Concurso #134
Las Historias convoca a su concurso #134 de minificción o microrrelato. Las personas interesadas en participar pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes (o no), qué están haciendo. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota. Aunque no hay una regla estricta sobre la extensión de la minificción, se recomienda que los textos no rebasen las 200 palabras.
Quienes ganen el concurso recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.
La fecha límite para participar es el 29 de enero de 2018. La invitación queda abierta. ¡Feliz año nuevo!
Etiquetas: Concurso, microrrelato, Minificción
82 comentarios
Cuentan que la muerte aparece de repente. No hay aviso, a diferencia de lo que todos dicen. Estas viendo televisión, y de repente puedes quedar allí, con la mirada fija, pero ya sin ver a los conductores haciendo boberías.
Quien se da cuenta, queda como alma en pena por no poder entender porqué les llegó tan rápido. Porqué, si tenían tantos planes. La muerte tiene sus propios planes, sus reglas y sus órdenes, y tu plan de visitar algún día a tu mejor amiga de la primaria que no ves desde hacía 10 años, se vuelve el chiste favorito de la muerte, tomando tu vida el día justo que te repites «iré mañana».
Quien recibe feliz la muerte, es aquel que no tiene remordimientos por no hacer lo que le gusta. Esas personas que su tienen hambre, comen, si quieren brincar, brincan, si quieren correr, corren, si quieren cantar, cantan. Las personas que no postergan su felicidad, que deciden si vida solos, que saben que ser feliz es más importante que cualquier cosa.
Sólo ellos son capaces de ver a la muerte llegar, y acompañarla de la mano antes siquiera de que ella se de cuenta.
Pensaría uno que nada sorprendería más que descubrirse secuestrado por un oso de peluche y un esqueleto de juguete, pero cuando escuché la recompensa que pedían por teléfono mi curiosidad cambió de objetivo: ¿Dos millones de soldaditos de juguete?
Aún confío en que la policía haga mal su trabajo. No quisiera ser testigo del inminente holocausto.
Parka lo intentó por última vez. Explicó clara y concisamente cada una de las razones de su petición. Que sí, que era verdad que no era tan justa ni equitativa, pero tenía que arriesgarse: ya no tenía nada que perder. Sin embargo, dos horas de argumentaciones no convencieron a Oso para que se deshiciera de su felpuda piel: ese invierno estaba siendo el más crudo en mucho tiempo. Eso sí, la exhortó a que tratara con el Borrego de la Suerte, pues éste no tendría que dejar la vida en ello.
??? ¡Me encantó el humor tan sutil! Superbien escrito. ¡Felicidades! ???
Cuando mis tías se ponen a platicar son imposibles. Una cual osito de peluche, pachoncita a más no poder y la otra en su plan de diva, Catrina exquisita. Escucharlas es un dilema, pues hay que decir cuál de las dos merece el trofeo a la mejor historia: aquella que todo lo borda en enredado encaje o la otra que con sinceridad desnuda mata la diplomacia.
…Y volviendo la mirada un instante hacia atrás, observó lo que en algun momento conformó su envoltura corporal; lo que alguna vez pudo transmitir ternura, ese caparazón que lo apricionaba y que no mostraba su verdadera identidad, es ahora tan insignificante como un costal vacío. Su mirada melancólica desaparece. En este momento sabe que es libre a pesar de que su aspecto sea tan aspero y rústico, mira sin temor al pasado, lo que fue ya no tiene tanta relevancia ni influencia en lo que es ahora, simplemente formará parte de sus recuerdos, sabiendo que al regresar la mirada al frente, ya no habrá marcha atrás…
APUESTA
La muerte se acercó sigilosa a la cama de José. Su tarea era simple, identificar al próximo difunto y darle el beso definitivo. El bulto no era voluminoso. Debe de ser un hombre pequeño, pensó la muerte aburrida, mientras tomaba una punta de la sabana y con delicadeza la deslizaba sin prisas. Acercó su enorme dentadura amarilla y dio el último tirón para descubrir a su fugaz amante en turno. El grito no pudo ser más horrendo. Al mismo tiempo que la muerte besaba a un gran y sonriente oso de peluche, José, ahogado de borracho en las Vegas, apostaba todo su resto al mexicano en la pelea del siglo.
– ¡Feliz aniversario amor!
– Ya no quiero estar más contigo, lo siento, creo que debemos separarnos
– ¿Qué dices?
– No sé, estoy confundida, podemos ser amigos, no ahora, pero después supongo, perdón, adiós.
El padre coloco al pequeño esqueleto de plástico del niño frente al oso de su pequeña hija como una alegoría, fingió, con el corazón roto y la voz quebrada las dos voces: un seria y profunda, la otra alegre y chillona.
Así la muerte se explico a si misma, prometiendo llevar a la madre a un lugar bonito y cálido. Y no regresar en muchos años.
Que conciso, me gusto. En verdad esperaba historias de la muerte en abundancia, pero esta supo ser creativa y atrayente!
¿QUIÉN ESTÁ TRAS EL ESPEJO?
Hacía años que no se miraba en un espejo. También hacía años que no se reconocía. Que no recordaba. Que tenía la mente atravesada por cierta niebla desconcertada.
Cuando vio al pequeño oso de peluche, sintió que se abría la luz de una ventana a la infancia: los olores de la comida de mamá, los partidos de potrero, los partidos intercolegiales, el chapuzón en la laguna.
El perfume de mamá. Un perfume que se había ido hacía años, hoy lo envolvía, tenue pero persistente. Como cuando lo arropaba por las noches.
La ternura. Cuánto hacía que no lo entibiaba la ternura. Esa ternura en ovillos que enredaba la abuela, por ejemplo.
Una oleada cálida le humedeció los ojos secos. El aleteo dentro del pecho le produjo un miedo oscuro, viejo. Ancestral.
Desde la frialdad del espejo, la calavera parecía mirarlo con aire familiar. ¿A quién le recordaba?
Sintió el estremecimiento como una advertencia. Volvió a mirar la figura huesuda, esta vez de modo indiferente. Porque había comprendido.
Con movimientos casi infantiles, se abrazó al peluche. Cerró los ojos.
Disimulo
–Y cuénteme… ¿usted ve esto de forma recurrente? –inquirió la doctora.
–Sí –dijo el paciente desde el diván, nervioso– Antes era al menos una vez al mes, pero desde hace tres semanas que sucede más seguido, dos o tres veces a la semana, mínimo.
– ¿Y qué rol cumple usted en estas visiones?
– ¿Perdón?
– Me ha dicho que percibe a todos como esqueletos que caminan por la calle, que beben café en un restaurante…
–Sí, sí… algunos esqueletitos corren tras de una pelota, otros van en bicicleta…
–Usted ve a todo mundo como esqueleto.
–Sí…
–La pregunta es, ¿y usted? ¿también es un esqueleto en esos momentos?
–No. Yo soy un perro.
–¿Un perro?
–Sí… y no he comido en días. ¡Imagínese cómo me pongo de ver tanto hueso por todos lados!
–Ha de ser terrible, me imagino. Pero mire… a veces la gente imagina que se convierte en perro, o en mariposa, o en gato, o en un oso… Es común.
–¿Doctora, usted ha visto que alguien se convierta en oso?
–Hace mucho, sí. Daba miedo, pero ya no sucede, gracias a mi medicación.
–¿Ya no ve osos por todas partes?
–No. ¿Usted me ve a mí como esqueleto?
–¿Eh? Emm… No… La verdad no, doctora.
–¿Seguro?
–Seguro.
–Bien, prosigamos…
??? ¡Qué diálogo tan original! ??
El acto de crecer
Sabía que en algún momento tenía que despertar. Y crecer es despertar.
No podía continuar jugando a que los objetos inanimados hablaban. De a poco noté que en verdad me hablaban, inclusive conversaban entre ellos. Llegué a creer que decían cosas a mis espaldas.
Una noche, justamente, regresaba a casa, después de haber caminado solo por la calle, me encontré a Esqueleto sentado en el sillón. Buscaba ayuda, pues había tenido una de sus comunes crisis. Sin embargo, no tenía ánimos de charlar.
Desde entonces, sé que quedó dolido y creo que planea algo, lo he notado más calmado de lo corriente y cada vez que paso frente a él se hace el desentendido y se paraliza, aguanta la respiración, como un niño escondiéndose de un adulto, y no se mueve hasta que me marche.
No sé cuánto tiempo le tome a Esqueleto realizar lo que planea. Ninguno de los objetos de casa ha vuelto a sus andanzas. Aunque suceda esta noche, como cualquier otra noche lo espero.
