Las Historias convoca a su concurso #123 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.
La fecha límite para participar es el 29 de noviembre de 2016. La invitación queda abierta.
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Sombras manuscritas
Vis veo, ¿qué ves? Un pulpo.
Vis veo, ¿qué ves? Una jirafa veo.
Cercenada.
Unas manos me despertaron acaloradamente, puestas en mi rostro, cubriendo mis ojos como si fuera una sorpresa. Eran frías, casi muertas… ¿Cómo asimilar el hecho de querer quitar a esas manos sin encontrar brazo alguno?
La mano del destino soltó, en un momento de distracción, los hilos de las vidas de los millones de mortales a los que manejaba en ese instante. En los libros de historia se le conoce a este momento como «La Gran Guerra».
Miembro fantasma
Hacía tiempo del accidente y aún sentía dolor. Había escuchado del médico que se podía presentar de forma intermitente a lo largo de la vida, cada vez con mayor intensidad. Pero jamás había sentido un dolor tan intenso que el que sintió cuando vio su sombra arácnida en el suelo. El cuerpo le seguía doliendo y eso tenía que parar. Dio un dedo hacia el vacío.
Mal sueño
Me detengo, exhausto, tras la puerta silenciosa de una locación televisiva desierta; para esas horas ya todos se habían marchado y en su descuido dejaron las luces prendidas. Al entrar corriendo no quise apagarlas, supuse que eso alteraría el orden natural de las cosas, causaría un aviso, o quizá generaría una mención inesperada de mi ubicación. Llevaba ya algunas horas corriendo, no podía más, mis pulmones harían implosión en cualquier momento de seguir así.
El silencio consumió la habitación, mi respiración se sentía pesada y el aire a mi alrededor se marchaba intranquilo. Por un momento me creí a salvo, por un momento creí que todo había acabado.
Desperté con respiración agitada, el sudor perlaba mi frente y el aire era más respirable. Las luces del tercer estudio, del cual yo quedaba encargado, seguían encendidas. Me levanté con pesar, estiré la espalda mirando al techo y lo último que vi fue la mano que acabó con mi silencio.
Se suponía que nadie más estaría en el edificio esa noche. Por eso me sobresalte tanto al escuchar un ruido proveniente del cubículo adyacente en el baño. Con horror, vi como una mano tensa y temblorosa surgía de ahí. Desesperadamente, buscaba algo. «Pásame el papel de baño» – susurró.
Despertó en casa de su madre que no veía hace 1 año, pudo besarla y abrazarla, compartir un café. Visitó el restaurante en donde siempre comía los lunes, sólo que era martes, miró a la mesera a la que solo había dirigido 3 palabras en su vida, la invitó a salir, ella aceptó. Y en la lista de pendientes faltaba golpear al vecino ruidoso de abajo, así lo hizo. Cuando abrió los ojos, no podía moverse, y solo podía mirar los andamios de los que se sostenía apenas unos minutos antes, antes de su madre, de la mesera y del vecino. Solo le quedaron 3 respiros.
-¿Y bien?, preguntó tímidamente Adriana con los ojos entornados y el ceño fruncido. En seguida volvió a apretar los labios.
-¡Pues nada, que te ves estupenda! Su amiga la tomó por ambas manos, le obsequió una sonrisa, la miró de arriba a abajo y enseguida añadió: -Hacía muchísimo tiempo que no te veía. ¡Te ves radiante!
-¿En serio lo crees, Leonor?
La expresión en el rostro de Adrianda le recordaba a Leonor la de su hijo de 3 años cuando no comprendía alguna sutileza del lenguaje de los adultos.
-¡Desde luego, te ves súper bien! Vamos, acompáñame a la cocina para hacerte un café y me platicas los detalles.
Hacía cinco años que las mujeres no se veían. Cinco años desde que Adriana descubrió que cambiar su apariencia física era para ella tan sencillo como acudir al vestidor de cualquier tienda de ropa, esperar escondida y robar, por encima de las mamparas, el físico de alguien más como quien le quita la sábana a un fantasma.
Tras darle unos sorbos a su café, Adriana reanudó la plática:
-¡Ay, amiga, gracias por el halago! ¡Eres tan linda!, Pero yo me siento de la patada, ¡mira que volver a lo mismo después de todas las cosas emocionantes que viví estos últimos años!
-Pues sinceramente a mí me alegra mucho que estés de vuelta. !Qué bueno que ese hombre le echó mano a lo que traías encima y que con ello te liberó -seguramente sin saberlo- de la maldición! Te eché mucho de menos, Adri.
Adriana soltó el llanto que tenía contenido y empezó a temblar como una oveja recién trasquilada, abrazándose muy fuerte. Estaba de vuelta y otra vez sentía miedo, coraje, frustración e impotencia.
Le dejo mi voto
Hay una puerta que da a cualquier parte. Pero la puerta es una palabra, como muchas otras que cotidianamente nombras. ¡Cierra la puerta, cuando salgas!, le gritas a un desconocido. Yo entro con sigilo o más bien, la detengo para que no se cierre, cruzar el umbral no es mi propósito, al menos, no por ahora. Se que estás ahí, te imagino, estudiando libros de medicina o escribiendo de prisa un mensaje corto por el móvil: ¡Voy, es que alguien dejó la puerta abierta!, dices, mientras frunces el ceño, algo o alguien, te recordó mi nombre, o eso creo que estás pensando. Cruzo el umbral, se me olvida cerrar la puerta, busco tu voz, pero el pasillo se extiende, pienso que cuando llegue, no sea voz lo que encuentre sino eco. No llegues a mí, -gritas-, si no cierres la puerta. No sé por qué ahora temo perderte, dudo entre hacerte caso o dirigirme a ti, tengo unas ganas inmensa de abrazarte. Me doy la vuelta, pero el pasillo, sigue extendiéndose cada vez más, no logro ver la puerta, se que al final del pasillo, me encontraré con ella. La veo pero no alcanzo la perilla, y tu voz, la escucho, lejos, lejos, como en un sueño.
