Las Historias convoca a su concurso #115 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»]Instrucciones:
1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.
El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar. La fecha límite para participar es el 30 de enero de 2016. Quedan invitados.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
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EXVOTO
Como cada enero, Lucía, Meche y Paco recorrían aquella estrecha y larga calle atestada de puestos, antes de llegar al atrio del templo de Nuestra Señora de las Mil Congojas y comenzar a avanzar arrodillados. La tradición inculcada por los abuelos y padres no debía morir.
Esta visita era más especial que todas las anteriores, pues en el último año Lucía había enfrentado y vencido un despiadado cáncer.
— Tómame una foto aquí, Meche. Será el exvoto que dejaré en el altar de la virgencita.
— No mames, Lucía. ¿Entre tanta baratija de feria de pueblo?–, intervino Paco.
— ¿Qué mejor prueba de lo viva y chingona que de nuevo me siento?
No sin muchas dificultades, encontraron en el pueblo un cíber donde imprimir el improvisado exvoto, el cual antes de la misa del mediodía ya estaba en el altar.
Cuando al atardecer los tres hermanos dejaron el pueblo, nunca supieron que el sacristán de Nuestra Señora de las Congojas había retirado del altar el exvoto poco piadoso de Lucía: lucía demasiado bien.
-Abandono-
¡Escucha, escucha!
¿Ves cómo me van a hacer falta los pinches bailes? Porque del frío ni me preocupo. Allá se inventan cuantimás remedio para calentarse y sólo es cosa de ir probando. Se construyen unas ciudades subterráneas donde prohíben mirar el techo, para que no eches en falta el cielo que más arriba se deja venir a pedazos blancos. Así viven como topos o como poetas borrachos. Hasta los niños aprenden a empinarse las botellas de alcohol para matar el frío. También está la ropa gruesa y pegada, con suficiente hechura de foca. A veces la barruntan de grasa, igual que a los arcos de la orquesta, para repeler nieves e hipotermias. Lo primero en la lista de adquisiciones deben ser las chamarras y las botas vikingas. Idealmente se deben comprar antes de poner un pie fuera del aeropuerto. ¿Ves que del frío no me preocupo? Ya estoy mentalizado para abandonar esta resolana y los olores calientes de la manteca y el parloteo de los marchantes y las fumarolas de mi valedor. Te vas a quedar con el changarro, mijo. ¡Pero escúchate eso que empezó a tocar! Sólo pienso que estando lejos lo voy a olvidar tan rápido: primero se va la letra, luego huye el ritmo. El baile ni se diga. Allá no hacen ningún pinche baile. ¡Esos cabrones se entierran y no bailan nunca!
UN DÍA DE RETRASO
Desde el día en que le habían regalado ese aparato, la muchacha vivía con un día de retraso. Salía a la calle y fotografiaba cada instante: la fruta que elegía en el mercado, sus pies en la ducha, los pasos de cebra, los zapatos de los escaparates, los cafés con leche con dos de azúcar que se tomaba, las sonrisas de los demás,… Esta actividad le ocupaba todo su tiempo, así que pasadas las doce de la noche descargaba las fotos en su ordenador y vivía la vida que no le había dado tiempo de vivir.
Me encantó la forma en que tomaste la imagen.
Entre imágenes de la Catrina, hombres de nieve y retratos imantados de Frida Kahlo, supo quién era ella. La soledad se había instalado entre ambos, caminaban de la mano sin mirarse, el camino de siempre, la misa del domingo. Ramiro no soltó el celular, ni siquiera para dar la paz. Rosa le lanzaba miradas furiosas, qué falta de respeto, le murumuró varias veces. Vio la sonrisa que le iluminó el rostro después de ver algo en la pantalla cuando ella juntaba las manos para orar. Se puso de rodillas. De todo lo visible y lo invisible rezaba el sacerdote, en un tono monótono, a punto de apagarse y de nuevo vendrá con Gloria para juzgar a vivos y muertos. Ramiro no piensa en el infierno, los labios de una de sus colegas aparecen entre las palabras del cura, en la pantalla encendida, atrás de sus párpados cerrados.
Al salir de la misa, Ramiro propone mirar los puestos ambulantes. Rosa insiste en regresar a casa. Ven que te quiero enseñar algo, dice él. Los labios de la colega lo han despojado de los recuerdos, del traje de novio alquilado, del parto y los pañales. Aún es tan joven. Rosa presiona, sus papás los están esperando para comer. A Ramiro ya no le importa nada, ni siquiera piensa en el bebé. Está decidido. Le pasa el teléfono para que ella vea, tienes que saberlo. ¿De qué hablas? dice Rosa mientras sostiene el aparato con curiosidad y examina la foto de una mujer con sombrero. Me voy con ella, interrumpe Ramiro. Rosa mira con atención, contiene las lágrimas, la mujer no parece una seductora, es tan simple y sin embargo le está robando a su Ramiro, por esta tipa no vale la pena. La pantalla se estrella contra los atrapasueños de colores que cuelgan del techo. Jala el brazo de Ramiro, apúrate que mi mamá te hizo mole negro.