En las noches escucho detrás de las puertas, siempre el mismo susurro, el mismo llamado, la misma voz.
—…
Propósito
Estoy cada vez mas cerca de mi objetivo, pensé. El servicio de correo tardo demasiado, han pasado tres días desde que pedí este modelo a escala real del esqueleto humano, nadie creería que en medio de conjuros y rezos aprendidos en la infancia logre transportar mi alma a este oso de peluche, caliente pero poco practico, tuve tanta prisa que entre el miedo a morir y el dolor indescriptible de las llamas consumiendo mi carne. lo único que se me ocurrió para entonces fue este juguete que vi tirado en una plaza días antes que tomáramos por las armas la zona que irónicamente seria la ultima en la que estaríamos como pelotón antes de partir a nuestros hogares. pero el enemigo estaba preparado, fuimos estúpidos, estuvo tan fácil entrar que no dudamos de lo obvio, «la emboscada» paso lo que tenia que pasar todos mis camaradas, mis hermanos de distinta madre murieron ese día. los hombres con los que había vivido y peleado hombro con hombro en una guerra que no era la nuestra.
Ahora no hay tiempo para pensar en eso, con este modelo tendré la posibilidad de moverme mejor, ya no siento miedo liberare mi anima para que sea una con el cosmos, hoy no percibo la angustia, el dolor, o alguna emoción de las que me trajeron aquí. Solo lo que queda de mi y la obligación cósmica de equilibrar las cosas, no se trata de venganza, nunca lo ha sido, siempre pensé que todos obtenemos nuestro merecido tarde o temprano, es mas fácil que eso, estoy en deuda con el universo, a ningún ser viviente le es permitido prolongar el don de vida que le fue otorgado en el tiempo y el espacio, mi situación no seria diferente de no ser por el hecho de que tuviese un propósito y este es: darle un empujón al karma.
QUERIDA MIA
Mientras Juan sacaba la vieja maleta negra, Elena recogió las cosas de la comida. Era su único pretexto para evitar mirarla a los ojos. Aquel cuerpo tan blanco le asqueaba y ver aquellas venas azules que la piel dejaba transparentar le producían terror. Abrigó al pequeño cuerpo con una manta de color rojo; quizá porque el cielo ése día se venía abajo de tanto gris.
—Ya es hora- dijo el hombre.
Ella pensó que tenía que decir algo, pero no supo qué. De todos modos, seguramente, no tendría importancia. “Parece que voy a vomitar”, se dijo.
Empujaron la puerta de la buhardilla de su viejo edificio abandonado. Hacía ya más de cinco años que lo habían clausurado. Eran las seis y media de la tarde. Juan cargaba la maleta amarrada con varias cuerdas, Elena se volvió hacia él, se encogió de hombros; un frio gélido le atravesaba el cuerpo. El cuarto parecía envuelto en una especie de neblina. Mientras él abría la maleta ella se dejó caer en un desvencijado sofá. Las cosas iban demasiado deprisa y le resultaba imposible fijarse en cada detalle de lo que veía, “si todo esto está sucediendo en realidad, debo mantenerme en calma.
-¿Tienes algún problema? Preguntó él.
-No-dijo- Sólo me preguntaba…es que…no sabe estar sola
– ¿Qué no trajiste al oso?
-Sí, creo que sí.
– Pues con eso tiene suficiente.
Juan dejó la maleta en el suelo, la abrió y con un brusco movimiento sacó a la pequeña, la sentó recargándola contra la pared, Elena colocó al oso de peluche frente a la niña. De inmediato ésa empezó a emitir un leve sonido y a balbucear un lenguaje incomprensible. Entonces salieron y tapiaron la puerta.
He leído todos los cuentos y en mi opinión «Querida mía» es el mejor con diferencia. El ritmo perfecto, la intensidad concisa, la ambigua sicología de los personajes muy bien resuelta en los diálogos, la maleta abierta bruscamente como un golpe de efecto en el instante preciso…. Ese misterio final del «lenguaje incomprensible» de la niña, que le deja a uno especulando sobre su verdadera naturaleza…
La historia sugiere más que cuenta, y crea una buena atmósfera de suspense/terror con pocos medios y palabras.
Noche de Reyes
Lo tocó del hombro con su blanca mano. Peluche, farsa, cómplices… Las palabras resonaban en su oído. Lo acusaba de hacerse el tierno para apoderarse de sus almas. Adivinó que esa mañana la llegada de los Reyes Magos no traería la acostumbrada felicidad al hogar, pero los más pequeños lo abrazarían y él se encargaría de ellos.
Su primer gran hallazgo en la vida fue descubrir que sus juguetes no tenían vida. Estaba acostumbrado a sus charlas con Nabucodonosor II (el primer Nabucodonosor había sido víctima de la lavadora). Éste era un oso que le había regalado su tío cuando cumplió cuatro, y aunque la mayoría de sus amigos lo criticaban por traer de aquí a allá a su juguete él no entendía por qué le llamaban así. Era su compinche, su fuente de conocimiento sobre el universo de las cosas.
-Te llamó juguete -le dijo a Nabucodonosor II.
-Sí soy un juguete.
El niño, sorprendido, intentó que el resto de sus juguetes hablaran. Les rogó:
-¿Por qué están mudos? ¿Están tristes?
Les llevó comida durante toda una semana. Los juguetes lo ignoraban. Entonces dejó de pensar que estaban tristes.
-No les caigo bien, ¿verdad?
Nabucodonosor II le dijo, evasivamente:
-Si le temieran a sus muertes, quizá así te hablarían.
Nabucodonosor II sabía muchas cosas.
Entonces el niño le dijo a su papá:
-Quiero espantar a mis juguetes con la muerte.
Y llegó hasta ellos con un esqueleto viejo y arrumbado que ya no usaba su padre en el trabajo.
Nabucodonosor II se puso a temblar. Creyó que había llegado la muerte de verdad. Tomó al niño, lo abrazó fuerte, y le dijo:
-He sido un buen oso. Quiéreme.
El niño pensó que entonces sonaba como un juguete, y horrorizado al descubrir la verdad, dejó de jugar con él.
¿Se puede participar con más de un texto?
Sí, claro.
Gracias, Alberto, entonces seguiré participando.
Un insulto para Toby
Los ecos del caos resonaron por muchos años. Cristales rotos, palabrotas de alta monta, lágrimas lastimeras. Siempre dramática para todo. Tobías, “perro que ladra no muerde”, decía mi madre. Le creí. Se encerró en el baño, corrió el agua, corrió la sangre. Treinta años después sale como si nada, aún furiosa en apariencia, no se dignó a dirigirme la palabra, solo le alcanzó para una mirada de desprecio y se fue. Para mí ya estabas muerta, le grité con despecho fingido. El silencio se apoderó de la casa. Lloré desconsolado, nunca más un insulto para Toby saldría de sus labios.
– Pues mira, tú sabes que soy un tipo de mente abierta. No juzgo a las personas por sus preferencias ni gustos, sobre todo en la cama. Pero hay cosas a las que nomás no le entro, mano. Mira, sólo diré que cuando sacó ese oso de peluche para que se integrara a nuestras actividades, no dije nada. Estábamos en el lío y quién soy yo para juzgar. Pero cuando sacó el esqueleto, mano… Mmmta, con decirte que hasta el pinche oso se espantó.
LO DARÍA TODO
Miró a su hija desde la puerta, la cerró y llorando apoyó su espalda en la pared. «Lo daría todo por que mañana hubiera un osito de peluche junto al árbol», fue lo último que dijo la niña antes de dormirse. Había sido un mal año y las botas le vendrían mejor que cualquier juguete.
De madrugada, un ruido despertó a la niña y descalza bajó las escaleras. ¡Seguro que era Santa Claus dejando sus regalos! Antes de que se le cayera la linterna, apareció en el círculo luminoso una capucha negra que enmarcaba un rostro calavérico.
La madre se despertó y miró el reloj sobre la mesilla. Era tarde, y su hija no había aparecido por el dormitorio. La cama de la niña estaba vacía. La llamó en voz alta sin obtener respuesta. Bajó nerviosa las escaleras y se topó con la linterna encendida en el suelo. Al lado del árbol, sobre el sofá, había un gran oso de peluche.
