Como cada mes, esta bitácora convoca a su concurso de minificción (o microrrelato). Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»]Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 29 de diciembre. Quedan invitados.
Y, aprovechando, les deseo felices fiestas, si las celebran, y un mejor 2013 del que esperan.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
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En esta vida me tocó ser un Pac-Man cazando fantasmas. Y a ella le tocó ser mi laberinto.
Información Bitacoras.com…
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Venganza perra
Recibir un disparo en el estómago es de las peores cosas que te pueden pasar. Y más si lo recibes de un tipo como Ricardo, «el Tapón», o como le llamaban en el barrio, «Ríchar, el esmirriao». Que te deje seco un imbécil como él es humillante. Maldita manera de morir, pensé, a manos de este tarado de mierda. Y todo por un pequeño cargamento de hachís que debía cuidarme durante unas horas, un paquete del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, una mierda, vamos, pero que no quería llevar encima el día que tenía que firmar en la comisaria. Como todos hacíamos se lo dejé al Ríchar, para eso lo usábamos, para esos recados, era lo suficiente cobarde como para no atreverse a engañarte y lo suficientemente retrasado como para que la poli lo dejara en paz. Era nuestra cueva de Alí Babá, nuestro zulo, que el Ríchar, a pesar de todo, tenía donde caer muerto, un apartamento minúsculo que heredó de su madre y que tenía repleto de basura y perros. Porque a eso dedicaba su tiempo, a ir recogiendo cualquier mierda que se encontraba y cualquier chucho pulgoso. ¿Y para qué, Ríchar?, le decíamos, si todos te salen corriendo, si te acaban abandonando, ni los perros te quieren, jodío. Decían las malas lenguas, que en el barrio son las buenas porque solían saberlo todo, que el Ríchar violaba a los perros, que por eso solía recoger hembras, quién sabe, yo ya me lo creo todo, pero también es posible que ni los perros quisieran vivir en aquel estercolero, que prefiriesen la calle antes que vivir encerrados entre una Mierda de 30 metros cuadrados. Mira, Ríchar, a mí siempre me ha importado un cojón tu puta afición a esos perros, ni lo que hicieras con ellos, pero si un puto chucho pulgoso de los tuyos sale corriendo con mi hachís en la boca, ¿qué quieres que haga? Pues lo que hice, darle una patada en el costado. Qué iba a saber yo que eso iba a matarlo, ese perro estaba tan hecho mierda que se habría muerto de un estornudo, joder, no tuviste que sacar la pistola, esa que te encontraste en el callejón donde nos citamos, el callejón de los Meados, tu lugar favorito, allí donde siempre ibas porque sabías que encontrabas a tus sucios perros. Ya, ya sé, ya ví tu puta cara de susto cuando apretaste el gatillo sin querer y salió una bala, ni tú mismo te lo esperabas, ni te habías fijado que estaba cargada. Jodido Ríchar de los cojones, ¿tanto lloriqueo por un puto perro? ¿Tanto ataque de histeria por eso? No me jodas, hombre, no me jodas… Y encima te largaste, seguro que con los pantalones cagaos, te largaste y me dejaste allí tirao, retorciéndome de dolor, muriéndome entre meados y cagadas de chuchos, qué forma más puta de morir… Pero el karma está de mi parte, puto Ríchar maricón amante de perros, ¡y tanto que sí! Ya me has visto, tú con tu sombrerito lleno de roña y tu mochilita a la espalda, como siempre, tú con tu cara de baboso cuando ves a un perrito, como tú los llamas, me has visto y yo me dejaré querer, y me llevarás a tu infecta casa y cuando te duermas, ya verás, Ríchar, cuando te duermas te morderé los putos cojones hasta que te desangres. Y justo antes de ese instante, cuando vea que la muerte se te está llevando, te diré que he sido yo, que he vuelto para vengarme, aunque tú no entiendas otra cosa que un aullido perruno, esos que siempre te encantó escuchar.
El callejón.
