Concurso #92
Esta bitácora convoca a su nuevo concurso de minificción (o microrrelato). Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de julio. Quedan invitados.
Etiquetas: Concurso, microrrelato, Minificción
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Luz del Sol
Sentada a sus espaldas, diariamente y sin que ella lo notarla, acariciaba su obscura y gruesa cabellera con el suave ritmo de su respiración, el aire parecía estancado en esos momentos. Todos los días la observaba salir de su casa y sentarse en el mismo café, con el mismo vestido y con aquél sobrero que su madre le regaló antes de morir. Con las palabras al borde de los labios, día a día ideaba pretextos para no externarlas; sin embargo, aquella tarde de agosto supo que no podía esperar más. Ella estaba distraída observando la iglesia de siempre cuando la tomó de la mano y la llevó consigo a aquella bella casa en donde vivía. Tapizado aquel cuarto con miles de fotografías de sus movimientos diarios, supo que más nunca volvería a ver la luz del sol.
Se recogió un mechón que se le había escapado del sombrero y tomó otro sorbo de café. Notó cómo se le adormecía el paladar, cómo sus papilas gustativas ondeaban al contacto con el líquido caliente, cómo bajaba por su tráquea hasta caer en su estómago con un golpe seco y ahogado; ahogado en café, se dijo.
Hacía sol y estaba de buen humor, sobretodo porque la luz no le daba en los ojos gracias al sombrero que le habían regalado esa mañana.
Su espalda me ofrecía un infinito mundo de historias imaginadas, miles de viajes, desiertos de arena y oasis en su boca. Su espalda me ofrecía más que cualquier relación real.
De vez en cuando movía el brazo para llevarse la tacita a los labios y yo volvía a imaginar qué estaba pensando, imaginaba que ella sabía que yo estaba viéndola y no solo mirándola; quería que notase cómo me intentaba introducir en su alma desconocida, en sus recuerdos rojos y ardientes, en sus años inocentes, en el café de su dulce estómago.
Quizás estuviese casada, puede ser que incluso tuviese un par de hijos y un perro, un pastor alemán joven y fuerte, como su aura.
Di otra calada al cigarro y suspiré. Suspiré haciendo ruido, intentando, sin disimulo, llamar su atención.
Cuando se giró, torné la cara; dejé, sin mirar siquiera, un billete en la mesa y me marché, sin dirigirle una sola mirada a aquella mirada que notaba clavada en mi espalda, en mi nuca, en mi culo.
No quería ver su rostro, no quería volver a verla nunca, ni a ella ni a su espalda, porque si la hubiese mirado en ese momento, quizás hubiésemos comenzado a hablar, y quizás nos hubiésemos enamorado, y yo no quería una relación con ella, yo quería que se perdiese en mi cajón de «y si´s», mejor dicho «mi cajón de Isis», lleno de trocitos de personas que perdí.
Lo que no supe hasta tiempo después es que yo no era más que una ilusión suya, frustrada por no ser musa y dolida porque nadie le escribía ni la veía en aquella terraza de bar que tampoco existía.
Fuera del Claustro
La mujer nerviosa camina frente a lo que fue su hogar. Hace unos días que se fue, pero no puede evitar volver una y otra vez. Siempre vuelve disfrazada, con ropa con la que desde su punto de vista pasará inadvertida. Hoy ha elegido un vestido amplio blanco, un sombrero de paja y unos lentes oscuros.
Cuando se acerca el pánico la invade, «¿qué tal si la madre superiora me ve?» «¿si cualquiera de las otras chicas me ven?». Ve a unos vendedores caminar, se acerca a ellos, «quizá si me pego a ellos no resalte». Camina apenas a un paso tras los hombres, lanzando a hurtadillas miradas al convento. Todo parece normal, los muros se alzan como desde hace dos o tres siglos, no se han derrumbado por mi partida, piensa la mujer un tanto apesadumbrada. La vida sigue dentro y fuera.
Uno de los hombres se detiene de pronto, la mujer no lo nota, pues todavía mira el convento. Lo golpea y éste deja caer un libro en el que guarda imágenes de santos, son imágenes grandes, como de 60 x 40 cm, no muy bonitas, pero eso no evita que la mujer se sonroje por el accidente.
—Discúlpeme —, dice la mujer. Los dos comienzan a recoger imágenes del suelo, la mujer reconoce algunos, pero no los está mirando, sólo quiere acabar e irse de ahí. Finalmente terminan, la mujer tiene unos quince en sus manos, los acomoda y se los entrega al hombre.
—Discúlpeme —, repite la mujer —iba algo distraída y no me di cuenta—. —No se preocupe—. Dice el hombre, su voz es clara y tranquila, sus ojos miran a los de la mujer, a pesar de los lentes. La mujer se ruboriza nuevamente. —Mi nombre es Antonio Solares —, dice el hombre. —Yo soy Julia—, dice la mujer en una voz apenas más alta que un susurro. —¿Tiene tiempo para un café, señora?— pregunta el hombre, así por las buenas. —Creo que sí—, dice la mujer sin subir un decibel el volumen de su voz, y sin ella misma poder creer lo que acaba de decir.
El otro hombre entiende que ahí sobra y se despide con un gesto. —¿A dónde le gustaría ir?— la mujer no lo sabe, sólo sabe que no quiere volver al claustro, ni por dentro, ni por fuera.
trágico destino de un corazón enloquecido
Sintiendo el sol abrasador sobre mi piel morena y tesuda, mientras estaba de visita en la casa de mi abuela, salí a recorrer como de costumbre un poco el barrio en el que mi abuela se encontraba viviendo desde hace ya tantos años, por primera vez me dejaban salir sin compañía de un adulto; observaba las espaldas de aquellos que pasaban primero que yo imaginándome sus mundos agitados, sumidos en su propia realidad, en su propia historia, solo observaba, mientras caminaba, a caras desechas sin sonrisas, de rostros viejos y cansados de sus rutinas, de su conciencia y de la maldad. Vi caminando esa vez con un especial fulgor y poder a una mujer con cara quemada, ojos miel y cabello azabache, protegiéndose del sol con un sombrero de paja, me llamó la atencion de manera especial aquella señora, que distrida miraba al cielo mientras sus pasos eran firmes y seguros, cuando llegó a la esquina, de seguro sintió el olor de pan caliente del negocio que alli se encontraba, detiene sus pasos, sus ojos se fijan en la ventana y como si ya no pensara, no reaccionara, se quedó allí durante mucho tiempo, pra mi, una eternidad, para el reloj, unos cuantos minutos; yo fascinada solo observaba la escena grandiosa de una persona difernete a las demas, asi sea loca, demente, desquiciada, para mi era algo nuevo, impactante y simplemente diferente.
esa esquina que despues llegue a a saber que pertenecio a su abuelo, dueño del destino trágico de la vida de aquella mujer,dejó su abuelo huella en su cara , alma y corazón, se volvió él inmortal por los dolorosos tormentos que le causó, guardados en sus pensamientos; de un momento a otro la mujer enloquece, escupe en la ventana con asco y repugnancia, la gente solo la veia, y empezo a dar grandes alaridos en una lengua rar, sus manos robustas empezaron a darle puños al cristal por donde se observaban aquellos exquisitos panes; las personas al verla no se alarmaron, pues sabi9an lo que pasaria, lo que siempre pasaba ese mismo dia, 12 de octubre.
De pronto, de una capilla que estaba al frente de la panadería salio un sacerdote ya viejo, con 3 monjas ancianas y 2 jovenes, al ver la mujer los ojos del sacerdote, como hipnotizada se dejó guiar por los brazos que poco a poco la llevaron a la capilla, aun recuerdo con melancolia la conexion que hubo entre los ojos miel y cafes, los dos tristes y apagados.
ella, al entrar al convento se quito el sombrero que hace tiempo atras le habia regalado ese mismo sacerdote, cuando la flor de la juventud exhibia en ellos su grato perfume; al entrar se cverraron las puertas y no se vio mas, nadie decia nada, ni comentaban un poquito del hecho, con el corazon agitado e impresionado corri a casa de mi abuela, no el habia contado ni la mitad d3e la historia cuandop ella me callo de manera tosca y solo dijo: «asi paga el amor a quien bien sabe apreciarlo, esa mujer que viste con su rostro quemado y deformado, del que ya nadie se impreciona, es lucia , nieta de un rico y prestigioso señor, perdio a sus padres en un incendio provocado por los trabajadores como venganza ala maldad de su abuelo; el la crio , pero no hubo cumplido los 16 cuando ya loca de amor estaba de ese sacerxdote que viste salir del convento, su abuelo pensaba casarla con un anciano rico, pero a la joven ya le habian robado el corazon, al ver que alla no el hizo caso le quemo la cara con no se que liquido y a su amado lo castro, ella corrio y corrio…
se dice que vive en un poblado lejos de aqui como campesina, el se hizo sacerdote y esa esquina fue el ultimo lugar donde vio a su abuelo muerto por manos de un primo que lo mato y le robo todo.»
