Escritura creativa

#Escritura2018: cinco palabras

14 comentarios

Este es un ejercicio especial de creatividad dentro de nuestra iniciativa #Escritura2018.

En la transmisión de hoy (martes 3 de julio de 2018) de nuestro canal de YouTube, propusimos  un ejercicio de creatividad para la escritura. A lo largo de la transmisión dijimos cinco palabras clave que deben ser anotadas para utilizarlas en un texto. El texto puede ser de cualquier tema, siempre y cuando contenga (en una misma frase o en varias) cada una de las cinco palabras.

Los textos resultantes se pueden dejar aquí, en la sección de comentarios de esta nota, para que otras personas puedan leerlos.

Si desean participar en este juego y no vieron el programa en vivo, pueden hacerlo de todas formas, echando un vistazo a la grabación:

  

Si se animan, se encontrarán con más recomendaciones y ejercicios para desarrollar la creatividad.

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Por si les interesa, hay más publicaciones de #Escritura2018 en el grupo de Facebook que hemos creado para ello, así como en Twitter, el sitio de Raquel y nuestro canal de YouTube (en el que está, ya, una colección de todos los videos realizados sobre #Escritura2017 el año pasado, y otra con los videos de 2018).

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14 comentarios. Dejar nuevo

  • Salomé Torres
    03/07/2018 11:06 pm

    Demasiados, muchos, tantísimos años la joven (ahora mujer madura) se esmeró por obtener un ascenso en su trabajo.
    Sin embargo, por más de. cuatro lustros recibió el mismo trato, realizó las mismas actividades, la misma oficina, el mismo refrigerio, las mismas croquetas.
    Un jueves por la tarde, la alcanzó un arcoiris, que como ráfaga le arrebató la vida.
    El tedio, el bochorno, el sopor se la llevó a un mejor lugar.
    En su lugar apareció un tulipán blanco, como su interior…

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  • Amalia y Rosa lo recuerdan muy vagamente, era un perro grande e imponente llamado Croqueta. Imagino que proviene de que en muchas ocasiones no se despegaba de su plato hasta acabarlo a topes y mordiscos; y es por eso, porque más allá de ello, me resultaba ilógico un San Bernardo de nombre Croqueta.
    Así, durante toda la adolescencia, veía a ese perro en las rafagas de calor de Julio, mi bochorno ascendía al verlo siempre presumiendo su poblada melena airosa, blanca y terrosa, al fondo grandes ojos hazel hundidos, rodeados de marañas y marañas de pelo. Tulipanes, rosas, margaritas volaban aca y alla, ningún jardín se salvaba de Croqueta en las mañanas de verano.