Colegas…
— Te han hecho para jugar…
—Si… Pero hace mucho que no lo hago… Ahora solo estoy aquí como recuerdo de lo que alguna vez fui. Mi dueña… alguna vez jugó conmigo. Pero ahora ella juega contigo…
— ¿Juega?… No, ella no juega conmigo. Ella solo repasa sus lecciones sobre mí. Nunca nadie ha jugado conmigo. Tú por lo menos alguna vez fuiste su alegría. Pero yo… Yo solo soy su objeto de estudio, si algo en mí se descompone… simplemente lo remplaza. Pero tú… Tú la entretenías cuando ella era niña, si algo te pasa ella lloraría…
—Aun así, preferiría estar con su pequeña hermanita. Ella al menos jugaría conmigo.
—También ella va a crecer… Y un día se olvidaría de ti. Los humanos cambian, nosotros no…
— ¿Y entonces? ¿Qué va a pasar conmigo cuando a ella no le interese?
—Lo mismo que alguna vez pasó conmigo… Me botaron. Si ahora estoy aquí contigo es porque me reciclaron… algunos de nosotros somos reciclados… a otros simplemente los botan…
—y ¿A mí?
—No lo sé. Lo único que podemos hacer es esperar. Ahora… Silencio. Ella acaba de entrar.
Lucía Gómez
«6 de enero»
Bajo con dificultad las escaleras. Los últimos meses habían sido duros y ahora le costaba mucho trabajo llegar a cualquier lugar sin apoyarse en algo. Rescató su andador de la cocina (bien pudo decirse que su andador lo rescató a él) y se sentó en su sillón favorito, junto a la ventana, enfrente del árbol de navidad. Últimamente le gustaba más sentarse ahí porque las luces lo distraían de su dolor. Las cartas de sus nietos aguardaban impacientes a ser leídas por los reyes magos, incrustadas en una fiesta multicolor de foquitos.
Sonrió, y entonces el velo fue quitado de sus ojos. Parado frente a él estaba la muerte, vistiendo su túnica negra y empuñando su guadaña. La ominosa visitante se aclaró la garganta (como si pudiera estar obstruida por algo) y pronunció una funesta y rápida letanía:
– Ha llegado tu hora, Joaquín. Debes abandonar este cuerpo mortal y seguirme. ¡No podemos perder ni un minuto, tenemos que irnos ahora!
¿Porqué tenía que ser JUSTO ahora? Si tuviera unas cuantas horas más podría ver los alegres rostros de sus adorados nietos recibiendo sus regalos. Le rogó a la muerte; tan sólo eso necesitaba para irse feliz y en paz. La calaca no se veía contenta.
– Mira, si nos tardamos más vas a descomponer todo mi horario. ¡Ya debería estar pasando por el hospital a éstas horas! Además, si te dejo por aquí hasta mañana y algún espíritu chismoso va y cuenta que no cumplí con mi agenda me va a ir muy mal.
Pero el hombre insistió con tal empeño que la muerte no tuvo más opción que idear un plan.
Al día siguiente, los niños bajaron corriendo a abrir sus regalos. Todos les encantaron, pero su favorito fue el enorme oso de peluche que seguramente el abuelo había dejado sentado en su sillón favorito, antes de irse a dar su caminata matutina. Lo subieron y lo bajaron, lo abrazaron y lo trajeron dando tumbos por toda la casa, riendo a carcajadas.
Un poco más tarde, al ver que el abuelo no volvía, subieron todos al auto para ir a buscarlo. El oso, por ser tan grande, no cupo con ellos y tuvieron que dejarlo en el mismo lugar donde lo habían encontrado al despertar. Cuando salieron, la muerte regresó a la casa. Se había quitado la túnica y la traía arrastrando, hecha bola, junto con la guadaña. Había sido una noche muy laboriosa. Se sentó en el sofá, junto al oso, y le dijo:
– Ahora si, Joaquín. ya vámonos. Ya no te puedo dar más tiempo.
Joaquín aceptó y en un chasquido huesudo se fué con la muerte, dejando tras él tan solo el enorme cuerpo de peluche que esa mañana había pedido prestado, sentado en su sillón favorito
La cita
—¿¡Qué!? —Benito, el oso, no podía creerlo.
—Vengo a darte el beso final —Catri estaba muy tranquila. Lo había hecho muchas veces.
—¡Qué beso ni qué ocho cuartos! Eres literalmente un saco de huesos.
—¿Nunca has escuchado: “cuanto te toca, ni aunque te quites y cuando no te toca, ni aunque te pongas”? —A la calavera le gustaba la filosofía.
—¡No soy fan de los clichés, ni me estoy tratando de hacer el interesante! Yo me puse y no me tocó. Y con tu permiso, ya me voy… —Benito estaba visiblemente asustado y no era para menos.
—Tus palabras no hacen sentido, oso.
—¡Ni madres! —Benito comenzó a sudar.
—No te va a doler, ¡te lo prometo! —Catri insistió.
—¡No! Es “Buenito” para ti, no Benito. ¡He sido buenito todo el año!
A Catri se le veía confundida. Pensó que quizás se había equivocado de oso. Benito ya estaba dándose a la fuga.
—¿Adónde crees que vas, Buenito, digo, Benito?
—A pasear. ¿Qué crees, que soy soltero?
—¿Por qué estabas en Tinder? ¡Tenemos una cita!
—“Teníamos”, tiempo pasado. Además no te pareces nada a tus fotos de perfil. Seguramente te tomaste esas fotos hace un milenio.
Catri trató de alcanzarlo con su brazo helado. A Benito le dio un escalofrío:
—¡Sáquese! —abanicó la mano—. Prefiero que me cargue el payaso, ¡así por lo menos me iré riendo a carcajadas!
¡Pobre Catri! Nadie quería darle un beso, siempre se sentía rechazada.
Me encantaron los diálogos y sobre todo el sentido del humor inteligente usando elementos modernos como Tinder.
Catri y Benito o «Buenito», geniales
El mejor relato !
El oso sentía que desfallecía, su vida se había tornado difícil después de recibir un golpe en la cabeza, a veces pensaba que estaba mejor pero otras se sentía fatal, a veces sentía que estaba bien pero otras se sentía tan cansado que pensaba que debía dormir , dormir y dormir, tal vez eso lo haría sentir mejor, pero ya había dormido, tenía que reconocer que estaba mejor que los días posteriores al golpe pero no sentía que estuviera al cien, le gustaría descansar por mucho tiempo, no pensar, eso creo que es lo que más le cansaba, al menos ya no se le atoraban tanto las palabras, la pierna derecha le brincaba menos, y los calambres también iban desapareciendo. La vio venir justo en el momento que se atravesó en su camino, choco con ella y en ese momento supo que el golpe había sido certero, había dicho que si Dios le daba otra oportunidad la aprovecharía, pero Dios la mando a ella para que se lo llevara.
Día tres del tormento. Gracias por acompañarme fiel amigo. Recuerdo que tenía 16.5 kilogramos, cuando el insoportable de mi hermano, que tenía ya 24.8, decidió tirarte de su cama; desde entonces cuando mi cuerpo crecía en correspondencia con mis cuatro años de edad, te quise y te llamé Tommy, como los dulces. Ahora, en medio del ofuscamiento producido por la ingesta de tan sólo 1200 calorías diarias, no puedo más que verte como alimento, como el caramelo macizo al que tu nombre remite: ¡dame tu borra, Tommy! ¡Dame tu borra!
Juguetes
– Estás desnudo- dijo Peluche.
– No, yo soy así- contestó Esqueleto
Hola a todos!!! Feliz inicio de año y como me dijo mi amiga Lupita Alcantar: que sea un año literariamente productivo para todos los que aquí participamos. Alberto Chimal gracias por ahora darnos la oportunidad de participar con nuestra opinión en los cuentos que nos gusten, me gusta participar en tu cuento mensual, espero dejar mis comentarios, que 2018 sea el mejor año de nuestras vidas!!!!
EL PARTIDO DE LOS RAROS
En la reunión del Comité Central del Partido de los Raros, Teddy Bear, presidente de la facción de los osos de peluche, propuso que se permitiera incorporar a la organización a los seres humanos. Si se unen al partido serán una gran contribución para todos nosotros, disertaba, imagínense como progresaríamos con su cultura y avances científicos.
El líder del grupo disidente, Esqueleto, levantó la mano para hablar. Todos hicieron silencio. La calaca, con su vozarrón, tenía un gran influjo en los militantes. No creo que se deba permitir ingresar a los seres humanos a este partido, dijo levantando sus manos huesudas, es bien sabido que ellos nacen malos, solo traerían violencia, muerte (no lo sabré yo), corrupción, intrigas y odios. Permitir que ingresen será el principio del fin. Transformarán al Partido en una fuente de beneficios personales.
