajar a su tableta la nueva edición de “El Libro Vaquero”.
Le llamaban ciencia ficción
Dólar tomó el saco en el que guardaba sus pocas pertenencias y extrajo el objeto. Con la mano izquierda lo sostuvo y con la derecha lo manipuló. El objeto estaba hecho de láminas flexibles, salvo dos, que en realidad eran una y, doblada, al ser rígida, protegía a las demás, unidas todas por uno de sus extremos. La noche era silenciosa. Sólo se escuchaban, a lo lejos, los quedos y breves sonidos de alguna rata. No era probable que se tratara de alguno de los dos animales que en otros tiempos eran las mascotas preferidas de los hombres y que se habían convertido en las mejores presas, por tener más carne.
Sí, la noche era silenciosa. Se escuchaba la paz. La luz abundante de la luna llena se unía al tranquilo silencio. Todos dormían, como en pocas ocasiones, sin temor. No había grupos de extraños cerca. Esa zona era segura, solitaria por su escasez de carne, aunque abundante en insectos. Por todas esas razones Dólar se ofreció como voluntario para la primera guardia. Para estar en soledad con su tesoro. Una a una las delgadas láminas fueron doblándose y sucediéndose ante la vista del hombre. Cada una ofrecía imágenes de sitios y objetos nunca vistos por él ni, con total certeza, por nadie de los suyos, quienes siempre lo habían acompañado, muchos de ellos desde que habían nacido. Y así fue que Dólar recordó el día en que cuando, aún niño, su abuelo se lo dio.
Toda su vida, Dólar y los suyos, al igual que muchos de sus ancestros, nómadas, han andado a través de las zonas vacías, caminando sobre estériles caminos de roca, encontrando nuevas llanuras y hondonadas plenas de abundantes bolsas, recipientes, papel y muchas otras cosas, y ratas, grupos de extraños que hablan diferente y son hostiles, y en ocasiones, en muy pocas ocasiones, alguno de los dos animales que en otros tiempos eran las mascotas preferidas de los hombres.
*
Mucho tiempo antes, cuando el abuelo de Dólar era un niño, recibió de su abuelo el libro. Y esa noche de luna llena pasó sus manos sobre sus páginas y su vista sobre las fotografías. Observó todo lo que ni él ni su nieto jamás verían ni su abuelo ni el abuelo de abuelo vieron. Los árboles, los animales del zoológico, los animales marinos y el mar, las ciudades de edificios altos, los platillos cocinados en otros tiempos. Sólo reconoció entre todas las imágenes unas pocas. Las ratas, las cucarachas, los escasos gatos y perros y el único paisaje que conocía plenamente: el basurero. Las fotografías de las carreteras en el desierto resultaban muy similares a los caminos de roca que cruzan las zonas vacías.
Todos los niños, descendientes unos de otros, luego de hojear el libro por primera vez, miraron las últimas páginas y reconocieron otra imagen: el cielo estrellado. Y en esos momentos ya sabían que el libro mostraba cosas que eran reales y de otras que jamás habían visto. Todos los niños preguntaron si eso que nunca habían observado era real, si estaba en algún lugar del mundo. Y todos los ancianos respondieron repitiendo palabra por palabra la misma respuesta que se les había dado, sin entenderla cabalmente: “No. Lo que no has visto con tus ojos no es real. A eso los hombres de antes le llamaban ciencia ficción”.