Quis custodiet
La mirada de Julieta durante la selfie no reparó en mi presencia. Concluí que durante meses, dos cuadras, habían sido la distancia idónea.
Gracias por su compra
Bienvenido al mercado de artesanías. Aquí (como en muchos otros sitios) podrá encontrar miles. Bueno, cientos de curiosidades (que podrían no servirle en absoluto) que podrían ser una bonita decoración para su casa. Y todas ellas son cien por ciento mexicanas y de gran calidad… ¡Espere un momento! ¡No se vaya!… Para serle honesta, no he vendido nada en todo el día… ¿Que no tienen nada de especial? Vamos, acérquese un minuto y observe con cuidado. Le aseguro que encontrará algo que llame su atención (como todos los clientes) y que al tenerlo en sus manos no querrá dejarlo de nuevo en el estante… ¿Lo ve? Se lo dije… Sí, muchos clientes nos lo han dicho. Es una sensación extraña. Muchos dicen que sienten que quedan enlazados con el objeto ( o como si perdieran algo, algo importante)… Tiene razón, suena un poco infantil. ¿Se lo lleva entonces?… Perfecto, permítame darle una bolsa… Aquí está su cambio. Y casi lo olvido, aquí tiene… No se preocupe,no es nada. Los atrapa sueños son un regalo que hacemos por cada compra. (Es una pena que las almas no se reciclen) Además creo que le hará falta… Gracias por su compra y buen día.
Atrapada.
Los amigos comentan la ausencia de Sofia. Hoy se cumplían dos años de su misteriosa desaparición.Nadie supo como, cuando, ni donde; así, como se esfuma la neblina en un amanecer de invierno, así desapareció; sin dejar rastro alguno. Nostálgicos reviven recuerdos, observando fotografías que guardan en su teléfono celular, donde aparece ella, con esa mirada impregnada de sueños, y la sonrisa a flor de piel. Después de un suspiro, guarda el celular en su funda, sin percatarse de la ultima imagen que, ahogada en un grito silencioso, suplica que la ayuden a salir del Iphone, mientras se desintegra en diminutos pixeles.
Vine a Tepito porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Guáramo. Mi madre me lo wasapeó. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto sucediera el apagón analógico. Le envié un emoticón del dedito arriba en señal de que lo haría, pues ella estaba por quedarse sin tele y yo en un plan de aceptarlo todo. No dejes de ir a verlo -me recomendó-. Encuentras su puesto de este modo y de este otro. Estoy segura que te dará gusto verlo”. Entonces no pude hacer otra cosa que decirle que lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aún después de que mis mensajes quedaran en visto.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora sin señal analógica y con los precios de los convertidores digitales por las nubes, vine a Tepito. Donde debió estar su puesto de películas piratas, según las instrucciones de mi madre, había ahora uno de tablitas con Catrinas. No me lo iba a creer si no le enviaba una foto por WhatsApp, la publicaba en su feis o al menos la tuiteaba. No me llevaré una colección de películas gratis para que mi madre no extrañe su señal analógica.
Tomé la foto y tropecé, en un torpe intento de caminar. Después de unos cuantos pasos caí sobre el puesto, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. El puesto con todas sus calaveras, donde otrora hubiera bonitas películas, dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
-Oiga, no puede tomar fotografías
-¿Por qué?
-Está prohibido
-¿Quién lo prohíbe?
-Yo
-¿Y usted quién es?
-El que prohíbe tomar fotos.
No, este móvil tampoco me convence. No salgo guapa en los selfis
¡Un dedazo en la pantalla y ya espera, que Lucía también debe ver esto! Le dijo a su hermano y tomó la foto.
Los retazos de una cuartada desequilibrada
Sabia que vendrían , y las lagunas mentales sobre las que anduve flotando no permitían detener mi carrera , sentía mis pies derretirse cual drama que siente un chocolate al estar expuesto a las sanguinarias espadas del alba de la mañana .
Mi sueño había sido perturbado por el pequeño Hitler que ha tomado como su reconfortante hogar a mi mente, mi cabeza ha sido enclaustrada de tremendo narcisismo a la espera de que la canción de la vida se detenga .
Busco el momento perfecto entre todas esas olas de un mar negro, en lo mas alto de aquellos fetiches una irónica Frida Kahlo retaba a su buena suerte, al parecer tiene una gran popularidad entre todas aquellas surrealistas necesidades.
Luchando tanto por sus compatriotas las muerte saldrá vencedora entre todos estos imanes de dinero quemado , para ser conservada en un maravilloso cajón de curiosidades humanas .