» aprende niña a elegir bien a quien le entregas el corazon, pues eres dueña de tu alma y de tu cuerpo, el amor se alimenta si tu le das con que, no sea que loca quedes y visites a tu amado solo el dia en que lo conociste por primera vez»
-No existe el amor- se repetían una y otra vez los amantes perfectos, cada uno en el lado opuesto de la acera.
«La más buscada»
La buscaba en todas las mujeres. Muchas se le parecían: pelo largo y del mismo color, rostro afilado, ojos inquietos, nariz traviesa, labios finos, espalda como para acariciarla de arriba abajo con la palma de la mano, senos breves y firmes como para morderlos, cintura que despierta pensamientos húmedos, abdomen y piernas bien trabajadas en el gimnasio… Sí, muchas mujeres que vagaban por las calles del centro se le parecían. Pero no era ninguna de ellas.
—No existe el amor—. Se repetían una y otra vez los amantes perfectos, cada uno en el lado opuesto de la acera.
Espera, como el barco a la marea, sí, en cualquier momento, el atrevido sombrero cambiará de cabeza.
Masa-Queja
La ciudad de México a través de los años ha logrado desarrollar la capacidad de extender sus dimensiones como mecanismo de auto-defensa para hacer frente a los llamados grupos “masa-queja” los cuales llegan en autobuses foráneos o surgen de algún gremio de esta ciudad trayendo consigo un armamento de cobijas, sillas, cartones, carpas y algo de comida con el fin de disfrutar al máximo de las maravillosas actividades de protesta, grito, marcha, danza y discurso.
Por ahí vemos que se acercan 3 integrantes “masa-queja” el de la izquierda de camisa blanca es Ramón, es el encargado de publicidad y el poeta del grupo, a él se le ocurren las inspiradoras frases de lucha las cuales plasma en cartulinas, letreros o mantas y las reparte entre los demás integrantes. Ramón siente que su inspiración proviene de aquellas grandes frases que leyó en su libro de historia de 5to de primaria, sus poetas principales son los revolucionarios y uno que otro del periodo de Reforma, también es fan de cierto personaje argentino que logro inmortalizarse en camisas, gorras y carteras. Ramón me comenta que como publicista tiene que cuidar hasta el mínimo detalle como elegir el color de las mantas “uno tiene que saber cuándo usar color blanco, rojo y negro, pero ojalá que nunca tengamos que usar el negro” comenta.
Aquél de camisa azul de la derecha es Juan, es el encargado de logística y almacén su deber es repartir comida y víveres entre los demás integrantes, tiene que vigilar que las cobijas se repartan de manera equitativa, que todos tengan por lo menos un buen pedazo de cartón para sentarse y que las carpas comiencen a armarse a la primer señal de lluvia, su mayor responsabilidad es calcular con precisión la ración diaria de alimentos, “nosotros somos simples humanos no sabemos multiplicar panes y no tenemos pescado” me comenta entre risas y bromas.
La que viene a último es Chen, es animadora, ella alienta a sus afligidos compañeros con sus canciones revolucionarias que aprendió de su abuela que fue Adelita, también se encarga de enseñar danzas y bailes con el fin de mover los pies y hacer ruido, “el ruido es la clave de todo” me dice. Chen ha pertenecido a una gran variedad de “masas-quejas” ha viajado a lo largo del territorio nacional y conocido a grandes personajes, tuvo la oportunidad de conocer a su ídolo y de participar con su animación en uno de los más grandes y duraderos “masa-queja” que se han visto en el zócalo capitalino.
Yo, por mi parte, también soy miembro de un “masa-queja”, comencé con esto a los 6 años, cuando ingresé a la primaria, unos dicen que antes yo no lo recuerdo, pero desde esa época, día con día grito, bailo, canto, animo, lloro, danzo, escribo y recito poesía, tengo mi almacén, administro mis víveres y planeo mi logística, defiendo mis versátiles causas, mis posiciones a favor y en contra y enfrento a mi gran enemigo, no es tarea fácil ser “masa-queja” pero al final en conjunto o solitarios, todos lo somos.
COSAS COMO DE SUPERFICIE
La señorita del sombrero de mimbre silba una canción, la canción es antigua como ella. La señorita es una señorita que silba en la plaza. “La plaza tiene dificultades para reconocer su perímetro”, piensa. La señorita es ahora un casquete polar, es el crujido de un enorme glaciar que pierde un pedazo, y este pedazo cae a un mar oscuro que se adivina negro negro, como puede ser un mar que es un abismo repleto de oscuro en el que a veces soñamos.
Un niño aparece en el cuadro, el cuadro es lo que enmarca la vista de nuestra-señora-señorita. El niño rodea la plaza a trote pateando de manera intermitente un balón ennegrecido. La señorita adivina que el balón despide un olor agradable. «Cambios en el volumen de una cuenca oceánica”, murmura, y el niño reconcentrado en el balón que a veces se le escapa.
“Quiero anotar cosas como de superficie”, escribe. Se toma un respiro primero y luego silba esa vieja canción que no es antigua sino derechamente vieja como ella, la señorita, la-señora-nuestra-señora. Escribe: “antropogénico, flujo glacial, ajustes del manto terrestre, atmosférica, corrientes oceánicas y los cambios de la temperatura local”. Se detiene.
Cuando niña bien niña tuvo una liebre pequeña que llamó Astronauta, la liebre creció a prisa y la casa se fue haciendo más pequeña. A petición de su madre se despidió de Astronauta y se la entregó a su tío, un dentista con bigotes chistosos aficionado a la caza con escopeta.
“Frases hermosas como cuenca oceánica”, apuntó.
– Abuela, me aburrí. Vámonos a casa, tengo hambre–. Dice el niño levantando el balón con las manos.
– No soy tu abuela, soy un mar ennegrecido que sueña una plaza y un día tranquilo y un cuerpo de vieja y recuerdos de vieja, de una vieja que a veces silba, que a veces murmura, que a veces escribe. Soy un crujido descomunal de un tiempo de antes.
El niño sonríe, la abuela sonríe, la abuela se pone de pie. Comienzan a caminar alejándose de la banca antes ocupada por la-señora-nuestra-señora que es también un casquete polar y un crujido.
Sin mirarse, sin dejar de caminar, niño y abuela se toman de la mano.
***
Marcos Pullally
http://cincochile.blogspot.com
cincochile(arroba)gmail.com
MILAGROSO ACCIDENTISTA O YA TE ESPERO AQUÍ
Tú eres el siguiente
El que lee esto muy chueco porque no sabe leer bien
Pero sí sabes delinquir
Con este escrito tú estás leyendo y enderezándo temores
Aquí, frente al papel, sé dónde estás, tengo ocupada tu mente
Mientras yo estoy delinquiendo para llegar hasta ti
Vas a salir libre mañana, te dijeron ayer
Al ratito ya sales, ¡qué emociones!
Pero en tus manos hay muertes futuras
Me lo va a comprobar una adivina del mercado
Cuando le lleve tu mano en una bolsa de Aurrerá
Las amenazas no te dan miedo
Pero no estás acostumbrado a leerlas
Tienes miedo
¿Lo ves? Sé mucho de ti, sé lo importante
Tú de mí no sabes nada
Más que el miedo en blanco y negro
Pero te diré más de mí para hacer tiempo en lo que termino de arreglar el trabajito que te haré mientras sales
¿Sí sabías que en las cárceles muchos avisan cuando alguien como tú va a salir?
Varios tiras me cotizaron tu levantón
¿Hueles eso? El olor de mi suerte
Soy parte de la fuerza pública
Pero me divierto jugando anónimo
No estoy solo, somos más de varios
Soy el tic tak de tus últimos ratos
Voy a grabar la música de tus dientes friolentos
Tictak-tictak-tictak
Tic es un impulso involuntario
Tak es “Sí” en polaco
Y yo digo Sí a mi impulso involuntario de maltratarte
Yo soy el que se acerca primero a los accidentes automovilísticos
Desnudo a los conductores
Si están vivos los mato
Si están muertos los trato de resucitar
El caso es que siempre los acomodo para que se besen sus bocas fundidas y sangrantes
una vez hasta logré meter una verga en un ano dilatado por traumatismo
Dime cernícalo
Caliente caliente
Eso se acerca a lo que soy
Áspero
,
Retaliator rampante
,
Precipista
,
o Llámame Príncipe del Mole con Pelos
,
Traumador Dilatado del Andar Brutal
¡
Milagroso Accidentista
!
¿Y si un día vivieras para el único saber de que yo fui un Pepito Ku?
ese pequeño de las infancias prestadas
de la sombras amaestraditas que guardaba sus monedas en un paraguas viejo
…
Bueno, ya tengo lista la cámara, dolor bien macizo
Un accidente pegajoso y rápido
Pero de final que se alarga
Animalístico a más no querer
Ya vente, ya salte.
