Este breve ensayo fue leído en el Primer Encuentro Internacional de Escritores de Oaxaca, en marzo de 2007. En febrero de 2016 fue traducido al francés por Jacques Aubergy para el sitio de la editorial L’atinoir.
De una buena vez, sí, es verdad: el cuento es una cosa del pasado. Tienen razón quienes hablan de la actualidad de la novela, de los géneros propios de cada época, etcétera. De hecho el cuento es, probablemente, una cosa del más remoto pasado: si no la primera, al menos una de las dos o tres “aplicaciones” del lenguaje que la humanidad inventó en el comienzo, cuando nuestros antepasados vivían en las cavernas y las sabanas y no entendían del todo que el lenguaje, el conjunto de los signos que salían por sus bocas, los estaba llevando por un camino diferente a los del resto de los seres con los que competían por el mundo.
Es que el cuento es hijo de la palabra hablada. Ahora lo definimos como “una narración breve, con pocos personajes y dedicada a un solo asunto”. Pero el cuento es breve no para diferenciarse de la novela, como muchos creen ahora, sino para poder ser aprendido y repetido más fácilmente. Tiene pocos personajes porque un reparto limitado se recuerda con menos trabajo y también porque, pienso, no había tantas personas en ninguna comunidad de entonces, del ayer más distante, y los “hechos de la vida real” –que deben haber sido al menos la mitad de los temas de los primeros cuentos– eran, antes que las grandes historias de los pueblos y los caudillos, anécdotas pequeñas, de comunas o bandas o tribus. Y los asuntos concretos y claros de los cuentos, las tramas que permiten la “unidad de efecto” de la que Edgar Allan Poe llegó a escribir tantos siglos después, deben provenir también de aquellas historias originarias, recuentos de los hechos de un día o de unos pocos días en grupos donde todos conocían a todos: lo importante no era explorar el carácter o el ser íntimo de tal o cual personaje, sino recordar lo que meramente le había pasado, sus tribulaciones o alegrías o dolores, apenas unas horas antes, cuando los escuchas estaban ocupados en otra cosa o corriendo en otro sitio, a la busca de un árbol con frutos o atendiendo a sus hijos o enterrando a sus muertos o en la huida de un mamut o de un dientes de sable.
Ya no somos esos seres que fuimos, y no sólo tenemos más objetos, y más refinados, a nuestro alrededor: nuestros vínculos con la naturaleza de la que surgimos son menos y menos, y en cambio nuestros problemas y conflictos se entablan en territorios más y más abstractos: en las redes del lenguaje que hemos tendido sobre el mundo y que a veces nos hacen olvidar nuestra condición de criaturas de carne, provistas de olores desagradables y una fecha de caducidad.
Pero, a pesar de todo, no somos perfectos en el sentido maquinal, aséptico, de quienes hablan ya del fin de lo humano: no podemos divorciarnos de nuestra mortalidad ni de las dudas que aún nos provoca el mundo, y por eso seguimos creando obras de arte, esas que desconciertan a tantas personas por no ser “útiles” pero en las que ciframos, aun los más calmosos y conformistas entre nosotros, nuestros desasosiegos y nuestras preguntas. Y entre esas obras de arte que seguimos creando hay muchos cuentos.
La pregunta de por qué cuentos, por qué no sólo novelas o, más de acuerdo con las moda, películas o juegos, tiene varias respuestas.
La primera es arrogante: pese a todo, el cuento es –vuelvo a citar a Poe– un campo apropiado para el desarrollo del más elevado talento literario, donde el puro lenguaje, desprovisto de toda servidumbre, puede cultivarse y crecer y ser cuidado con la más absoluta minuciosidad, atendiendo a cada palabra y cada sílaba en la busca de la perfección. En esto se le parece la poesía.
La segunda respuesta es meramente pragmática: uno se tarda menos en leer un cuento. Se dirá que la novela “vende más” en cualquier circunstancia; por otro lado, al considerar esta razón debemos pensar que las estadísticas son incompletas: debemos preguntarnos cuántos lectores rápidos, de cuentos por no ser de nada más extenso, habrá que se escapan de toda medición porque leen de prestado o gratis en la red, en fotocopias, por todos los caminos ajenos al del estricto mercado.