Seguí caminando. La calle se volvía cada vez más angosta. Me acercaba a un alto muro de ladrillos. Di media vuelta, dispuesta a desandar el camino. Y ahí estaba él, sonriente. Te acompaño, me dijo.
Supe que ya no habría marcha atrás.
Geometría
No era la perspectiva. En realidad las paredes sí se unían en el fondo en un ángulo agudo y absurdo. Regresó tras sus pasos pero ya era tarde: un muro tapaba lo que antes había sido el lado abierto del triángulo.
La monstruosa decepción
Fui un orgulloso monstruo, pero todo ha acabado. Ahora no soy más que el remedo de un ser… soy un humano.
TRAICIÓN
A veces, las sombras eran traicioneras: abandonaban a sus dueños para transformarse en fieras.
Me voy quedando ciego pero no puedo dejar de ver. Se es feliz de la peor forma posible, piensa. Ve un círculo, sin bordes. Ve un borde, sin círculo. Dicen que cuando a uno le mutilan un brazo o una pierna, se sigue sintiendo. ¿Cómo mover lo inexistente? Se quedó ciego, de la única manera posible: viendo.
La casa
Ya no hay forma de que llegue a tiempo a clases. La maestra los llamará y ellos se pondrán a gritar y se echarán la culpa mutuamente. Y hasta se olvidarán de castigarme.
Camino del colegio pasé por la casa abandonada, me asomé a los ventanales y vi un sombrero tirado en el piso. Le eché una mirada en mi muñeca al reloj y supe que no tenía tiempo. Entré por la puerta de atrás.
En la cocina había basura y en la sala habían dejado un sofá sin cojines y con la tela rota, los resortes salían como tripas oxidadas. Cogí el sombrero, me quedaba grande, así que lo guardé en la mochila. Me acerqué a las hilachas que quedaban de lo que había sido una cortina. Quería espiar el mundo de afuera, el mundo de las casas y las cosas no abandonadas. No pasaba nadie. Entonces me di la vuelta y me metí en el pasillo, quería explorar un poco más, a lo mejor encontraba algún objeto viejo y por eso mismo fabuloso, algún juguete partido. A lo mejor me topaba con alguna persona abandonada.
Al principio me pareció un poco chistoso que el pasillo fuera tan largo, luego el techo se acabó y las paredes se fueron haciendo cada vez más altas. Ahora vuelvo a mirar el reloj. Voy a llegar realmente tarde. Ya los imagino diciéndose groserías, por eso camino un poco más, incluso tengo ganas de correr, y lo hago hasta cansarme. Miro mi sombra en el suelo y recuerdo, como si hubieran pasado ya muchísimos años, las veces que ella me pedía que me cuidara del sol cuando salía a jugar al parque, las veces que él me lanzaba la pelota. Abro la mochila y me pongo el sombrero, que me encaja perfecto en la cabeza.
Una vez más, la certeza de haber pasado por el mismo lugar punzó en sus entrañas.
Más, como siempre, terminó por convencerse de que eso era imposible, ya que ni siquiera había llegado al final del camino.
No pude enfocar nada más que lo que escondían sus manos.
– Arriba las manos cabrón.
– Llévate lo que quieras pero por favor no me lastimes.
El Loco Manuel cumplió su palabra, se llevó su aliento, sin lastimarlo.