O regrésate, diles que la regaron
Que a unos años más les cabe tu culpa
Y te dicen
(
como ya le dijeron a otro antes que tú, al que se me quizo escapar, salirse poquito a poco de la cárcel, igual que se muda un hormiguero
)
: “ni madres, vete, eres libre, pinche orate, ¿quién los entiende?, cuando están adentro quieren salir y cuando salen mueren por quedarse”
Y aquel cuate mejor mató a ese cabrón que le dijo eso, con tal de quedarse apartado de mis poderes
Pero yo me las ingenié para achicalarlo, es una historia larga, tanto que aún no termino yo de saberla y es como si lo siguiera matando a plazo largo
Ya vente, ya salte
Lo vas a hacer porque piensas en tu vieja
A pesar del miedo que se vuelve una comezón de un peso como de bulto colado en el lugar del tórax, jugando a las escondidas entre tu pecho peluche
A tu vieja la seguí, sé que visita el mercadito los domingos luego de misa
Yo visito también ese mercado, pero más otros lugares
Voy a plazas y jardines, a callejuelas de vaivenes sambutidos
Le doy moneditas a los lisiados, a los ciegos, a los paralíticos
No creas que no tengo lástima para mi prójimo
Ellos ya me conocen y me sufren como la pierna caída o la potencia sexual que se les ha desprendido para tomar grandes albedríos en su contra
Agüevo
Soy las agallas maduras de sus mejores tiempos
Me odian, me ven en todos los que les damos las monedas
Y nos tienen que soportar como el aire oxidante, combustivo, pero de necesidad vital
Ya debes estar por salir
Ya vente, ya salte
Es más, te voy a decir exactamente qué te voy a hacer
: Ya tengo un auto, un chevy, así imagínatelo con un asiento de conductor listo para que te cagues
En el accidente
Quedará hecho un amasijo
Un árbol de fierros calientes relleno de ti
Ese pinche chevy lo aseguré a nombre de un cuate
Siempre le hacemos así
Somos empresarios de la destrucción
Ponemos en marcha una sub-máquina capitalistilla
Esa chatarra la vendemos luego a un yonke de otro compa
Pero antes te retrato en el accidente
Te busco un compañero de siniestro
No te espantes, no es tu vieja, es un desconocido para ti
¿
me pagarías si te consigo a tu peor enemigo macho (de no ser yo)
?
Una gran caída alrevesada es esto de chocar, ¿no?
Los acomodaré luego del gran choque
Para que hagan el amor ustedes dos moribundos
Sobre ese chevy con el frente de acordeón que toca lumbre en vez de música
(
más bien quedará como lata de cerveza aplastada que canta al pepenador el tintineo de su peso en pesos y centavos
)
Flash flash flash feisbuk revista nueva alarma lana y lanita pero no sólo lo hacemos por money
Nos reiremos todos, los compañeros rescatistas, polis, el de la grúa, los de la nota roja y así
Luego ya tendrás un paro cardiorespiratorio pero te voy a resucitar
No te agüites
Lo hago con una máscara del baile de los viejitos
Que le puse labios de cuero y plástico PVC
Aunque siempre me gana esa risa enguantada
Pero me vas a contar cuánto duele estar ese breve tiempo muerto, ¿eh?
Ya sé que estás pensando en tu vieja o en el chevy
Porque tienes miedo
Me quito el sombrero frente a tu miedo
No te preocupes, a tu vieja no le voy a hacer nada muy malo, al chevy desmadrado le ordeñamos el $eguro y luego lo recuperamos del yonke para ponerlo en nuestro campo del Pasatiempo de pintarnos muertes rojas en los petos del gotcha
Pero bueno ya salte
Antes de que haya más pordioseros haciéndote competencia
No te voy a matar, sólo te voy a clavar en la carne un gran impedimento
Te dejará quietecito en el mercado
Arrinconado en la piedad de los marchantes
Tu vieja te verá los domingos y pasará de largo
Irá con otro
Y es entonces que saldré yo de tu flanco ciego más caído
Para darte una divisa como abono de negrura
: 1 Moneda
Robada
de tu (ex) vieja.
Bravo! Qué miedo. Eres un cabrón Neftalí
Me dijeron que ahora sí, segurito iba a poder verla. Era mi ilusión, tenía más de un año dando vueltas y vueltas con el señor ese que estaba llevando el caso.
«Caso» así le dicen, no les importa ni el nombre, sólo son un número de expediente. ¡Qué se vayan a la chingada todos con sus putos expedientes! Sólo quería verla, saber que estaba bien, decirle que sus chamacos la extrañan, Paulita ya va al kinder, Julio no va nada bien, apenas paso el año.
-Pero hoy sí, ya está todo arreglado. Nos dijo por el teléfono, el hombre ese, así que a agarrar mis chivas, sacar los pesos y avanzarle a la capital, hasta allá fue a dar.
La comadre me ofreció su casa, dice que va a ser la buena, que ya es mucho, que de su casa está un poco lejos, pero no importa. -Ya veremos cómo le hacemos para llevarlos con ella comadrita. No se raje, aguante otro poquito.
De nuevo caminar y caminar, bajo el sol en esta pinche ciudad. Y yo piense y piense en qué decirles a Paula y a Julio si no llego a verla.
Y el jodido de Álvaro, ojalá se pudra en el infierno. Bien merecido se lo tenía. Pero Paula que culpa tiene. Pienso en Paula y en sus ojos amoratados, en su boca sangrando, en sus ojos enrojecidos y el machete aún embarrado de sangre. Y a los hombres que se la llevaban, no dijeron a dónde, no supimos a donde.
Pero hoy sí, segurito que hoy sí.
-Oye, ¿Te has preguntado las historias de cada persona?- me decía mi amiga mientras mascaba un chicle y hacía bombas con el.
-No, ¿Por qué me habría de interesar tales cosas?
-La verdad puede ser interesante- y entonces mirando señalo hacía el frente- mira a esa señora que va caminando delante, imagina una historia, cualquiera. Puede tener una historia agradable, como una madre que va a recoger a su hija, después de haber preparado la comida. Tal vez irá a ver a su marido que trabaja en alguna obra negra mientras se limpia el sudor de la frente y orgulloso da lo que gana a ella.
-Eso no suena interesante- dije yo algo fastidiado- ¿Por qué me habría de interesar historias tan empalagosas como esas? Jaladas, que solo hacen pensar que mi vida es un asco y nada lograre con ella.
-Eso es porque te enseñe tan solo un lado de la moneda, las historias no siempre son blancas, pueden ser negras, como tal vez la señora en las noche tenga que prostituirse porque su marido murió, o peor aun, tal vez tiene un amante que la prostituye y si no consigue lo suficiente la golpea demasiado. Posiblemente ella termino asesinándolo, mientras enterraba su cuerpo atrás de su jardín y ahora camina tranquila cubriendo su cabeza del sol abrazador con ese horrible sombrero. O puede incluso ser una asesina serial, que bajo un rostro contrariado guarda su macabro secreto.
-Realmente esto no me entretiene, al final de cuentas imaginar esas cosas no hacen más que juzgar a la gente, cuando la realidad puede ser gris. Puede que ella solo tuvo un pequeño disgusto con su esposo y ahora va a hacer el mandado, mientras piensa en los trastos que debe limpiar y cuanto sufre porque nadie la ayuda. A lo mejor ella va hacia la escuela porque su hijo, recién entrado en la adolescencia acaba de pelearse o reprobar geografía y ahora va preparando el sermón que le dará esperando que entienda. Tal vez ahora solo vaya a visitar a una amiga, ya sea que la vea a diario o que no la haya visto en mucho tiempo. Luego se besen y después beban un atole mientras comen un tamal y hablen de sus respectivos maridos, mientras ríen y recuerdan que todo tiempo pasado es mejor….
La risa de mi amiga me interrumpió, lo cual me sacó de mis pensamientos e hizo que me atragantará con mis palabras.
-¿Qué te pasa ahora?
-Que aunque no te interesaba, al final narraste aquellas historias no contadas de esa pobre mujer, es posible que nada sea cierto, es posible que todo sea verdad, es lo interesante de esta vida y como podemos jugar con las puras especulaciones, saltándonos los verdaderos hechos, describiendo y juzgando a través de las apariencias lo que no conocemos.
-Déjate de pendejadas, solo preocúpate por tu puta vida y deja de andar divagando con cosas que no te importan.
-Eres un amargado grosero- y con estas palabra al final nos fuimos juntos hasta llegar donde estaba la señora, mostrarle el puñal, y pedirle el dinero.
-¿Es normal que caminemos hacia atrás? -preguntó Ramón.
-Claro, para nosotros.
-¿Y el resto?