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  • Fósforo

    W. Tulipán llegó al edificio. Las gotas golpeaban arrítmicamente la puerta de cristal, esta retumbaba con fuerza ante el impacto de los truenos. Temblaba hasta los huesos, no podía esperar a llegar a su departamento y abrazar el cuerpo de su hija… no importaban los años, ni el aroma; el amor de un padre a una hija era calor suficiente para ambos: una muerta y un hombre empapado…, el calor de su hija era lo único en lo que podía pensar.
    El ascenso hasta el sexto piso era agotador, el cabello húmedo le cubría el rostro y le dificultaba la respiración… eso, aunado al asma causado por los años de cajetilla tras cajetilla, le causaba una tos horrible, el regusto de las croquetas matutinas, casi el vómito: el hombre cada vez estaba más desesperado por llegar al sexto piso. Pero, sobre todo, Tulipán deseaba llegar al departamento para abrazar a su pequeña.
    Las escaleras del quinto piso siempre eran las más agotadoras: Tulipán siempre contaba los escalones y juraba a su pequeña que cada día alguien agregaba tres peldaños. Conforme pasaban las semanas, Tulipán subía con más fuerza el último piso y juraba que cada día tardaba más tiempo en subir. Llego un tiempo en que la palabra tiempo se convirtió en su palabra favorita, pero en ese momento no se dio el tiempo de pensar en ello. Ahora era tiempo lo que le faltaba, porque sentía que la pequeña cada vez estaba más lejos: de él, de la entrada del edificio y de sus breves atisbos de vida.
    “600” sobre latón en la puerta.
    El giro de la perilla.
    La (única) habitación de la casa: era sala, comedor y alcoba.
    (Todos) cuatro muebles chamuscados, casi a punto de ceniza.
    Y las ventanas barnizadas en pintura negra.
    En el centro la niña, amorfa, de indescriptible negrura, intangible al tacto, pero humosa, como el hombre cuando fumaba cigarrillo tras cigarrillo y era apenas reconocible.
    El hombre, rompiendo en llanto, es consciente que esta es la última vez que están juntos, por eso llovía en mitad de la nada, el cielo le acompañaba en la tristeza.
    El abrazo de despedida hizo su trabajo de siempre: el pequeño hoyo negro se llenó de energía y relució como supernova: una ráfaga de luz inundó el cuarto (por última vez).
    Todo el cuerpo del hombre se convirtió en cenizas, pudo sentir un bochorno como nunca antes: su hija revivía y le daba su amor: el abrazo de la muerte (por última vez).
    El fuego consumió el quinto y el sexto piso, más de doscientos escalones fueron engullidos por las llamas.
    Ese edificio fue un enorme fósforo y quedo como un recordatorio para el hombre. Desde entonces, en mi barrio, los edificios sólo llegan al cuarto piso. O eso fue lo que nos contó el hombre de carbón.

    Gracias a los que se den el tiempo de leer <3

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  • Daniel Garcia Solis
    04/07/2018 12:25 am

    Entonces llego, como una ráfaga a la mente del anciano ese momento de lucidez que anuncia la cercanía del final, la proximidad de su acenso a un mejor lugar, pudo recordar las vacaciones de su niñez en el bochorno del verano, devorando las croquetas de atún que hacia su madre y las tardes en el jardín lleno de tulipanes amarillos. -«una buena vida, bien vivida»- dijo sonriente con su ultimo aliento.

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  • Mayra Elizondo
    04/07/2018 12:01 pm

    Al distinguir la puerta del patio abierta, su corazón latió exaltado y como una ráfaga salió corriendo al siempre ansiado mundo exterior, tan lleno de aromas y formas nuevas. Tras un momento de haber iniciado su desenfrenada carrera hacia la libertad, se dio cuenta de que nadie de la casa le gritaba ni venía persiguiéndolo, situación usual que incrementaba la emoción en sus anteriores escapadas. En pocos momentos, se vio en un lugar desconocido colmado de ruidos y olores extraños que lo confundían, y atestado de personas y automóviles que pasaban junto a él sin advertirlo. No sabía cómo regresar. Abrumado, siguió avanzando por unos minutos más, pero de pronto, percibió un golpe muy fuerte en el costado derecho de su cuerpo que lo hizo perder inmediatamente el sentido. Cuando pudo abrir los ojos estaba tendido al lado de la calle, con un dolor indescriptible y con su interior al aire todo ensangrentado. Súbitamente, padeció el bochorno de muchas miradas rodeándolo que lo observaban con lástima, horror y asco entre gritos y lamentos. Aquella tortura iba en ascenso. Sentía que no podía soportar más y comenzó a desmayarse nuevamente. Al instante, parpadeó logrando ver claramente otra vez y se encontró tumbado sobre un campo colorido lleno de flores, bajo un precioso cielo azul. Se incorporó sin ningún dolor y sin rastros de sangre. Estaba tranquilo, aunque un poco extrañado. Dio unos pasos y se sintió feliz al descubrir un tulipán blanco que abría su corola y que ofrecía para él, su croqueta favorita.