La asamblea discutía acaloradamente el tema entre ambas posiciones. El Partido estaba a punto de dividirse. En eso, una marioneta de madera, pintada de payaso, y que siempre había sido considerada como justa y equitativa, alzó la voz: ¡Camaradas, tengo la solución, tengo la solución! Todos callaron para escucharla… Al hombre o mujer que quiera ingresar al Partido le pediremos que renuncie a su condición humana.
No me convence tu argumento, dijo Esqueleto, por más que renuncie a ser humano la maldad está en su origen, no va a cambiar.
La marioneta payaso trepó al podio. La asamblea esperaba sus palabras con un tenso murmullo: Camaradas…, con la renuncia a su condición de humanos, esos seres horribles, que se sienten tan superiores, podrán reprimir su maldad. Serán como uno más de nosotros, agradecidos por el solo hecho de existir.
2×1
Decidieron hacerlo tras conocerse en un foro 2×1 de Internet. Bones reconoció a Bean sentado junto a la ventana. Se acercó hasta él, tomó su mano y comprobó al estrecharla lo hablado en el foro. Una niña pequeña lloraba a su lado.
?No me tengas miedo ?dijo Bones.
?No es por ti, es por Bean. A ti no te conozco y además eres un esqueleto requetefeo.
Cuando entraron en la consulta, la doctora Milagros miró a Bean en brazos de Bones.
?¿2×1?
Bones asintió y preguntó:
?¿Le dolerá?
?No se preocupen, es una operación sin riesgos y de escasa duración. ¿Viene en ayunas? ?dijo a Bean.
?Por supuesto, es lo que indica el impreso de autorización ?respondió Bones?. Aquí lo tiene firmado.
?Pues sin más preámbulos, acompáñenme a la otra sala donde mi colega realizará la intervención.
El suelo estaba cubierto de relleno. Sentada en una silla, una anciana con gafas sostenía un costurero.
?Los dejo en buenas manos ?dijo la doctora volviendo a la consulta.
Poco después, Bean salió andando con una gran sonrisa.
?¿Nos vamos Lucía?
La niña se sintió triste porque ya no volvería a coger en brazos a su oso de peluche, pero al menos podría hablar con él, aunque tenía una voz requetefea.
Ha cambiado los guiones largos por ?. Lo vuelvo a colgar para que sea legible.
2×1
Decidieron hacerlo tras conocerse en un foro 2×1 de Internet. Bones reconoció a Bean sentado junto a la ventana. Se acercó hasta él, tomó su mano y comprobó al estrecharla lo hablado en el foro. Una niña pequeña lloraba a su lado.
-No me tengas miedo -dijo Bones.
-No es por ti, es por Bean. A ti no te conozco y además eres un esqueleto requetefeo.
Cuando entraron en la consulta, la doctora Milagros miró a Bean en brazos de Bones.
-¿2×1?
Bones asintió y preguntó:
-¿Le dolerá?
-No se preocupen, es una operación sin riesgos y de escasa duración. ¿Viene en ayunas? -dijo a Bean.
-Por supuesto, es lo que indica el impreso de autorización -respondió Bones-. Aquí lo tiene firmado.
-Pues sin más preámbulos, acompáñenme a la otra sala donde mi colega realizará la intervención.
El suelo estaba cubierto de relleno. Sentada en una silla, una anciana con gafas sostenía un costurero.
-Los dejo en buenas manos -dijo la doctora volviendo a la consulta.
Poco después, Bean salió andando con una gran sonrisa.
-¿Nos vamos Lucía?
La niña se sintió triste porque ya no volvería a coger en brazos a su oso de peluche, pero al menos podría hablar con él, aunque tenía una voz requetefea.
En aquel momento, Coqueto tenía que ser valiente. Sabía bien ser un oso, no tenía problema en dar calor las noches de invierno, tampoco con los resfriados de Daniela, ni con la calma que la niña de seis años obtenía al abrazarlo durante las tortuosas charlas con los primos sobre fantasmas y leyendas, allá, en la vieja casa de la abuela, en la que se juntaban todos los domingos. Pero esto, esto lo ponía a prueba deveras; esto le Al ver a su contrincante de frente, recordó la noche en que aventurera, Daniela se levantó, con el en brazos, y a paso torpe por el peso de su acompañante, bajó las escaleras a medianoche; hurgó en la cocina, tomó una manzana de la meza y ya en confianza adelantó los pasos al despacho de su padre.
Fue un horror al abrir y hallarse con el casi de frente. Ella ahogó un grito con uno de sus brazos afelpados y a prisa corrió de vuelta al cuarto. Los días pasaron, las noches. Él se mantuvo alerta. Y ahora, frente a frente…
Coqueto era valiente. No es cierto, era un cobarde… pero sería valiente por ella, su niña, Daniela. Él protegería de noche sus sueños, y de día, sus sonrisas.
No sabía a ciencia cierta el como había llegado ahí.De estar sobre un arenero dorado bajo los rayos de un sol de verano en un parque cualquiera, se hallaba ahí, derribado sobre una superficie oscura, extraña, que lo mismo lo hacía sentir prisionero de el mas diminuto de los calabozos que perdido en un yermo infinito e inexplorado, donde no había ni arriba ni abajo. Poco a poco, y siguiendo totalmente desconcertado, se puso de pie y volvió a mirar a su alrededor, seguía viendo sólo infinitas sombras pálidas; empezó a caminar.-Hola, hola, ¿Hay alguien aquí?- decía mientras pensaba el donde podría estar, el pobre ya empezaba a llorar.Después de lo que fueron minutos para un ser terrestre, diviso a lo lejos una balsa con lo que parecía ser una persona a bordo.-¡Hola, hola!, ¿Me puede ayudar, porfavor, señor? – decía lo mas fuerte que podía mientras avanzaba en dirección a la balsa, cuando por fin estuvo frente a está y vio a su tripulante, calló de repente y se paralizó.Las pálidas extremidades del tripulante tomaron al peludo ser con extraordinaria delicadeza para poder observarlo con genuina curiosidad, Caronte había encontrado un oso de peluche a las orillas del río Aqueronte.
—No, no te vas a quedar aquí —exclamó el muerto.
El oso bostezó con los ojos encogidos
—Nada mas me voy a quedar hasta la primavera, solo necesito un lugar para dormir.
—Ya te dije que no —alzó la voz el muerto—. Sufrí mucho al morir solo en esta cueva y no pienso perturbar mi sueño eterno con los ronquidos de un oso el invierno entero. Ve a buscar otra cueva.
—No hay mas cuevas, todas están ocupadas —respondió y dio un largo bostezo.
—Esta también esta ocupada. ¡Que no este vivo no significa que tengas derecho a ignorarme!
El muerto seguía gritando, pero el oso ya se había quedado dormido y no le quedo mas remedio que compartir un poquito de su descanso eterno con su nuevo compañero de cueva.
Teddy estaba horrorizado ante el amor de su vida.
– Doctor, llegó su paciente de las 12:30, el Sr. Omar, ya pedí sus placas a imagenología de su mano izquierda.
– Gracias Nat, ¿podrías por favor darme unos minutos antes de hacerle pasar?
– Claro, ¿todo está bien? se escucha raro.
– Me dejó, ni siquiera quiso el oso, todo fue mi culpa, siempre lo es.
– Oh… no la sabía, lo lamento mucho, si gusta puedo cancelar sus citas del resto del día.
– Sí, te lo agradecería, gracias.
La llegada tardía
«Al fin hemos vuelto», dijo la osamenta de un niño desaparecido, que había regresado a una vieja casa abandonada. Con ojos ausentes, contemplaba a Pancho, su osito de felpa, quien estuvo con él durante tanto tiempo que ya no podía recordar cuánto.
«¿Estás tan feliz como yo?», le preguntó el niño. Pancho asintió y empezó a llorar.
Era el cumpleaños de María Luisa, ella estaba enojada conmigo. Hace dos semanas tomó mi celular y comenzó a husmear entre mis conversaciones, no entraré en detalles, pero es más que obvio que no le gustó con quien conversaba. La discusión fue de lo más tediosa y estúpida, ni siquiera tuve la oportunidad de replicar la violación a mi intimidad, ¡vaya problemas éticos de primer mundo!
Voy a su casa y le llevo un oso peluche, no nos hemos hablado ni visto desde entonces. Ella abre la puerta, se ve desaliñada, parece como si no hubiera salido de la cama todo este tiempo. Me mira con esos enormes ojos de gato y me hace entrar. Tiene pinta de que se va a echar a llorar en cualquier momento.