-El resto no ve diferencia.
-¿Cómo dices que se llama esto?
-Contramoción, ya te lo he dicho varias veces.
Ambos hombres caminaron sin hablar hasta que llegaron al departarmento.
-La contramoción ayuda a regresar a la causa inicial de lo que se está investigando, aunque es difícil hacerlo mientras uno mira de donde viene, no a donde va.
Entraron al edificio y subieron al quinto piso por las escaleras. Ramón pensó que en realidad era más sencillo de lo que se hubiera imaginado.
-¿Estás seguro que nadie te va a ver?
-Seguro, contestó el hombre.
En realidad, su cuerpo realizaba todas las acciones en una especie de piloto automático: ni siquiera tuvo que pensar en voltearse y abrir la puerta. Ramón se sentía como en un coche de feria, de esos que siguen los rieles sin muchas sorpresas.
-Aquí estamos.
La razón por la que Ramón había contratado al hombre era tan sencilla como el anuncio que leyó días atrás (¿o días en el futuro?) en el periódico: «Contramoción. Entienda su vida y errores en retrospectiva. Llame ahora»; y tan compleja como la serie de decisiones que lo habían llevado hasta ese momento.
-Listo, pon atención.
Pero poner atención es complicado: Ramón intenta mover el cuello hacia los lados, pero su cuerpo conserva la memoria de aquel momento.
-De aquí vas en automático. Tienes el control, ¿no? Recuerda que para detenerte solamente tienes que pensar en apretar el botón rojo -en realidad, no lo puedes apretar, pero así accionas el comando psíquico. Tengo que ir a hacer unos pendientes, aquí te dejo. Tu tarjeta de crédito paso bien, así que ya no me debes nada. No te quedes en el modo de contramoción mucho tiempo, recuerda que para ti el tiempo sigue corriendo.
Ramón no lo escucha. El hombre desaparece y él está de nuevo en la recámara, escucha el discurso de su esposa, las cosas que dice antes de que se vaya con su maleta y los niños. Piensa en las últimas cosas, los últimos momentos, las últimas sonrisas.
Deja correr la contramoción en fast rewind y avanza un poco más al pasado que ahora es su futuro: cuando nacieron los niños, cuando se mudaron juntos, la luna de miel, la boda.
Las escenas suceden cada vez más rápido. Ramón se siente cada vez más cansado: sabe que debería detenerse, un estado similar a la ebriedad le impide regresar al flujo normal de la contramoción. Aún así, todo le parece mejor en retrospectiva, como una cura a la enfermedad de la melancolía. Avanza hasta la época de novios: su cuerpo es más joven pero el alma le sabe a viejo. En la primera cita, la última, ambos ven una película que empieza con los créditos finales y el desenlace. Ramón besa a su pasada esposa y después la toma de la mano.
Cuando la película termina con el inicio, Ramón cierra los ojos y nace.
qué buen cuento =D, felicidades
Todas las mañanas pasaba junto a mí, nunca vi su rostro. Eso me agradaba. Imaginaba que ella no huiría de mí que tampoco tengo.
Caminamos llevando con nosotros los objetos más queridos. Discos. Fotos. Cucharitas de plata. Qué se yo. Al final de la calle nos esperaba el mar, con sus olas bailarinas y su sombrero de espuma. Cuando llegamos a la playa, cada uno se puso bajo la lengua una moneda para pagarle a Caronte. Entramos al agua. Nos dejamos llevar.
Una anécdota de película
Según consta en la Historia documental del cine mexicano (UdG, 1993), los hermanos Zacarías se decidieron finalmente por un taller mecánico como lugar de inicio de la historia. Pedro Infante tuvo que dejar las azoteas y andamios (y “convertirse” en mecánico), y en semanas se puso al corriente la filmación. El propio Miguel Zacarías habría dicho que Necesito dinero (1952) era perfecta para abrir con tomas desde lo alto de la ciudad de México; una muchedumbre, por ejemplo, transitando en todas direcciones en un día como tantos de aquella ciudad efervescente: miles de cabezas al compás de Esperón y Cortázar. Pedro ya dominaba el trajín en las alturas de los andamios, y la Montiel, al fin conocedora, tenía ya seleccionados los sombreros para las primeras escenas.
El principal cambio fue la escena del encuentro: en lugar del camión, sería en plena calle donde los protagonistas cruzaran por primera vez sus miradas. Pedro bajaría de la construcción a toda prisa, caminaría cuidando del dinero y de la hora (pues en minutos cerrarían el banco), se abriría paso entre la gente y la cámara lo seguiría de perfil hasta el primer crucero, donde el encuadre tomaría el lugar de Pedro esperando detrás de Sara; acercamiento de la cámara hasta un close-up de la pamela, y la voz de asombro de Infante.
Hacer voltear a Montiel resultaba menos estético y risueño que ver a Infante en el piso de un autobús, cual niño, alzando lentamente la mirada para ver el rostro de aquellas inquietas piernas. El apodo, explicó también Zacarías, era un mejor guiño de las maneras de la protagonista —«dulce pero activa, tierna pero enérgica, y muy mujer de su casa», según el guión—, y ofrecía más posibilidades a las inflexiones de Infante: «¿oyen cómo taconea? ¡qué van a oír, bola de sordos!», «¡me sé sus piernas de memoria!», entre otras. Hechos los cambios, desde la primera mención del apelativo quedó clara la eufonía y el buen tino: una Sombreritos estaba muy por detrás del «¡Silencio, señores, silencio, ya va a pasar la Zapatitos!» exclamado desde algún sótano de la ciudad con vista a pantorrillas. Es más, dicen que Infante aprendió hasta reconocer de oído el caminar de sus compañeras actrices, sobre todo cuando les veía las piernas.
Irene
La gente caminaba como doblada por dentro. Los diferentes destinos los transportaban a un lugar en común. La soledad.
Ella iba a una entrevista de trabajo, acalorada y sin pretensiones. Se imaginó sentada en la oficina contestando el teléfono, vendiendo productos que jamás había probado. Despertar a las 5:00, bañarse, comer las sobras del día anterior y viajar durante dos horas. Todo el paquete incluido por $4000 mensuales.
Al tomar el microbús miró sus manos ya un poco arrugadas y con leves manchas cafés. Los zapatos gastados, el calor, la acongoja previa al momento de vender su alma.
Llegó al lugar y cuando entró, una mujer le pidió que esperara y se fue a otro cuarto. La oficina tenía las paredes sucias y las sillas gastadas. Llegó la mujer y con una mueca que insinuaba bochorno le dijo que el trabajo había sido ocupado.
Afuera de la oficina Irene sonrió, la suerte volvía a favorecerla. Compró el periódico y de camino a su casa empezó a encerrar en ovalitos rojos las vacantes.
Calls from ELISA.
& de pronto, la multitud empezó a caminar hacia la farola que llamaba.
Josefa Daza
Luz del Sol
Sentada a sus espaldas, diariamente y sin que ella lo notarla, acariciaba su obscura y gruesa cabellera con el suave ritmo de su respiración, el aire parecía estancado en esos momentos. Todos los días la observaba salir de su casa y sentarse en el mismo café, con el mismo vestido y con aquél sobrero que su madre le regaló antes de morir. Con las palabras al borde de los labios, día a día ideaba pretextos para no externarlas; sin embargo, aquella tarde de agosto supo que no podía esperar más. Ella estaba distraída observando la iglesia de siempre cuando la tomó de la mano y la llevó consigo a aquella bella casa en donde vivía. Tapizado aquel cuarto con miles de fotografías de sus movimientos diarios, supo que más nunca volvería a ver la luz del sol.
Lágrimas
Le decían «La llorona» y algunos, que optaban por ser más sutiles, la llamaban «La misteriosa». Cada día realizaba la misma ruta a paso lento, con su largo cabello negro y un sombrero de ala ancha. Caminaba con la cabeza gacha, su rostro un enigma, y a cada paso que daba caía una gota.
Cuentan los presentes, artesanos de la calle y comensales habituales de bares, que un día un viento fuerte sopló y su sombrero de ala ancha se cayó. Entonces vieron sus ojos claros como el agua de manantial. Cuando ella sonrió, sus músculos aprisionaron las cuencas de sus pupilas y el agua se desbordó. Y «¡qué belleza!», dijo un mozo, «cada vez que sonreía, lágrimas puras caían. Es una lástima que nunca más volviera a pasar».
Aquí a la vuelta.
Ni siquiera han preguntado mi nombre, sólo me señalaron, hablaban muy mal español al igual que yo, caminan muy rápido como si la prisa del demonio los persiguiera, como si les pesara lo que han dejado atrás o la recompensa en el futuro de sus pasos fuera grande.