He aquí la muerte triunfadora entre una descuartizada mercadotecnia , donde la tragedia de la mas afamada Frida Kahlo y el celebre santa Claus no han tambaleado a los caprichos humanos.
-Amiga, ¿nos puedes tomar una foto?
-Pero amiga, acércate más, ¿a poco si salimos todos?
-Mejor tómanos otra.
-¡Hey, amiga!
-¡Hey, hey, MI CELULAR!
Sacaré la foto. No sé si es la más linda, la más audaz, pero esta será la foto. La foto que todo lo muestra, la de mi paso por aquí, en este momento, con estas personas. Es la primera en este lugar y con ellos. Ayyyy! que sentimiento más eterno y fugaz al mismo tiempo,no recuerdo otro similar desde que estoy con ellos. Y descubro, sus olores, sus pasiones, sus delirios y esta foto……..
La foto donde todo confluye, el día,la hora, la calle, la gente y vos.
Duermo con vos, separados, en un cuarto con mi amiga Emi, y la foto…….vos atravesando la foto, y me toca tu mano, y me hipnotizo. Te incorporas en la cama, medio cuerpo y me hablas, yo en otra cama. Y tu cuerpo.
La foto que tomé, no tiene sentido sin tu imagen alejándose de mí, de mis defectos, de mis virtudes, de mi peculiar lunar en mi mejilla.
Tan efímero los momentos, tan locas las pasiones, y tan absurdas estas dudas….las de la foto. Las dudas de la foto. Esa foto duda de todo. Duda de ese día y del mar, duda del sabor de tu cena en mi plato, y duda verte ir en el mercado.
Lo que sí no sé, es de que sí existe o no…la foto. Yo la tomé, pero ahí no estás vos, están mis inseguridades, mis miedos, mis fobias, pero no vos.
Vos estás en todas mis fotos, en mi cara, en mi cuerpo, en mis venas, en el aire.
La foto que todo lo muestra pasó ahí, duro un segundo y aún perdura cada vez que respiro….
Guey necesito comprar este copal, préstame el varo. En la foto está la morra que me hizo el mal de ojo. A Joaquín que es el que sale de espaldas también lo embrujó, por eso me dejó. No me importa que no regrese conmigo, necesito limpiar mi aura para que deje de creer que él es mi padrote y me obliga a pasar las tardes exhibiéndome en la esquina. Anda, te lo devuelvo apenas consiga cliente.
A mí me habían dicho que al morir uno veía el rostro de Dios. Pero lo que vi cuando abrí los ojos después de que me desplomé fue diferente. Ante mis ojos sólo se encontraba lo último que vi . Al principio entré en pánico. No podía moverme, o más bien, era como si realmente no me estuviera moviendo en lo absoluto; podía sentir el movimiento de mis manos, de mi cuello, de los brazos, incluso caminé (¿sobre qué?!), pero la imagen que se encontraba frente a mí no cambiaba. Era como si hubieran cosido a mis ojos aquella imagen que permanecía inalterable: En un mercado dos personas, de espaldas a mí, tomaban una foto a alguien. Eso era todo. Nada más. Y pronto, la imagen, congelada como una fotografía, comenzó a hacerse más grotesca e insoportable. Poco a poco (y a una velocidad vertiginosa) se volvía borrosa y caótica, y sin embargo seguía exactamente igual. Todo carecía de sentido (no, sí tenía sentido, un sentido retorcido o extremadamente cuerdo, un sentido paradójico) y yo sentía que los ojos se me reventaban, pero seguían mirando aquella imagen. Y entonces me di cuenta que el rostro que se vislumbraba en la foto que estaban tomando esas dos personas era lo único que parecía imperturbable. Fue en ese momento que supe que estaba muerto y que estaba viendo el rostro de un dios, pero de un dios cruel, atroz, implacable: era mi propio rostro sonriendo sardónicamente por la eternidad.
Cuando fue a buscarlos no estaban en sus camas, se habían ido, de noche, en el carro de papa. Los niños se habían ido lejos, mas allá del colegio, y nadie sabia donde estaban. De pronto, papa recibió una foto ¡eran ellos! así al fin supo donde podía encontrarlos. (cuento de valeria Sofía, mi sobrina de cuatro años)
Indiscreción
Me dice: ¡ahí está! esa es la dama esbelta y pálida que me sigue a todas partes ¿la reconoces?
Pero los pixeles la reconocen más pronto, demasiado, como para evitar que oprima el disparador.