Adiós
El whisky, las hojas de tejo, la cazuela para macerarlas, el colador… tal y como me dijo aquella mujer. «Arránquela entera, hombre», me dijo también. «Déjese de hojitas y llévese esa planta del demonio, que ya se me ha llevado dos caballos y el ternero que esperaba». Cuántas hojas hacían falta no dijo. Todas las que quepan en la cazuela, supongo. Me puedo parar hoy a coger alguna más, antes de entrar a cambiarle el turno al otro guardia. Ayer la mujer me estaba poniendo nervioso y me marché por no oírla más. Suerte que me contó lo del alcohol. «Pero no se las vaya a comer, hombre, que no es usted un caballo», rió. «Póngalas un rato en whisky, que hace con el tejo lo mismo que con los hombres: le saca lo peor que llevan dentro». Supongo que hablaba demasiado, supongo que no le gustan demasiado los guardias fronterizos. Sus razones tendrá. A mí tampoco. Da igual. Hoy ya da todo igual: la mujer, la frontera, los de allá decidiendo quién sí y quién no, con sus leyes de mierda fabricando ilegales acá. ¿Ilegales?, ¿la desesperación es ilegal?. A la mierda todos. Y yo, en el centro, en el limbo, libre sin serlo, sin ya saber si pertenezco a allá o a acá. Nada es mío: ni la mierda que tratan de proteger de un lado, ni la desesperación por conseguirla del otro. Tanta lucha por vivir. Vivir. Eso es lo único que es mío. Mi vida. Y si este tejo me va a parar el corazón, habré conseguido tomarme la mayor libertad que puede tomarse un hombre. Disponer de su vida. Dejo las hojas a macerar un rato, y en cuanto vuelva, las cuelo.
Hoy es día tranquilo, a pesar de que estas nubes habrían ayudado a más de uno a enfrentarse al desierto . En cuanto llegue al puesto doy cuenta del whisky y me voy por donde he venido, si es que nadie sabe de dónde hemos venido. ¿Pero qué…?. ¿Quién es aquel hombre que está en el puesto?. Si el turno no acaba hasta dentro de dos horas. ¿Qué le pasa que se retuerce?. ¡La puta que me parió!. ¡Pero qué ha hecho, hombre de dios!, ¡se lo ha bebido!.
Dédalo
El ladrón huyó de la policía hasta llegar a un callejón. Continuó corriendo y vio que éste parecía no tener fin. Se detuvo confundido y molesto. Saltó para asir la barda y trasponerla pero ésta crecía extrañamente cada vez que saltaba. En los dos lados. Con riesgo de encontrarse a sus seguidores dio media vuelta y corrió para hallar de nuevo el sitio por el que ingresó a ese extraño lugar pero notó que también en este sentido el callejón parecía no tener fin. Aceleró el paso y por el esfuerzo inaudito cayó al piso, exhausto. Una vez tirado en el suelo se incorporó de inmediato presa del pánico al escuchar, cada vez más cerca, el inconfundible bramido de un hambriento Minotauro.
En los ojos de las aves hay futuro.
Sobre su nítido tronco una gota de agua comenzaba a bajar. La esquirla de vida buscaba sumarse al plato de agua que el maestro dejaba en el jardín para las aves con el vuelo seco, pero ese día el contenedor no era para los pájaros. Deslizándose por la hoja del fresno más cercana con forma de mano dadivosa, saltó hacia sus hermanas aglomeradas, y cuando cayó al tazón, quebró el tenso cristal líquido en círculos que se seguían como anillos de humo lanzados por un consumado fumador, esta vez, desde el fondo de una boca de barro, y que al topar con las paredes volvían, también ellos, partidos.
Las ondas se calmaron, y me mostraron a mí mismo encerrado entre dos muros que se iban cerrando, yo corría intentando escapar, a tramos parecía inevitable mi muerte, en otros momentos, la distancia de la muerte era holgada; los muros eran un metal dilatándose y contrayéndose, o una serpiente viajante.
¡Qué fría la mañana! el maestro seguía a mí lado con la vista fija en el agua, en eso, sentí que dos puntos como corcheas, aplastaban mi remolino de cabello, eran dos chispas de lluvia, miré a la calle y no pasaba nada, sería por que corría perpendicular al jardín. Entonces miré de nuevo al maestro, y ondeaba, yo igual, ¡qué estrechos los arbustos! ¡qué dolor el de nuestros cuerpos doblándose al igual que un ofidio avanzando!
Que éramos futuro, y que las aves eran quienes consultaban el oráculo. Estaba cansado, y bebí un poco de agua.