No pasa mucho hasta que comenzamos a besarnos de nuevo. Ella me lleva a su alcoba y se echa encima de mí. No sé como diablos le hizo para abrirme tan rápido los pantalones. Ella comienza a llorar y eso comienza excitarme. Pero algo no está bien en todo esto, ella gimotea y se abalanza sobre mí, como un animal a su presa; me constriñe el pecho, intento cambiar de posición, pero tengo todo su peso sobre mí, ahora ya se me dificulta respirar, para cuando me doy cuenta ya es demasiado tarde…
Son las diez de la noche y María Luisa se está tomando una selfie con su nuevo oso de peluche.
No recuerdo la última vez que aparté la vista de esos ojos pardo oscuro, ni siquiera me tomaba el tiempo de pensar en lo que me rodeaba. Un día, una mañana, un cumpleaños de mi infancia, ¡ya no sé!, estaba ahí, y yo postrado frente a él, mirándolo sin parpadear, obsesionado con sus ojos monocromáticos que consumieron mis años.
Madre, padre, el pequeño Alberto, todos se desvanecieron, y yo no dejé de mirar a Pardo, me veía a mí mismo en cualquier lugar en que pensara, veía mi reflejo y todo me gustaba, nunca cambiaba mi apariencia. Hoy me sigo viendo, no sé cómo, ni desde dónde, me veo sin rastro de viveza, inmóvil, mirando a Pardo y esperando que me deje seguir.
Diáloco
Alicia, estoy hasta la chingada de ti. Necesito irme y empezar una nueva vida. Lejos, donde tu recuerdo no estropee mis ligues.
¿Tus ligues? ¡Viejo raboverde! Lárgate a donde quieras. Yo no te estoy deteniendo.
Pero Alicia, ¿qué dices? ¿Cómo que no me estás deteniendo?
¿Yo? ¿Deteniéndote? ¡Si he querido que me dejes en paz desde hace sesenta años! ¡Sesenta!
No puedo, Alicia, no puedo irme. Disculpa. Te amo demasiado.
Ya lo sé, ven acá, ven… Sé que me amas, no te puedo dejar ir.
Gracias, mi cielo, gracias. ¿Crees que ya venga Lucy con la comida? Estoy hambriento.
No sé, amor. ¿Vamos a caminar?
Sí, mi cielo. Sí.
Todos los cuentos están jodidos. Excepto éste y otro de allá abajo. Razones: 1. Nunca menciona ningún oso (hay un diálogo, la imagen remite a un diálogo, posiblemente) Es conciso, es corto, tiene fuerza narrativa y amarre creativo. Fin.
Abrí la puerta de mi casa, con mucho esfuerzo; estaba exhausto, después de un largo día de trabajo. Me recoste un y cerré los ojos, al cabo de un rato me levanté y salí.
Fui con ella cenamos, platicamos y bebimos. Ella por alguna razón tenía una colección de peluches. Nos arrojamos sobre todos ellos.
Cuando terminé, me levanté, me vestí y la miré. Tenía tanta vida como el oso de peluche a su lado, volví a verla de reojo y regresé a mi casa a descansar, después de un largo día de trabajo.
Salió de la tumba… a la rutina de siempre… Metro lleno, ¡hasta la madre! Caminó entre andenes, entre gente, entre comerciantes, entre «novedades». Salió y tomó la combi… la ruta, el tráfico, los cláxones en sinfonía de madre… Todo seguía en una sincronía mortal… Llegó a su casa… ¡Mi ‘jito! ¡Te dije que te pusieras un suéter! Hace mucho frío… Entró a su cuarto, tomó a su amigo de toda la vida…
-Perdón por tardarme, pero cumplí, he venido por ti-
Lo tomó en sus brazos, se puso su suéter y regresó…
-A lo mejor es muy temprano todavía para inaugurar la pista, pero ¿me permitiría bailar esta primera pieza con usted?- le dijo ella a un tipo no mal parecido, más bien bonachón.
Éste la miró con recelo, y le dijo: Tal vez es muy temprano para asincerarme, pero usted disculpará, yo no bailó con tipos así de demacrados.
Confundirlo con un hombre no le ofendió tanto como que haya creído que, siendo hombre, le iba a pedir a otro que bailarán juntos.
-Oiga usted, ningún «tipo», soy mujer y además, mujer heterosexual.
-¡Qué coincidencia en lo primero!, en lo segundo fallo, yo soy ososexual.
Y la pista todavía tardó un buen rato en inaugurarse.
Volumen
Estaba tan delgada que parecía un ser anormal. «Pero hay algo… algo», le dije frente a una mesa que tambaleaba. Camisa a medio pecho, mezcal y barba. ¿Qué pasó? Tenía yo la pija venuda y prieta tan llena de sangre que sólo dije «súbete al taxi». En casa le puse thrash-punk-death. Una luz roja arriba de la cama, el oso afelpado de mi hija, máscaras de payasos. Noté que era muda. Yo panzón, ella muda. Me besó. Estuve jugándole la lengua con mi lengua, luego vi en sus ojos mi cara. Saboreé aquellos labios resecos. Ella bajó: pecho, panza, verga. Ratos de Porão sonaba tan duro que cimbraba en su carne. Ahora de bruces. «La embestida debe ser como matar un ciervo». Me vino a la mente Jesús y aquellos marranos del Diablo. Volumen. Un súcubo bajó como si fuera la resurrección. Sudaba sal. Era un vil esqueleto, pero tenía lava y no sangre. Gemí fuerte. Recé un salmo. El condón salió empapado. No le costó erguirse. Cristo sangró días, le dije y ella se subió las medias. Después, abrochó la falda y me hizo una seña. Se fue. ¡Se fue! Todas se van, pero ella no dijo una palabra.
Volumen
Estaba tan delgada que parecía un ser anormal. “Pero hay algo… algo”, le dije frente a una mesa que tambaleaba. Camisa a medio pecho, mezcal y barba. ¿Qué pasó? Tenía yo la pija venuda y prieta tan llena de sangre que sólo dije “súbete al taxi”. En casa le puse thrash-punk-death. Una luz roja arriba de la cama, el oso afelpado de mi hija, máscaras de payasos. Noté que era muda. Yo panzón, ella muda. Me besó. Estuve jugándole la lengua con mi lengua, luego vi en sus ojos mi cara. Saboreé aquellos labios resecos. Ella bajó: pecho, panza, verga. Ratos de Porão sonaba tan duro que cimbraba en su carne. Ahora de bruces. “La embestida debe ser como matar un ciervo”. Me vino a la mente Jesús y aquellos marranos del Diablo. Volumen. Un súcubo bajó como si fuera la resurrección. Sudaba sal. Era un vil esqueleto, pero tenía lava y no sangre. Gemí fuerte. Recé un salmo. El condón salió empapado. No le costó erguirse. “Cristo sangró días”, le dije y ella se subió las medias. Después, abrochó la falda y me hizo una seña. Se fue. ¡Se fue! Todas se van, pero ella no dijo una palabra.
Éste igual mola.
En un día soleado, cuando mamá y papá llegaron con una inmensa caja, fue la primera vez que vi la sonrisa del blanquecino oso: una media luna acostada. Esa fue mi única oportunidad. Abracé con todas mis entrañas el suave objeto, y lo alejé esperando aquella sonrisa. No había nada. Poco después descubrí que no soportaba ser propiedad de un mocoso. Aun así, seguimos viviendo juntos: él en la misma caja en que llegó, y yo igual de consentido por la familia. Pero mamá murió, y papá también. Fue entonces que saqué al oso de la vieja caja, que ya no era tan inmensa. Para mis sorpresa, tenía pocas manchas en la felpa blanca. Pero me seguía negando la sonrisa. Décadas después, me preparaba para convertirme en papá con mi pareja, que a su vez se convertiría en mamá. Entonces pude ver la sonrisa que me negó el oso en la creciente panza. Era la misma media luna, antes exclusiva de mi infancia. El oso seguía conmigo, como una reliquia antipática de mis mejores años. Pero no importaba. La media luna no tardaría en convertirse en luna llena; exactamente, a los nueve meses, con un brillante sol que la hacía brillar: mamá. Pero la luna y el sol se fueron al mismo tiempo durante la noche. Ahora él me poseía a mí. Sin atreverme a destruirlo, lo guardé en la misma caja con intención de dejarla ahí. Ninguna mamá volvió. Envejecí pensando en la media luna. Mendigué para vivir por ella; violenté para vivir por ella. Y sólo en el último de mis días, tuve la fuerza para verlo cara a cara. Lo obligaría a sonreír. Destruí la caja, que era más polvo que cartón, y lo senté en un sillón, y me arrodillé frente a él. Sonreí con demencia, pensando que él se vería obligado a imitarme para evitar la incomodidad. No hizo nada. Pero seguí fiel a mi voluntad… En un día soleado, sólo cuando ninguno de los dos pertenecía al otro, heterogéneos al fin, el oso cedió ante la desesperada insistencia de mi sonriente cráneo. Esbozó la misma media luna acostada. Entonces abracé con todas mis entrañas el suave objeto, y lo alejé esperando aquella sonrisa. No había nada. Poco después descubrí que no soportaba ser propiedad de un mocoso.