Juan y su madre miraban con tristeza la foto. Pedro era un niño amoroso. Contestaba mal pero pedía perdón. Rezongaba pero obedecía. Peleaba pero tenía piedad. Ahora tenían que visitarlo en el reclusorio. La defensa demostró que fue salvaje y brutal. Los estudios clínicos concluyeron que era tonto y de escaso razonamiento. Tenía dieciocho años. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho el miró de frente y dijo: porque me mandó a chingar a mi madre.
vie
la ferviente perfección,
ir cayendo a un abismo que jamás tiene final,
la desnuda noche negando a la exhibicionista oscuridad,
la verdad inexistente seduciendo a la febril mentira.
El desierto danzaba entre mis pupilas de agua salada y un mar de olas negras tambaleaba a mi alma
La presencia
I. Los había estado siguiendo desde que bajaron del metro. La Presencia, como le gustaba llamarse a sí misma, a todo sueño con lo Invisible, salió a su encuentro con cámara fotográfica en mano —si a eso puede llamársele mano— y justo detrás de ellos los hizo perpetuos en la memoria: eran suyos y sus rostros fueron borrados de la historia. Click, ya está.
II. La fotografía en la calle formaba parte de un rito, una forma del olvido. Las llantas con indiferencia habían manchado su pulcro anonimato. Pero el lugar que se reflejaba en la imagen no existía salvo en ella misma: vestigio de sombras eran ellos dos, que pasaron a alimentar una luz invisible.
Me paré enfrente del estante y saqué el celular para poder tomar la información del producto y comprarlo en un lugar más barato, pero cuando ya iba a tomar la foto una señorita se me acercó y dijo «Lo siento, no puede hacer eso» Sonreí cómo siempre debe hacer un buen mexicano y me fui maldiciendo hasta que llegué a casa.
Armando tenía las manos en los bolsillos. Se cansó de intentar sujetar las de María, que levantaba abrupta los brazos cada tanto, diciendo:
– ¿Ya viste?
Él, cuyos ojos estaban fijos en la espalda de ella, asentía. ¿No le bastaba a ella guardar en su cabeza las baratijas que tenía por delante? Supuso que no, porque María siguió así por las tiendas de arte hecho a mano y que ella imaginaba saliendo de la mente de conocedores, pero que en realidad hacían niños mientras veían la televisión con entero automatismo. O eso pensó Armando mientras se ponía rígido, esperando en vano que ella notara su cansancio.
María era una historiadora de nimiedades. A sus amigas les habría de enseñar, más tarde, eso que vio y que no hubo comprado pero que no necesitaba: tan sólo tener la imagen completa de un mundo de curiosidades era suficiente para ella.
– Vi un cuadro con la imagen de Frida – diría después, tocando su rostro con sorpresa -. ¿Ustedes sí conocen a Frida, verdad?
Pero ahí, antes de ella pudiera hacer cualquier otra cosa, Arturo se ató a sus pasos. María, cuya fuerza en los hombros le permitía mantener el celular apuntando como la mira de un francotirador o el más prodigioso camarógrafo, se mantuvo firme y siguieron el recorrido hasta que ambos, cada cuál por sus motivos, salió de la burbuja de su encuentro recordando que al día siguiente, como cada lunes, volverían al trabajo. Armando se sintió contento al saber que podría excusarse durante otra semana. María no se agobió ante el trabajo pues, en sus momentos de descanso (algunos oficiales y otros tomados por su cuenta) se imaginaba una vez más recorriendo los pasillos, con su novio a lado suyo. Y no podía pedirle nada más a la vida que eso.
Réplica
Entre la sorpresa y espanto Marcela la vio comprando en un puesto de Pericoapa un bolso imitación Louis Vuitton, apuntó su celular y le tomó una fotografía, ella se dio cuenta, miró a Marcela al principio con desconcierto y después aterrada, tomó el bolso y se perdió entre la multitud. ¡La muy perra!, dijo Marcela con rabia y corrió tras ella, yo la seguí como un idiota, me sudaban las manos y sentía el corazón en la garganta. No tenía idea de que haría Marcela cuando la alcanzara, por un momento tuve el deseo de que no lo hiciera nunca. Ella llegó la calle, detuvo un taxi y por más que Marcela gritó no pudo impedirlo. Marcela comenzó a llorar, yo la abracé y le dije que todo estaría bien que no se preocupara.
Pasaron tres meses desde ese incidente, Marcela y yo terminamos, pudo más la tensión que todos los juramentos de amor. Ya no he visto a Marcela, pero por amigos mutuos sé que se ha ido consumiendo, dejó la escuela y ya no sale de su casa.
La busqué por curiosidad en las redes sociales, indagué entre sus conocidos los lugares que frecuentaba y cuando la encontré la reconocí por el bolso imitación Louis Vuitton, me acerqué a ella y le hice la plática, al instante hubo química entre nosotros; en la tercera cita hicimos el amor y fue mejor que todo lo imaginado. Ella también se llama Marcela y al igual que la otra Marcela: tiene la nariz salpicada de pecas, se le forman hoyuelos cuando ríe, su papá se llama Luis y su mamá Josefa, estudia Física en la UNAM y tuvo un novio igualito a mí que también se llama Carlos.