A este también.
Tocando sombras.
Está tarde salí del trabajo sin ningún contratiempo, me permití ir al tocador a asearme después de la jornada y pensar un poco en la nueva relación de Fernando. Aún no puedo aceptar que trabajemos juntos y nuestra historia haya terminado antes de lo planeado, ahora él sale con Alicia la morena que camina como si se fuera a desarmar. Ahora aquí sentada en este inodoro recuerdo las veces en que Fernando y yo nos escabulliamos de las labores para tener algo de entretenimiento en estos baños, su maniobra más hábil era subir ambos pies para asomar la mano al cubículo vecino y con mi voz pedir un poco de papel para disimular que estábamos ahí. Era un romance de adolecentes, lo hacía más emocionante mientras más y más subía la adrenalina y el misterio de no ser descubiertos, hoy me miro aquí sentada pensando en la sombra del pasado, escuchando los gemidos que vienen de a lado y esperando el momento en que la misma mano se asome hacia mí pidiendo un poco de papel. Quizá le corte la mano al desgraciado…
También es bueno
La picazón
La picazón en el dedo anular comenzó en la mañana. La atribuí a la ausencia del anillo de casado. Lo había usado todos los días durante 9 años y ya no llevarlo se sentía extraño. Así que no le hice caso y seguí con mi rutina. Me bañé, me cambié, salí de casa sin desayunar, manejé rumbo a la oficina, maldije a otros conductores, también al guardia que me detuvo en la entrada como si no me conociera, caminé por el solitario pasillo de la oficina porque, claro, nadie va los sábados, llegué a mi cubículo, me senté, encendí la computadora, vi el estúpido fondo de pantalla corporativo y empecé a trabajar.
No despegué la vista del Excel con las proyecciones de ventas de la compañía hasta entradas las 12:00, cuando sonó el teléfono. Contesté:
— Compras.
— Soy yo, quiero hab… —Corté la llamada y dejé descolgado el auricular.
Volví a lo mío, pero por más que quise concentrarme no pude. Sentí de nuevo el hormigueo en el dedo. Intenté calmarlo sobándolo pero no funcionó. Pronto, la picazón se extendió a los otros dedos y toda la mano. Me paré para ir al baño y mojarme pero no terminaba de dejar mi silla cuando la molestia pasó a ser un dolor intenso. Era como si una mano gigante me la aplastara con la fuerza de una prensa y quisiera arrancármela desde la muñeca. Di dos pasos, grité por ayuda y me desmayé.
Al despertar me seguía doliendo pero mi mano se había ido. Solo quedaba un muñón sanguinolento que manchaba el piso. Me lo toqué con la otra mano y lloré como nunca tirado en el suelo. Basta, basta, ¡basta!, me dije. Me paré como pude, enredé el muñón en la camisa para intentar parar la hemorragia y caminé a tropezones a la salida. Cuando por fin llegué al elevador me sentí aliviado. Entonces, la vi con horror: mi mano trepaba las escaleras como una grotesca araña herida. Se abrieron las puertas del elevador, pero no entré. No iba a dejar que me abandonara, no ella también y la seguí escaleras arriba.
Ups!… También me gusto.
Esa noche besé a mi novia en los labios para desearle dulces sueños. Le sonreí, estiré mi mano para depositar suavemente su cabeza y volví a cubrirla con paladas de tierra.
Siempre he sido al torpe, pero resulta un tanto insólito que haya cometido la tontería, por segunda ocasión, de que se me perdiera la mano.
La cabeza, como siempre, amanece en la almohada que tengo justo al lado del colchón, pues son tan humeantes mis sueños andantes, que se me separa del cuello en medio de la noche y rueda hasta el suelo.
Pero, quien podría culparme? Esta maldita artritis me hace palidecer de dolor, por lo que antes de cerrar los ojos me quito las manos y los pies, y los deposito dentro de una caja de zapatos. Mas los muy pillos se escapan y en la mañana me encuentro manco y cojo buscándolos por toda la casa. Aquella vez mi pie derecho estaba en la alacena, pisando los platos de porcelana china, y mi mano izquierda estaba colgada en el perchero, al lado de mi traje de noche.
Sin embargo, esta vez es algo distinto, ya me coloque la cabeza, dándole vueltas como una taparrosca, los pies y la mano izquierda; pero la otra, muy astuta, no sale de su escondite. Bajo al estudio, quizá la desgraciada este filmando un documental en una sola toma, o haciendo un soliloquio de amor. No la encuentro por ningún sitio, ni colgada entre las luces, ni acariciando las paredes, ni grabando a un hombre medio loco y sin mano derecha.