ATRAPADO
Desde hace meses estoy encerrado en un laberinto, no sé salir y un hombre con bigote y sombrero me persigue. Sé que viene a por mí y quiere matarme. La otra noche estuvo a punto de darme caza, pero a última hora, logré darle esquinazo. Aun así, me hallo en peligro. Ayer tuve una idea para escapar de esta cárcel de muros de hormigón que parece no tener fin. Se me ocurrió deshilachar el jersey hasta convertirlo en un ovillo. Después lo ataré a una piedra y lo iré soltando a través del laberinto de calles estrechas y sinuosas. Así evitaré perderme y recorrer dos veces el mismo lugar. Algún día, digo yo, encontraré la salida. Con todo, por más vueltas que le doy, no consigo entender qué le hecho a ese hombre y por qué quiere asesinarme, si yo solo soy un pobre minotauro.
EL MECANISMO
Oí unos terribles chillidos que parecían venir del final del callejón. Como un autómata, me puse el sombrero, escondí un cuchillo en la gabardina y bajé. Me acerqué con mucha lentitud. Una mujer gritaba de pie ante el cuerpo tendido de un hombre que sangraba profusamente por el pecho. Parecía estar muriendo. Apuñalé a la mujer hasta el mango y subí arriba. Nada más llegar, volví a oír gritos en el callejón. Eso me hizo volver a bajar. Otra mujer chillaba ante los dos cuerpos tendidos. Le hundí el cuchillo en el esternón. Volví a subir. Oí de nuevo gritos, de otro hombre. Lo mismo. Volví a bajar. Le apuñalé. Sucesivamente, fueron cayendo todos. Absolutamente todos. Créame que yo soy el que menos lo entiende. Sólo sé que era un frenesí inexplicable. Un no parar. Los gritos empezaban exactamente cuando introducía la llave en la puerta. De reloj. Daba media vuelta y volvía a bajar. Es sorprendente la cantidad de gente que uno puede llegar a matar si entra en uno de estos bucles. Al final casi tenía que rodear como podía una montaña de cuerpos para llegar a la nueva víctima. Algo terrible, espantoso. No se lo puede ni imaginar. Solamente quisiera que alguien me diga qué es lo que pasó ese día. Entenderlo un poco, solamente pido eso. Subir las escaleras, bajarlas, apuñalar a alguien, volver a subir… Eso no puede ser normal. Dudaré de muchas cosas, pero de eso no.
¡¡¡Está buenísimo!!!
Si, me gusto mucho.
increíble!
Gracias 😉 @odradek1
Historia verdadera de la prohibición. Siglo XX. (fragmento).
A Shady Bertolucci le debemos un millón de sueños de opio en la Costa Oeste. Ignorado olímpicamente por la historia, recientes investigaciones exhaustivas – y un oportuno soplón redimido – han logrado finalmente identificarlo como el principal traficante de China a Estados Unidos durante los cincuenta.
Esquivo y huraño, parecía una sombra o una historia, sus vínculos con el mundo eran mínimos. Aunque apenas es seguro que existe, no se sabe donde vivió, es posible que en Cantón o en California, algunos incluso aseguran que en ningún lado, más bien en el mar.
La rata fue, dice, su contacto en China. Lo describe como el hombre más extraño que jamás conoció. Que sólo se veían una vez al año, en la Gran Muralla China, Shady siempre iba enlutado y nunca miraba a los ojos, intercambiaban algún par de frases y eso era todo. – En medio de la maldita Muralla – El soplón enciende un cigarro, saca una fotografía y un sombrero y se dispone a contar la historia.