La prueba
María Dolores repasó mentalmente el plan mientras caminaba: ir al mercado, buscar a la mujer que podía ayudarla, entregarle la carta en la que le contaba de las infidelidades de su marido y regresar a casa.
No era nada del otro mundo, pero hacía tanto tiempo que no iba a un mercado que le pidió a Felipe, su hijo, que la acompañara. En cosa de segundos encontraron a doña Blanca, la mujer que buscaban, la observaron discretamente y ocultos tras un puesto de atrapasueños y cuadros.
–Supongo que cuando le des la carta le dirás quién eres– dijo él.
–Antes me voy a asegurar de tener una prueba que me respalde; de lo contrario, no me va a creer que soy su hija y mucho menos que mi padre la engaña.
–Una foto, si le tomas una foto en un futuro eso servirá para comprobar lo que dices.
–No lo sé…
–Dentro de unos años se volverán a encontrar y si guardas ésa prueba ella te creerá entonces, aun si no lo hace ahora.
–Tienes razón.
Felipe le prestó su móvil, que había comprado hacía unas horas cuando llegaron a la ciudad, y ella tomó la fotografía.
Doña Blanca se percató de esto y le reclamó, a penas y podía moverse por el embarazo. Ni María ni Felipe pudieron decir nada porque la alarma que traía él en su teléfono y que indicaba que debían volver sonó.
María dejó la carta tirada, ambos salieron y se alejaron tanto como les fue posible de la multitud. Cuando estuvieron seguros de que si desaparecían nadie repararía en ello, lo hicieron para nunca volver.
Mientras tanto, don Martín, el esposo de doña Blanca, llegaba a donde su mujer con una sonrisa a causa de haber hallado el nombre perfecto para su hija. Sonreía sin importarle el coraje que pasó doña Blanca; de hecho, ella nunca le importaba.
–Si fuera niño, lo llamaríamos Felipe; pero como es niña le pondremos María Dolores y como ya no estamos para tener más hijos, si tenemos un nieto entonces sí le ponemos Felipe.–Informó.
–¿Qué es eso que está ahí? ¿Es una carta?
Don Martín levantó la misiva y por curiosidad leyó la fecha de la misma que venía puesta con un sello. Era del 20 de octubre del 2030,había sido escrita justo antes de que María viajara a la ciudad.
–No es nada, vieja. Seguro alguna chamaca despistada que anda jugando a que escribe desde el futuro la dejó.
El smartphone que me ha regalado mi tío es muy completo: pantalla de 5 pulgadas, memoria RAM de 2 gigas, 16 gigas de almacenamiento interno, sistema operativo Android 5.1, cámara principal de 16 megapíxeles, cámara frontal de 5 megapíxeles, procesador de 8 núcleos… Una maravilla que, sin embargo, no me sirve para nada pues, por mucho que lo intento, no puedo sacarme un selfi. Por muy inteligente que sea, este maldito teléfono no captura la imagen de un vampiro.
Es mi primer semana en el pueblo. Gudelia, la dueña de la pensión, está en el comedor, me sonríe, eso es raro, ella es muy seria. Le entrego el sobre con el pago del alquiler, ella a su vez me ofrece una pequeña caja de cartón. Al abrirla, veo un celular, no luce tan mal. “Lo dejó la inquilina anterior, creo que son de los que sacan fotos”. Me acerco a ella, quiero tomarnos una fotografía. “No, no desperdicies tus fotos conmigo, nunca salgo bien”. Me acompaña a la salida, nos despedimos, volteo, ella, extrañamente, vuelve a sonreír. Llego al tianguis artesanal. El primer puesto es vistoso, ahí está Tomás, el hijo de Gudelia , el siempre sonríe pero de manera retorcida, me dice algo , pero no le hago caso. Le pregunto a la artesana si puedo tomarle una fotografía, ella inmediatamente me dice que sí. En la pantalla del celular veo la imagen que quedará digitalizada. En eso, recuerdo a mi abuela, ella, igual que Gudelia, tampoco dejaba que la fotografiaran, pero mi abuela decía “no me robarán el alma”. Se escucha un extraño clic, supongo que ya se tomó la foto.
Adiós…
¿Porqué esa muchacha se lleva mi celular? Gudelia me lo acaba de regalar, ¿porqué estoy atendiendo el puesto de artesanías?
Ella me dijo adiós ¿porqué ella está en mi puesto de artesanías?. Me siento aturdida. Un muchacho me alcanza, creo que es Tomás el hijo de la dueña de la pensión. El me dice algo: “tal vez las cámaras modernas de los celulares no roban las almas, tal vez sólo las transmigran”. No entiendo lo que me dice. El sigue hablando “vamos, mi madre te espera para comer”, no entiendo nada, sólo veo la cara del muchacho, sobresale su sonrisa… es retorcida.