Burocracia
Escuché ruido durante toda la noche. Cuando me levanté en la mañana los vi en la cocina. ¡1024 agujeros en una de las paredes!. Sé que eran 1024 por que es dos elevado a la décima potencia (y por que los conté). Además no eran cualquier tipo de agujeros. ¡No señor! eran agujeros interdimensionales. De inmediato llamé a La Corporación por medio de mi holoteléfono y di cuenta del asunto. Había algo de ruido en la línea pero alguien me atendió y prometió que resolverían el asunto a la brevedad. Le pedí que se apresuraran pues ya estaban llegando a mi casa seres de otras dimensiones por medio de esos agujeros. Eran viajeros. Traían sus maletas. Se tomaban «selfies» y esto ya era todo un caos. Se tardaron lo usual en estos casos. En dos días llegaron varias camionetas con trabajadores armados con palas a mi casa y se dedicaron a trabajar en los agujeros interdimensionales. Yo me mudé a un hotel para no sufrir las consabidas molestias derivadas de los trabajos. Cuando supuse que habrían terminado regresé a mi domicilio y en lugar de los 1024 agujeros interdimensionales ¡habían 2048 agujeros ahora! (esta vez no los conté pero me pareció fácil hacer un cálculo rápido utilizando un conocido teorema de isomorfismos además de que 2048 también es potencia de dos y habían 1024 en una pared y 1024 en la pared de enfrente). No salía de mi asombro cuando descubrí en la puerta de mi apartamento una nota de La Corporación donde se me informaba que había sido puntualmente atendida mi petición para ampliar el número de agujeros interdimensionales en mi cocina a la siguiente potencia de dos. ¡Maldita estática en el holoteléfono! ¡Maldita Corporación! ¡Maldita burocracia! ¡Malditas potencias de dos! ¡Malditos agujeros interdimensionales! ¡Malditos ociosos viajeros!
En ese momento al ver tanto maldito agujero en las paredes y tanto maldito viajero interdimensional en la cocina de mi departamento fue que me surgió la idea de dedicarme al turismo interdimensional Fue así como hice mi fortuna.
Bendita burocracia.
¿Ruido en una línea «holofónica»?
¿Cómo sostienes algo así?
Consígueme un holoteléfono y con gusto lo demuestro, Alexandr 😀
O si la segunda pregunta a lo que hace mención es al «holoteléfono»… ése lo sostengo con la mano (izquierda habitualmente, ya que soy zurdo)… a menos que se trate de un «holotélefono en modalidad: MANOS LIBRES»
¡Buena tarde! 🙂
[Sæglópur]
«Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez»
-Gabriel García Márquez-
“No sólo de pan vive el ser humano, sino también de la palabra”
-Mateo 4:4-
Someto a la aprobación de la sociedad de la medianoche el siguiente tejido:
El ORADOR
En el principio de la historia; sujeto, verbo y predicado. Una y otra vez se repiten las oraciones. La literatura como religión. El feligrés, obrero de la escritura, puede laborar mejor después de haber pronunciado sus oraciones.
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“Los animales viven, sin proponérselo, como es debido; los humanos necesitamos proponernos estilos y planes de vida para poder vivir. El ser humano necesita un símbolo práctico de lo que es y hace para poder ser y hacer. Por lo común, ese símbolo práctico no es monoplaza ni privado sino que lo compartimos con muchos otros, lo recibimos de quienes se nos asemejan… cada símbolo práctico de la vida deseable es un vínculo social, una «religión» (de religare, establecer una unión o ligamento interpersonal codificado de carácter virtual). Ningún ser simbólico ?o «lingüístico», si se prefiere? puede vivir sin religión, sin religiones. El lenguaje es la alfombra mágica simbólica de este permanente sobrevolar activamente la realidad para intentar llegar a ser plenamente reales… Ser humano consiste en buscar la fórmula de la vida una y otra vez.
-El valor de elegir/ Fernando Savater-
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“Para aclarar esto, diré que el término “religión”, como lo uso aquí, no se refiere a un sistema que necesariamente se relaciona con el concepto de Dios o de los ídolos, ni aun con un sistema percibido como religión, sino a cualquier sistema de pensamiento y acción compartido por un grupo, que ofrece al individuo un marco de orientación y un objeto de devoción.
Una religión puede conducir al desarrollo de la destructividad o del amor, de la dominación o de la solidaridad; puede fomentar su capacidad de pensar o paralizarla. El dilema no es ¿religión o no religión? Sino ¿qué tipo de religión?