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  • A medida que caía la noche los gatos comenzaron a abandonar la ciudad. Primero de manera suave y sigilosa, después en una carrera desesperada. Se podía ver cómo la ráfaga de ágiles animales se encaminaba hacia el sur y se perdía en la oscuridad. Una croqueta solitaria en un pequeño platillo en el suelo era el reflejo del ánimo de los dueños que veían a sus mascotas dejar la casa que compartían. El desasosiego que provocó en todos los ciudadanos tan insólito hecho fue en ascenso. Los rumores se multiplicaban. Se sentía un bochorno que no era congruente con la época invernal. Muchos comenzaron a empacar apresuradamente y a seguir a los gatos. Otros se iban con lo puesto. Ya han pasado meses. De tarde en tarde nos llegan noticias de las urbes por las que ha pasado esta manada de humanos y felinos que aumenta cada vez más. Algunos vecinos temen que vuelvan y se lleven a los gatitos que recién se han importado de las islas, los únicos sitios a los que no han llegado. A pesar de que casi no se habla de este suceso, por la superstición de que si se menciona puede volver a repetirse, para recordar a los ausentes se erigió en el Zócalo la escultura de un gran tulipán rojo, que como todos saben, simboliza el amor.

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  • El premio era el tulipán negro de la gran burbuja.
    Los concursantes creían saber lo arriesgado y peligroso del afán. Las instrucciones eran las mismas desde 1614. Sonó la campana. Disponían de sesenta segundos.
    Ramiro y su miedo. Al querer dosificar la sensación –recordó sus ejercicios de mindfulness-, pronto desembocó en un bloqueo que lo hizo toser, el miedo transfiguró en ira. A partir de ahí, vio, como en cámara lenta, el fluir de la sabiduría, vio plenamente como la ira es una ráfaga de fuego. En un abrir y cerrar de ojos, bosques enteros, tupidos de imaginación, quedan desierto humeante.
    Era lector voraz, pero cuando se trataba de escribir, el párrafo del que nunca pasaba –o sea el primero- siempre le parecía jerigonza de bebé o lenguaje de cavernas. Araceli, su mujer, le decía que si su fe no tenía el tamaño de un grano de mostaza, le sería suficiente con tener el tamaño y consistencia de una croqueta. Piensa en ello.
    Como cualquier esposa, la desesperación poco a poco iba en ascenso, hasta llegar al escalón del enojo. Le dijo pusilánime muchas veces pero solo con el pensamiento. Mejor estudia carpintería, o repostería o vitrales.
    – Estás en la edad del bochorno, tu vida en este momento es más pasado que futuro; estás den la edad de los nunca y, en cuanto a escribir, tal nunca ha sido siempre.
    Sonó la campana.

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  • Ana Vera Palomino
    17/08/2018 8:49 am

    Picnic

    La tarde transcurría complaciente con la familia completa. Era primavera y en el puerto de la abuela Josefina, al norte del Perú, nos reuníamos para celebrar los 95 años de la matriarca. Como siempre, el bochorno anunciaba un prematuro verano sobre los 35 grados.
    Pero la familia paterna no estaba acostumbrada a tales temperaturas y, ni qué decir, del mar. Ellos eran de altura, montañas y tulipanes; la playa era otra cosa: demasiada humedad, sudor y, con suerte, una que otra ráfaga de viento en el ocaso.
    Aquel reencuentro significó el más bizarro picnic. Se juntaron los hijos, nietos y bisnietos; vinieron hasta los que residen en el extranjero, por lo que en la mesa de la arena se sirvieron croquetas (a lo española), hamburguesas muy americanas, y para darle el toque local y engreír a la homenajeada, conchitas o ‘palabritas’ recién salidas del mar.
    El picnic playero trajo consigo la resistencia del olvido, diferencias y viejas rencillas. Terminado el manjar, se esperaba que algún valiente acabara con esta reunión forzada por el tiempo y las formas, y pronunciara, por fin, las palabras de honor.
    Tal fue la sorpresa de todos, cuando de las conchitas saladas se reprodujo la carcajada sobresaliente de la abuela. Como de costumbre, su risa silenció a la familia entera. El eco fue tan fuerte, que parecía provenir del fondo del mar, donde descansan sus cenizas.

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