Punto ciego
Desperté entre cajas de cartón y guacales, a las puertas de los baños abandonados de la calle de Santa María, al lado de una teporocha regordeta, muy pasada, que me ofreció un trago de lágrimas de cocodrilo. Recordé que, el día anterior, en la calle de Mesones, los edificios habían desaparecido. Me extrañó la ausencia de ambulantes y peatones, y decidí regresar al Zócalo, pero no fue posible: me encontraba en un largo callejón de perspectiva incierta. Tuve una vaga sensación de irrealidad y, como un escalofrío, me salió al paso un cocodrilo. “Forastero, ¿qué hace por aquí estas horas? Esta zona es peligrosa, particularmente en el punto ciego de la tarde. Si pierde el camino, el camino lo perderá a usted”.
[Prendan las veladoras]
“…conciencia ciudadana que —no obstante etapas de apatía y cinismo— crece con regularidad, tolerancia que se vuelve un “ecosistema” psicológico, moral y cultural, extravagancias que de tan multiplicadas ya no se advierten, violencia que es consecuencia del capitalismo salvaje, de la naturaleza humana, del neoliberalismo, del tamaño de la urbe y de los roces de la aglomeración…”
(‘APOCALIPSTICK’-Carlos Monsiváis-)
UN HERMOSO DÍA PARA MORIR en EL BOLERO DEL FIN DEL MUNDO
Él se acerca sigilosamente como un felino. Su amada con sus rodillas en el piso y sus manos arreglando y regando las plantitas y las flores. Ella sabe cuánto él ama ese jardín. Y es que para su amor una planta que es capaz de florecer es la más bella de las metáforas. C’est la vie.
En una ciudad sin color un zombi se reconoce por sus características cerebrales. En esta tierra de zombis donde reina la apoplejía de ideas sus habitantes celebran/quieren celebrar/no saben celebrar el día del fin del mundo. Boca con labios incapaz de pronunciar la palabra viva; labios distantes del poder transformador de un beso.
Y quizá aún no se acabe el mundo, pero los amantes, siempre preparados, disfrutan cada vez el último instante. Ellos, los revolucionados del beso, transgresores de la hora apática listos para morir. Si viene el miedo que nos encuentre besándonos; entonces así, el amor, en un acto de insurrección irá más allá de cualquier dictadura. Porque como dijo el poeta “UN MUNDO NACE CUANDO DOS SE BESAN”.
[La gloria eres tú]
Al despertar, apenas abro mis ojos y veo en el callejón a mi abuelo con su sombrero antiquísimo. Pero el ya no vive, de algún modo que no llego a comprender lo miro, y cada vez su imagen queda grabada en mi cerebro por mas segundos, y me imagino una historia de el y yo en el callejón cercano a casa, «jamás te encorves ante un difícil acontecimiento, enfrenta la adversidad erguida», y es que últimamente ya me estaba poniendo Gibosa al pasar por el callejón….
¡Ya nos encontramos!
… me has buscado con la razón desgastada que es la consecuencia de mis actos, que por que lo merezco, que por que me tienes que llevar, así nada mas… sin pedirme nunca explicación, sin un poquito de duda ni perdón, pero mas de una vez me escape, me reí mil veces de ti, a mentadas a como sea pero siempre me escape de ti y tus razones… mira nada mas en donde vine a caer, tantos años escondiéndome y aquí en este callejón te encuentro de frente, podría echarme para atrás, pero ya va siendo hora, te la debo, ¿no? Tienes una actitud extraña, como de miedo… ¿yo debería tener miedo? Que importa, aquí me tienes, y muy decidido a enfrentarte, ¿que haremos, que harás?, ¿que sigue?… tu y yo teníamos tanto que resolver, -¿o tu tienes que cumplir?- tanto que te huí, tanto que me escape… aquí estoy esperando lo que sigue, pues tu dirás… ¿como lo vamos a resolver?
Instrucciones:
Tienes la respuesta pero tu nunca vas a hablar. Sabes que no quiero pasar al otro lado y a ti no te interesa seguir avanzando. Y ahora por tu culpa aun no tenemos nada, así que podemos seguir aquí el tiempo que haga falta. Cuando alguien más al fin lo logre, escucharemos su nombre y sabremos los dos que hemos perdido.