Es mi primer semana en el pueblo. Gudelia, la dueña de la pensión, está en el comedor, me sonríe, eso es raro, ella es muy seria. Le entrego el sobre con el pago del alquiler, ella a su vez me ofrece una pequeña caja de cartón. Al abrirla, veo un celular, no luce tan mal. “Lo dejó la inquilina anterior, creo que son de los que sacan fotos”. Me acerco a ella, quiero tomarnos una fotografía. “No, no desperdicies tus fotos conmigo, nunca salgo bien”. Me acompaña a la salida, nos despedimos, volteo, ella, extrañamente, vuelve a sonreír. Llego al tianguis artesanal. El primer puesto es vistoso, ahí está Tomás, el hijo de Gudelia , el siempre sonríe pero de manera retorcida, me dice algo , pero no le hago caso. Le pregunto a la artesana si puedo tomarle una fotografía, ella inmediatamente me dice que sí. En la pantalla del celular veo la imagen que quedará digitalizada. En eso, recuerdo a mi abuela, ella, igual que Gudelia, tampoco dejaba que la fotografiaran, pero mi abuela decía “no me robarán el alma”. Se escucha un extraño clic, supongo que ya se tomó la foto.
Adiós…
¿Porqué esa muchacha se lleva mi celular? Gudelia me lo acaba de regalar, ¿porqué estoy atendiendo el puesto de artesanías?
Ella me dijo adiós ¿porqué ella está en mi puesto de artesanías?. Me siento aturdida. Un muchacho me alcanza, creo que es Tomás el hijo de la dueña de la pensión. El me dice algo: “tal vez las cámaras modernas de los celulares no roban las almas, tal vez sólo las transmigran”. No entiendo lo que me dice. El sigue hablando “vamos, mi madre te espera para comer”, no entiendo nada, sólo veo la cara del muchacho, sobresale su sonrisa… es retorcida.
¿Sabes? Ella… Ella era mi mejor amiga, lo fue durante muchos años hasta ese día.
Era un 29 de enero, en su cumpleaños. Ella, nuestro mejor amigo, y yo, decidimos salir a festejar. Fuimos de compras, él y yo invitamos (habíamos trabajado extra para poder pagar sus regalos), después fuimos a un lujoso restaurante de comida italiana, su favorita. Pasamos el día increíble.
Cuando ya nos íbamos del centro comercial, nos encontramos con un curioso puesto de curiosidades y ella, que ama coleccionar cosas, se volvió loca y corrió hacia él. Se probó una bolsa y un sombrero que la hacían verse muy graciosa y me pidió que le tomara una foto. «El día terminó perfectamente», pensé al llegar a mi casa.
Justo cuando me iba a quedar dormida me llegó un mensaje: ¿Podrías pasarme la foto? Se la quiero enseñar a alguien.
Se la mandé, y justo después me quedé mirándola. Me parece muy bonita, incluso a veces he sentido envidia de su belleza. La miré detenidamente, parte por parte, y fui muy feliz, la quería demasiado. Iba a cerrar la foto cuando me di cuenta de un detalle: un reloj se asomaba desde la manga de su suéter. Ese reloj era mío, me lo regaló mi ahora ex novio. Él lo había hecho para mí, era único. Una vez, después de una pelea, le devolví el reloj. Él no dijo nada ni me regresó después. Cuando le pregunté qué había hecho con el reloj, me dijo que lo había guardado, y que sólo se lo daría a la mujer a la que amaba, a menos que ésta la rechazara. En ese momento me sentí tonta al haberle devuelto el reloj, porque me había dicho, en pocas palabras, que me amaba, pero como lo rechacé estaría guardado.
Ya veo en realidad a quién ama.
¿Qué le pasa a Lupita?
Siempre me han dicho que ando en otra parte que nomás araño la realidad. Pero es que soy muy desconfiado. Solamente le tengo confianza a Lupita. Por eso me extrañó que se pusiera tan necia de querer fotografiar ese puesto.del tianguis…
Le dije: Vámonos, Lupita
Y ella terca con querer tomar fotos…
Yo vi que el dueño del puesto se estaba poniendo sospechoso y le insistí: ¡Vámonos Lupita!
Pero la Lupe seguía tome y tome fotos a pesar del malestar del señor del tianguis
Entonces la voz en mi interior me dijo: ¿Qué le pasa a Lupita?
Yo, por instinto le contesté: ¿Qué le pasa a esa Lupe?
Esperaba que la voz interior me contestara con algo bien giarro como: ¡Que se para y te escupe..!