Jamás he tenido una condición física de maratonista, y esta aventura me tiene tan agotado que me siento recargado en la delgada pared, justo entonces veo una sombra que se eleva sobre el muro falso y empieza a descender, !Una arana! Ja, ja. Y la aplasto con toda la fuerza de mi puno izquierdo. Pero descubro que era mi pobre mano derecha, que se había agotado de estar lejos de mí. Lamentable, ya esta astillada, bueno, que mas da, habrá que conseguir otra nueva, quizá una con las uñas carmesí, siempre me gustó el carmesí, o una de barro y llena de callos, esas siempre resisten más. Si tan solo las vendieran en el supermercado…
Està bien chido!!!
Este sorprende
FINALE PRESTO CON TUTTI
Alfredo, padre, hijo, esposo, empleado, jefe, subalterno, victimario.
Apasionado, hábil, creativo, perfeccionista, conflictivo.
Coleccionista, aspirante, desvelado, monomaniaco, mentiroso.
Oficina, tecnologías de la información, escritorio, quita-grapas.
Días inhábiles, horas inhábiles, fechas límite.
Luz blanca parpadeante, tonos fríos, superficies suaves.
Café, tabaco, incienso, emanaciones gástricas.
Chill-out, indicadores servidor, zumbido ventilador, zumbido mosca.
Efraín, hijo, novio, becario, multilingüe, melenudo, fashionista, víctima.
Conflicto, préstamo, quita-grapas, extravío, solicitud de devolución.
Alegre negativa.
Amenaza, intención, insania.
Reacción, burla, humillación, distinción de clases, escarnio.
Migración de datos, control de procesos, turnos, siesta.
Estuchito, viuda negra, melena, paciencia.
Imagen, Escorzo, impactante, mampara, ochenta y siete grados altitud.
Llamado de auxilio.
Indolencia criminal.
Aciago, violento, súbito, fatal.
Exquisito, satisfactorio, gran final.
Signos vitales nulos, finado, llamada a emergencias.
EL ESCRITOR
–¿Dónde se te ocurren las ideas? le preguntaron en la conferencia.
–En cualquier parte, hasta en el baño –contesta.
Cuando el escritor termina, urgido se dirige al baño.Un admirador lo sigue acribillándolo a preguntas. Llegan ante la puerta del baño.
–Me permites, me urge entrar. Ahorita te contesto.
–No hay problema, yo también quiero entrar. Te prometo no molestarte.
Cada quien se acomoda en compartimientos contiguos. De pronto, se oye la voz del escritor al tiempo que su mano se asoma por encima del cancel.
–¿Me pasas papel?
–¿Te sirve mi tableta? Tiene un buen procesador de textos.
Teorías del yo
A menudo me soñaba persiguiéndome a mí mismo, con libreta en mano realizaba apuntes de aquel yo, del que guardaba distancia como si aquel fuese un animal estudiado por un biólogo. El sueño tenía un final invariable, aquel yo volteaba a mirarme, entonces yo a su vez me volvía a mis espaldas, y veía un tercer yo, haciendo anotaciones, analizándome con aire de superioridad, cuando miraba mi libreta, los apuntes eran rayones ilegibles, por lo regular aquella frustración me hacía despertar. Aquel día, me desperté a media noche, justo cuando concluyó esa rancia pesadilla, me paré frente al espejo que colgaba del muro de tablaroca, no pude encontrar esa imagen cansada y soñolienta que esperaba, mi reflejo me miraba con malicia, sin obedecer mi inmovilidad, lo vi estirar su mano hacia lo alto, y detrás del muro, vi sus dedos emerger con la lentitud del humo. Lejos de asustarme, permanecí quieto, mientras a cada latido de mi falo, se formaba una erección, una erección intensa, de rigidez metálica.
Uouooo!!! Està chingon!!!!
La sombra se extendía más que la propia mano. Se difuminaba a lo largo del tapiz grisáceo: intentaba tomar el arma. Un disparo; la sombra se retractó.
PERSISTENCIA
Ya había superado las preguntas idiotas del presentador del show televisivo. Eran iguales a las de los periodistas de las secciones culturales de los diarios. » Mas que un don, siempre lo consideré una maldición». Y para comprobar el por qué de su divorcio de la labor de la escritura, siempre se aparecía su mano cercenada, como recordatorio de que su oficio de escritor lo perseguiría para siempre.
Que te quede bien claro cabrón, lo único que detesto de mi trabajo es todo. Dicen que hay que disfrutar lo que uno hace para vivir pleno. Pues a mi me vale madres la plenitud. La tuya y la mía. Seguro me escuchas y piensas que no te conozco bien, pero el único que se desconoce eres tú. Te crees muy chingón cuando te pones corbata pero ya ves cómo es la cosa, un pendejo sólo se ve más pendejo cuando se pone corbata. Así que dejémonos de mamadas que ya se termina mi turno y no me pagas por decirte lo que ya sabes. Toma ese puño de cagada y termina lo que empezaste, de todas formas y aunque no lo creas, ese Charly se lo merece más que tú. A chingar a su madre.
Claro… aquí esta, y él la tomó.
Pero qué te pasa?
Qué acaso estoy pintada?
Pásamelo!
No!
Pásamelo!
No!
Te ves hermosa.
Déjate desnuda es más
casi ni te ves perfecta.
Telón
La obra de teatro «Vampiros en la ciudad» es un éxito rotundo. Llenos totales. Y es fácil mantener satisfechos a nuestros «actores» europeos: un casting semanal aporta la suficiente cantidad de alimento.