Para mí, este es muy bueno
Moribundo.
Fue cerca del final cuando comenzaron a fallarme las fuerzas, sabia que estábamos perdidos y era necesario que estuviera con él, pero no solo me costaba ver, sino que mis pensamientos se negaban a obedecerme; incluso las dolorosas punzadas empezaban a ser insuficientes para mantenerme despierto por mucho tiempo. Lo único claro fue aquella figura ante mí, con su lento e inusual paso dándome el tiempo suficiente para distinguirlo a pesar de la oscuridad, el sombrero de ala ancha y la chamarra de piel; pero eso fue todo, mi pobre luz se extinguía definitivamente cuando me acercaba a su oído y lo escuchaba maldecir:
-esto es increíble ¡la batería siempre se muere cuando mas la necesitas!
Instrucciones:
A toda prisa y con el tiempo contando, nos encontramos a mitad del camino. Sabes que no quiero pasar y a ti no te interesa seguir avanzando. Ya encontré lo que buscaba, pero tu nunca vas a hablar. Podemos seguir aquí el tiempo que haga falta. Cuando alguien más al fin lo logre, escucharemos su nombre y sabremos los dos que hemos perdido.
Hace días que tengo esta cefalea. Ni las aspirinas ni el café han menguado mi desdicha. Pensé en la meningitis, pero, menos el dolor de cabeza, no he padecido algún otro síntoma y un tumor… un tumor me tendría postrado en la cama. Ahora voy camino al doctor.
Me demoro frente a un callejón que, de algún modo, me recuerda a la cinematografía de Lynch. Del lado opuesto del callejón entreveo la clínica. Usualmente doblaba en la esquina y rodeaba la cuadra, pero hoy necesito urgentemente drogas para paliar el dolor. Entro a la calleja y, a mitad de camino, un hombre de bigote y sombrero sale de un enorme contenedor de basura y se cuadra ante mí. ¿Qué quiere?, pregunto un poco asombrado. No sé que es lo que quieres, responde. Déjeme pasar, digo, el dolor se intensifica. Tú me has vedado el paso, quítate, arguye. ¿Qué?, interpelo azorado. ¿Qué?, contesta. Voy a la clínica, deme el paso. El dolor, la cefalea. Sí, hiere. Es una cuestión perentoria. Lo siento, ¡Qué quiere de mí! No tengo tiempo para esto. El tiempo, algún día también me afecto. Me da una llave.
Cruzo el callejón. El ala del sombrero se me ha ladeado un poco. Lo acomodo. Entro a la clínica. El reflejo en el cristal de una de las puertas me devuelve el rostro. Necesito recortarme el bigote. Pregunto por la habitación 2-05. Subo las escaleras. Llego a la habitación, abro la puerta. En la cama está mi sobrino con una intravenosa en el brazo, hace varios días que le diagnosticaron meningitis. La fiebre lo consume.
[Introduzco la llave en mi ombligo, se me abre el vientre cual puerta cancel y adentro encuentro un feto, el feto a su vez tiene una diminuta cerradura junto al cordón umbilical, la llave en mi mano se hace más pequeña, la inserto en el gozne del feto y en el interior hallo esto: una fotografía ensangrentada y con los bordes difuminados de mi tío al que no veo hace varios meses. El feto comienza a chillar]
Ahora ya no corro; sé que nunca alcanzaré el final del corredor como también sé que el hombre que me persigue nunca va lograr atraparme.
