Cuaderno

Suehiro Maruo, Midori y otros

20 comentarios

Este mes, una salida de dos semanas (de la que espero escribir algo pronto; muchos saludos, entretanto a todos los amigos de Europa) puso en pausa esta bitácora. Para esta sección, rescato ahora un texto que se publicó hace algunos años en el sitio de Fatal Espejo, y al que agrego un par de imágenes e informaciones tomadas de El blog de la Muerte.

Advertencia: varias de las imágenes que siguen pueden molestar o perturbar a algunos lectores.

En la segunda mitad del siglo XIX, a la par de los diarios comunes, en Japón eran muy populares las nishiki-e: hojas volantes de contenido sensacionalista que se vendían semanalmente, con ilustraciones en xilografía y textos que las familias se leían para disfrutar con el que Poe llamaba el “estremecimiento voluptuoso”. En 1866, Ochiai Yoshiiku y Tsukioka Yoshitoshi, dos de los dibujantes más populares de nishiki-e, decidieron unirse para publicar un álbum de 28 ilustraciones, aún más brutales y atrevidas que de costumbre, al que titularon Eimei Nijuhasshuku (28 poemas plebeyos sobre figuras gloriosas).
El escándalo, la indignación de las buenas conciencias y el horror deliberado y provocador de las imágenes fueron causa de que se les diera un nombre propio, y de este modo quedaron como fundadoras de un nuevo subgénero: muzan-e, la estampa de atrocidades.
Ésta se invoca, con frecuencia alarmante (y casi siempre sin explicaciones ni ejemplos), en notas y reseñas publicadas por todo el mundo sobre Suehiro Maruo (1956), uno de los mejores historietistas del Japón actual, lo que podría parecer una de tantas simplificaciones hechas en occidente. No es del todo así, incluso si se considera que Maruo, en 1988, colaboró en una reedición de los 28 poemas plebeyos que le agregaba otra veintena de nuevas imágenes.

Una imagen de Suehiro Maruo (clic para ampliar)
Una imagen de Suehiro Maruo (clic para ampliar)

Aunque se inició en una revista de cómic sadomasoquista y siempre ha sido un dibujante explícito, incómodo, pasó pronto a ser un artista de culto en el sentido más esnob del término y a difundir su trabajo en compilaciones o álbumes de dibujos sueltos con escasa tirada: todo lo contrario de sus precursores. Sin embargo, uno y otros comparten el interés por la violencia explícita, y junto con algunos artistas más –el ejemplo más notable es el de Kazuichi Hanawa, dibujante provocador y morboso con el que Maruo trabajó, precisamente, en la reedición ya mencionada de las muzan-e– ofrecen a los lectores no especializados, que somos casi todos, una versión del arte de su país muy diferente de lo que acostumbramos llamar manga y que, asimilado a la cultura global –“ojos grandes y muchas rayas para indicar velocidad” es una fórmula reconocible por todos–, ha perdido casi por entero su capacidad crítica y su intención original de lidiar con las oscuridades de su cultura madre.
Y, de rebote, de la nuestra. Este otro Japón dibujado tiene, quiero decir, numerosas conexiones con Occidente, pero menos con la ciencia ficción que con Balthus y Nabokov, a quienes Maruo cita explícitamente: menos con Osamu Tezuka y su Astroboy que con Nagisa Oshima y El imperio de los sentidos. Y lo que incomoda a muchos es precisamente lo diferente de Maruo, quien previsiblemente no se contiene al dibujar coitos (“normales” y parafílicos), mutilaciones, asesinatos, violaciones, canibalismo y más que aparece con frecuencia en sus historias, pero en quien, sobre todo, puede verse aún la preocupación por el devenir de su país luego del trauma de la posguerra y la ligazón, rara vez fácil de comprender, que Oriente y Occidente han establecido entre sí, y que no se reduce a un intercambio de tecnologías y de iconos. Las visiones de Maruo, espantosas, totalmente personales, permiten atisbar una imagen de la existencia en la que la carne sólo puede ofrecer mal y dolor, pero no a causa de una perversidad intrínseca sino por una influencia siempre exterior, siempre antigua, que a veces se manifiesta en el otro, el ajeno, el incomprendido, y otras en las figuras de autoridad, desde padres hasta gobernantes. La propensión a caer es connatural a la especie, o impuesta por las fuerzas que nos sobrepasan y nos destruyen, pero además de no poder evitarla, no caemos (parece decir Maruo) todos juntos ni a la misma velocidad: así, la tragedia proviene siempre de lo desigual.