Hoy, mientras me encargaba de preparar los vestuarios de mañana, tuve que pedirles que por favor fueran a almorzar a otro lugar. Me distraigo fácilmente con los gritos de auxilio y las manos estiradas de las víctimas sobre el biombo cuando, mientras se creen ensayando, se dan cuenta que la escena del beso se ha salido de control.
La materia liviana
Todavía en el último instante había sentido arrepentimiento, el ¡no lo hagas! le había cruzado por la cabeza a poca distancia de la barda, pero no fue suficiente como para evitar que soltara a la regordeta ave entre la utilería. Quién iba a sospechar que había sido él quien la había llevado a morir ahí, quien la había herido en casa y la había llevado escondida hasta ese sitio porque no pudo más con los incesantes picoteos en su ventana que todos los días le taladraban los tímpanos; eran como una tortura que algún enemigo hubiera planeado, como una verdad que se le revelaba a diario y que ya no podía soportar. Había intentado ahuyentarla en muchas ocasiones pero el ave siempre regresaba a practicar su ritual. Fue todo lo que pudo pasar en un arranque de desesperación, ahora sólo deseaba dejar de sentirla retorcerse entre sus manos porque cada minuto que pasaba le parecía que aquél pequeño cuerpo le transmitía más y más su agonía.
Algunos de sus compañeros salieron del teatro antes de que pudieran escucharla azotar contra el suelo, era como un cuerpo que hubiese nacido del silencio y regresado a él en sus últimos momentos, como la materia más liviana del mundo, quizá más que una pluma. Como la liviandad que estaba seguro, sentiría a partir de ahora al estar en casa y mirar por la ventana.
La última toma
En el décimo flash, sentí una presencia en mi costado, volví y sólo vi una sombra avalanzarse hacia mí. Luche aterrado en medio del asombro ¡no podía creelo! Quise huir de aquel espectro, pero fue inútil. Ahora soy sólo una historia de terror del espectáculo.
JC Ferrera
Cuando la tarde comienza a caer.
Hace frío, fuma para tener la ilusión de calor, tiene los pies húmedos y tiembla.
El cuerpo débil, consumido por las largas jornadas sin comida, no flaquea. Las oportunidades llegan en los momentos más difíciles, se dice lleno de convencimiento. Puedo cavar un túnel, pero eso tan sólo es una extravagancia de los pudientes, platica consigo mismo, la soledad es dura pero la única compañera en momentos como ese.
La tarde comienza a caer, la hora más bella, el ocaso le hace recordar con dulzura rostros familiares, una profunda melancolía le invade y se llena con más violencia de una fuerza de voluntad increíble. Ha tenido que huir por mucho tiempo, eso se terminara dentro de poco, el sueño está del otro lado, el bienestar, antes de que el sol se oculte por completo lo ve a la distancia, es descomunal, parece una serpiente ondulante, no lo imaginaba tan alto.
A poca distancia con gran alivio descubre que hay escaleras, que la rapidez será un factor importante, que pronto habrá paz en su alma. Toca el borde del mezquino muro, una lágrima corre por la mejilla, y pensar que llegue aquí nadando, se dice.
En breve tendremos el resumen de la espantosa noticia en una imagen. Advertencia: No apta para sensibles…
Esta es la última vista del Compayito antes de morir.
Me topé, más por casualidad, que por iniciativa con esta página. Llamó mi atención esta sección y más aún aquella foto, pues en tanto la vi, palpitaron imágenes arquetípicas dentro de mí, dándose movimiento unas a otras, como el engranaje de una sublime maquinaria, y me vi tentado a escribir «La main enchantée», por única y segunda vez, igualmente excepcional. Sin embargo, es mucha la presión que hasta ahora me ha traído mi reciente creación del Alonso Quijano. Hoy, el mundo no está listo para tolerar la universalidad del pensamiento, el hombre ignora que padece de duplicidad en masa, hay todavía ansia de autoría, hambre de micrófonos y premios.
Pierre Menard.
Estoy cansado. El reloj no se oye al funcionar porque sólo es un numerito en la pantalla. Aquella vieja historia de que en medio del silencio sólo se escuchan sus manecillas es obsoleta. Ahora sólo me queda el breve instante en que el dos cambia y se vuelve un tres, y luego un cinco y así hasta las nueve. Qué números tan brillantes y tan tediosos. Inmóviles como yo durante todo este tiempo. El de a lado se pone en pie para comer algo. Comí cuando eran las cuatro. Al cabo de dos parpadeos sobrios él vuelve y se oculta con lentitud pasmosa hasta el asiento que aún sigue caliente de tanta calma. Está oculto en su cubículo. No quiero ponerme de pie para ver si me ha traído algo aunque, ¿por qué debería? ¿qué me debe él a mí? Sigo cansado pero de pronto me ha dado hambre, así que le digo que me pase lo que sea que me haya traído, si lo ha hecho. Me pongo a pensar que hay algo ahí que es demasiado grande escondido ahí. Confianza. ¿Confío en él tan ciegamente? Hago para atrás la silla, o lo intento, porque no tiene llantas. Así que, si no puedo ir hacia atrás, si ya no hay retroceso, subir con toda mi fuerza. Sólo eso queda. Estiro mi mano todo lo que puedo sobre la pared diminuta que nos divide a los dos pero que siempre me impide ver su rostro. Anda, le digo, ¿trajiste algo para mí?, pero él no me oye. ¡Anda!, ya, siento mis dedos entumecerse. ¡Por favor, escúchame!, y en verdad espero que él me escuche, porque no hay excusas. Aquí solo hay silencio, todo el tiempo.