Por cierto, se llama «Media luna».
Ah, y en vez de «heterogéneos» es «homogéneos». :S
Sr. Oso
Estuvieron juntos desde el día que nació. Recostaba su cabeza en él mientras tomaba el biberón. Cuando pasó de la cuna en el cuarto de sus padres a la cama en otra habitación, él lo defendió de los peligros de la noche solitaria.
Pasaron los años. El primer año de primaria fue difícil, pero llegaba a casa, lo abrazaba y sentía que todo estaba bien.
Los insultos se volvieron más hirientes; las bromas más crueles.
Y no pudo más. Aunque sintió tristeza porque no quería dejarlo sólo.
Un día, aprovechando que mamá salió a comprar tortillas, subió a la azotea. Saltó. Y después oscuridad.
Abrío los ojos. Se sentía como su hubiese tomado una siesta. Todo seguía igual. Corrió a su habitación. Allí estaba el sr. Oso, su amigo. Esperándolo para jugar toda la eternidad.
El tiempo había pasado y hoy solo quedaban los huesos de aquel niño convertido en hombre y Rup aquel oso de peluche continuaba igual, a pesar del paso de los años. Tenían más de 50 años de no verse, su separación fue producto de una promesa de madurez. Al cumplir 7 años el niño se había hecho la promesa de dormir solo, sin Rup, para demostrarles a sus padres, pero sobre todo el mismo que: era capaz de enfrentarse solo a sus pesadillas.
Curiosamente al desprenderse del osito aquellos extraños sueños que lo hacían despertar pegando gritos a media noche desaparecieron, si tuvo un par de pesadillas durante el resto de su vida fueron muchas.
—Es un gusto volverte a ver de nuevo, aunque has tenido mejores tiempos, tu miedo es uno de los que mejores recuerdos guardo, era motivador oírte llorar a gritos por las noches—.Replico Rup desprendido de toda ternura.
— ¿De qué hablas?—musitó aquel esqueleto que alguna vez fue hombre.
—Hablo de las pesadillas que tenías cuando eras niño, ¿Recuerdas el sueño de Toto? Aquel donde lo encontrabas en el jardín sin cabeza (tu vieja mascota), ese que tanto te dolía y te causaba esa opresión en el pecho que te hacia despertar llorando en medio de la noche, o aquel cuadro donde veías la imagen de tu cuerpo en el espejo sin una mano que tanto te aterraba, todos esos sueños los diseñe yo, por algunos años fui el creador de tus pesadillas, y del otro lado; en la realidad, tu consuelo era abrazarme, sin saber que aquel apego solo me daba más poder…
— ¿Qué haces aquí y porque ahora?
—Es tiempo de renovarme, prepararme para lo que viene, por eso vine al limbo, aquí donde puedo volver a ver a los que fueron mis juguetes, que ya no son hombres, ni niños, aquellos a quienes les alteraba el sueño, ahora son solo “huesos”. Aquí revivo sus viejas pesadillas, los conozco de nuevo, a través de su presencia obtengo información de: ¿Cómo eran su miedos?, ¿que los alimentaba? Pero más aún, ¿que los consolaba?, necesito recordarlo, porque los niños de ahora ya no quieren peluches para abrazar, ni mascotas con las que jugar. Ahora se ríen del “Coco” y de los viejos mitos con los que antes los padres los atemorizaban para enviarlos a la cama, y aunque el instinto sigue siendo el mismo, cada vez es más difícil acercarlos, por eso debo idear nuevas formas de miedo, nuevas maneras de llegar a ellos, para eso estoy aquí, creo que regresare materializado en un personaje de algún video juego, generaré una necesidad en ellos y sentirán ansiedad al no poderme ver en la pantalla, tendrán miedo de perderse de todo lo que pasara mientras no estén jugando, mientras que en la realidad me verán como un antídoto para el tedio y el ocio, o quizás sea en la fantasía. No importa, la única diferencia que tiene el miedo de un lado y de otro es que estando de este lado, no existe posibilidad de poder despertar, aquí yace el sueño eterno…
Aquel niño despertó de golpe gritando solo en su habitación, la mano que perdió en el accidente seguía ausente, y el recuerdo reciente de la extraña muerte de Toto le llegó de pronto, la realidad seguía tal como la recordaba, estaba ahí abofeteando a su corazón. Mientras tanto Rup lo esperaba para darle consuelo, como todas las noches, desde los últimos 50 años que aún no habían pasado.
—Yo no sé por qué tengo que hacer un cuento de osos.
—Deja de quejarte y escribe, carajo.
—¡Pero no quiero!, no se me ocurre nada, mucho menos de esa calaca tilica y flaca.
—Acaso te estás poniendo rejega, te dije que lo escribieras y cierra el pico o te lo cierro con una engrapadora.
—Está bien. Voy a escribir que no quiero hacer un cuento de osos; mejor uno de un auto, un Cadillac; o de un loco que coleccione cabezas humanas.
—Mira, te lo voy a repetir por última vez, o escribes el cuento tal y como se te pide, o vas a tartamudear el resto de tu vida.
—Está bien.
The bear fell into a pond
Poor bear
He died of fear and cold.
CAMBIO CLIMÁTICO
Hasta hace poco todavía andaba yo por cerros, pueblos y callejones espantando trasnochadores, borrachos o algún chamaco peleonero-. Ay, ay, madre de todos los santos, ahí está la pelona decían y salían corriendo- A algunos se les botaba la canica, aunque no por causa de mi figura sino por tanto alcohol que chupaban.
Ahora sólo arrastro los pies, y en cualquier lugar, dentro de algún contenedor miro hora tras hora, aterrorizada, las nubes que se desplazan en la oscuridad. Confusión y vacío. En mi mundo, seres, palmeras y nopaleras han muerto. El negro frío polar producido por el cambio climático cala mis huesos, me entumece y sólo me queda estar sentada abrazando mis arcaicos y ansiosos huesos mientras miro fijamente ése congelado y destripado oso de peluche.
MIENTRAS AVANZA
Mientras avanza por las estrechas calles va recordando datos que le contaron, fechas y suposiciones. Sube las escaleras que llevan al puente que separa la casa del viento y los nubarrones. Descorazonado, extranjero en su propio mundo, el niño, día a día regresa mentalmente a una historia contada anteriormente. Hace lo que puede. Él nació bajo ése puente y siempre ha mantenido una conexión con él. Ahora, debatiéndose consigo mismo con irritante imprecisión; aferrando la pata del oso de peluche del cual nunca se separa, insatisfecho, estira las piernas… Lo decide… Se retracta… Sube al puente. Quiere probar la inexistencia de su vida. En ese punto en su demacrada cara se perfila la faz de una calavera. Ya está. Ahora todo es silencio.
Hola Javier:
Me gusta como escribes, ojala podamos hacer intercambio de comentarios.
Indimomo
Perdón pensé que era Javier, corrijo Fanny Morell me gustó tu cuento, ojala nos contactemos. Indimomo
Por si me quieres escribir mi correo es inditami@yahoo.com.mx
ESQUELETOS DE PELUCHE
Desde que dejé la casa de mis padres siempre he vivido de alquiler. La mayoría eran sitios impersonales, pero otros eran sitios en que vivieron familias durante años, incluso décadas. En estos últimos me sentía siempre como un intruso. Rodeado de misterios, como puertas a historias fantásticas, pero sin los recuerdos que eran las llaves necesarias para abrirlas y acceder a sus significados.
Me acuerdo ahora en concreto de un apartamento en el que viví unos cuantos meses de mis treinta años, que tenía en un armario guardados un esqueleto, de los que se usan para explicar los huesos en las clases de anatomía, y un oso de peluche abrazados.
La historia me intrigaba, y cuando ya no puede más vencí mi timidez para preguntarle al dueño de qué iba la cosa, pero no tenía idea, no sabía de dónde había salido la extraña pareja, quizá hasta se los dejara olvidados algún antiguo inquilino.
En fin que como a cualquier otra cosa, uno al final también se acaba acostumbrando a vivir en una casa con un armario con un oso de peluche y un esqueleto abrazados dentro.