La tercera respuesta es cordial: cada cuento –y más todavía si vale la pena, si en su busca de perfección logra al menos la belleza– es un espacio que los lectores pueden visitar y llevarse consigo en la imaginación sin agotarla primero, como sucede en las novelas. En esta época, la extensión: el número de palabras que toma decir algo, vale para muchos al margen de cualquier otra consideración, por creer que en ella es más fácil capturar la plenitud de las cosas o distraer la conciencia. Pero la noción es tramposa. Georges Buffon, el maestro secreto de la escritura en Occidente, niega en su Discurso sobre el estilo que sea digno lo hecho a la carrera, en espasmos, porque no alcanzará jamás a desarrollar ninguna idea y todas se le quedarán a medias. Pero ese reproche de Buffon no sólo se puede dirigir a un mal cuento, o un mal libro de cuentos, sino también a los discursos farragosos y caóticos y a las novelas palabreras, esas que ahora abundan y que se limitan a acumular hecho tras hecho tras hecho hasta lograr un manuscrito de determinado volumen. Los cuentos que valen, solos o en grupos, no son estornudos ni titubeos sino insinuaciones, formuladas con absoluta claridad y a la vez repletas de oscuridades: son invitaciones a recorrer caminos apenas abiertos y apenas vistos en un mundo ficticio, como todos, pero provisto si no de extensión, sí de profundidad.
La cuarta respuesta es mágica: hay recuerdos atávicos que despiertan con el acto de leer o escuchar una historia breve. Todo cuento, sospecho, nos permite volver sobre los pasos de nuestros antepasados hacia los comienzos, cuando nada había sino aquellas relaciones diminutas, y el resto era la oscuridad, libre de toda exploración y enunciación.
Y la quinta y última respuesta es ésta: pese a todo, el placer que da la lectura de un cuento no necesita justificación. Aquellos que lo conocen y lo disfrutan, aun si no lo plantean como una reflexión sobre los límites de su existencia o como una búsqueda de la belleza, apenas necesitan lo que acabo de decir.
24 comentarios. Dejar nuevo
!Qué feo! Primero me dicen que está muerto y después que era re bueno el finadito 😀
A mi los cuentos me generan la sensación de que se despiden pronto. Al terminar te dicen: Olvidate de mi. Y claro, eso no es muy seductor.
Pero, por otra parte, lo que dice aquí es verdad: ‘un campo apropiado para el desarrollo del más elevado talento literario’
(me tengo fe hasta ‘Desarrollo’, el resto lo voy a deber :D)
Sin tener idea realmente de cómo encarar una novela me la plantee como un subconjunto de cuentos. Una historia principal, en formato de cuento. Luego, capítulo tras capítulo, un cuento. Luego se puede jugar con el orden o desarmar el camino con historias paralelas, o ir viendo que surge mientras uno va creando la historia. Por lo tanto, primero muchos cuentos, como ladrillos, y luego el castillo como novela.
En fin, pobre El Cuento. Valorado por muchos y olvidado por tantos más. Ahí, apretadito entre un par de hojas, celoso de sus compañeros . Mirando con envidia a las novelas gordotas que toman aire más seguido. Pobre El Cuento, no cuentan con él.
Yo sí. 🙂
Muchos saludos, Hernán.
Si yo fuera cuento no miraría con envidia a las gordas esas (las novelas) sino con soberbia; me reiría un poco de ese abrigo del Quijote donde carga con sus cuentos, aunque sí me daría algo de miedo el Ulises hihi.
El cuento astuto, sagaz, seductor, camaleónico, dinosáurico, cocodrilesco, fisgón,
¿qué dónde se metió, que en qué se ha transformado? Chale, puede ser hasta el mosquito que te acaba de picar en el brazo un cuento o el cuento del mosquito que te acaba de picar el brazo la forma que el cuento ha asumido para dejarse leer. Oh, cuento, cuento que te quiero cuento.
Saludos(,) cuenteros.
Ah sí: entonces, Alberto, según lo que escribiste, el cuento sí es cosa del pasado y no es tan joven como parece… ahhh, más sabe el cuento por viejo que por cuento.
Sin embargo,y por fortuna, a su ancianidad le rebasa su capacidad de evolución, transformación y mimetismo, y esta movilidad cambiante es la que le hace seguir vigente y feliz entre nosotros, sobre todo si hacemos algo por él, además de leerlo.
En Argentina Fontanarrosa logró rescatar los cuentos en base a escribir MUY argentino sobre argentinos. Inventando cuentos de futbol imposibles y absurdos.
No hablo de vender un par de libros, hablo de rescatar la venta de cuentos. Tanto es así que le salieron varios aprovechadores a copiar el estilo.