Otra imagen de Maruo
Otra imagen de Maruo

El mejor ejemplo de esto es Midori, la niña de las camelias (1984), una historia de trama simplísima pero alusiones numerosas y espesas. Midori, una niña pobre, es vendida a un circo de fenómenos y explotada, de todas las formas concebibles, por los miembros de la caravana, cada uno a la vez miserable y monstruoso; sólo Masamitsu, un enano cuyo acto consiste en introducirse en una botella pequeñísima –o en hipnotizar a la multitud para hacerla “ver” esta hazaña imposible– parece interesado en ayudarla y se convierte, a pesar de su propia rareza y de su amor posesivo, pedófilo, por Midori, en la única esperanza de afecto que tiene la niña en su mundo terrible. Sin embargo, al final, la muerte de Masamitsu, a la mitad de un viaje a sitios del pasado de Midori en busca de una paz aparentemente posible, conduce a un episodio más terrible que cualquiera de los anteriores: el universo minucioso, increíblemente detallado, que ha creado Maruo, y que se mueve en composiciones audaces en espiral y en simetrías extrañas, literalmente se cae alrededor de Midori, quien una vez más es víctima de sus torturadores y queda sola, sollozante, en una doble página en blanco.

Una página de Midori (clic para ampliar)
Una página de Midori (clic para ampliar)

La niña, por supuesto, es una amalgama de Lolita, del arquetipo gastado de la escolar japonesa y de una o dos heroínas del Marqués de Sade; pero como la lógica de su padecer es la de una pesadilla –que constantemente se llena y se vacía de detalles y en la que todas las formas de violencia convergen en composiciones arduas y pastiches deslumbrantes–, el lector no tiene tiempo de fijarse en su irrealidad de personaje intertextual y, en cambio, puede sufrir con cada estación de su martirio, por absurda que parezca. Maruo es consciente de esta facultad de sus imágenes y sus textos: una de las secuencias más espantosas, en la que Midori sufre torceduras y luxaciones en todos sus miembros antes de ser violada con la ayuda de una culebra, está representada en el estilo más amable e «infantil» del manga de Tezuka, a la manera de Kimba el león blanco o La princesa caballero

Midori a la Tezuka (clic para ampliar)
Midori a la Tezuka (clic para ampliar)

Poco a poco, años o décadas después de su aparición original, las historias de Maruo –en compilaciones como El monstruo de color de rosa, Lunatic Lover’s, La sonrisa del vampiro o Gichi Gichi Kid, todas publicadas por la filial española de la editora francesa Glénat– han comenzado a llegar a los lectores de habla castellana.

Midori (clic para ampliar)
Midori (clic para ampliar)
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  • Información Bitacoras.com…

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  • Siempre me ha llamado la atención el hecho de que las sociedades orientales hagan una especie de culto de la violencia; a veces me pregunto si tiene que ver con la rigidez de sus principios de vida.

    Saludos Alberto

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  • Hola, Aus… No sabría responder a tu pregunta, pero sospecho que no es tan raro como podría parecer. Ve lo que sucede aquí con la nota roja o en los Estados Unidos con el futbol americano; también son formas de veneración de laviolencia.

    Saludos y bienvenida otra vez…

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  • Pues no, el culto (o en oposición, la evasión o eufemia de la violencia) es más vieja que el agua hervida tanto en oriente como en occidente. Tal vez la diferencia radica en la manera de abordar ambas. En oriente es más fácil (con sus límites peculiares, eso sí, puies en todos lados el tabú está presente) mostrar la violencia porque se asumen de una manera más abierta tanto el erotismo como el dolor, a partir del principio budista de que el mundo entero es dolor y no tiene caso rehuirle o hacerle a un ladocuando convenga, o incluso combinarlos, que para el caso son lo mismo. Por el contrario, en estos andurriales de Dios (porque México, sin perder nuestra clásica desubicación, pertenece a occidente, nos guste o no) la cosa es diferente, pues la tradición judeo-cristiana ha definido que el placer es pecaminoso (por no decir que está mal visto y representa una insubordinación contra la autoridad) y el dolor, administrado mesuradamente como medida de control, es preferible salvo que exceda los parámetros de ecuanimidad que la sociedad puede tolerar.
    Por ello, los orientales sacan escenas sangrientas y producen una pornografía delirante, porque culturalmente asumen mejor el dolor y el placer, y gracias a ello son, irónicamente menos violentos en la vida real, aunque también mucho más sumisos frente a la autoridad local (que no a la externa, a los otros, o si no pregúntenle a los gringos como les fue en Vietnam, por tan sólo poner un ejemplo). Occidente, bajo este esquema, pues es mucho más reprimido y pacato ante estas manifestaciones, pero esa contención genera estallidos más furiosos de sexualidad y violencia, tanto en el arte como en lo anómalo (los killers de diferente cuño, las violaciones de niños por parte de sacerdotes, las sexulidades conflictuadas y otras lindezas).
    Esto, por supuesto, es una reflexión subjetiva y no exenta de fallos. CUalquier aclaración es bienvenida. Gracias.