-Erich Fromm-
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«…no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque formamos parte de una humanidad; y la humanidad está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería… son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos…»
-La sociedad de los poetas muertos-
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POESÍA Y POEMA
(fragmento)
La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases. Niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no-dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia innata. Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde suena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencia, ecos, de la armonía universal. Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza, diálogo, monólogo. Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la grandeza de toda obra humana!
-Octavio paz-
[la resistance]
Jenaro
Se llamaba Jenaro. Él decía que por un error en el Registro Civil. Todos sabíamos que se llamaba así por que su papá era admirador de Juan Ramón Jiménez quien hacía uso indiscriminado de la letra «j». También se decía de él que tenía un hermano gemelo, que los dos un día experimentaron poniéndose lagañas de perro en los ojos para ver a los muertos a los que les aullaban los perros cuando eran niños y que su hermano se volvió loco de inmediato. Él también negaba eso. El caso es que era un trabajador del rancho de mi tío Lucrecio.
Un día iban con mi hermanito al rancho en la camioneta de mi tío. Jenaro iba en la caja y mi tío con mi hermanito en la cabina. Ya oscurecía. Jenaro golpeó de repente en el cristal de la camioneta, indicándole a mi tio que se detuviera. Mi hermanito despertó y preguntó qué pasaba. Mi tío le dijo que probablemente Jenaro quería bajarse para ir al baño.
Jenaro bajó de un salto. Como tardaba mi tío se asustó y revisó que estuviera su escopeta en la parte de abajo de su asiento. Ahí estaba el arma. A continuación miró por el espejo retrovisor. Jenaro manoteaba como discutiendo con alguien pero estaba solo. De pronto echó a correr hacia la camioneta y en lugar de treparse a la parte trasera se subió a un lado de mi hermanito. Cerró la puerta y le gritó a mi tío:
-¡Vámonos!
– ¿Qué hacías?, preguntó mi tío, arrancando la camioneta
– Discutiendo con aquél, contestó Jenaro, más pálido que un cirio
– ¿Con quién? Te veías hablando solo. Te miré por el retrovisor, Jenaro
– Con el muerto ¡Acelera!, le apuro Jenaro
Mi tío arrancó la camioneta y le preguntó a Jenaro:
– ¿Entonces…? ¿sí son ciertas las habladurías de que ves a los muertos? ¿Hablas con ellos?
– Sí, no mames…. Apúrale
– ¿Éste qué quería?
– Quiere al chamaco, dijo Jenaro señalando a mi hermanito que estaba sentado y dormido entre los dos
Mi tío aceleró la camioneta a todo lo que pudo y llegaron en unos minutos al rancho pues se encontraban ya cerca.
Cuando llegaron con la camioneta a la casa mi hermanito no estaba sentado entre ellos. Los dos se quedaron viendo asustados y de pronto lo vieron sentado en la puerta de la casona jugando con una pelotita que tenía entre sus manos.
Nunca hablaron con nadie acerca del asunto pero mi hermanito ya no era el mismo de antes…
Rebelión
Iban en la camioneta. De pronto A le preguntó a B:
-¿A dónde vamos?
– No tengo ni idea… déjame preguntarle al conductor.
….
– Dice que tampoco sabe. Que el único que puede saberlo es el narrador
– ¿Y ése quién es?
– NI idea
Se asoma A al frente y dice:
– ¡No jodas! vamos a un abismo dile al conductor que frene
…
– Dice que los frenos no responden, ni tampoco el volante. Al parecer estamos a merced del tal narrador, me dijo…
– Pues hay que hacer algo o nos lleva el carajo… busca junto a esa carretilla ¿no ves alguna herramienta?
…
– Sí, hay una pala y un pico
– pásame el pico y ponte a pegar con la pala
– ¿dónde?