Sin salida
Me miró. Lo miré. Nos miramos. Él era yo. Yo era él. Ambos tan diminutos. Ambos grises de ira. Entre la línea del todo y de la nada. Entre la línea de la nada y del todo. En medio del callejón de la Existencia. Listos para rebanarnos la yugular. Dispuestos a sacarnos las entrañas. Sin embargo…
Me miró. Lo miré. Nos miramos. Él era yo. Yo era él. Ambos tan diminutos. Ambos grises de ira. Entre la línea del todo y de la nada. Entre la línea de la nada y del todo. En medio del callejón de la Existencia. Listos para rebanarnos la yugular. Dispuestos a sacarnos las entrañas. Sin embargo…
Me miró. Lo miré. Nos miramos. Él era yo. Yo era él. Ambos tan diminutos. Ambos grises de ira. Entre la línea del todo y de la nada. Entre la línea de la nada y del todo. En medio del callejón de la Existencia. Listos para rebanarnos la yugular. Dispuestos a sacarnos las entrañas. Sin embargo…
El primer día del último mes del año que jamás olvidaremos
Corría el primer día del último mes de ese año en el frío Valle de Anáhuac. La multitud se dirigía esa mañana a impedir que se consumara la imposición. Los asesores del fatuo aspirante al poder calcularon mal. Desestimaron la cantidad de gente que se presentaría. Los guardias que protegían las calles aledañas a palacio (y hasta quienes habían sido contratados para hacer destrozos) fueron prontamente rebasados por la marea humana, que, de manera pacífica pero avasalladoramente, clamaba justicia a su paso. En palacio cundió el pánico pues los traidores a la patria, asustados, comprendieron que no habría forma de detener a tanta gente inconforme. Los invitados corrían entonces gritando presas de pánico de un lado a otro. El aspirante al poder, aterrorizado. huyó dejando atrás a Gaviota pero acompañado por Cautela y Esperanza, sus inseparables edecanes. Llegó hasta un túnel secreto y ahí se perdió de la mirada de los asistentes a palacio.A medida que Enrique avanzaba el túnel volvíase cada vez más oscuro al punto que el aspirante al poder siguió con Cautela paso a paso pero después de un tiempo ya había perdido todo rastro de Esperanza. De pronto vio una débil luz y se dirigió hacia ella. Al salir dio de frente en la Plaza de las Tres Culturas con un granadero armado quien entre la oscuridad de la noche y el ruido de la balacera lo increpó:
-¿Quién eres? ¿porqué andas vestido de traje y te peinas como Astroboy?, preguntó el militar apuntándole a la cabeza con un rifle.
– Soy el jefe, dijo Enrique
– ¿El jefe? ¿Tú organizaste todo este desmadre? preguntó el granadero, sin dejar de apuntarle
– No, no quieras confundirme, lo organizaron ellos para evitar que sea presidente, contestó Enrique
– ¿Presidente tú?. El presidente es Don Gustavo, reviró el granadero
– No, el presidente seré yo…
-¿De dónde carajos saliste? preguntó el soldado
– De ese túnel por el que me les escapé, dijo Enrique señalando el hoyo en la pared.
– ¿Cuál es tu nombre? le inquirió el soldado, ya cansado.
– Peña, el que mandó a los halcones a detener a los otros, a los que quieren detenerme…
-¿Peña?¿Halcón? ¿juegas para la selección mexicana?
– No
– Y ¿dices que quieres ser presidente?
– Sí
– ¿Y afirmas que tú organizaste todo este desmadre para lograrlo?
– Sí
Entonces no hay nada más qué preguntar, dijo el soldado disparándole a la cabeza.
Llamó entonces a un grupo de soldados y, cargando el cadáver de Enrique se introdujeron al túnel que se cerró para siempre a sus espaldas.
Los soldados viajaron al futuro por el túnel trayendo de regreso del pasado a Enrique. Al entrar a Palacio se encontraron con una multitud que los colmó de honores por el servicio realizado a la Patria.
Es así como ahora el país vive un sueño del que no queremos despertar jamás.
Y cada año realizamos una manifestación el primero de diciembre en la que todo mundo grita: ¡El primer día del último mes no se olvida! y marcha con pancartas del «#1DMx»
¿Quieres ser Gustavo Díaz Ordaz?¿NETA?
1968.
2 de Octubre.