Una noche de tormenta, muy fría, medio en broma medio en serio, decidí agarrar el peluche y llevármelo a la cama. La verdad que era agradable estar abrazado al oso y sentir el cosquilleo de la pelusa de sus orejas en la nariz, y así me dormí.
A media noche me despertó un ruido que no había oído nunca en la casa. Se parecía al que hacen esos móviles hechos de cañas huecas que a veces se ponen en la terraza para que suenen con el viento. Pero yo no tenía ninguno. Estaba pensando que sin duda era alguna ilusión producida por el duermevela cuando se me ocurrió que un hueso hueco y una caña hueca puede que tengan un sonido parecido. Fue pensar esto y en seguida se me puso el vello de punta, seguro de que lo que oía sin lugar a dudas era al esqueleto andando y no otra cosa.
El soniquete se acercaba, metí aterrorizado la cabeza bajo la sábana, hasta que finalmente se paró al lado de la cama. Entonces, en un acto anti-reflejo, porque lo natural creo yo habría sido abrazarse con fuerza al peluche, lo tiré fuera de la cama. Tras un rato de silencio escuche de nuevo el sonido alejándose, sin embargo seguí así escondido hasta que el mismo esfuerzo de estar aterrorizado creo que me venció y dormí el resto de la noche del tirón.
A la mañana siguiente tardé bastante en decidirme a sacar la cabeza porque ¿Y si el oso no estaba al pie de la cama? Pero al fin mi temor resultó infundado, estaba allí dónde lo tiré tan desconsideradamente. El esqueleto también. En el armario quiero decir.
No devolví nunca más el oso al esqueleto. Lo dejé ya al lado de la cama en una silla y a veces lo volví a meter en la cama. Esas veces para dormir plácidas noches sin sobresaltos.
Finalmente un día deje el apartamento, mi empresa había movido la oficina a la otra punta de la ciudad y ya no me convenía seguir allí. Antes de irme dejé al oso de nuevo abrazado al esqueleto tal como me los había encontrado unos meses antes.
Y en fin todavía hoy no sé si fue algo que soñé, o si realmente el esqueleto salió a por el oso. A veces fantaseo con que fue esto último, y que si al final no se lo llevó es porque, tras una larga conversación, el oso le explicó que había encontrado un esqueleto más mullido y más agradable de abrazar, y que el esqueleto, con ese estoicismo tan propio de ellos, acató la decisión de su compañero.
Una petición. Donde dice «Lo dejé ya al lado de la cama en una silla y a veces lo volví a meter en la cama» ese «a meter en la cama» final puede cambiarse por «a meter conmigo»?
Muchas gracias
Durante largo rato miraba su imagen esbelta y elegante en las revistas de modas. Altiva, seria, inalcanzable, etérea, frágil, delgadísima. Suspiraba. Dejaba la revista. Me paraba frente al espejo y me miraba: redondeada, regordeta, rellenita, mofletuda. Cero elegancia, no se percibía ningún hueso en mi figura, nada de fragilidad.
Me doblaba por la cintura para apreciar mejor mis rollos. Pellizcaba mis muslos.
Un día me di cuenta de que ella estaba detrás de mí en la imagen del espejo. Desde el espejo me habló: «Simplemente deja de comer». Una orden terminante.
Al principio no fue fácil. Pero conforme pasaban los días el hambre iba desapareciendo. Cada día que comía menos era un triunfo. Ella aparecía siempre en el espejo, elegantes sus huesos detrás de mi figura regordeta. «Casi lo logras, Osita», me dijo la vez en que noté por primera vez asomarse tímidamente los huesos de mis clavículas.
Con determinación seguí sus instrucciones, mes con mes, hasta que ya no pude pasar bocado. ¡Soy tan feliz!
Ahora estoy aquí, en la imagen del espejo, duplicada, elegante, etérea, delgadísima. Puedo contar todos mis huesos, así como contaba antes, muerta de envidia, los de ella.
Justicia
Planeó el robo con cuidado. La llave que le abrió todas las puertas fueron las promesas de amor a la chica del servicio. Entró a la habitación que el dueño siempre mantenía celosamente cerrada. La cerradura del closet cedió, un esqueleto cayó en sus brazos.
Frente a la policía la chica del servicio dijo no conocer al hombre que yacía muerto abrazando una osamenta. El dueño explicó que guardaba esos huesos porque nunca superó la muerte de su amada y al hombre muerto no lo conocía. Ahora cumple una larga condena por dos crímenes no cometidos.
Economía
Su vida era el ahorro. Así encontró a su pareja ideal. Él también buscaba gastar lo menos posible. Un trágico accidente acabó con el romance. Ella comparó precios. Lo más barato fue acordar con un forense dispuesto a muchos por pocos billetes. Recibió un reluciente esqueleto que colocó sobre la cama junto a su oso de peluche. Descubrió así un amante más complaciente que antes. No le faltaban admiradores. Le gustaba que la halagaran con invitaciones a sitios ostentosos. Cuando uno de ellos habló de formalizar la relación y ella se dejaba llevar por las palabras del pretendiente, las inevitables sumas y restas en su cabeza la regresaron para siempre con el oso y el esqueleto como compañeros de vida.
Era una réplica exacta, podía exhibirla ante todos y nadie jamás sospecharía algo, los verdaderos enterrados y cubiertos por concreto; me encantaba con locura, su cabello, su aroma, su piel, su carne y sus huesos, huesos tan hermosos.
Aquella tarde era mucho más helada de lo habitual, en una vieja sala de hospital uno de tantos pacientes, víctima de fuertes dolores a consecuencia de un cáncer terminal había fallecido, su alma merodeaba por el lugar.
Él no lo sabía, pero ya no pertenecía más a éste mundo; por alguna extraña razón traspasó la puerta de uno de los tantos consultorios, se encontró de frente con un tierno osito de felpa, que una pequeña niña había olvidado horas atrás. El osito cayó repentinamente al piso, el fantasmal y descolorido cadáver lo tomó entre sus manos y llegaron a su mente un sin fin de recuerdos. Súbitamente un dolor intenso en su inherte pecho trajo a su memoria el episodio más doloroso de su vida, el fatídico accidente en el que su madre murió. Como entre sueños recordó un viejo y desaliñado osito de felpa, de enormes ojos negros, con el que de niño suplió el cariño de su amada madre.
Fue entonces, que una luz resplandeciente iluminó todo el lugar y apareció una bella mujer, pálida y sumamente delgada, envuelta en un largo manto blanco con un osito en los brazos. Se acercó lentamente al demacrado cadáver, lo tomó tiernamente de la mano y ambos partieron como flotando hacia la eternidad.
Suerte
Tropezó con él en la calle. Lanzó un grito de sorpresa y gusto. Tenía frente a él un colchón nuevo. Ya era casi medianoche y ninguna mirada indiscreta se percató cuando lo introdujo a su departamento. No dejaba de felicitarse por su buena fortuna. Al ir a descansar sintió como su nueva adquisición se amoldaba perfectamente a su cuerpo. Era tan placentero. Día a día pasaba más tiempo recostado, al mismo tiempo tenía la sensación de estar en algo más mullido que el día anterior. Sus horas de sueño se extendían. Sus familiares lo buscaron cuando les hablaron del trabajo para preguntar si sus reiteradas faltas se debían a una enfermedad grave. En su departamento sólo encontraron un oso de peluche y un esqueleto en un reluciente colchón nuevo.
El extraño y el oso
Cuando el niño abrió los ojos por última vez, el títere todavía seguía ahí, observándolo. Su sonrisa macabra palidecía a la misma luna. Su mera presencia evocaba terribles visiones y extrañas sensaciones. Pocas veces, se puede ver el terror en forma física. Por suerte, llevaba su viejo peluche con él: un oso blanco, un regalo de su madre del día en que partió. Lo tomó entre sus brazos y lo apretujó firmemente. Tenía una fuerza considerable, a pesar de tan sólo tener diez años; no por nada sus amigos temían hacerlo enojar. Sin embargo, ni toda su fuerza, ni todo el tiempo que abrazara a su oso, podían sacarle de la cabeza esa perturbadora sonrisa, acompañada de un extraño rostro esquelético y unas raras manos huesudas. Su padre siempre le había dado obsequios extraños, ese títere no era la excepción. Quería hablarle, pero tenía miedo; así que dejó que su peluche se comunicara primero. Los colocó frente a frente. Sólo un segundo bastó. En un simple parpadeo, el oso se desvaneció: puff. Entre sollozos encontró al fin la fuerza para hablarle a la inquietante sonrisa; con lágrimas, escurriendo en sus mejillas, dijo: ¿por qué lo hiciste papá?
