El cuento del mes

Aún no es el fin

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Este mes, el primer cuento publicado de Fredric Brown (1906-1972), conocido principalmente como autor de ciencia ficción y narrativa policiaca pero, además, un maestro del cuento breve y acrobático, de estructuras extrañas o finales auténticamente sorpresivos. El humor que se vislumbra en esta historia (que anticipa muchas posteriores, como se verá) se ve también en el resto de sus cuentos y en novelas suyas (imprescindibles) como Marciano, vete a casa (1955) y Universo de locos (1949).
«Not Yet The End» se publicó primero en 1941 en una oscura revista de Sci-Fi llamada Captain Future. Esta traducción es de Silvia Barragán.

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AÚN NO ES EL FIN
Fredric Brown

Había un verde e infernal matiz de luz dentro del cubo de metal. Era la luz que hacía que la piel de un pálido de muerte de la criatura que estaba sentada frente a los controles pareciera desganadamente verde.
Un solo ojo labrado en facetas, en el centro delantero de la cabeza, observaba los siete diales sin parpadear. Desde que habían dejado Xandor, ese ojo jamás se había apartado de los diales. El sueño era algo desconocido para la raza galáctica a la que pertenecía Kar-388Y. La piedad también era algo desconocido. Una simple mirada a los agudos y crueles rasgos que había debajo del facetado ojo podía haber probado eso.
Los indicadores del cuarto y el séptimo dial se detuvieron. Eso significaba que el cubo mismo se había detenido en el espacio cercano a su inmediato objetivo. Kar se acercó con su brazo superior derecho y soltó el interruptor del estabilizador. Luego se levantó y estiró sus entumecidos músculos.
Kar se giró hasta quedar de frente a su compañero del cubo, un ser igual a él.
—Aquí estamos —dijo—. La primera parada, Estrella Z-5689. Tiene nueve planetas, pero sólo el tercero es habitable. Tengamos la esperanza de encontrar criaturas que puedan ser buenos esclavos para Xandor.
Lal-16B, que había estado sentado en una rígida inmovilidad durante el viaje, también se levantó y se estiró.
—Esperemos que así sea. Entonces podríamos regresar a Xandor y ser honrados mientras la flota viene por ellos. Pero no tengamos demasiadas esperanzas. Encontrarnos con el éxito en nuestra primera detención sería un milagro. Probablemente tendremos que mirar en mil lugares.
Kar se encogió de hombros.
—Entonces miraremos en mil lugares. Con los Lounacs muriendo, tenemos que conseguir esclavos para nuestras minas o, si no, tendrán que cerrarse y nuestra raza morirá.
Se sentó nuevamente ante los controles y soltó un interruptor que activaba una placa de visión que les mostraría lo que tenían debajo. Dijo:
—Estamos encima del lado oscuro del tercer planeta. Hay una nube debajo de nosotros. Utilizaré los controles manuales a partir de aquí.
Comenzó a apretar botones. Unos pocos minutos después dijo:
—Mira, Lal, en la placa de visión. Luces regularmente espaciadas… ¡una ciudad! El planeta está habitado.
Lal había tomado su puesto ante e! otro panel de controles, los controles de lucha. Ahora él también estaba examinando los controles.
—No hay nada que tengamos que temer. No hay ni siquiera vestigios de un campo de fuerza alrededor de la ciudad. El conocimiento científico de la raza es pobre. Podemos barrer la ciudad de un solo golpe si somos atacados.
—Bien —dijo Kar—. Pero déjame recordarte que nuestro propósito no es la destrucción… aún. Queremos especímenes. Si comprobamos que son satisfactorios y viene la flota y coge los miles que necesitemos como esclavos, entonces será el tiempo de destruir no sólo la ciudad, sino el planeta entero.
Para que su civilización no pueda progresar hasta el punto de poder tomar represalias.
Lal ajustó una perilla.
—Correcto. Pondré el campo megra y seremos invisibles para ellos salvo que puedan ver en la gama de los rayos ultravioleta, y, por el espectro de su sol, dudo que puedan.
Mientras que el cubo descendía, la luz dentro de él cambió del verde al violeta y más allá. Quedó en una suave inmovilidad. Kar manipuló el mecanismo que operaba la puerta.
Salió fuera, Lal justo detrás de él.
—Mira —dijo Kar—, dos bípedos. Dos brazos, dos ojo? … no son distintos de los Lounacs, aunque son un poco más pequeños. Bien, aquí están nuestros especímenes. —Levantó su brazo inferior izquierdo, cuya mano de tres dedos sostenía una delgada vara rodeada de alambre. Apuntó primero a una de las criaturas, y luego a la otra. Nada visible emanó de la punta de la vara, pero ambos quedaron instantáneamente convertidos en figuras rígidas como estatuas.
—No son grandes, Kar —dijo Lal—. Yo llevaré a uno, y tú puedes cargar con el otro. Podremos estudiarlos mejor dentro del cubo, después de que estemos nuevamente en el espacio.
Kar miró a su alrededor en la escasa luz»—Correcto, dos son suficientes, y uno parece ser un macho y el otro hembra. Comencemos a marchar.
Un minuto después el cubo estaba ascendiendo, y tan pronto como estuvieron fuera de la atmósfera Kar soltó el interruptor del estabilizador y se unió a Lal, quien había estado comenzando el estudio de los especímenes durante la breve ascensión.
—Vivíparos —dijo Lal—. Manos de cinco dedos, capaces de realizar trabajos razonablemente delicados. Pero… pasemos al examen más importante, la inteligencia.
Kar cogió el par de aparatos mentales. Le tendió uno a Lal, quien puso uno en su propia cabeza y otro en la cabeza de uno de los especímenes. Kar hizo lo mismo con el otro espécimen.
Después de unos minutos, Kar y Lal se miraron el uno al otro desoladamente.
—Siete puntos por debajo del mínimo —dijo Kar—. No pueden ser entrenados ni siquiera para la labor más ruda en las minas. Incapaces de entender las instrucciones más simples. Bien, les llevaremos al museo de Xandor.
—¿Debo destruir el planeta?
—No —dijo Kar—. Quizá en un millón de años a partir de ahora, sí nuestra raza ha subsistido, puedan haber evolucionado lo suficiente como para ser capaces de suplir nuestro propósito. Vayamos hacia la próxima estrella con planetas.

* * *

El editor diseñador del Milwaukee Star estaba en la habitación de composición, supervisando el cierre de la página local. Jenkins, el jefe de composición, estaba poniendo las regletas para ajustar la segunda y última columna.
—Hay lugar para una historia más en la octava columna, Pete —dijo—. Cerca de treinta y seis cíceros. Ahí hay dos en reserva que están bien. ¿Cuál debo usar?
El editor diseñador miró las galeradas que yacían al lado de la caja. La larga práctica le había capacitado para leer los titulares de encabezamiento de una sola y rápida ojeada.
—¿La historia de la convención y la historia del zoológico, ¿eh? Oh, demonios; pasa la historia de la convención. ¿A quién le importa si el director del Zoológico piensa que han desaparecido dos monos ayer por la noche?
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