Un día que parecía ser uno más de la rutina en aquel camerino más parecido a un stand que a algo propio, contestando un texto miro hacia arriba para ver lo ultimo de su vida, la imagen de una mano acompañada de un sonido que marcaría el final.
– Si ni siquiera a mi me permití hacerle daño ¿por qué dejaría que tu lo hicieras? Perra. – Y le disparo en la cara
El purgatorio.
Alguien me dijo que detrás de aquel tablón está el purgatorio. Ahora no recuerdo quién, pero fue alguien que tú conoces. No, no es alto. Más bien es uno así de chaparro. Sí, así de chaparro. Con esfuerzo apenas me roza la barbilla. En verdad que es chaparro, un poco panzón y trae un bigotito como el de Cantinflas. Ah, sí, ese mero. Roco. ¿Cómo fui a olvidar su nombre? Caray. Si de chamacos jugábamos juntos. Roco, hijo de la difuntita doña Socorro, en paz descanse, y del también finado don Rafa, que, como era policía, no sé si descanse en paz.
¿Nosotros encontraremos la santa paz? ¡Quién sabe, tú! Por eso digo que disfrutemos todo lo que podamos, porque cuando nos llegue la hora de colgar los tenis el de allá arriba nos juzgará con libro en mano. ¿Crees que haya alguien allá arriba? Si no, entonces pa´ qué chingaos nos portamos bien. Sí, claro, por pura civilidad.
Bueno, el Roco me contó que detrás de ese tablón le pican las bolas a los chamacos que traen. También traen mujeres y que a ellas no les pican las bolas porque no tienen, pero ya te imaginarás qué les hacen. Ni modo, tú. Es para poner orden. Aunque pobres muchachos. Mira la mano de ese. ¿Qué querrá decirnos?
El purgatorio.
Alguien me dijo que detrás de aquel tablón está el purgatorio. Ahora no recuerdo quién, pero fue alguien que tú conoces. No, no es alto. Más bien es uno así de chaparro. Sí, así de chaparro. Con esfuerzo apenas me roza la barbilla. En verdad que es chaparro, un poco panzón y trae un bigotito como el de Cantinflas. Ah, sí, ese mero. Roco. ¿Cómo fui a olvidar su nombre? Caray. Si de chamacos jugábamos juntos. Roco, hijo de la difuntita doña Socorro, en paz descanse, y del también finado don Rafa, que, como era policía, no sé si descanse en paz.
¿Nosotros encontraremos la santa paz? ¡Quién sabe, tú! Por eso digo que disfrutemos todo lo que podamos, porque cuando nos llegue la hora de colgar los tenis el de allá arriba nos juzgará con libro en mano. ¿Crees que haya alguien allá arriba? Si no, entonces pa´ qué chingaos nos portamos bien. Sí, claro, por pura civilidad.
Bueno, el Roco me contó que detrás de ese tablón le pican las bolas a los chamacos que traen. También traen mujeres y que a ellas no les pican las bolas porque no tienen, pero ya te imaginarás qué les hacen. Ni modo, tú. Es para poner orden. Aunque pobres muchachos. Mira la mano de ese. ¿Qué querrá decirnos?
Bajo la sombra de la mano inherte había una pequeña nota donde se leía:
La sociedad me juzgará por haberla matado, pero nadie lo hizo por la tortura que me procuró durante tanto tiempo.
Atte.: El «Villano»
El silencio era ensordecedor. Los habían separado en cubículos intercalando entre mujeres y hombres. Cada hora se oía el ruido de una puerta al abrirse, ruido de llaves y un <>. Un grito rasgó el aire denso que se acumuló en esa habitación. Después un sonido de una puerta cerrándose. Silencio. Ella sabía que había sido secuestrada, y que podría haber sido violada, torturada inclusive la pudieron haber asesinado pero no. Se encontraba aislada con cientos de personas alrededor de ella. ¿O sólo serán unas decenas? O tal vez sólo había alguien más. Dos personas en ese mundo al que la habían forzado a entrar. ¿Qué hora sería? ¿Qué día era? Siempre había luz, todo era de un blanco estéril. Una mano se asomó por el borde del cubículo y ella temió. Por la corta vida que había vivido. Temió por los últimos segundos o minutos que le quedaban. Pero más que nada, temió por la soledad y por lo absurdo que era pensar en algo como eso. Entrelazó su mano con aquellos dedos solitarios que también temían y vació toda su esperanza en aquella unión. Entregó todo el amor que quedaba dentro de ella a aquel ser que ahora también se aferraba a su mano. Las lagrimas no tardaron en brotar y el ruido de una puerta que se abre tampoco tardó en hacerse presente. El último sonido que escuchó fue el que emitía su garganta en forma de un gritó que le dolió hasta las entrañas.
En vivo en 5,4, !Arghggggggh¡, !cronck¡ robl, robl, robl, !toc¡, ?fííííííííiiiiiiiiiiiiiiiuuíííiiiu?, parece un infarto, llamen a los bomberos, ?fíííiuuuiiiíííiiuuuuuuuiuunnniifííiiunnnn?, y que alguien recoja ese micrófono.
«Maldita sea»
Pensó mientras se estiraba lo más que podía sobre las puntas de sus pies para alcanzar el contacto que se escapaba de su agarre.