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  • Esto que escribes me parece muy interesante, José. ¿Qué opinan los demás?

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  • Creo que José tiene toda la razón. La forma en la que culturalmente asumimos el erotismo y el dolor, determina en buena medida nuestra reacción a la forma en la que nos lo presentan. A situaciones o condiciones determinadas los seres humanos reaccionamos con mecanismos más o menos similares: deseo, repulsión, asco, antojo, risa, enojo, sin embargo, hay sutilezas dadas por lo cultural que afinan ese condicionamiento y nos hace reaccionar de manera distinta. A todas las culturas nos choca la injusticia dicho llanamente. A mí, cuando veo a un cabrón agarrando a coscorrones a foquitas indefensas en Canadá o a takatakas destazando ballenas, me da un coraje indescriptible. Para ellos, en cambio, les parece de lo más normal y, probablemente, alla exista quien se indigne al ver una corrida de toros.

    El caso es que ahora, la comunicación virtual, nos conecta en tiempo real con esas realidades y nos comienza a provocar recondicionamientos. Hoy por hoy ya hay millones de orientales queriendo parecerse a Britney Spears y en occidente millones de Britney Spears queriendo parecer muñequita manga. En fin…

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  • ¿Habrá alguna manera de uniformar las percepciones de placer o dolor? Por fortuna no, y lo digo así porque los parámetros al respecto deben ser variados para cada persona, sin mencionar que todo propósito homogeinizador y controldor acaba convirtiéndose en fascismo. Todo radica en los gustos y las percepciones de cada quien, y aunque haya quien se pase de tueste para uno u otro lado, o para ambos a la vez, es mil veces preferible eso a la imposición de sensibilidades descafeinadas, indoloras y con placeres insípidos, de esos que Bataille renegó siempre con gran sabiduría.
    Agrdezco muchísimo el comentario, Fernanda y Alberto (¡Que chido, sí me leen!), y cierro con algo más. El que haya autores como Maruo no es motivo para escándalo, porque es auténtico y lúcido, así como también les que haya autores más fresas o dedicados a las aventuras más convencionales pero igual de divertidas. Incluso comprendo y puedo dar razón a los que piden regulaciones (que no prohibiciones) más fuertes para la circulación de estos materiales (no le quitemos su encanto a lo prohibido, va incluído en el precio). Lo que siempre habrá que criticar es a los que en aras de sus temores y su ignorancia quieran barrer con todo, cuando el problema principal está en ellos y no en los lectores de esos materiales. Si algo da miedo, o se le enfrenta o se le ignora, pero no se le destruye sin investigar primero, porque si no, el que se deshace al final es uno mismo. Cuidadito con las patadas al pesebre, que se revierten.
    Nuevamente gracias.

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  • Llego un poco tarde a esta nota, pero aun y así quisiera aprovechar para alabar este artículo; hay cierta información sobre Maruo en la red y en algunas revisas, pero muy pocas van más allá de comentar lo sangriento de sus imágenes, y es raro encontrar ensayos que indaguen en las raíces de sus obras (no solo el muzan-e que comentas, sino todo lo que se conoce como el Ero-guro) y en qué es lo que nos quieren decir. Celebro este ensayo, pues.

    Una pregunta: No he podido conseguir la traducción al español de Midori pero encontré una traducción al francés; al final de la historia viene el guión para una obra de teatro de un solo acto en que se presenta el propio Maruo junto a una versión adulta de Midori discutiendo precisamente el manga que acabamos de leer. ¿Esa obra está también en la traducción española o solo en algunas ediciones?