Plaza de las Tres Culturas
Rodrigo, estudiante brillantísimo de la facultad de Ciencias de la UNAM había estado realizando investigaciones las cuales traía en un tubo de ensayo en la bolsa de su camisa para mostrárselo a su asesor de tesis. Pero ese día se le ocurrió ir a la Plaza de las Tres Culturas a manifestarse. De pronto en la noche se soltó la balacera y al huir por un túnel del acoso de un granadero armado solamente alcanzó a escuchar a sus espaldas:
¡Párate ahí cabrón o te disparo!
Siguió corriendo y escuchó a sus espaldas un disparo que sintió que le atravesó el corazón y rompió el tubo de ensayo generando un humo de color verdoso.
Rodrigo cayó al suelo enmedio de mucho dolor y por instinto de supervivencia se arrastró hacia el otro extremo del túnel donde veía una tenue luz al tiempo que escuchaba la voz del soldado que gritaba:
¡No mames! ¿qué es todo ese humo de color verde? ¿porqué apesta tan raro? ¡Mejor me largo de aquí!
Aún cuando escuchó que el soldado se iría Rodrigo siguió, malherido por ese túnel cada vez más estrecho, al grado que al final solamente cabía un dedo suyo en él. Con cuidado usó el dedo para hacer más grande el orificio por el cual metió una mano, después la otra hasta finalmente meter por ahí la cabeza, el tórax y los pies.
Al pasar al otro lado se sorprendió, Estaba dentro de la cabeza de alguien. Podía ver solamente por uno de los ojos de esa persona y al ver a través de él pudo percatarse de quién era pero no quería creerlo pero cuando vio que esta persona le explicaba a Felipe el «Tibio» Muñoz reciente ganador de la medalla olímpica de oro en natación que: «a veces hay que derramar unas gotas para que se salve todo el vaso» y Felipe se refirió a él como «señor presidente» ya no tuvo dudas.¡Estaba seguro que fue a dar dentro de la cabeza de Gustavo Díaz Ordaz.!
-¡No mames! Ahora sí que me voy a desquitar, pensó Rodrigo.
Y lo hizo. Muchas de las conductas extrañas que se le atribuyen ahora al ex-presidente fueron provocadas por él desde dentro de su cabeza quien todas las mañanas lo despertaba gritando: ¡Sal al balcón hocicón! ¡Sal al balcón hocicón!
Le hacía la vida difícil recordándole todo el tiempo sus excesos en el poder y diciéndole que en cada persona cercana había un enemigo del que no debía confiarse. Esto significó muchísimos problemas para «Don Gustavo».
Incluso encontró la forma de pasar a la cabeza de la esposa un día que él le dio un beso en la boca y tampoco con ella tuvo piedad. Al grado que ella un día en Francia ella no pudo más y salió corriendo de una iglesia y gritando; ¡Jamás seremos perdonados! rodó por las escaleras y de ahí fue directo al psiquiatra.
Cuando pudo, y ya con la esposa de Don Gustavo loca, regresó por el mismo medio a la cabeza del ex-presidente solamente para terminar de hacerle la vida totalmente imposible algo que disfrutaba sobremanera.
Especulaciones
Molesto con lo que veía en el espejo e ignorando una antigua maldición a la que consideraba una tonta superstición, lanzó el primer objeto que encontró para hacer desaparecer su reflejo rompiéndolo en mil pedazos. De inmediato una extraña fuerza lo atrajo al interior de ese hueco. Ya del otro lado del espejo se descubrió en un túnel infinito donde cada uno de los ladrillos era la parte interior de otro espejo que tenía la extraña maldición y él estaba en ese sitio sin saberlo, condenado por siete años a reproducir lo que acontecía al otro lado de aquél ladrillo/espejos en el que se reflejara su imagen o bien esperar a que algún otro incrédulo rompiera a su vez otro espejo maldito y lo sustituyera en ese suplicio.
[…] ahora, el ganador del concurso del mes de diciembre es “El mecanismo” de @odradek1, por la forma en la que crea una situación más y más extraña y turbadora a medida […]