Pero no dio tiempo ni de eso… quién sabe de donde salieron unos monigotes vestidos de negro que agarraron a la Lupe y le quitaron el celular con el que tomaba fotos y se la llevaron a jalones. Otros trataron de agarrarme a mí pero jalé a correr…. en dirección de la casa de la Lupe para avisarles a sus familiares que la habían apañado pero cuando llegué a su casa toqué y salieron unas personas que yo no conocía…. no eran parientes de la Lupe… no me gustó cómo me miraban ni ellos ni sus vecinos. Lo bueno es que conocía el edificio donde vivía la Lupe y corrí como loco a la azotea… había unos monigotes también allí pero ya me imaginaba eso así es que me aventé por una ventana al vacío estrellando los cristales…. yo ya sabía que caería en un toldo que se rasgó todito pero no pegué tan fuerte en el suelo y salí corriendo como alma que lleva el diablo. Pensé en ir a mi casa pero de seguro ya me estarían esperando así que como había cobrado la quincena me dirigí a un anaquel en un centro comercial y saqué unas cosas que tenía guardadas. Me fui bien asustado a comprar unos boletos para el pueblo de donde eran mis padres. A nadie en la ciudad le había dicho dónde quedaba ese pueblito, Todo el trayecto a la central de autobuses estuve volteando a ver si no me seguía alguien. Afortunadamente no fue así pero cuando iba en el camión vi por la ventanilla trasera que nos seguía un auto sin placas.
Me dije: en cuanto pase por el depósito de gasolina se van a llevar una sorpesita… calculé el momento y oprimí una tecla de mi celular. Una tremenda explosión hizo volar el tanque de gasolina del camión y el auto salió volando. Los pasajeros del auto quedaron calcinados. Al camión tampoco le fue muy bien que digamos pero al menos yo salí con vida. En la confusión en la carretera pedi un aventón y un alma caritativa me lo dio. Aquí ando en el pueblo donde vivieron mis padres. A ver hasta dónde me alcanza el dinero que traigo o hasta que me tope con uno de esos monigotes de negro que siempre me andan persiguiendo… Chale…
Antes del comic El agente Nicanor Smith, escrita por Sandy D’Onofrio, no se sabía nada de estos seres. Pues el argumento giraba en torno a unos agentes secretos que pertenecían a una misteriosa agencia en la sombra, camuflada en un kiosco de La Reliquia, donde se vendía toda clase de cachivaches: retratos de Frida Kahlo y Diego Rivera, llaveros, atrapasueños. De hecho, D’Onofrio confesó a un periódico en 1980, que la idea se le ocurrió una tarde, mientras escuchaba radio.
Caía una lluvia pertinaz, y radio Super anunciaba las publicaciones de Aircel Comics. Famosa en esos días, entre los lectores, por los métodos que empleaban sus agentes para desaparecer toda huella a través de la eliminación física y la supresión de sentimientos. Y que le inspiraron la Serie Violeta, historias de fantasmas, como la de la mujer que rondaba los pasillos de La Reliquia para tomarse fotos o grabarse. Titulada pomposamente por D’Onofrio De vermis mysteriis (“Sobre los misterios del gusano“).
El libro fue un fracaso, pero su vida giró desde entonces en torno a La Reliquia.
OMAR MORENO
El vendedor entregó en su mano un teléfono nuevo.
-Es lo más reciente- dijo-. Puedes tomar una foto y mirar el futuro.
Dirigió el objetivo del celular hacía su compañera, quien se dejo fotografiar sonriendo.
Miró la imagen en la pantalla.
Era ella. Sería ella. Mostraba unos kilos de más; su pelo seria más corto; su sonrisa se conservaría dulce; pero en sus ojos se revelaba la tristeza de la desilución. Y otro hombre estaba a su lado.
Devolvió el teléfono.
-No sirve- le dijo al vendedor.
La parejas siguió caminando.
-Oye- dijo él-. Sobre nuestra riña de la mañana…lo siento…de verdad…tienes razón…te prometo que…
Contestó ella:
-No te preocupes. Te quiero. Son cosas que pasan…¿Y qué viste en la foto?
-Nada, mi cielo. No había nada.
Guatemala
La noche ya ha caído desde hace un buen rato, todos estamos cansados pues comenzamos la jornada en la madrugada. A Melvin le ha dado por perderse entre los corredores que dividen las casas en el fraccionamiento al que nos mandaron. Lo he visto varias veces ya revisando su celular en lugar de estar paleando la nieve. Mejor trato de estar cerca de él para a ver si así siente más presión y vuelve a echarle ganas como cuando comenzamos.