«Un par de centímetros más serían de mucha ayuda»
Frustrada se agachó un poco para relajar sus extremidades mientras maldecía en un lenguaje por demás florido, cuando lo volvió a intentar sintió un par de manos que la tomaron por la cadera y la elevaron lo suficiente para terminar su trabajo.
– ¿No podías haber llegado cinco minutos antes?
Él se encogió de hombros y terminó de conectar las luces del set, parándose en puntillas en clara burla al tamaño de su compañera.
Cualquiera diría que no puedo alcanzarlo, pero en realidad escapo de lo que anhelo.
Cine a mano
La claqueta trono seguida del grito de ¡Acción! Le habían sugerido utilizar un doble para las escenas de batalla, pero quería demostrar su profesionalismo y poner en práctica las horas de entrenamiento para convertirse en un verdadero samurái.
Las espadas chocaban en todas direcciones, resplandecían con las luces del set y dejaban una estela de sonido en cada choque. El director estaba maravillado con la escena, era una danza suave y elegante, hasta que la mano izquierda del protagonista fue desprendida del cuerpo creando un gore involuntario. Nadie se había percatado que las espadas estaban afiladas. El protagonista gritaba de dolor y miraba la sangre inundando el suelo. Buscó su mano desesperadamente, pero ésta había quedado clavada en un muro como si fuera el trofeo de un cazador.
Cercenada.
Unas manos me despertaron acaloradamente, puestas en mi rostro, cubriendo mis ojos como si fuera una sorpresa. Eran frías, casi muertas… ¿Cómo asimilar el hecho de querer quitar a esas manos sin encontrar brazo alguno?
Anillo de compromiso
Soy un cobarde. Tendrás que hacerlo tú. ¡Lo digo en serio, maldita sea! No puedo soportarlo más, no puedo, ¡no puedo! Estas malditas pesadillas que no me dejan en paz. ¡Vete a la mierda, ya estoy harto que me digas siempre lo mismo! No me he metido nada en días. Te dije que con un dedo bastaba, una oreja, pero tú, ¡tú tenías que cortarle la mano completa! Te dije que se desangraría, te lo dije… Si al menos hubieras conservado el anillo. Cómo que para qué. ¡Es el puto anillo lo que quiere!
LA MANTIS POÉTICA
En la FIL presenté mi primer poemario: Elementos de Diseño de Mákinas. El frío de noviembre me calaba hasta los nudillos y la piel se abrió por resequedad. No podía hacer otra vez el ridículo con mis transformaciones. Quise detener la convulsión en mi mano derecha. Las clases de Poesía Kung Fu, con el maestro Bashó, condicionaron la respuesta de mis ligamentos y huesos. Haroldo Flores, el crítico internacional más importante estaba entre el público para destruirme. Para él, mis versos estaban mal medidos y con faltas de ortografía. Acaparó el micrófono. Su verborrea latigueaba las reacciones en mis falanges. No pude aguantar el coraje cuando se metió con mi sensei. Estiré la mano y mi dedo medio penetró su boca para callar aquellos comentarios mala leche. La gente salió corriendo en estampida. Ese día fue el caos. Las editoriales sufrieron robos millonarios. Aún trato de recuperar el tamaño normal de mi dedo para volver a escribir a mano desde el reclusorio.
También me gusta
En el instante en el que mis dedos rozaron el arrugado papel, Miss Henderson estalló en cólera. Nunca supe disimular, pues de un rojo chillón se tiñó mi cara. Mis piernas tambalearon y mi corazón pareció pararse durante los cuarenta largos segundos que duró su discurso.
Los alumnos clavaban en mi miradas punzantes y profundas, que sentenciaban mi suspenso.
El ultimo deseo.
Sentí el lamento al otro lado de la pared y alzando la vista me encontré con esa mano encorvada; arqueando sus dedos en espasmo mortal desde el otro lado escucho la voz forzada y agonizante del hombre que a duras penas puede expresarse:
-Amigo- dijo entre susurro y lamento- ¿tiene papel higiénico que me facilite?
Fue una experiencia muy cercana la terror.
FIN.
El jefe siempre quiere saber dónde estoy, sin importar la hora o el día. Necesita, además, cerciorarse personalmente, pues mi confirmación verbal no basta… para él es imprescindible despeinarme como se hace con los niños pequeños. Después de revolver mis pelos parados, gruesos y gomosos, se da por satisfecho y regresa a sus asuntos. Tomé venganza cuando fuimos al Palacio Municipal a pagar el predial. Me escondí por horas en el baño con un libro y una almohada. En plena siesta, me despertó un tosido familiar, dos golpes secos, y la repentina mano de mi jefe asomándose por el cubículo de al lado, buscando mi cabeza. Después de corroborar mi identidad, retiró la mano y apareció su bastón. Traté de huir, pero la puerta estaba atrancada con algo. Nunca pensé que un viejito ciego y casi sordo podría pegar tan duro. No me despidió, lo cual no importa mucho, porque los enfermeros nunca estamos sin trabajo por mucho tiempo.
Hace falta 661 dedos para invocar los deseos de la carne
si llegas a percibir la luz es posible caer en un estado de trance
[sembrando estrellas]
El caso del concurso 122
Isa González hizo saltar a la protagonista de “Vestido de novia” desde el balcón de su apartamento. Por lo verosímil de su relato, nos convenció a casi todos que se trató de un suicidio, incluso a la policía que no condujo ninguna investigación por un probable homicidio.