Junto esto con la idea ‘el cuento es hijo de la palabra hablada’ y encaja perfectamente.
En el caso de Fontanarrosa que se haya dedicado al humor lo potencia. Porque uno anda siempre dispuesto a reirse.
Un ejemplo de dónde se pueden filtrar los cuentos. En este caso se basó en un lenguaje popular, actual, absurdo y cómico.
Gracias a todos por sus comentarios. También creo que se puede hacer mucho todavía con y por el cuento. (Empezando por disfrutarlo… Y a la antigüedad no hay que despreciarla, en efecto, como está de moda hacerlo en este época. Al contrario: como dice David, más sabe el cuento por viejo.) 🙂
Saludos a todos.
El cuento esta presente, se defiende aunque sea bajo el agua, como un secreto que se comparten pocos. Creo que hay cuentos que logran algo que es dificil lograr con la novela, ser memorables en el sentido completo de la palabra. Existen cuentos que se te quedan en la memoria, y los relees, y logran ser inolvidables y para siempre logran amarrar un concepto en tu mente. Si, todos recordamos una novela, pero en la mayoria de la gente (no hablo de las excepciones capaces de memorizar a Proust o a El Quijote) uno recuerda hechos que llevan al desenlace, a veces incluso debemos llevar una guia de personajes y hechos para no perdernos al estar leyendola.
Otro detalle, desde hace años no se enseña a las personas lo que es realmente un cuento. La asociación con «una historia infantil» es una carga muy pesada. Hace como un año me invitarón a un programa de radio a presentar los libros nuevos de la editorial (no es presunción, conste) y cual fue la sorpresa cuando vimos que estabamos compartiendo cabina con alguien de la jerarquia catolicA (no recuerdo el nombre, no se quien era, pero parecia importante), un viejo militar cristero y una señora miembro de no se que grupo de señoras que hacen mucha caridad. Entonces que hablan de los libros y mencionan que escribo cuentos. Me empezarón a felicitar por educar a los niños, por atender a este «genero» que ayuda a la formación de la moral. Se que no me conocen, pero mis cuentos tratan sobre todo lo contrario a la moral y la educación. Menos mal que se acabo el tiempo del programa antes de que me obligaran a leer o me queman en leña verde. A la salida le tuve que decir al locutor que no volveria, que mis cuentos eran, por decirlo asi, de adultos. No le cabia en la cabeza como era eso, la unica forma que tuve para explicarle fue algo asi como que eran como novelas contemporaneas «cortitas». Definitivamente decidi no volver cuando por «novela contemporanea» me preguntó si eran como Aura o como Cien Años de Soledad. Supongo que todos entendemos por «contemporaneo» cosas distintas.
Saludos.
Hola, Cástulo. Deberías escribir una crónica de ese encuentro horrible…, o un cuento. 🙂 Así nos podríamos reír un poco más de esas cabecitas…
Un abrazo.
¿Como las que te iban a linchar, Alberto? Jejejeje, ¿ya hay cuento sobre ese episodio? Saludototoes
Cástulo Altaller gto.
Pero donde la novela gana por puntos, el cuento gana por k.o. (Julio Cortázar dixit), y yo estoy de acuerdo 😉
Saludos Alberto
Todavía no, David, pero tal vez luego… 🙂
Rod, yo también.
Muchos saludos.
a) Me parece que la cultura es el líquido amniótico donde nadamos los humanos (incapaces de saber si hay algo afuera de la placenta –quizá no lo hay, y todo lo que existe es una promesa de un algo que no existe). b) Y la cultura cada vez se va haciendo, cómo bien señalas, más intrincada, más truculenta. La historia (la narración) se va complicando. c) El cuento nos permite reencontrarnos, asimilarnos, pues su estructura, (breve y concisa) nos permite ver la columna dramática (la mentira verosímil) en la que existimos. d) Además, un cuento, en relación a la novela, está más cercano al desarrollo de un sueño (vida interior), a un relato oral (vida social) y a la constitución del mito (suma de las dos anteriores). e) Esto no demerita a la novela, sino que merita al cuento. f) Hola, Alberto. Por acá, visitando tus dominios, dejando este comentario raro y un abrazo.