Bien, mi táctica da resultado. Me confiesa que se escribía con alguien de su familia de allá de donde viene. Me habla de lo diferente que es, allá no hay nieve, es de verdes todo el año. El acompañaba a su padre a cazar venados, según él en una ocasión mataron un tigre. Yo no sé si ahí hay tigres, quizá era un jaguar. Las serpientes venenosas eran otra amenaza. Melvin todavía no tiene ni la mayoría de edad pero es responsable y maduro, aunque se distraiga tanto con el celular, el muchacho se hace cargo del sustento de sus padres. Ya no me molesta que deje de ayudarme de tanto en tanto mientras yo sigo con la faena. Yo al menos tengo a mi familia cerca.
Es inevitable ver el interior de las casas con las cortinas abiertas, me imagino lo calientas que están y la gente debe estar alistándose para ir a dormir. Primero pensé: -qué necesidad de andar sufriendo aquí en el frío cuando podría estar en mi casita tomándome un chocolate caliente-. Yo tengo mi trabajo fijo y no me va mal, pero este dinerito extra me va a alivianar por los dos días que voy a perder en el otro jale por culpa de esta tormenta in(v/f)ernal. La plática con Melvin me hace recordar el día que encontré un pequeña culebra en el sótano de mi otro trabajo. Era muy pequeña y por lo que sé, inofensiva. Al principio no me dio miedo pero cuando cuando vi su bífida lengua vibrar me pareció estar viendo al mismísimo Satán.
Detesto la nieve, no me gusta la Navidad, podría gustarme si no durara seis meses. Hablando de Navidad, en una semana tenemos la fiesta de mi trabajo, no éste sino el de a de veras. Mi patrona, Jane, es la persona más generosa que conozco y nos invita a todos los empleados a un restaurante muy lujoso que tiene un servicio de buffet los domingos para almorzar. Este es el segundo año que me toca ir.
Jane acaba de viajar a Puerto Barrios, fue solo por un fin de semana. La invitaron a una boda. Así tan fácil se fue un jueves y regresó en domingo en un vuelo de poco menos de siete horas, sin ningún esfuerzo, sin ningún temor. Ha publicado decenas de fotos, el spa, la piscina con bar, las ruinas coloniales. La boda fue en el casco de una iglesia del siglo diecisiete. Todo en su viaje la maravilló y eso que no vio mucho más allá del resort en el que se hospedó. No me sorprende el entusiasmo de Jane, tiene gustos exóticos, por ejemplo le gusta usar diseños de felinos y reptiles en su atuendo.
Son las mismas siete horas que le tomaría a Melvin viajar por carretera desde El Naranjo, de dónde es él hasta Puerto Barrios. Claro, si Melvin estuviera en su tierra y si hubiera sido invitado a esa boda. Pero no, Melvin sabe que cuando vuelva a casa, si es que ocurre, va a ser un viaje sin retorno. Además Melvin no conoce a Jane, Jane no conoce a Melvin, menos sabe de la existencia de los padres de éste que lo echan de menos y quienes dependen de las remesas mensuales de su hijo. A los únicos paisanos de Melvin que Jane conoce son aquellos que saben algo de inglés y que tienen oportunidad de trabajar en el complejo hotelero propiedad de un extranjero.
Ahora Melvin toma fotos de las casitas iluminadas cubiertas de nieve, le entusiasma mandárselas a los suyos. Quiere que conozcan la nieve aunque sea por fotos, que por cierto es la única manera en que me gusta verla. Casi me dejo conmover, después de todo es casi un niño pero no puedo decirle -ya ponte a chambear cabrón!- al tiempo que se toma una selfie y yo undo mi pala en la blancura frente a mí.
EL BIGOTE DE FRIDA
Antes de El agente Nicanor Smith escrito por Sandy D’Onofrio, no se sabía nada de estos seres. Se trataba de una misteriosa agencia de artistas en la sombra, camuflada en una tienda del barrio La Reliquia entre cachivaches: retratos de Frida Kahlo, Fernando Botero, llaveros, atrapasueños, vasijas con motivos precolombinos, bultos de papá y petacos de cerveza. Y de la cual se era miembro, si usted artista en la sombra, musitaba el santo y seña: “El bigote de Frida”.
De hecho, D’Onofrio confesó a un periódico en 1980, que la idea de la clave se le ocurrió una tarde, mientras escuchaba radio.
Caía una lluvia pertinaz, y radio Super anunciaba las publicaciones de Aircel Comics. Famosa en esos días, en sus lectores, por los métodos que empleaban sus agentes para desaparecer toda huella a través de la supresión de recuerdos. Y que le inspiraron a D’Onofrio Violeta, sobre una mujer que rondaba el barrio para tomarse fotos o grabarse. Subtitulada pomposamente por él De vermis mysteriis (“Sobre los misterios del gusano“), y que en mucho recordaba a la Kahlo.
OMAR MORENO
¡Elígeme a mí! se escucha decir ¡Elígeme a mí! E inicia un conteo o cuenta regresiva.
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[…] el cuento“Réplica” de Sergio F. S. Sixtos, por la sencillez con la que crea una trama […]