Y digo que casi todos porque Quiroga, un detective privado aficionado al cognac y las noticias de nota roja, no mordió el anzuelo. Le pareció sospechoso que Alberto Chimal decidiera premiar esa historia y no otra entre las 54 participantes. No había duda del talento en la pluma de Isa pero había algo que a Quiroga no le cuadraba.
Uno de los guantes, el derecho para ser preciso, había desaparecido del lugar donde lo había dejado el personaje. Hubiera sido muy útil tomar el guante, enfundarlo, empujar a la víctima y no dejar rastros dactilares –pensó Quiroga–. Su secreto consiste en pensar con mente criminal. Esta tragedia le recordó el del “Suicidio más hermoso” ocurrido en La Gran Manzana en el 47.
El detective entre más indagaba más similitudes encontraba en los dos casos. Pero hay algo que no encaja –se dijo– sin en realidad no fueran suicidios y hubieran sido arrojados por la misma mano, estamos hablando que ahora sería un anciano sin fuerzas quizá para mantenerse en pie. A mejor que… Un Viajero en el Tiempo. ¡Lo sabía! Chimal.
El caso del concurso 122 [corrección de mi anterior post]
Isa González hizo saltar a la protagonista de “Vestido de novia” desde el balcón de su apartamento. Por lo verosímil de su relato, nos convenció a casi todos que se trató de un suicidio, incluso a la policía que no condujo ninguna investigación por un probable homicidio.
Y digo que casi todos porque Quiroga, un detective privado aficionado al cognac y las noticias de nota roja, no mordió el anzuelo. Le pareció sospechoso que Alberto Chimal decidiera premiar esa historia y no otra entre las 54 participantes. No había duda del talento en la pluma de Isa pero había algo que a Quiroga no le cuadraba.
Uno de los guantes, el derecho para ser preciso, había desaparecido del lugar donde lo había dejado el personaje. Hubiera sido muy útil tomar el guante, enfundarlo, empujar a la víctima y no dejar rastros dactilares –pensó Quiroga–. Su secreto consiste en pensar con mente criminal. Esta tragedia le recordó el del “Suicidio más hermoso” ocurrido en La Gran Manzana en el 47.
El detective entre más indagaba más similitudes encontraba en los dos casos. Pero hay algo que no encaja –se dijo– sin en realidad no fueran suicidios y hubieran sido arrojados por la misma mano, estamos hablando que ahora sería un anciano sin fuerzas quizá para mantenerse en pie. A menos que se tratara de… Un Viajero en el Tiempo. ¡Lo sabía! Chimal.
Tenemos que hablar
Recibió en el celular un mensaje que decía: “¡Tenemos que hablar!”. No identificó el número Pensó que alguien se había confundido y se lo envió por error. Al día siguiente mientras trabajaba se abrió una ventana en su computadora con el mismo mensaje: “¡Tenemos que hablar!”. De inmediato cerró esa ventana ya que no le gustaba ser interrumpido en sus labores. Ni siquiera pensó en quién podría ser. Los mensajes por teléfono y los intentos de chatear (siempre con el mismo mensaje: “¡Tenemos que hablar!”) continuaron. El colmo fue cuando estaba en el baño de la oficina y desde el lugar contiguo apareció por encima de la división de los escusados una mano femenina que arrojó un papel… De inmediato lo desdobló y leyó el mensaje: “¡Tenemos que hablar!”. Por razones obvias no pudo alcanzar a la persona que arrojó el papel. Además le pareció muy extraño que una mujer entrara al baño de hombres…
Al llegar a su casa por la noche se recostó y desdobló el papel. Leyó de nuevo el mensaje: ”¡Tenemos que hablar…!”
En ese momento reconoció la letra… Era de ella… Una ex novia que hace años había muerto en un accidente rumbo a un encuentro… lo último que él le había dicho era esa frase: “¡Tenemos que hablar…!”. Ella de inmediato fue a su encuentro para aclarar las cosas y continuar la relación pero murió atropellada en el camino.
En ese momento se fue la luz. Trató de encender la lámpara del buró y una mano lo sujetó fuertemente. Sintió un olor nauseabundo y le sujetaron la otra mano contra la cama, con violencia. De pronto una voz se escurrió hasta su oreja murmurando: “¡Tenemos que hablar…!”
Altruismo
La conoció por Ias redes sociales. La química se dio de inmediato. Un día ella le comentó que necesitaba una transfusión de sangre. Él se ofreció a ir a donar. Llegó el día y acudió al hospital en ayunas y sin haber probado alimento desde el día anterior. La doctora que lo atendió lo reconvino: “No se malpase joven así no nos va a servir de nada ¿por qué no se toma un jugo al menos?”. Le dieron el vale correspondiente y después de tomar el jugo se dirigió a la fila de donadores. Los ingresaron a un cuarto contiguo a la sala de recepción y los acostaron en unos camastros, conectándolos a unos aparatos que les extraían la sangre.
Terminaron de donar los demás pero en el caso de él la donación era muy lenta. Un doctor que los revisaba de manera continua le dijo que no temiera que era el aparato que estaba fallando, que terminarían muy pronto.