Entre ellos van hablando en su lenguaje, cada tanto voltean como cerciorándose que todavía voy de tras de ellos, pareciera como si me quisieran dejar atrás. Y es que los callos de los pies no me deja seguirles bien los pasos. No sé todavía para que me quieran, no se los pregunte yo tampoco, solo me mostraron un par de billetes de esos verdes y ya nos pusimos de acuerdo aunque todavía no me los dan, aunque les insistí el pago por adelantado se negaron.
Tal vez compren cuadros o me quieran pintar encuerada, como le paso a una amiga mía. Quizás nomas les limpie un cuarto y yo queriéndome encuerar, o cocinar o a saber qué eso ya se verá cuando lleguemos. Me dijeron que era aquí cerca, pero ya llevamos veinte minutos caminado y la garganta ya se me puso seca y las axilas me sudan mucho. El mas pelón voltea otra vez como asegurándose que sigo ahí tras ellos, me hace una mueca y me muestra sus grandes dientes amarillos con los que me convenció.
Ahora hemos comenzado a subir unas escaleras de madera vieja, de esas que hacen ruido al pisarlas, ya en el tercer piso sacan unas llaves y entramos a un cuarto sin número. Adentro no hay nada o casi nada, solo un olor pestilente y montones de mierda por todos lados, alguna ya tiene mucho tiempo. Por fin ahora me miran con la atención de sus ojos grises o azules, me dicen que me ponga en cuclillas y que cagué ahí mismo frente a ellos, varias veces si se puede dice el otro.
DIANA LA CAZADORA.
Nunca quedará en claro cual fue el estímulo de su locura de consecuencias terribles, de ese estado y transformación de jovencita vivaz y serena en primitiva y huidiza vendedora ambulante de calles, si el nacimiento de su bebé, el miedo a los impulsos violentos del padre, la falta de seguridad de los hijos ante las demandas caprichosas del padre o una conjunción de ambas. Han pasado ya muchos años, Diana aún colgada de su pasado sale a la calle a vender, un marasmo familiar y legal que la colocaron en un lamentable proceso penal terminaron de desgraciarle el porvenir: acusada de homicidio luego de un procedimiento legal que no permitió consignar el mal del que la familia era portadora, la violencia y abuso de que fue objeto desde que nació hasta ese día de sus 13 años cuando parió sorpresivamente un niño en la barraca a cielo abierto a la cual solo se iba a defecar, la criatura cayó al piso y sufrió un traumatismo cráneo encefálico y murió. Ella no quería tener ese hijo ¿quién es el padre? Hay un silencio que habla desde entonces y no cesará. Han pasado 20 años, 8 de los cuales Diana estuvo en una cárcel para menores. Una fobia de Diana es que no puede vivir a cielo abierto, ¡extraño! Pero así es, a ella le lastima la libertad, es reservada, le da miedo la cotidianeidad, vivir entre largos pelos desordenados y un sombrero le da la ilusión de intimidad –que nunca tuvo- y de sentir una completud tejida por sus cuatro bastiones de vida: pudor, trivialidad, culpa y abuso. Capturada por lo que heredó del padre, impulsos violentos, fantasmáticas fisuras y ficciones de una ley incestuosa que la desbordó ha buscado siempre caminar un paso atrás de las personas. Hoy deambulan por la calle silenciosos los dos vendiendo lo que se pueda. Ella camina siempre detrás de Anibal, su padre. Marcar una necesaria distancia entre ambos, poner un límite es una tentación obsesiva de Diana. No cesa de hablar ese silencio interior, de ordenarle. Una legalidad fallida y fatalista se insinúa y anuncia en el rostro escondido y mirada torva de Diana bajo el ala del sombrero veraniego, aquella niña que fue privada de una legalidad ahora adulta le alimenta cada vez más la culpa parricida insoportable.
Errante
En tres días llegó a la capital del estado. Entre el tráfico de gente —ir y venir— marejada humana. Tiene los pies cansados, una sonaja, el sombrero de paja y la maleta. Pregunta por el juzgado del registro civil. «Aquí no es doña, vaya a la calle Independencia», dice un empleado de corbata y mirada indiferente. Ya no alcanza el dinero, queda lo justo para el acta de defunción y el pasaje de regreso al pueblo. Se detiene, coloca la maleta en el piso —está pesada—, suspira y acaricia la maleta: última morada de su chiquillo.
Los niños le decían «La Señora con Cabeza de OVNI»; los jóvenes, «La Señora con Cabeza de Pezón»; y los adultos, «la Señora con Sombrero de Mimbre». Ella a todos les decía: «¡Lleve las flores!».
No hay nadie dentro de mí, ya no existe amor u obediencia. Han seducido a mis obedientes amores, y sin Dios han encontrado una nueva iglesia.
No hay nada de raro en quitarse un sombrero y descubrir una cabecita poblada de mechas cafés, incluso rubias. Lo raro está en descubrirla de cabello y mostrar una bola de billar, tal como hizo Darla hace un año. No sé qué le dio que no dejo ni un cabello. Ella dice que catársis. ¿Catársis de qué? Eso es algo destructivo. Casi como rebanarse un brazo. De inmediato su mami y yo le compramos una peluca para ocultar «eso» del mundo. Decían que de todas formas, en cuanto se alejaba lo suficiente de casa, se le podía ver despojarse de la falsa cabellera a media calle. Y todo para mostrar «eso». ¿Lo tiene desde que nació? Dicen que no, que ella se lo hizo para hacer honor a una película o algo así. Yo no sé, pero Darla es buena niña, tanto que aún ahora que le ha vuelto a crecer el cabello siempre anda con sombrero como para cubrir el desperfecto. ¿O es sólo que ya no le interesa que la encuentren? ¿O es una forma de mostrarlo que no entiendo así como eso de que menos por menos da más?
Darla camina sonriendo, con su sombrero de flores en lo alto. Lo porta con orgullo desde el día que su cabello empezó a crecer. Es un símbolo de su triunfo después de haber logrado cargar a Carlitos, un chico de noventa kilos.
ONIRIA
Camina a un ritmo pausado en medio de la calle mientras mira el árbol plantado en la pequeña jardinera de la acera, es el mismo que veinte años atrás plantó junto con su madre en la entrada de la casa donde Laura vivió su infancia. A su costado pasan rebasándola un tumulto de gente que ella conoce, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, los tíos fallecidos, el tipo calvo del infomercial de shampoo anti caída, todos se dan cita en esa calle y sin embargo no intercambian ni una palabra.
Al otro extremo se ve la iglesia del Carmen alto (Oaxaca) donde se casó con Esteban, y donde bautizaron a sus dos hijas antes de que él la dejara un sábado a medio día por la vecina de enfrente. En la puerta de cuatro metros la espera su padre, sigue idéntico a como lo enterraron, hace ocho años. Se detiene en la esquina para cruzar la calle, no hace falta mirar a los lados ni esperar a que el semáforo se pinte de rojo, en este sueño no puede haber autos por que Laura siempre los ha detestado.
El adoquín de la calle pronto desaparece para dar lugar a la cantera que todavía años atrás adornaba el zócalo de Oaxaca. Cuando está frente a su padre, Laura se lanza a sus brazos mientras Don Agustín le besa la frente haciéndole cosquillas con su blanca barba de chivo que nunca se quitó. Entran a la iglesia tomados de la mano y en lugar de encontrarse frente altares y santos de yeso encuentran los muebles viejos de cedro que adornaban la casa del abuelo, y frente a la ventana que da directo al patio donde crecen los huajes están sentadas su madre y su abuela cada una peinando a una de sus hijas.
Iván Ramírez López
ONIRIA
Camina a un ritmo pausado en medio de la calle mientras mira el árbol plantado en la pequeña jardinera de la acera, es el mismo que veinte años atrás plantó junto con su madre en la entrada de la casa donde Laura vivió su infancia. A su costado pasan rebasándola un tumulto de gente que ella conoce, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, los tíos fallecidos, el tipo calvo del infomercial de shampoo anti caída, todos se dan cita en esa calle y sin embargo no intercambian ni una palabra.
Al otro extremo se ve la iglesia del Carmen alto (Oaxaca) donde se casó con Esteban, y donde bautizaron a sus dos hijas antes de que él la dejara un sábado a medio día por la vecina de enfrente. En la puerta de cuatro metros la espera su padre, sigue idéntico a como lo enterraron, hace ocho años. Se detiene en la esquina para cruzar la calle, no hace falta mirar a los lados ni esperar a que el semáforo se pinte de rojo, en este sueño no puede haber autos por que Laura siempre los ha detestado.
El adoquín de la calle pronto desaparece para dar lugar a la cantera que todavía años atrás adornaba el zócalo de Oaxaca. Cuando está frente a su padre, Laura se lanza a sus brazos mientras Don Agustín le besa la frente haciéndole cosquillas con su blanca barba de chivo que nunca se quitó. Entran a la iglesia tomados de la mano y en lugar de encontrarse frente altares y santos de yeso encuentran los muebles viejos de cedro que adornaban la casa del abuelo, y frente a la ventana que da directo al patio donde crecen los huajes están sentadas su madre y su abuela cada una peinando a una de sus hijas.
