Un caso curioso (y doble) de la lectura:
1
En Ficciones (1944), Jorge Luis Borges recogió cuentos publicados a lo largo de varios años y entre ellos uno: «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», aparecido originalmente en 1941 en la revista Sur. Lo que importa aquí es que, durante algunos años, ese cuento fue profético: trataba, en parte, de hechos del futuro.
Quienes lo hayan leído recordarán su trama. La investigación de un misterioso artículo «inserto» en una enciclopedia, y dedicado a un país inexistente, conduce al hallazgo de otra enciclopedia, toda acerca de un mundo imaginario, descrito con enorme detalle; luego, ese mundo comienza a suplantar a la «realidad». El texto está dividido en dos partes principales: a) un supuesto ensayo literario (que comienza como una historia vagamente policial) fechado en 1940, y en el que se describe el encuentro del narrador con la Enciclopedia de Tlön; y b) una posdata, fechada en 1947, en la que se refiere la transformación paulatina de la Tierra en otro lugar, con otras formas de percepción y (por tanto) de pensamiento.
Los lectores de Sur quedaron, como consta en varios lugares, desconcertados con el cuento, y en buena medida con la idea de un escrito futuro (1947) publicado en el presente (1941). Encima de todo, el texto de Borges era un texto de anticipación: parte de la tradición (como a él le gustaba decir) de Malaquías y todos los antiguos visionarios. (También se podría decir que es una varición cultísima sobre algunos temas de la science fiction, lo que al mismo Borges no le hubiera disgustado.)
Pero el efecto de anticipación en el cuento desapareció: dejó de ser inmediatamente perceptible para los lectores, en 1947, cuando la fecha de publicación de la posdata dejó de ser imposible. Una posibilidad de lectura y de asombro se cerró.
2
Dos años más tarde, Borges publicó El Aleph, otro de sus libros más importantes, y en él un cuento con el mismo título que también es fácil de recordar. El narrador (llamado Borges, como el de «Tlön») se relaciona, en los ires y venires de un amor platónico y lastimoso, con un poeta terrible, Carlos Argentino Daneri, quien se ha propuesto describir el mundo entero en pésimos versos alejandrinos. Según dice Daneri, el proyecto se le ocurrió porque tiene acceso a un Aleph, un punto que contiene todos los otros puntos del universo, y que por casualidad está en el sótano de su casa. Borges se presta a mirar en el interior del Aleph, y…
En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.
¿A quién se refiere el narrador cuando dice «tu cara»? Por supuesto, al lector asombrado y probablemente argentino que, como en el caso de «Tlön», se lee, literalmente, en una trama que supone un escándalo de la razón y del sentido común: a su contemporáneo, sin importar su nombre, que de pronto se ve observado en la plenitud del Aleph.
Pero si cedemos al arrebato de la ficción, leer esas palabras ahora es aún más tremendo. Los más de nosotros no habíamos nacido entonces y, de todos modos, el cuento nos ve. El Aleph se abre ahora no sólo a todos los lugares, sino al futuro del personaje que lo miró, y así seguirá ocurriendo mientras el cuento pueda ser comprendido, en su versión original o en alguna de sus numerosas traducciones.
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ACh:
Siempre me han interesado mucho las características proféticas que puede llegar a adquirir la literatura, en especial la poesía. Por eso me llama tanto la atención este artículo, que por demás está muy bien.
Dejo una liga para probar la liga y para que leas lo que he escrito al respecto:
http://omegar.blogspot.com/2003/11/la-funcin-proftica-de-la-poesa.html
(Este comentario es Beta. Je.)
Gracias, Omegar, por ser el primero en dejar un comentario en esta nueva bitácora.
Me quedo pensando, tras leer tu texto, en la facultad profética de la lectura (porque sólo entendemos las profecías cuando se han cumplido, como en los grandes mitos) y, no sé por qué, en la frontera (tenue) entre el visionario y el loco. La poesía puede ser una práctica religiosa cuando se puede decir de ella que re-liga, reconecta, con porciones de la existencia que están más allá de lo humano. Pero nuestra cultura no está dispuesta a reconocerle esa función, que se arrogan los mercachifles del new age y las grandes burocracias de lo espiritual…
Muchos saludos y gracias otra vez.
Esta mañana pasè por el diccionario a revisar la palabra Taumaturgia: «Arte de hacer prodigios», días antes había leído un ensayo en el que se comentaba la obra de Válery, ese ensayo estaba en un libro que se titula «De la literatura considerada como una taumaturgia», el autor Víctor Manuel Pineda, no he leído en el ensayo que da nombre al libro, sin embargo, y so pena de extenderme demasiado, diré, de una buena vez, mi comentario: «Borges debe haber escrito siempre con esa idea: La literatura es una taumaturgia» –a eso se debe que nos vea (aunque esté muerto) leyendo su cuento El Aleph.
Excelente artículo, uno de los mejores que he leído sobre Borges. Datos poco comunes, y mucha inteligencia.
Eso de la taumaturgia me parece muy plausible… Me recuerda esa otra palabra borgesiana, demiurgia.
Ezequiel, muchas gracias por lo que dices. Un saludo y ojalá nos leamos luego por aquí.