Aquella tarde era mucho más helada de lo habitual, en una vieja sala de hospital uno de tantos pacientes, víctima de fuertes dolores a consecuencia de un cáncer terminal había fallecido, su alma merodeaba por el lugar. Él no lo sabía, pero ya no pertenecía más a éste mundo; por alguna extraña razón traspasó la puerta de uno de los tantos consultorios, se encontró de frente con un tierno osito de felpa, que una pequeña niña había olvidado horas atrás, el osito cayó repentinamente al piso, el fantasmal y descolorido cadáver lo tomó entre sus manos y llegaron a su mente un sinfín de recuerdos. Súbitamente, un dolor intenso en su inherente pecho trajo a su memoria el episodio más doloroso de su vida, el fatídico accidente en el que su madre murió.
Como si estuviese en un sueño, recordó un viejo y desaliñado osito de felpa, de enormes ojos negros, con el que de niño suplió el cariño de su amada madre. Fue entonces, que una luz resplandeciente iluminó todo el lugar y apareció una bella mujer pálida y sumamente delgada, envuelta en un largo manto blanco muy brillante con un osito en los brazos. Se acercó lentamente al demacrado cadáver, lo tomó tiernamente de la mano y ambos partieron como flotando hacia la eternidad.
El visitante del oso
Por: Sandyluz (@sandymw13)
–¡Tú aquí? Te pedí tiempo. ¿No acordamos que volveríamos a vernos? –refunfuñó el oso a su visitante.
–¡Ya demoraste mucho! ¡No puedes seguir esperando! ¡Esperando qué! A cada oso, como tú, le toca un solo niño en la vida. ¡Ya tuviste el tuyo!
–Y se fue… pero… alguien más podría encontrarme y quererme y abrazarme y…
–¡Ambicioso! ¡Qué reclamas! ¡Tuviste tu oportunidad! Hora de partir.
–¿Contigo?
–¡Sí conmigo! Podrías conformarte…
–Pero… es que estás muerto…
–Y tú nunca has estado vivo. ¿Cuál es el problema?
–Es que… yo quiero vivir… con un niño vivo…
–¿Y qué tiene de malo un niño muerto como yo?..
El oso miró con tristeza a su alrededor. Una habitación saturada de recuerdos. Por ahí, un portarretratos: la vieja fotografía del niño vivo que algún día lo amó. Ahora, puro olvido. La resaca del pasado. A su lado, el cadáver, los restos… Aquel exangüe propietario urgía cruzar el umbral del más allá, pero con su compañero: el oso de la niñez robada, quien aún anhelaba ser un trozo de vida y un bálsamo de muerte. Sin embargo, su pensamiento inocente lo llevaba a la pregunta eterna: ¿cómo vivir cuando no existes para nadie?
Cansado de tener pesadillas todas las noches decidí ir al psicólogo, éste me recomendó llevarle al oso de peluche con el que duermo. Según él, “Chudcito” es el culpable de mis pesares nocturnos. No me moveré de aquí hasta sacarle toda la verdad, me dijo. De esto que les cuento ya han pasado varios años.
Material de trabajo
Estudia para ser quiropráctico. Desea tanto tener un esqueleto humano. Tocarlo, atesorarlo junto a su oso de peluche. Dice que es por motivos profesionales. En su interior guarda la verdad de ese capricho. Los que lo han escuchado piensan que es una broma. Una anciana identifica en él un alma afín. Le susurra cómo puede obtener lo que quiere. Él se aparta horrorizado. No por lo que le propone, sino porque ella conoce su secreto. La risa que escupe la boca desdentada le parece obscena, se le pega a la piel, le causa un escalofrío. Desde ese día la encuentra donde quiera que va. Cambia las rutas, los horarios. Nada la aleja. Una noche se encuentra con la vieja en un callejón oscuro. Sin mediar palabra, da un breve giro a la canosa cabeza, del flaco cuello escapa un sonido seco. Se aleja con la carcajada de la mujer lamiendo su espalda. Sabe que la lesión no será visible, es un derrame que lentamente la matará. Meses después firma ante un notario la aceptación de la donación del esqueleto de la anciana debajo de las siguientes palabras impresas “espero que cumpla con el acuerdo y un día sea tan generoso como yo lo fui con usted”.
El paciente.
No deseo perturbar tu salud, ni tampoco provocarte un malestar mayor, puedo describirte todo el dolor que siento y escucharme te haga sentir peor, herir tu sensibilidad y no tengas ánimos de seguir y me calles.¿Estás sorprendido?.
Mi dolor es tan grande que no sé si venir al doctor sea una buena idea, mi apariencia asusta, mis deseos son sinónimos de despedida, mis sentimientos son de una profunda y larga tristeza y desaliento, no puedo ser optimista, embargo solo frustración, coraje, dolor y mi envidia puede parecer felicidad, mi corazón es si acaso, una ilusión, no tengo.Mis pasos son normales y trato de no hacer mucho ruido cuando camino pero en este instante se escuchan hasta en el otro lado del planeta, mas allá de Africa o aqui en un estado o en una ciudad, soy de una familia numerosa y cada día aumentamos, precisamente como un ejército y las estancias de recién llegados son insuficientes.Pero hay algo muy importante que mencionar, aunque todo termina, debe de importarnos a cada uno el cómo llegamos, ¡sin violencia!
Señor Muerte, pase por favor.
Doña Lucrecia
?Hola, sí, sí te escucho Francisco, pues no, no pude contestar antes, estuve en el colegio, tuve que ir por tu hija temprano…
Llamó la directora, estaba furiosa… ¿Cómo que por qué?, bien que sabes, no creo que la niña solita haya cargado con doña Lucrecia…
No te rías Francisco, nos la van a correr de este colegio también…
Sí, ya me contó que era parte del juego, que la amiguita iba a llevar el oso ese gigante que no quisiste comprarle. De todas formas, la directora dijo que no se permite llevar juguetes… Sí, tuve que decirle que era un juguete. Ay pobre doña Lucrecia, mira que tratarla como juguete…
Ya sé, me dijo que la tenían tomando el té con el oso, te imaginas, ya mejor no me acuerdo porque hasta risa me da… y esto es serio Francisco, ya me harté de ser yo quien da la cara mientras tú te diviertes con tus muertitos, mira que darle el esqueleto de doña Lucrecia a la niña, bueno, al menos parece que sigue completa…
No, no se le olvidó ningún hueso, ándale ya, mejor apúrate y no se te olvide traerme la pierna que me prometiste.
La princesa era hermosa, de piel suave, de ojos finos, de eterna sonrisa, de cabello extenso y carácter dulce. El guerrero era valiente, de cuerpo duro, de mirada certera, de semblante serio, de pelo efímero y bravura absoluta. Vivían en un mundo de bosques vivientes, montañas movedizas, ríos parlantes y desiertos amigables. En uno de estos lugares el guerrero salvó a la princesa del ataque de un monstruo; cuando él bajó la guardia el moribundo atacó por la espalda, pero ahora ella lo salvó. Él se admiró de la osadía de la princesa; a ella le sorprendió la humildad del guerrero. Se enamoraron. Y con el tiempo se enamoraron más. La dueña del monstruo se enojó al enterarse de que su fiel mascota falló al matar a la princesa, y se molestó más cuando supo que el guerrero lo remató. Buscó la forma de vengarse: los hechizó. La bruja sabía que si los dejaba en su mundo alguien los rescataría así que buscó en otras dimensiones y los envió a una considerada por los magos antiguos como la más melancólica de todas. Ahora la princesa y el guerrero están en otros cuerpos, en un lugar frío y gris, destinados a verse y sentirse con rasgos completamente diferentes a los suyos, a la espera de que alguien de corazón puro los rescate, pero ¿habrá alguien que pueda notar el amor en las miradas de estos cachivaches?
El Ladrón
Cuándo papá oso, mamá osa y bebé osito despertaron después de una merecida hibernación, descubrieron que alguien había comido de sus platos, del refrigerador y de la alacena hasta terminar con todos las provisiones. Entonces montaron en cólera y a punto de salir al bosque en busca del responsable, descubrieron que el tiempo no había pasado en balde sobre el ladrón de alimentos, pues al terminar con todos los manjares de la familia oso, el ladrón no pudo hacer más que morir de inanición, sólo su esqueleto quedó, nunca sabrán la identidad del glotón desvergonzado, sólo saben que su esqueleto es pequeño y que su cabello, encontrado en el piso, es largo, rizado y color oro brillante.
Anabella Nixania Barragán Moreno
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