LA MEMORIA
Tilde Eufrosina va al mercado sin esperanza alguna. Estoy seguro de que ni siquiera sabe que va caminando. La han arrojado de la camioneta en marcha tres kilómetros atrás, apenas pasada la entrada a Agualos, San Torre. Se encargaron de quitar de su memoria los datos de su procedencia y, principalmente, el nombre del único que alguna vez se alegró genuinamente de su existencia. Llamar “amor” al sentimiento que aquél le prodigaba sería una mentira. A Tilde Eufrosina no la podía amar nadie.
En el mercado alguien la espera acuclillado bajo las cabezas de cerdo de la carnicería Goliat para despojarle de las ropas en un segundo. Le han indicado exactamente de dónde tirar. Tiene mosqueados los hombros pero ahí ha decidido quedarse. Se sabe de un pabellón ultramoral donde infaman a toda mujer que no les parezca decente. La empapan de sangre y la ornamentan con tripas para después corear “¡Furcia, furcia, furcia!”. A los niños les divierte mucho esa palabra. A veces sacan a la mujer al sol o la cubren con bolsas negras de basura para que sude. Luego la remiten a la oficina del administrador para continuar la expiación, de donde bien puede salir con un trabajo para ese mercado o para aquel otro del que poco se habla…
Trastabilla pero se repone. Los de adelante la ignoran. Si me estorbaran a mí directamente y fuera solo, ya les habría disparado. La figura apocada y el sombrero corriente de Tilde Eufrosina me recuerdan a mi madre. A los días de sol y a las peregrinaciones. A su dulce fatiga. Pero no puedo pensar en eso. Mi encomienda es sólo vigilar que esta mujer no desvíe sus pasos. Además siempre es doloroso que mi madre venga a la memoria. Me enojo conmigo y lloro. Por más que piense en ella, no puedo desahorcarla.
Camina rápido, no debemos permitir que suceda lo mismo, enloquecen si los tenemos más de dos horas fuera. ¿Te acuerdas del año pasado?, los destrozos en San Lázaro y en la Alameda fueron espantosos, terribles, aún quedan algunos rastros. No pudimos controlarlos, pero ellos insistieron, hasta nos amenazaron, les explicamos las consecuencias. No sabíamos cómo funcionaba el cuadro, estábamos investigando los grabados, el movimiento continuo de ventanas, porque sólo eso hay, ventanas que se abren y cierran cada cierto tiempo. Las luces que se encienden y apagan en cada cuarto eran las llaves. No sé en qué momento entendiste el funcionamiento, pero dime que piensas, te has mantenido callada desde que salimos de la plancha del zócalo. El sombrero no me permite ver tu cara, sabes que te quiero, contéstame por favor.
Casi llegamos a la vecindad de Donceles, nos esperan, ellos ya los detuvieron y nos los llevan para que les devolvamos su humanidad. Ésta la pierden cuando se quedan mirando el cuadro, brotan sentimientos de odio, el rencor acumulado se multiplica, es difícil calmar tanta rabia, sólo tú te atreviste a ponerles el paliacate. Mujer, dime que piensas, no bajes la cabeza, ya te dije que el sombrero no me deja verte. ¿Qué tienes? ¿Estas llorando nuevamente?, no sabía que tu hijo nos espiaba, a mí también me duele, pero cuando se quedó quieto, mirando la última ventana, no pudiste cerrarla. Tú sabes que tiene que pasar cierto tiempo, para poder abrirla nuevamente, hay que esperar que encienda la luz, y esperar que su alma regrese poco a poco a su cuerpo.
Ellos querían que lo dejáramos participar en la marcha, hasta lo vistieron con esta camisa azul, pero no quisiste, lo defendiste, hasta los amenazaste, solo así lo dejaron con nosotros. Mujer, ya casi llegamos, son unos metros, aguanta, los zapatos te están matando, ya te los quitaras. Los veo, nos están esperando, te lo dije, ya los juntaron como la última vez, te acuerdas, hasta cambiaron las leyes para que salieran rápido, no podían contenerlos, hasta los barrotes de las celdas las doblaban con facilidad. Sabíamos por las luces que algo pasaba, se prendían y apagan de forma demencial, fue aterrador, terminaste por tapar el cuadro. Esos días no pudimos dormir del miedo. Quisimos quemarlo, pero no pudimos, no sabíamos que nos vigilaban, por eso antes de prenderle fuego nos cayeron encima, nos golpearon hasta cansarse. Al fin llegamos, diles que les quiten las paliacates del rostro, pero que los agarren bien, ya se pasó el tiempo, están furiosos.
Recóndito
Vámonos Aurora, dejemos de luchar por el mar y vamos a escondernos en las palmas y en las rocas, para que tal vez nos pesquen y seamos más carnada, de los próximos, de quienes escapan para no ser como somos ahora. Mejor dicho, desfibrilemonos. Deshagamos las rosas para que el amor sea de nuestro color. Es decir, vamos a escondernos, en las rocas, para que no nos sepan capturar con simples teclas de marfil, o simples palmas. Palmadas que das para llamar mi atención cuando duermo. Cuando duermo y entro al sueño en el que acabo como mar y te encuentro.
Amár a un Mónstruo.
Confundída éntre la multitud, nádie notaría su cára desfigurada por el ácido.
Algúna véz con piél tersa y hermósa, Patricia hoy era motivo de espanto para quiénes le viesen de manera desprevenida.
No solía levantar la mirada. Caminaba siempre guiandose por las rutas que suponía en el suelo, protegiendo con el ala del sombrero a las personas que inocentemente pasaban a su lado.
Asi ella los hacía afortunados, permitiendoles pasar de largo sin tener que llevar a sus hogares esa grotesca y desgarradora imagen, ó peór aún, la intriga de lo que pudo sucederle.
Hoy ya vieja, Patricia desconocía completamente el significado del afécto. Simplemente no pudo disfrutar la incontrolable pasión que solo se experimenta durante los desequilibrios hormonales de la adolescencia.
Sin embargo, bien sabía élla, que tenía algunos extraños sentimientos, de los que tuvo cuidado de núnca hacerselos saber a nadie. Primero, de adolescente, aplastaba con su mano las flores de los jarrones que hubo alguna vez en su casa, después llegó a aplastar pajarillos, insectos y lagartijas.
La poseia un deséo incontrolable de producir muerte. Nádie sabía cuánta, ni siquiera lo suponían.
Sus padres asumían que creció y maduró, pero ella, en realidad, nunca entendió por qué aquélla niña, le bañó la cara de ácido. Marcela se llamába. Marcela Menchaca.
¿Acaso trataba con eso de alejarla de Alejandro?
Ciertamente solo una véz más, Alejándro la volvió a buscar. Después de visitarla en el hospitál, el póbre joven cargaría por muchas décadas con la frustracion de amár a un mónstruo.
Hoy Patricia, por fin levantó la mirada. Durante múcho tiémpo lo había esperádo y no permitiría que sus emociónes la delatáran, por lo que viendo de reojo, con el único ojo que le habia respetado el ácido, podía ver a aquella Niña ahora convertida en mujer, radiánte. Que caminaba orgullosa, felíz y también sin Alejándro.
Podía imaginar que así sería ella, de no haberse convertído en un despójo humáno.
Le corroía la envídia al ver en que se había convértido la niña que le robó todas las alegrias que le están reservadas a las personas normáles.
Lo demás fue titulares escandalosos durante algúnas semanas, por la viciosa manera en que fué asesinada Marcela. Durante ese tiempo la ciudad fue presa de la paranoia, alimentada por los titulares de los periódicos, que aseguraban la exstencia de un asesino monstruoso, deambulando por las calles solitarias.
Patricia sólo paseaba por los párques, con la cabeza gacha, buscando las flores mas bellas o algún pajarillo desprevenido.
Adoraba hacerlo.
RACIONAMIENTO
Un virus contaminó a una rata, que se lo transmitió a su vez a un gato, que estuvo en contacto con un perro, que infectó a una oveja, que contagió a una vaca que fue devorada por un oso. El germen se propagó con tal rapidez que destruyó la cadena alimenticia. En la tierra, la comida comenzó a escasear. Enseguida se vaciaron los estantes de los supermercados y las personas pugnaban por las migajas. En algunas zonas, reinaba el pillaje, el miedo y el desorden público. La gente sobrevivía como podía, a base de productos enlatados.
Cuando llegó la época de escasez, el gobierno comenzó a racionalizar los pocos recursos que quedaban. Así impuso las cartillas de racionamiento. Colas y colas de personas, que podían sobrepasar los treinta kilómetros, aguardaban frente a los edificios gubernamentales a que se repartiesen las raciones de alimentos para poder llevarse algo a la boca. La situación se volvió cada vez más dramática. El hambre y la desolación imperaban en todos los rincones del planeta. Era peligroso salir a la calle y por las noches se escuchaban gritos a todas horas.