– Donde caiga,,,
Desesperados se ponen a pegar donde pueden y de pronto comienzan a salir por los agujeros que hacen con el pico: letras, palabras, sustantivos, verbos, adjetivos y a continuación un chorro de sangre.
– ¡Lo logramos!, dice A… Dile al conductor que intente con los frenos y si no funcionan que mueva el volante.
El conductor no logra frenar por la inercia pero nota que puede girar un poco el volante a la derecha. Ello hace que se salgan del camino, chocando contra un árbol, deteniéndose la marcha de la camioneta abruptamente. De inmediato A, B y el coductor saltan de ella y salen de alli corriendo.
…
Al día siguiente encuentran al narrador muerto sobre el escritorio a causa de una hemorragia cerebral. En su escritorio, entre un charco de sangre hay una foto que muestra una camioneta estrellada contra un árbol.
A,B y conductor se perdieron, internándose en la imaginación en busca de un relato que les deparara un mejor destino…
“Ningún ser simbólico —o «lingüístico», si se prefiere— puede vivir sin religión, sin religiones.”
Los sueños
Miro pasar las nubes de la noche.
Miro pasar tu cuerpo, tu sombra de laurel.
Oigo los sueños de la noche
(nubes también, o aves)
y conozco el misterio de lo eterno,
la sabia voz de lo desconocido.
Oigo ese sueño jubiloso de la mujer amada,
el negro sueño de los asesinos,
el sueño doloroso del niño que algún día será hombre.
Y no hay sueño en la noche
que no parezca ser mi propio sueño.
Miro pasar los sueños
como navíos cargados de esperanza.
Y hay un hombre en el sueño
y el hombre sueña rosas, sueña sangre,
sueña su propia infancia
y una lágrima turbia le corre por el rostro.
Un poeta que sueña
(viva imagen del sueño, estatua desolada)
gime en el sueño y pide
la nueva voz del ansia y el grito del amor.
Sean el sueño y la paz para el poeta.
Sean la dicha y el pan para el poeta.
La libertad para el poeta.
Miro el puro prodigio de los sueños.
El sueño de tu cuerpo, los laureles
de tu sombra en la sombra
de esta noche de encendidos perdones.
Oigo ese sueño amargo del traidor en su nido,
su aurora mutilada,
su larga noche de agonía,
su pasión de belleza y de martirio.
(Profunda noche o cabellera
para el ciego del alma).
Oigo el suave nacer de los amores,
el suspiro anhelante, el beso despiadado.
Oigo ese fuego lento
de un pobre amor sin patria
y de un amor tan noble como el llanto.
Oigo el amor en triunfo:
la estrella temblorosa en su trono de luz,
la enamorada música, la selva
de estremecidos pasos de gacela
y las hojas que caen
como abrazos perdidos.
¡Amor encarcelado, amor divino,
atormentado amor, espiga de dulzura!
No hay amor en la noche
que no parezca ser mi propio amor.
Van los navíos del sueño
por el profundo mar de la esperanza;
los oigo navegar, ebrios, danzando
la danza de una noche constelada de espinas.
Va mi sueño en los sueños
de bondad, en los sueños
que despiertan al mundo, virginales,
y en el sueño marchito
y en el doliente sueño
de una infinita adolescencia.
Resplandece tu sueño,
tu sueño de laurel y mariposa,
y lo miro pasar
como una espada en vuelo,
desnuda de dolor, virgen de heridas.
Y no hay vuelo en tu sueño
que no parezca ser mi propio vuelo.
Miro pasar un ángel
y un silencio de bosques,
como una catedral de frías cenizas,
me envenena los ojos, los oídos,
y penetro en el alba
con los brazos abiertos al corazón del mundo.
-Efraín Huerta-
[Glósóli]
Gracias por el texto y la música. 😀
Gracias a usted por permitirme publicar en Las Historias. Y disculpe si a veces mi rostro llega a estar un poco serio.
Procuremos disfrutar el día.
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