Poco a poco vio cómo los demás salían pero en su caso la donación no terminaba. Todos salieron del área de donación. Incluso el doctor que le había dicho que su equipo estaba fallando. Se sentía muy débil y ni podía arrancar el equipo de extracción de sangre. Como pudo se levantó y se movió para asomarse al área de recepción. Estiró la mano y alcanzó el fin de la separación. Se colgó y cuando se asomó miró horrorizado una criatura parecida a una sanguijuela gigante que estaba succionando a través de una proboscis. Esa protuberancia atravesaba la pared y llegaba hasta su brazo. Quiso arrancarse de nuevo el equipo de extracción de sangre pero la debilidad ya era mucha y cayó de donde se había trepado, perdiendo el conocimiento…
Mientras tanto el monstruo hace uso de las redes sociales para seguir seleccionando candidatos para su alimentación…
EL DIABLO
¿Qué les puedo decir? Lo que puede observarse es, que es hombre, es joven, es alto, es delgado, es caucásico, es habilidoso, es flojo, es irónico y también es ansioso. Tiene educación universitaria o artística. Es un animal de interiores. Intente cualquiera articular la mano es esa posición y se sorprenderá al darse cuenta de que no es un movimiento natural de expresión o de manipulación de algún objeto, con excepción tal vez, de la postura en que queda la extremidad después de haber arrojado un objeto a corta distancia.
No es un set o una galería, porque el techo está demasiado bajo, tampoco es un baño, porque no es el tipo de iluminación requerida para dicho recinto. No es una casa particular, por el tipo de división, y por los colores neutros. Lo más probable es que se trate de un centro de trabajo de cualquier índole, de nivel medio, ya que la división no es una mampara, parece ser un prefabricado económico.
La luz que hace proyectar su sombra no pertenece al riel que está a la vista, que seguramente ya está casi en desuso, ya que tiene varios focos fundidos. Se podría decir que la iluminación vigente proviene de una luminaria ubicada casi encima de la mano, entre los dos espacios. Hay, por otra parte, una luz natural que procede de una puerta o ventana que de localiza atrás del dueño de la mano y un poco cargada a la izquierda anatómica del mismo.
Dando prioridad a la iluminación de los espacios, sacamos en limpio que la recepción o el punto neurálgico de este centro laboral, están del otro lado del murete, lo que hace sospechar que usted no pertenece a la categoría de mando.
Tenemos a un individuo con sentimiento de superioridad sobre usted, que se dedica sistemáticamente a mortificarlo, por lo que se deduce que es usted un medroso falto de auto estima, que se deja vapulear por cualquier otro que se arrogue el derecho de hacerlo.
Matelo. Sí, matelo. El primer paso para legitimarse como un ser con dignidad, es deshacerse de sus enemigos. Solo así podrá usted crecer y respirar con amplitud.
Mire, el día de mañana a eso de las nueve horas habrá un terremoto de gran magnitud en su ciudad. Las instalaciones mediocres en las que usted labora seguramente presentarán derrumbes parciales, si no es que totales. Aquello será un desastre. Esté preparado, en cuanto sienta la primera sacudida aborde a su acosador por atrás y aplíquele la llave china. Una vez inconsciente, introduzca una bola de chicle bomba lo más cerca de la tráquea y arrástrelo hasta el mueble archivero más pesado de su lugar de trabajo, inmediatamente incline el mueble hasta dejarlo caer sobre su agresor para dejarlo atrapado con el cráneo aplastado. Salga corriendo inmediatamente.
A las nueve de la mañana, Panchito tuvo algo así como un mareo y se puso a gritar como loco que estaba temblando; entonces se fue sobre Olivier, lo atacó con gran saña y se echó a correr escaleras abajo.
Si ya lo agarraron. No he podido dormir, y también lo buleaba.
-Tengo mala circulación -se excusaba cada vez que alguien reparaba en sus manos frías. Lo que nadie se atrevía a decirle era que llevaba unos cuantos años muerta.
La anestesia de la monotonía es más poderosa que las ganas de mandar todo a la chingada.
UNA VIDA
1 fractura del tercer metatarsiano. 2 roturas de escafoides. 3 escayolas. 8,128.345 caricias. 7.267 puñetazos. 9,345.000 palmadas. 678 peinetas. 65 llagas. 176 sabañones. 396.675 comidas. 97 lápices. 65.312 dibujos. 167 sombras chinescas. 62 guantes. 72.456 páginas. 98,735.345 martillazos. 723 callos. 13 puntos de sutura. 9 ratones. 5 teclados. 12.625 saludos. 7 goles. 1 gitana de la feria. 106 bolígrafos. 217 cartas manuscritas. 6.347 granos explotados. 12.549 pajas. 1 disparo.
Blanca Navidad
Logré asirme al borde de una falsa pared, pero él seguía halando mis pies con fuerza, me solté y me golpeé el rostro contra el piso y sangré por la ceja. Arrastró mi cuerpo varios metros y me sacó de la habitación, pude ver su cuerpo encorvado y sus brazos que arrastraba por el piso; la sonora carcajada agitó la barriga y meció las barbas blancas teñidas por mi sangre de aquel falso Papá Noel que devoraba mis pies…
La sombra da mas miedo que la propia mano , estuve corriendo mientras coria y coria me vi en un callejón donde para salir tenia que brincar una paredes puse mis manos me incline con mis pies y cuando estuve en sima de la paredes me resbale y cai del mismo lado pero lo sorprendente no fue eso ,lo sorprendente es que cuando caigo y me doy fuerte en la cavesa hay mismo despierto con los sudores
[…] va para un texto que no sólo no se entiende sin la foto sino que necesita leerse aquí. Es el texto sin título de Vicente Acosta F., que juega con un personaje famoso de la literatura –Pierre Menard, aquel que volvió a escribir […]