Además, hay cuentos que parecieran novelas condensadas. Sólo baste como ejemplo «El día de los muertos», de Ray Bradbury, que narra no una cosa, sino varias, que cuenta con bastantes personajes, y que no se difumina cuando se llega a la última palabra, sino que permanece. Me gustan las novelas. Mucho. Pero el cuento es, para mí, el género rey de la literatura. ¿Mis favoritos? René Avilés Fabila, Poe, Horacio Quiroga, Gautier, Nerval, Bradbury, Lovecraft, Bierce, Bernardo Ruiz, Monterroso, Chejov, Maupassant, Mary Shelley, Bukowski, Villers de L´Isle-Adam, Saki…
Saludos a todos los cuenteros del ciberespacio.
De lo que dice Cástulo allá arriba, de la guía de personajes, no sólo lectores. Dumas (dicen), o su taller (rumoran), llevaba un registro de los personajes que ya había matado para no volver a meterlos. Y (cuentan) que de pronto se le iba el avión y revivía a alguno. ero no me he puesto a comprobar.
Y no es que viniera al caso de los cuentos, claro
RAsabadu, ¿el cuento como un arquetipo del incosciente?
Alberto, como siempre es un gusto leerte, lo digo sin afanes innecesarios,
tus ensayos y artículos son concisos y sin rollos,
acaso alguna referencia tangencial pero justificada. Sabes que soy enemigo de
la citorrea porque es preferible agenciarse las ideas valiosas y poner en práctica
su utilidad (es la mejor manera de demostrar que se han entendido), que valerse
del nombre de un autor y de su obra para dar solidez a una argumentación.
Un abrazo y que tengas un fin de año con el corazón entero en compañía
de los que quieres, y si hay buen vino, pues mejor. Je.
nacho mondaca
Gracias a todos los que opinaron en esta nota (y a quienes no respondí entonces). A ver si ahora se retoma la discusión de estos asuntos. Suerte…
¡Caramba! Qué susto leer la nota sin ver en primera instancia que ha sido reciclada de 2007. He estado más ocupada de lo que quisiera, de modo que apenas pude pasearme por el taller de esta semana (más complicado que otros je, je), por eso me asustó la nota. Extrañaría mucho que tuvieran que suspenderse los ejercicios del taller, principalmente porque me cuesta mucho trabajo disciplinarme con algo, ja, ja. Pregunta metiche: ¿Ya está resuelto aquello de lo que no se podía hablar en diciembre de 2007? ¿Serían unos esclavos que yo conozco?
¿El cuento una cosa del pasado? El cuento, creo, jamás será cosa del pasado. Podrían desaparecer todas las bibliotecas del mundo, perderse en el olvido cada libro que se ha escrito e incluso podría abandonarse en todo el planeta el hábito de la escritura, pero mientras haya una persona dispuesta a contar algo y otra con ganas de escucharlo, seguirán habiendo cuentos. La literatura la inventó quien escribió el primer cuento.
Totalmente de acuerdo, Fernanda… ¡Y sí! Justamente eso era lo que estaba preparándose entonces. 🙂 Está pendiente del taller de este miércoles; creo que te va a gustar. ¡Hasta pronto!
Menos literario y más cotidiano, puedo decir que actualmente se leen muchos cuentos (de acuerdo, crónicas-cuentos) en páginas de internet, sean de literatura, de subgéneros, pornos, incluso muchos posts de blogs podrían pasar casi por cuentos. Vale, les falta rigor, técnicas sofisticadas, juego de lenguaje. Pero en una cuestión de hábitos de lectura, estamos más cercanos de leer relatos breves que de tenerle paciencia a una novela en línea de quinientas entregas que a la tercera dejas de visitar el portal. Tal vez la pregunta sería cómo se trasciende este hábito de lectura en computadora al formato de papel. Y también, cómo evoluciona el relato informal de una página interneta hacia una propuesta literaria (estilística-renovación del lenguaje-planteamiento original de argumentos y bla) efectiva. Pero si la cuestión es preguntarnos si hemos dejado de leer relatos breves, pues la respuesta es no, al contrario. Nuestra exposición al internet ahora nos hace leer más relatos breves que novelas gordas. Sí, faltaría la calidad, pero es otra historia.
Yo estoy de acuerdo: los hábitos de lectura son algo más que las listas de qué libros se compran. Un abrazo, Carlos.
[…] L’écrivain et universitaire mexicain Alberto CHIMAL, (Mexico 1970), finaliste du prestigieux prix Rómulo Gallegos en 2013, nous a permis de faire connaître ce texte qui est une sorte de manifeste pour défendre et illustrer le conte, ce genre littéraire, véritable voie royale de la littérature des Amériques, que nous avons choisi de privilégier dans les prochaines parutions de l’atinoir. Lire le texte / Leer el texto. […]