Yo, como soy un superviviente, me las he ido arreglando con ingenio. Aun así, he adelgazado más de doce kilos en las últimas semanas y mi aspecto desastroso, se parece al de un náufrago. El hambre es una bestia atroz, indómita. Primero me comí los marcos de las puertas, los muebles del salón, la escayola del techo y, tras degustar las baldosas del servicio, casi pierdo los dientes. Hace unos días empecé a devorar mi biblioteca. Siete, de Chimal me supo a poco. Así que, para apaciguar el estómago, probé La torre y el jardín, Los esclavos y Cómo empezar a escribir historias. Pero quería más. De modo que seguí con Salinger, Larry McMurtry (me preparé un Hud, el salvaje al horno que me supo a gloria bendita), Poe, Richard Ford, Amparo Dávila, Julio Llamazares, Paul Auster y Sthepen King (que con sus relatos de terror me dejó una terrible congoja en el vientre).
Pronto los anaqueles de mi estantería se quedaron huérfanos. Me di cuenta de que los libros con más sustancia eran aquéllos que contaban dos historias. La primera se mostraba de inmediato ante mis ojos. Y la segunda permanecía oculta, a través de la elipsis y la sugerencia. Y esas novelas eran las que más me alimentaban porque además de saciar mi voraz apetito, estimulaban mi imaginación y conseguían engañar al paladar.
Hace unos minutos me acabo de comer un ejemplar del Quijote y ya empiezo a vislumbrar por todas partes gigantes de viento. Al menos es mejor eso, que lo que me sucedió la semana pasada, cuando tras engullir un ejemplar de Lewis Carrol me caí por una madriguera de conejo. Suerte que el animal no estaba infectado.
¡Toc-toc! Creo que están llamando a la puerta. ¿Quién será?
Porque en el edificio cada vez somos menos y, además, el vecino de al lado cada día que pasa está mucho más gordo.
Sussane
Después de deambular bastante rato por entre las callejuelas del centro, me encontraba fatigada y de bastante mal humor. Se suponía que este sería mi día, el día en que por fin disfrutaría de ser yo; pero después de tanto tiempo de estar reclusa en mi propio cuerpo creo que se me ha olvidado como se sonríe. Me pregunto, acaso alguien puede perder esa habilidad tan natural que poseemos por default, al parecer esta incógnita seria una más que tendría que almacenar en el subconsciente. En este momento tenia una preocupación más grande pues delante de mí se encontraba ese insulso pero asqueroso tipo, que con una sonrisa lasciva me tendía la mano para que lo saludara; me hice la occisa e intente pasar de largo pero el astutamente dijo mi sobrenombre:
– Susanne.
Yo me quede petrificada sintiendo como parte de mi autoestima se derrumbaba pues no me imaginaba que tendría que volver a escuchar ese nombre y si algún día pasaba esperaba que no fuera tan rápido, como pude puse buena cara, me detuve, gire y le tendí la mano, él retiro la suya de todas formas le dije:
-Hacia mucho que no te veía, no pensaba encontrarte por aquí.
Él con su tono sarcástico tan característico me escupió las siguientes palabras.
-Mujer soy un hombre de negocios viajo mucho así que no es raro que me veas por aquí, si en esta situación ves algo raro es que tu estés aquí, acaso no deberías estar calentando alguna cama en otro estado.
Con este par de frases yo me quede helada no supe que contestar solo baje la mirada y encogí los hombros, parecía que el disfrutaba de la situación tanto que volvió a dispararme una frase que termino por matar la poca dignidad que me quedaba.
-Esta noche si gustas puedes venir a verme, te aseguro que te daré una buena propina.
Con estas palabras deposito una tarjeta en mi mano y se alejo rápidamente hasta que se perdió entre la gente, mientras tanto yo me quede ahí mirando la tarjeta y pensando que nunca en mi vida había tratado con alguien tan triste hasta que empece a conocerme, tire la tarjeta y me aferre a mi sombrero para seguir caminando en busca de mi destino…
Van dos:
Una historia irrelevante
Esta es una historia tan irrelevante que el mejor personaje es un sombrero que vive en uno de los mundos donde los sombreros no pueden ni hablar y las señoras que los portan hablan hasta por los codos.
El sombrero de Catalina
Catalina iba caminando por el centro en uno de esos días muy soleados. Su sombrero empezó a hablar. Fue muy educado al principio pero pronto empezó a repetir lo que ella decía, luego lo que pensaba, luego lo que en realidad pensaba y así hasta que el sombrero empezó a decir las oraciones más extrañas, más ridículas. De regreso a casa, a punto de ser removido de su calidad de sombrero para sol, empezó a contar una historia de amor terrible. Catalina reconoció que trataba de su madre y un hombre que no era su padre. Se enojó tanto que se quitó el sombrero y éste se deshizo en sus manos; en el piso sólo parecía un montón de basura. El sol golpeó de lleno el rostro de Catalina.
Sombrero.
Ella ha tenido que salir a trabajar temprano, después del incidente desconfía de la noche y de las plazuelas, además siempre ha aborrecido el trabajo subcontratado. Dos hombres pasan pero ella no hace nada a pesar de que cree que los calvos son siempre clientes potenciales. Se siente incómoda con el sombrero, tanto, que trata de esconder su rostro a los transeúntes comunes manteniendo la vista baja. Siente la ropa demasiado normal, no sabe si podrá hacer su trabajo, si podrá salir de su vida cotidiana y entrar a lo laboral vestida así. El sombrero le parece feo por el color, como piel sudorosa , con la forma de pezón; se contenta sabiendo que se lo pone solo por necesidad, pensando en que a ella no le gusta para nada y lo compró de lo más barato sólo para salir del apuro. Sabe que ese accesorio no le importa, en el fondo lo aborrece por ser tan inútil, por haber sido una bella planta y haber caído en unas manos que lo único que hicieron fue retorcerla hasta dejarla así de maltrecha; sirviendo solo para entrar y salir del cráneo. Por la acera de enfrente una chica pasa, una jovencita, estudiante seguro. Y entonces lo ve a él avanzar rumbo a la chica y luego voltearse a verle las nalgas. Ella le sonríe desde su acera, el sonríe también, ella le guiña y el cruza la calle. Ella se levanta y camina contoneándose lo más posible, volteando pícara para asegurarse que él la sigue.
Ella está desnuda encima de él, con la piel sudorosa, mirando sus pechos ir y venir fijándose en sus pezones. Mira los billetes en el buró, se siente muerta y solo percibe como un roce cada vez que se clava en la cabeza, enrojecida, que sube desde las piernas del hombre.
El sombrero protector.
Siempre pensé que toda mi vida viviría en el lugar en que nací y que allí debía morir, como mis padres, como mis abuelos. Pero quedarse allá era estar vivo sin vivir. La pobreza y el abandono existieron siempre, pero ahora, el miedo nos hizo dejar nuestra tierra, a mí y a otros.
Esperábamos el amanecer sólo para saber a quién habían sacado de su casa durante la noche. Los que desaparecían, los “levantados”, nunca volvían.
Cuando salimos de allá nos marchamos a toda prisa, sólo con lo puesto. Lo bueno que con la carrera por el monte no perdí mi sombrero. Siempre lo traigo puesto, siento que me protege de todo, no sólo del sol.
Ahora camino por estas calles, cargando mis recuerdos como otros cargan en la espalda los productos que les dan el sustento diario o lo que se llevan con ellos a otro lugar, a otra vida.
Todos cargamos algo por el mundo, en la espalda o en el corazón.
—Tres meses. Bueno, ya cuatro en noviembre—me dijo sin siquiera voltearme a ver —. El señor de adelante lleva dos.
— ¿Pero cómo?
—Es que heredó el lugar de su abuelo— señaló una bolsa negra que cargaba el hombre de adelante. — Quesque ahí lleva una maquina de movimiento perpetuo que inventó.
El sombrero de la señora despedía un olor a sudor rancio, con este mentado calor todos lo hacíamos. La verdad es que ya ni me acuerdo cómo se sentía tener frío en invierno. Saqué un pañuelo para secarme la frente; la señora me volteó a ver.
—Cada día está más gacho ¿no? —Usó su sombrero de paja a modo de abanico—. Mi hija me trajo comida y ropa la semana pasada, me contó que en Rusia se desesperaron y ya despegaron a las colonias de Centauri.
Chequé mi celular. Lo hice por costumbre, no había señal desde hace un mes y los satélites que quedaban eran de uso exclusivo para las autoridades.
— ¿Y usted? — Me preguntó.
— ¿Perdón?
— ¿Qué se trajo?
—Unos diarios de Frida Kahlo.