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  • Hola, Fernando. El texto al que te refieres también está en la edición española de Glénat. (Es uno en el que Nabokov también tiene un parlmento, ¿no?) 🙂

    Y gracias…

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  • En efecto, es ese. Me llamó la atención porque ninguna crítica que haya leído hasta ahora de «Midori» (ejem, incluyendo ésta) la menciona. ¿O era una sorpresa para los lectores?

    Por cierto, aparte de este, he podido conseguir algunos títulos de Maruo dispersos por ahí: los dos volúmenes «La sonrisa del vampiro» (que también, creo está a la altura de Midori; es menos experimental con la presentación de la historia, pero más directo con su crítica), «Gichi Gichi Kid» (más que parodia de mangas para niños me pareció una fábula moderna, pero fábula en el sentido de Grimm o de Perrault: cruel y onírica), «Dr. Inugami» (esta no me convenció, la verdad), «Lunatic Lovers» (una recopilación de cuentos. Por cierto que las historias sueltas de Maruo son todavía más grotescas que sus historias largas) y hace poco conseguí «La extraña historia de la isla Panorma», pero aún no la he leído. Ya veremos…

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  • zombiestudio.com.mx
    30/01/2010 1:17 am
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  • Wongraven
    14/01/2011 4:35 pm

    Impresionadisimo con la visión de Candá. El tuyo es un comentario del que necesitaria más de 10 minutos para poder encontrar algo que no este de acuerdo. Es un pensamiento que creo que va por el camino de lo acertado

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  • ¿Qué te parecieron los otros comics de Maruo, Fernando?

    Gracias, Wongraven…

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  • RUTH LEYVA
    17/05/2011 10:27 am

    AYER VI UN VIDEO SOBRE MIDORI , DE VERDAD QUE FUE MUY IMPRESIONANTE, es una realidad cruel que se ve en diferentes partes del mundo, niñas en la orfandad abusadas, humilladas, viven en su ingenuidad e inocencia.
    Estoy buscando el libro aun no lo encuentro aqui en Lima, lo qsi encontre e sla sonrisa del vampiro que tiene una connotacion sexual y violenta, excelentes obras.

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  • Hola, Ruth. En el peor de los casos, el libro se puede pedir por internet a librerías españolas o a Amazon. También se puede encontrar en versiones piratas (pero se supone que ni siquiera tendría que decirte esto)… 🙂
    Ojalá lo encuentres y te guste; a mí me parece una obra extraordinaria, como ya has visto. Saludos y suerte.

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  • Prueba a leer Ultra Gash Inferno. Me llama la atención lo explícito de los dibujos y la originalidad que se aleja del dibujo convencional y tiene firma propia, al igual que el admirado Mizuki, pero el gore aun me provoca nauseas, debe se fruto de mi educación cristiana implicita

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  • me gusto este tema, debo decir que este mangaka se lleva mis respetos en cuanto a su arte tan bizarra, aunque me gusto mucho su pelicula de midori me daria pena pensar lo que este hombre tuvo en la cabeza al momento de crear a este personaje, una triste realidad plasmada de una forma maldita que perturba al lector de una forma incomoda y morbosa, un trabajo admirable y siniestro aun para cualquier Gorista u.u

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  • Alberto,

    perdón por tardarme tanto en contestar, pero hasta hace poco pude por fin concluir mi lectura de otros títulos de Maruo.

    Pues por ahora opino que «Midori» y «La extraña historia de la isla Panorama» son sus mejores obras (al menos de las que pueden encontrarse traducidas con cierta facilidad), o en todo caso son las que más disfruté, por sus múltiples experimentos visuales y homenajes a diversos artistas [«Panorama» es, entre otras cosas, un ensayo sobre Edogawa Rampo].
    Después, ambos volúmenes de «La sonrisa del vampiro» y quizás «Gichi gichi kid». De la primera diré sólo que es un gran tratamiento de un tipo de monstruo al que el exceso de popularidad ha gastado en tiempos presentes y de la segunda que es un tipo de serial de aventuras que probablemente sólo se podría publicar en el Oriente.

    Me es difícil opinar sobre sus muchas colecciones de cuentos y piezas cortas, salvo lo que comenté la vez anterior: a menudo son aún más grotescas que sus obras de más largo aliento, y sin embargo creo que todas valen la pena, cuanto menos por la oportunidad de contemplar imágenes verdaderamente estremecedoras, pero que no desembocan en el entretenimiento de rápido consumo y fácil olvido.

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  • […] los vampiros tienen sonrisa, Suehiro Maruo la ha sabido captar mejor que […]

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