— ¡Achís!
— Me tocó turno de guardia el día que saquearon el museo. También tenía unos bocetos pero los cambié por tres rotoplas llenos hasta el tope de agua limpia.
— ¿Y a poco con eso le van a dar lugar en la nave?
—Pues se supone que ahorita andan rescatando todo lo que tenga valor histórico—agarré con fuerza mi portafolio—. Ya ve que fue de lo primero que acabó en la pira de las vanidades.
—Es que con estas filas más vale tener algo que valga mínimo un boleto—me dijo—, desde aquí todavía son tres cuadras a la oficina de intercambio.
—Nomás necesito uno.
—A mí sólo me falta uno.
La señora chifló con fuerza y acto seguido sentí un golpe en la nuca; se habían robado el portafolio y mi única oportunidad para escapar de la tierra. Estaba de espaldas sobre la banqueta ardiente. Mi último recuerdo consciente fue el sol abarcando casi todo el cielo: rojo, gigante, moribundo.
¿Por qué mirar a rostros de desconocidos?, ¿será que son cuerpos que se mueven mecánicamente siguiendo al de adelante?, ¿cuentan alguna historia, hormigas en la acera, los autos, el resto de la gente? -me preguntaba mientras me dirigía al mismo trabajo aburrido de siempre.
«Deja tú lo bonita…»
Fui a desayunar a unos tacos a los que voy desde hace más de diez años. Confieso que dejé de ir un tiempo porque la dueña era demasiado platicadora y usaba un sombrero horrendo que la hacía sudar a chorros; hasta que hace poco me enteré que la doña abrió otro puesto «de antojitos» lejos del rumbo, y que su hijo se había quedado con el puesto de tacos. “Ojalá que el hijo no resulte igual de fastidioso y sudoroso que su mamá”, pensé, y me monté en la bicicleta.
Al llegar pedí cinco tacos de frijoles con papa. “¿Refresco?”, me preguntó quien supuse que era el hijo de la señora platicadora. “Si tienes agua, te pido agua, por favor”, respondí, y me senté en una mesa.
En eso salió una niña de unos cinco o seis años de una puerta con tela mosquitera. Cargaba un bote con agua. Le di las gracias, le sonreí y le acaricié el cabello cuando me lo entregó. Su papá le gritó desde la parrilla: “¿Cómo se dice, Abril?”. “Ponada, señor. ¿Quere otacosha?”, me dijo. “Nada, Abril, muchas gracias”.
Terminé de desayunar y me puse de pie para pagar. Abril llegó a mi mesa de la mano de su padre con una bandejita de color negro y el ticket en la otra mano. “¡Gracias, Abril!”. Pagué la cuenta y le di unas monedas de más. “Qué bonita estás, Abril”, le dije. El papá se agachó, le murmulló algo al oído y la niña me dijo:
-Deja tú lo bonita: ¡lo Americanista!
.
Mejor suerte en tu otra vida, Abril.
Ahora que ya no tenía a nadie en quien perderse, decidió que era hora de encontrarse a sí mismo.
Me pidió espacio y me puse mi traje de astronauta para tocar estrellas.
PERO…
Odio el sol pero me encanta el mar
Me encanta el mar pero detesto a los peces
Detesto los pescados pero me encantan los mariscos
Me encantan los mariscos pero no voy a las marisquerías
No voy a marisquerías pero me agradan los restaurantes
Me agradan los restaurantes pero desconfío de los meseros
Desconfío de los meseros pero creo en los valet parking
Creo en el valet parking pero me dan risa sus uniformes
Me dan risa los uniformes pero me gustan los sombreros
Me gustan los sombreros pero más me gustan las damas que los llevan puestos.
Ya ni nos acordamos para dónde íbamos. Pero de dos cosas estamos seguros: íbamos apretados, y estábamos apurados.
Para cuando alguien gritó, ya varios nos habíamos dado cuenta (y cagado de susto). Una señora se desmayó y todo (cuando terminó de entenderlo). Por alguna cosa del destino, un alumno de física iba en la micro y nos explicó el asunto (a los que quisimos escucharlo).
Un pliegue dimensional es cuando dos puntos del espacio se contactan y hacen que su distancia en la dimensión superior sea 0. Algo así tiene que haber pasado, algo así como para que cada tres cuadras se nos vengan repitiendo las mismas tres esquinas desde no nos acordamos cuánto. Un tipo se bajó emputecido. El resto de nosotros todavía conservamos la esperanza de llegar a la hora (si es que el tiempo también se pliega). El tipo ya se aburrió; está sentado en la segunda cuadra, en el portal bonito. Debe ser una lata terrible ver pasar los mismos autos todo el tiempo.
Alexis
Caía la lluvia, era invierno, se entretenía en el zapping de la Tv, sin sentido alguno, sin esperar nada a cambio, sin desear el transitar del tiempo, sin buscar el olvido.
De pronto alguien llamó a su puerta, Rocío se sorprendió de ver al cartero frente a ella, ni siquiera creía que existieran personas que aun mandaran cartas.
Al abrirla le fue imposible leerla, estaba en inglés y Rocío no tenía siquiera las nociones básicas de aquel idioma. Por un momento quiso olvidarse de ella, más la curiosidad la obligó a esforzarse e intentar, ante su ineficacia terminó por utilizar un traductor de Internet.
Ya traducida, Rocío no entendió ni la mitad del contenido sólo comprendió que era de un tal Alexis, se refería a temas económicos y financieros. Al creer que era algo importante decidió mandar una contestación y así comenzó su aventura.
De una carta de disculpas pasaron a una de saludos cordiales, los párrafos correctamente estructurados se convirtieron en páginas coloquiales, los comentarios formales se volvieron confesiones personales y los párrafos en prosa cambiaron a versos y poemas.
Así, hasta el día en que finalmente se conocerían, Rocío decidió que el encuentro sería en su cafetería preferida, mismo lugar que ofrecía servicio de cómputo y que ella usaba para traducir las cartas. Por su parte Alexis eligió el distintivo con que podrían reconocerse.
Llegado el día y la hora indicada Rocío se llevó una gran sorpresa; comprobó que los traductores no son confiables, descubrió que la palabra «hat» no distingue entre sexo y lo más importante aprendió que Alexis es nombre de hombre… y también de mujer.
Refugio era el encargado de cobrar en los baños y dar los trocitos de papel. La iglesia de enfrente usaba una parte de las limosnas en mantener limpio el único lugar del pueblo que era más visitado que el templo. Quiso la suerte que ese día, ante el calor del día, y lo sinuoso del camino para llegar, cinco camiones repletos de turistas llenos de comidas exóticas, refrescos y aguas frescas, buscaran dónde canjear tres o siete pesos o diez por un alivio más allá de lo espiritual.
Refugio se hizo bolas con el cambio que a los clientes ya les había dejado de importar. A veces entraban hasta tres personas a un mismo baño y algunas tazas dejaron de funcionar eventualmente. Todo el centro del pueblo se hizo de una fila a la que hasta a los locales les daban ganas de unirse. Fue entonces cuando Refugio vio, enfrente de su puesto, que una chica, enfadada por la fila y muchas otras cosas, caminó hasta la entrada de la iglesia, intentó sin resultado abrir la puerta.
En la esquina y como si ella pensara que nadie podía verla por magia o por algún matorral ardiente bajo el que ella se imaginaba, bajó su pantalón, se puso en cuclillas y su orina recorrió desde la cantera del templo hasta donde la gravedad y la sed del adoquinado lo permitieron. Un mosquito aprovechó para picarle a Refugio en el empeine y su rascarse llamó la atención a la muchacha. Ella se levantó, puso su ropa en su lugar y lo miró sonriendo. Él devolvió la sonrisa por un instante y siguió trabajando en el corte de papel y el cobro. Ella se acercó, dijo gracias y le dejó una moneda de cinco.
Saturnina
Sobre su cabeza reposa, sin saberlo ella, un universo lleno de galaxias. Tiene por eje eso que llamamos mente. Saturnina, también sin saberlo, es la responsable de un sinnúmero de mundos, cada uno con incontables vidas y civilizaciones. Y aún más infinita la vida microcósmica que ahí alberga, a nivel molecular, celular, atómico, subatómico… Y todo para que el día que Saturnina pierda la cabeza por un malnacido se vaya todito ese universo al carajo.
[…] aquí los ganadores del concurso #92 de esta bitácora. Esta vez hay un triple empate: ganan el cuento sin título de Roberto Wong, con su eco de Carpentier o Zelazny; la microficción de Z, un pequeño cuento de […]
[…] aquí los ganadores del concurso #92 de esta bitácora. Esta vez hay un triple empate: ganan el cuento sin título de Roberto Wong, con su eco de Carpentier o Zelazny; la microficción de Z, un pequeño cuento de […]
[…] (Publicado originalmente para el concurso #92 de Las Historias) […]